Hace unos años cambiaron de sede. Se fueron del centro de la ciudad para instalarse en Laureles, ahí arriba de Grammata, otra librería. En la primera planta de la casa, los lectores encuentran los libros nuevos, las novedades, los autores más comentados en la prensa de hoy; en la segunda planta, las reliquias.
Han pasado 20 años desde que la librería Palinuro, de libros leídos, empezó a formar parte del mapa de lugares de los lectores, de quienes viven en Medellín, y también de los que llegan de afuera. Y es que a este sitio lo visita todo el mundo. Por ahí han pasado Mircea Cartarescu y Leila Guerriero. De vez en cuando, Eduardo Peláez Vallejo llama al librero, le pregunta si ya tiene ejemplares de su libro, no recuerda cuál, pero es uno de los viejos. “Todavía nada. Yo le aviso”, dice.
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Quien entra a Palinuro, como quien ha entrado a San Librario o a Merlín, en Bogotá, queda automáticamente atrapado por el hechizo. No hay vuelta atrás. Bastan dos o tres palabras del librero para que el artilugio haga efecto y, por lo general, aquello sucede entre el saludo y la primera pregunta. “Bienvenido, en qué le puedo ayudar”, dirá, y el lector no podrá hacer otra cosa que quedarse viendo libros toda la tarde. Si el artilugio es lo suficientemente fuerte, no será una tarde, sino días enteros.
El hechicero, el librero de Palinuro, es Luis Alberto Arango, que recita, escribe y recomienda. El antioqueño es de esos libreros de antes que gozan, no solo de hablar de libros, sino también de escribirlos, al estilo de Héctor Yanover, en Argentina, o Álvaro Castillo Granada, en Colombia.
Hablar con él es someterse a un tratamiento intensivo de absoluta cordialidad y quedar enganchado por las historias sobre libros y escritores que cuenta. Con Arango, no hay posibilidad de arrepentimiento. Tiene la capacidad, como el profesor X, que lee la mente, de intuir qué es lo que va buscando el lector. Si en mente tenía un libro, de repente, terminará pensando en tres o cuatro, y no solo los pensará, sino que los añorará.
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Conocí a Arango en 2019, cuando la librería compartía calle con otras dos: Grammata, en la misma casa, y la Fernando del Paso, del Fondo de Cultura Económica, en la acera de enfrente.
Bien sabía del artilugio al entrar y aunque intenté resistirme, igual quedé hechizado. Caminar entre las estanterías de Palinuro es ingresar a lo más profundo de la propia mente y explorar los recuerdos más felices. Luego de eso, hablar con el librero es como sentarse a ver el atardecer sobre el mar.
La librería inició a raíz de las conversaciones de unos cuantos amigos, entre los que se encontraban, desde luego, Luis Alberto Arango, el escritor y caricaturista Elkin Obregón, Sergio Valencia y Héctor Abad Faciolince. La idea vino de Obregón, y pensando que era un juego, fue Arango quien lo secundó. De repente, la cosa dejó de ser un tema de tertulia para convertirse en una realidad.
Con Restrepo y Abad Faciolince comprometidos con el proyecto, y mencionando la librería en sus artículos o entrevistas, pronto el sitio despertó curiosidad. El nombre de la librería surgió en homenaje al escritor Fernando del Paso, pero en realidad fue cuestión de descarte, pues los otros nombres propuestos no habían gustado y este no era del agrado de todos, tampoco. Pero con el lema de libros leídos, ganó fuerza. La librería inició actividades en los años noventa con apenas 1500 ejemplares.
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El tiempo que ha pasado no ha sido fácil. Un cambio casi que forzado de locación, la búsqueda urgente de nuevos socios, una pandemia y la amenaza constante de que las librerías, más que cualquier otro negocio, se van a acabar.
Palinuro es, en sí mismo, un sitio que alimenta y se alimenta de los libros que aloja. Los 20 años que ha sobrevivido se los debe, sí, a los lectores, pero también al compromiso, la entrega y la pasión de su librero y los amigos a su alrededor. Luis Alberto Arango, mecenas de literatura, pocas veces ha bajado el brazo. Si lo ha hecho, no permite que lo vean. La suya es una labor de absoluta entrega. Si no es con libros, parece decir, no vale la pena vivir.
Hace unos años que no me pierdo entre el polvo de los libros en Palinuro. Los visité en su stand, durante la Fiesta del Libro y la Cultura, en 2021, pero no es lo mismo. Aguardo el momento para regresar y que estos 20 se conviertan en 40 y luego 60 y así hasta llegar a los 100 años, porque una librería, en últimas, debería ser eterna, como eterno nuestro afán de leerlo todo. Así sea.
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