¿Cómo festejamos San Valentín ahora que en vez de parejas hay apenas gente que hace acuerdos?

Desde hace algunos años, el Día de los Enamorados llena los restoranes y las redes sociales. ¿Pero en qué estado está el amor en pleno narcisismo del siglo XXI?

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San Valentín es una celebración
San Valentín es una celebración importada desde Estados Unidos.

Otra vez es San Valentín y aquí estamos, firmes, al pie del cañón, para hacerle frente a la expectativa colectiva que no se resigna ante el amor. Se dice que hoy es “el día de los enamorados”, pero ya no queda claro si corresponde el regalo de flores o tarjetas, quizá mucho menos por la vergüenza ajena que producen las demostraciones públicas de afecto, que por una cuestión de supuesta simetría. Hoy es el día en que algún decidido se animará a subir una foto con su pareja a las redes, porque esa es la vía en que actualmente se manifiesta el compromiso.

En la estela del día de la familia, creado para reparar a quienes no tienen padres o madres, en San Valentín debemos tener mucho cuidado de caer en el “parejo-centrismo” –el término existe, de verdad hay gente que habla así– y recordar que el amor es también una construcción social destinada a someternos y canalizar nuestra vulnerabilidad en el marco de una relación de dependencia.

Cuando la “relación de dependencia” deja de tener lugar en el mundo laboral, cada día más flexibilizado y con menos derechos para el trabajador, la relación de dependencia en el amor es cuestionada porque nos quitaría libertad, obligaría a la sumisión y a los estereotipos, atenta contra el proyecto individual.

De todos modos, cada tanto hay quienes firman una convivencia –con testigos y todo– para poder tener la obra social del otro. Seguramente hay parejas que se sostienen gracias al convenio colectivo de trabajo. ¡San Germán Abdala!

En el amor del siglo XXI, nos volvimos “emprendedores”; queremos ser “nuestros propios jefes”, aunque a veces parecemos más bien esclavos de las aplicaciones de citas, el desgano y el desencuentro, porque ya no nos quedan instituciones amorosas en las que ampararnos (noviazgo, matrimonio, todas figuras nostálgicas del pasado) de acuerdo con las cuales regular nuestros vínculos.

¿Flores? ¿Tarjetas? ¿Globos? Mejor festejar
¿Flores? ¿Tarjetas? ¿Globos? Mejor festejar con una declaración en redes sociales.

¿Quién tiene una novia hoy? Esta es la época de las “relaciones”. Hoy se dice “La chica con la que estoy saliendo”, sin darle ningún estatuto a la mujer con la que alguien se ve desde hace meses; como también “el chongo”, para designar con altanería a ese con el que a veces no nos une más que los celos, cuando ya no responde al llamado.

Hoy decimos que somos libres y el amor nos mira de reojo y dice: “Si ustedes lo creen y no lastiman a nadie…”; pero lo cierto es que nos vivimos haciendo daño porque, aunque tal vez hayamos dejado de lado el romanticismo, la idealización sigue a flor de piel y lo que se espera de un vínculo es cada vez más: comprensión, plenitud sexual, compañerismo, correcta distancia para que no invada los intereses personales y la lista podría seguir y perderse en los reels de Instagram en que gente desbordada emocionalmente da consejos acerca de cómo es una relación sana en la que el otro se adapta perfectamente a uno, con una empatía que jamás podríamos tener, porque si nos decepciona es tóxico, narcisista, nunca nos quiso, no estuvo a la altura, somos demasiado y no lo supo ver.

¿Hay algo para festejar en San Valentín, cuando el amor se convirtió en una experiencia tan decadente? Pongamos otro ejemplo: en otra época, los celos eran un síntoma interno, que se guardaba por vergüenza, para pensarse uno mismo, porque –como dijo Roland Barthes en sus Fragmentos de un discurso amoroso– “como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario”.

