Es 14 de febrero, Día de los Enamorados, pero en el MALBA nadie parece darse cuenta. El calor aflojó un poco –solo un poco–, son las cinco de la tarde y adentro hay gente de todas las edades. A simple vista es un ecosistema. Algunos leen, otros toman café –en una mesa al lado de la boletería se sirve café a los visitantes; un grupo de adolescentes aprovecha la cortesía una y otra vez, casi con desesperación–. En el centro hay sillones con mesas en las que descansa la obra completa de Adolfo Bioy Casares, reeditada en diciembre por Alfaguara, para que cualquiera se acerque y lea. En el auditorio, donde usualmente funciona el cine, hay gente que lee en sus celulares o en tablets.
No es un día más en el MALBA. Por vez número 18, el museo organiza la Fiesta de la Lectura, un ciclo que con el paso de las ediciones fue cambiando, pero siempre con una constante que su nombre spoilea: la lectura. “Empezamos con la idea de abrir el museo los días que estaba cerrado para que el público participara de otro tipo de actividades, sobre todo pensando en las fiestas silenciosas, un evento que se arma en otras partes del mundo, en el que la gente se junta colectivamente a leer”, explica a Infobae Leamos Magdalena Arrupe, coordinadora de actividades del Departamento de Literatura del museo.
De a poco la propuesta fue tomando otras formas. “Ahora armamos en todas las ediciones, además de estas bibliotecas de préstamos y espacios para leer al lado de las obras, talleres muy especiales que tienen que ver con escribir y con leer”, explica Arrupe. En esta ocasión hay un taller de escritura de cartas a mano coordinado por Silvina Giaganti, un buzón para enviar las cartas escritas a cualquier parte del mundo, una actividad para aprender a restaurar libros, y un ciclo de charlas organizado por Bajalibros, el sello editorial de Infobae, en el que participan Marina Mariasch, Andrés Gallina, Matías Moscardi y Claudia Piñeiro.
Además, Bajalibros dispuso del auditorio para que los lectores escaneen un código QR y puedan leer de forma gratuita. La Biblioteca Leamos tiene entre sus novedades el último cuento del Nobel Mario Vargas Llosa, Los vientos, y también títulos clásicos como Rebelión en la granja o más vinculados a las inquietudes actuales como ¿Mito o realidad? Ocho postulados sobre nutrición que conviene revisar, de Francis Holway.
En esta jornada de lectura que atraviesa el museo, la temática es el secreto y las confesiones. De ahí el taller de escritura de cartas, de ahí también el ciclo de entrevistas sucesivas en el auditorio que tiene como título Los secretos de la escritura.
Marina Mariasch: la experiencia en la escritura
La primera entrevistada fue Marina Mariasch, en diálogo con Belén Marinone, periodista de Infobae Leamos, a propósito de su último libro, Efectos Personales (Emecé), un libro que narra el sucidio de la madre de la autora. “El tema era pegajoso, complicado, y me había costado la relación con el lenguaje después de algo tan traumático, me costaba escribir sobre eso”.
En el momento de la tragedia, por supuesto, no pensaba en transformar la experiencia en literatura. “Solo pensaba en sobrevivir, levantarme, llevar a mis hijes al colegio, hacer la rutina mínima posible de supervivencia, sostener uno de los trabajos que me quedaban”.
Muchos años después pudo retomar el lenguaje que le gusta para la escritura, “un lenguaje que rompe con los códigos predeterminados”. Y explica: nosotros nos referimos a algunas cuestiones, casi todas, en modo comunicacional, con frases prefabricadas. La literatura es la disrupción de esos discursos, de las frases armadas, con la aparición de algo diferente. “Durante mucho tiempo me costaba hablar de eso sin caer en las frases hechas de la muerte, del suicidio. Lo que más nos sale, en general, es contar las cosas desde un lugar más conocido, así que me costó mucho tiempo sacudirme de esas palabras para encontrar otras”.
La gente entra y sale del auditorio. Es evidente: algunos buscaban escuchar a Mariasch, otros llegan por inercia pero se quedan al escuchar fragmentos como: “Algo me falla con la cuestión del pudor, eso me convierte en una persona horrible, pero no es tan malo para la literatura”, o “el sucidio es multicausal, como la inflación”. En la entrevista hay un paso muy fluido entre la recapitulación de un hecho traumático y un tono por momentos de cierto desapego, tal vez el único posible si se quiere convertir en literatura la materia vital.