Hoy, ¿hay algo que no se pueda justificar por celos? La cuestión ya no son los celos en sí, sino sus efectos en nosotros. “Es que estaba celoso”, puede decir quien revisaba un celular, o hackea una computadora, quien cede ante el impulso con una inquietud a partir de la que es preciso actuar con un gesto feroz. El celoso romántico miraba de soslayo a su pareja mientras desarrollaba una compleja teoría acerca de por qué el otro hace lo que hace y sus motivos.

Los celos narcisistas del siglo XXI declinan en la certeza inmediata sobre las conductas del otro y el sentimiento insoportable de que se alimentan no deja lugar a que el otro diga una palabra. En efecto, muchas veces cuando se habla de narcisismo patológico se nombran una serie de rasgos (egoísmo, manipulación, etc.), pero al narcisismo también se lo conoce por los celos. Insisto, no los de antaño, tampoco los que son propios de la posesividad falsamente viril, sino los celos que son un modo de relación (con el otro) basada en la indiferenciación.

En los celos siempre hay alguien que renuncia a conocerse por mejor mirar al otro; para decirlo de otra forma, el celoso busca conocerse a través del otro y así es que parte de un error: incluso cuando el otro lo engañe y confirme sus celos, estos no tendrán ninguna verdad. Porque el celoso no sabe sentir sino a partir de lo que el otro hace; su sensibilidad parte de la indistinción, por eso las personas celosas –como le ocurre a Swann en En busca del tiempo perdido– no pocas veces descubren que no amaban tanto a quien celaban, porque la amaban a partir de los celos.

Llegados a este punto, ¿qué decir sobre el amor en un día como hoy? Parafraseando un título de Slavoj Žižek: “Bienvenidos al desierto de lo real”. Ya no tenemos lazos simbólicos para regular las relaciones amorosas; quizá por eso en los últimos años cobraron cada vez más protagonismo las ideas de contrato y pacto.

Ya no existe la pareja, ahora hay gente que hace acuerdos. Si el matrimonio era una sociedad conyugal, las relaciones sexo-afectivas de hoy se parecen más a las sociedades de socorro mutuo. Sin embargo, no quiero parecer desesperanzado; este es mi modo enfático de decir que tal vez después de tanta deconstrucción, quizá venga el momento de volver construir.

Después de la deconstrucción, dice
Después de la deconstrucción, dice el autor de esta nota, viene el tiempo de construir de nuevo.

Por ejemplo, hace poco una amiga me contaba que chateaba con un varón y, entre una cosa y otra, mientras la conversación subía de tono, el tipo le envió por WhatsApp una foto de su miembro. Ella me dijo que él se zarpó, que hizo un ejercicio del poder. Tiene razón, ya que es más común que los varones hagan cosas de este estilo, pero yo también pensé que, en el encuentro estándar entre una mujer y un varón, si ambos pueden cruzar expectativas de los roles simbólicos que les toca ocupar, esto no ocurriría –salvo caso de patología seria. El tema es que hoy esa estandarización es rechazada, sea porque se la llame “heteronorma” o de otra manera; pero la cuestión central es que esta matriz funcionaba para delimitar un código de la seducción: si un varón le hacía algo así a una mujer, no la volvía a ver.

En nuestra época la seducción perdió su intriga, ya no hay hombres y mujeres (o damas y caballeros), sino que todo se analiza desde la perspectiva del poder y es correcto, porque los roles solo son vistos desde lo que condicionan –como límites– y no por lo que hacen posible. El resultado actual es conocido: la crítica deconstructiva, lejos de eliminar el machismo trajo nuevas formas de misoginia –por ejemplo, en un mundo en el que el varón no tiene ninguna exigencia simbólica de ligarse afectivamente con alguien, se pone en pareja con el trabajo y todas las demás personas son instrumentos para su goce solitario.

Hace muchos años, Alejandro Dolina dijo que todo lo que hace un varón es para ir a la cama con una mujer. Hoy los varones tampoco se interesan tanto en el sexo y si hubiera una respuesta general a la pregunta “¿qué quiere un varón?”, la respuesta no estaría en un vínculo amoroso, sino en que lo dejen en tranquilo. “Estar en paz”, como dicen algunos.