Sobre el tono de Efectos personales, la autora explica: “Buscaba no tener conmiseración, pero tampoco una frialdad impostada. Me ayudó pensar que el protagonista era el lenguaje”. Más allá de los personajes o de la historia, lo importante era la escritura, “la textura misma de lo que iba saliendo”. Al pasar al primer plano el lenguaje, el resto quedaba por detrás.
Matías Moscardi y Andrés Gallina: un paseo por la costa
La escritura en duplas no es lo más común, pero tampoco es imposible. Ya lo demostraron Borges y Bioy Casares con la formulación del famoso personaje Bustos Domecq. En el caso de Matías Moscardi y Andrés Gallina, habían escrito ya el barthesiano Diccionario de Separación: de amor a zombies (Eterna Cadencia, 2016), y ahora publican por Sudamericana la Guía maravillosa de la Costa Atlántica. Se trata, como el título lo indica, de una guía, o más bien una enciclopedia, de conceptos y objetos que se pueden encontrar en Mar del Plata, Pinamar, Miramar y aledaños.
Los dos autores crecieron frente al mar: Moscardi es marplatense, Gallina es de Miramar y vive desde hace diez años en Buenos Aires. Los dos tienen la mirada de su entorno propia de alguien que entra y sale constantemente. Fabián Casas dice que la mejor forma de relacionarse con la familia es entrar y salir, entrar y salir; y eso es lo que hacen los autores en esta guía o glosario. Adoptan la mirada sentimental y el cliché, solo para después despegarse con alguna ironía. Moscardi explica que el libro tiene zonas “bizarras”, de humor, y otras más “melancolizadas”.
En la entrevista se habla del bosque energético de Miramar, de la leyenda de un supuesto catálogo de gnomos que ofrecen a quien entra al bosque, de ovnis. Del trencito de la alegría, de las arañas gigantes en Pinamar. “El narrador cree, metaboliza y difunde esas historias”, dice Gallina.
Marinone señala que en el libro hay algo de tono oral y pregunta cómo fue esa elección. “Más que una guía turística es una guía afectiva”, dicen. “Es una literatura del nosotros, de algún modo todo lo dicho está traficado por audios de surfistas, carperos, hay un relato coral de gente de la costa que nos fue dando insumos”.
Si la Guía maravillosa tiene el carácter de afectiva es también porque cada elemento, cada historia, significan algo para los autores. “La playa es algo melancólico y crepuscular en invierno, y al mismo tiempo los lugares de la playa están atados a un mapa afectivo, como la escollera”, dice Gallina. “Es una escenografía muy propia que se distorsiona en verano”. Explica que la ciudad empieza a estar colonizada por turistas a los que se ven como intrusos, al mismo tiempo eso se romantiza porque la ciudad trae otros colores, otro ruido. En verano, el local tiene una relación de amor odio con el turismo; “nosotros queríamos que el libro cobijara esas dos temperaturas”, dirán los autores.
En cuanto a la escritura a cuatro manos, su libro anterior, el Diccionario de separación, les dio práctica. “Ahí entrenamos el pulso de escribir de a dos; el lenguaje está cimentado en la amistad, hablamos parecido, hay algo en la escritura que nos sale parecido”, dice Moscardi, y agrega: “A veces no sabemos qué escribí yo y qué escribió él”. Por su parte, Gallina explica: “Como no vivimos cerca nos mandamos audios todo el tiempo, y eso es una puesta en voz. Más que leerlo a Mati, lo escucho, y eso me dicta una modulación, una cadencia”. Le gusta pensar la escritura de a dos como el aikido: se usa la fuerza del otro para dar el golpe.
Claudia Piñeiro y la dimensión política de la escritura
Si en el caso de Mariasch se hablaba del suicidio y de convertir la experiencia en literatura, y en Moscardi y Gallina sobre la costa, los clichés y la escritura conjunta, en Piñeiro el eje es la dimensión política de la escritura y el compromiso de la autora. Ahora quien entrevista es Patricia Kolesnicov, la periodista que coordina Leamos y Bajalibros en Infobae.
El nombre de Claudia Piñeiro no requiere mayor elucidación. Con éxitos como Las viudas de los jueves (2005), Un comunista en calzoncillos (2013) y El tiempo de las moscas (2022), por mencionar solo algunos de sus libros, es una de las escritoras más populares del país. Además, desde hace algunos años participa activamente en discusiones públicas como el aborto y los derechos de las mujeres en general.