Por lo tanto, en esta nueva edición del día de los enamorados –algo que no sabemos qué es– voy a optar por aceptar un aporte modesto. No estamos en la mejor situación social como para hacer un elogio del amor. Como dice un amigo mío, “con el amor poetizan los que ya no aman a nadie”; por eso antes que poesía, voy a comentar una serie de libros muy concretos y puntuales que representan lo que el psicoanálisis puede decir del amor sin muchos ideales y de cara a los problemas cotidianos que tenemos quienes sufrimos. Este es mi Top 5 de libros de psicoanálisis sobre el amor.

“El arte de amar” (1956), de Erich Fromm

Libro iniciático que toda persona debería leer alguna vez en su vida, escrito con gran sensibilidad y con una perspectiva de trascendencia: el amor es lo que nos saca de nosotros mismos y nos lleva hacia el otro. Es un acto de madurez, en una sociedad que tiende hacia el infantilismo y el deseo entretenido por el consumo; a través del amor –que no se da solo en la pareja, sino en relación con los hijos, también en la amistad, etc.– nos dedicamos a reconocer al otro como otro y experimentamos una vivencia de profunda comprensión.

Como en la canción de Charly García, amar se ama lo extraño, para no intentar someter su extrañeza a nuestro punto de vista. Y el amor no es solo un sentimiento o una pasión, sino una capacidad que requiere desarrollo y esfuerzo. Cuando decimos “te amaré por siempre” no se trata de una promesa que, en caso de no cumplirse, puede expresar un engaño; cualquier promesa de amor es una mentira, vista en función de una constatación; sino que esa fórmula dice que alguien se compromete a tratar de darle al otro la versión de sí mismo que mejor es en ese vínculo. Amamos para transformarnos, no para que “nos sume”.

“Psicoanálisis de la pareja matrimonial” (1988), de Janine Puget e Isidoro Berenstein

Libro pionero del psicoanálisis vincular, que ya no miraba la pareja desde el punto de vista de las disfunciones –como era clásico hasta ese momento, por ejemplo, en la clásica Psicopatología sexual del matrimonio (1969), de Harry Tashman. A partir de este cambio de perspectiva ya no se trata de pensar a la mujer frígida y al hombre impotente, sino el tipo de unión que constituyen. Para decirlo de otra manera, este es un libro fundamental para situar cómo una pareja no son dos “juntos” sino “un nosotros”.

"Psicoanálisis de la pareja matrimonial",
"Psicoanálisis de la pareja matrimonial", uno de los recomendados del autor de esta nota.

Por esta vía, ya no se piensa solamente en enfermedades (psicopatología) de la pareja, sino en las formaciones que el vínculo trae consigo –como un proyecto vital– y se revitaliza la función del conflicto, como aquello que les impone a las parejas un dinamismo propio. Es cierto que esta aproximación todavía piensa en el marco general de la institución social del matrimonio y el aseguramiento de las identidades sexuales en roles eventualmente parentales. Pero sigamos un poco más, porque el criterio de este ranking es cronológico.

“Relaciones amorosas. Normalidad y patología” (1995), de Otto Kernberg

Este es un gran ensayo de divulgación de uno de los psicoanalistas norteamericanos que mejor supo darse cuenta de que “la institución del matrimonio está en peligro” (sic) y de esto se sigue que las relaciones afectivas enfrentan nuevos desafíos, sobre todo para pensar cómo permanecer en pareja. En especial cuando hubo un cambio muy grande en los modos de las personalidades.

Kernberg es la persona adecuada para describir este proceso de cambio, ya que fue uno de los investigadores más profundos de la personalidad límite o borderline, en la que la relación con el otro se vuelve especialmente difícil porque la agresión cobra un primer plano. ¿Cómo amar sin destruir al otro?

Un libro sobre la instancia
Un libro sobre la instancia en la que la institución matrimonial "entró en peligro".

Este libro de Kernberg analiza también dos coordenadas en la vida de los varones: por un lado, la “perpetuación” del estilo adolescente de vínculo, basado en una idealización que va de la mano con una desexualización; por otro lado, “en circunstancias patológicas (sobre todo en hombres con patología narcisista), la envidia inconsciente a la madre y la necesidad de vengarse de ella pueden generar una desvalorización inconsciente catastrófica de la mujer como objeto sexual anhelado, con el distanciamiento y el abandono consiguientes”. A esto me refería antes cuando hablaba de nuevas misoginias, no necesariamente machistas. Por esta vía surge una nueva figura, que ya no es la del machirulo, sino la del seductor. Y Kernberg la vio venir hace tres décadas.

“Clínica de la vida conyugal” (2013), de Patricia Cuestas

En este ensayo ya no encontramos que el psicoanálisis hable de matrimonio ni siquiera de pareja en sentido fuerte, sino de “vida conyugal”, es decir, unida bajo un mismo yugo –de acuerdo con la metáfora de los dos bueyes atados al mismo carro– y los temas que se tocan ya son más amplios y diversos: ¿qué hacer con la infidelidad? ¿Es evitable? En esta misma serie y contemporaneidad podríamos ubicar también al libro de Massimo Recalcati Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa (2015) que nos muestra a una pareja más abierta y humanizada, que tiene que pasar por situaciones penosas y, eventualmente, reconfigurarse.

Con este cambio de perspectiva, el psicoanálisis hizo un gran trabajo de disolución de sus prejuicios morales. Pensar la infidelidad desde el punto de vista de si está bien o está mal no atiende a su complejidad y a las diversas manifestaciones que puede tener, las diferentes circunstancias en que puede advenir.

El psicoanálisis empieza a pensar
El psicoanálisis empieza a pensar en parejas más abiertas.

Lo mismo podría decirse de la separación, que no tiene que ser vista de forma derrotista sino como la oportunidad de un nuevo vínculo, sobre todo si hay hijos de por medio y ya no vivimos en la época de los divorcios desastrosos –aunque que los hay, los hay– porque el amor mismo se volvió más humano y, por lo tanto, finito. En esta estación, un lindo título para un ensayo que nadie escribió podría haber sido: “El tiempo en que fuimos vos y yo”.

“Matrimonio” (2021), de Marcelo Barros

Después de dos grandes libros como La condición femenina y La condición perversa, dedicados a las mujeres y los varones respectivamente, Barros escribió un ensayo en el que la palabra “matrimonio” aparece partida en el título de la tapa (matri-monio) como símbolo de una ruptura con una época, la de los valores tradicionales del patriarcado.

El malestar entre los sexos no tiene solución, que no sea cómica o trágica; a pesar de las diversas asociaciones que se propugnen y la extensión de los derechos civiles, estos aspectos no son necesariamente índice de que el vínculo se ajuste mejor al deseo que a las normas, esas normas que hoy –en tiempos de auge del progresismo– proliferan por todos lados para reemplazar la eficacia de la ley.

Con lucidez e ironía Barros recuerda que, para Freud, el único matrimonio “feliz” era el del bebedor con la botella, mientras que entre seres hablantes hay un desencuentro real, que es fuente de un sufrimiento que no por inasimilable tiene que ser en vano. Asimismo, en estas páginas hay una interesante reflexión sobre la monogamia, no como opuesta a la poligamia, sino a través de la discusión de sus raíces psíquicas. La monogamia, ¿es solo un ideal? Con su habitual aptitud para subvertir el sentido común, Barros desanda a contrapelo los nuevos totalitarismos de los movimientos que, en nombre de supuestas liberaciones, hacen las veces de guardianes del poliamor, es decir, policías al fin.

Como no estoy seguro de que el año próximo el amor todavía exista en nuestra cultura, concluiré esta breve celebración de San Valentín con un dato anecdótico: un 14 de febrero de 2005 se activó por primera vez el dominio de la plataforma YouTube. ¿Es una fantasía muy distópica proponer que, en algunas décadas, este día quizá festejemos el cumpleaños de uno de los sitios web más exitosos del mundo, en lugar de un afecto que une a los seres humanos? ¿Cuánto tiempo cotidiano le dedicamos al amor y cuánto a ver videos en línea? En cualquier caso, no estaremos aquí para comprobarlo.

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