“Cuando escribí El tiempo de las moscas hice una gira de presentación por distintas ciudades de España”, cuenta Piñeiro frente al auditorio, “y muchos periodistas me preguntaron qué ideas había querido introducir en la novela, cómo elegí los temas. Yo me sorprendía porque nunca los elegí”, dice la autora. “A mí me preocupan esas cosas porque salgo a la calle y me encuentro con esos conflictos, son los temas que nos atraviesan la vida a todos”.
Kolesnicov le pregunta cuándo empezó a sentir que tenía que levantar la voz. Piñeiro explica que de chica vivía en una familia que tenía ideas “muy concretas” sobre la política, y que por lo tanto, sobre todo en la escuela, pensaba: “Si nadie se atreve a quejarse de esto, lo tengo que hacer yo”. En aquel momento era abanderada, y de algún modo eso le daba cierta protección.
Para la autora, la posición de poder decir implica, incluso ahora, una responsabilidad. “Yo puedo acceder a un micrófono, capaz hay alguien que habla mejor que yo, pero no tiene la posibilidad de acceder a un micrófono; yo tengo una posición privilegiada respecto del poder decir, puedo usarla o no, y me siento en falta si no lo hago”.
Kolesnicov pide ejemplos. La autora, que en su vida anterior fue contadora, trabajó en un estudio de auditoría el primer año en que la empresa estuvo obligada a tomar minorías. Entraron tres mujeres. En un momento estaban todos muy enojados por una situación, y los empleados se pusieron de acuerdo para hablarlo en una reunión con el socio a cargo. Piñeiro planteó el problema, el socio preguntó al resto si estaban igual de disconformes. Nadie levantó la mano. Piñeiro pidió la palabra y dijo: “¿Alguno no está de acuerdo conmigo?”, y ahora tampoco nadie levantó la mano. “De lo que se trata es de hacer bien las preguntas”, concluye la autora. “Me cuesta no marcar una cosa que me parece injusta”.
Sobre la cultura de las redes, Kolesnicov pregunta por el “fantasma de la cancelación” en las redes. Piñeiro explica: “Hay cosas que ya no digo en las redes, temas en los que si te metés vas a tener problemas. Lo que tengo claro es que si tengo algo que decir, lo voy a decir igual, pero en otras cosas empecé a cuidarme”.
Leer, escribir y reparar
En el subsuelo funciona un taller de reparación de libros que lleva adelante el Club de Reparadores. En una mesa larga, hay gente recortando hojas, chicos que pegan lomos, chicas que cortan sobrantes de páginas con una cuchilla.
Una de ellas es Zoe, de 22 años: trajo un poemario de Alfonsina Storni que había comprado en una feria por cien pesos y tenía el lomo suelto. “Vengo desde 2019, justo aproveché que tengo este libro y ahora estoy raspando la capa de pegamento que ya está ácida y por eso se despegó”. La modalidad no es que uno lleva un libro y alguien lo repara, sino que dos coordinadoras enseñan a que sea uno mismo quien aprenda a arreglar su propio libro.
“Somos un movimiento que promueve la reparación –explica a Infobae Leamos Melina Scioli, referente del Club de Reparadores– como una práctica de consumo responsable, y nace frente a la sensación de que las cosas duran cada vez menos y es más difícil repararlas, por eso impulsamos eventos comunitarios de reparación”.
Dos pisos más arriba, en la terraza, hay un taller de escritura de cartas a mano dictado por Silvina Giaganti. Escuchan unas veinticinco personas de edades diversas. Al principio hay intercambios sobre las implicancias de escribir una carta a mano y las diferencias con otros tipos de soportes. Algunas de las ideas que circularon: cada letra es única y quizá sea eso lo especial de cada texto a mano; como no tenía tiempo para escribirte algo corto te escribo un texto largo; la carta a mano es la extensión de la persona; se escribe borracho y se corrige sobrio.
Se leen algunas de las cartas icónicas de la literatura: Pizarnik (“Lo sexual es un ‘tercero’ sin añadidura”), las Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke (“pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿debo yo escribir?”). No podía faltar la cadavérica Carta al padre, de Kafka, ni la carta de despedida de Henry Miller a Anaïs Nin (“¿Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza?”).
Al final, los participantes fueron invitados a escribir y enviar la carta a través de un buzón. La tarde fue felizmente larga. “Es la primera vez que asisto a un taller de este tipo por fuera de mi colegio, la verdad es que aparte de ser una experiencia nueva me sentí muy cómoda con el ambiente en general”, sintetizó a Infobae Leamos Micaela, de quince años, quien bajó por las escaleras mecánicas del segundo piso con una carta propia en la mano. Una carta que, según había aclarado antes, “no pensaba escribir”.
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