Cortázar y su relación con Buenos Aires: te amo, te odio, dame más

Se cumplen 39 años de la muerte del escritor. Se fue a París apenas pudo pero volvió muchas veces. El suelo porteño fue blanco de sus críticas pero también de su nostalgia.

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Julio Cortázar murió hace 39
Julio Cortázar murió hace 39 años. Su vínculo con Buenos Aires fue permanente, aunque no sin tensiones. (Dani Yako)

Antes de empezar a leer esta nota, tómese un momento y piense. Trate de hacer memoria: ¿qué recuerda usted acerca del escritor Julio Cortázar? ¿Y de su vida en Buenos Aires?

Una posible respuesta apresurada y escueta dirá que Julio Florencio Cortázar nació en Bélgica en 1914, que era el mayor de dos hermanos, que su padre los abandonó en la infancia y los crió su madre. Que vivió en Banfield, que fue docente en Chivilcoy, en Bolívar y en la Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza cuando todavía estaba en Argentina. Que después, en 1951, se fue a vivir a Francia, donde escribió la mayor parte de su obra. Y que tuvo una relación desencantada y distante con Buenos Aires. Ese es el recuerdo que prevalece en el imaginario. Un imaginario con el que Cortázar tuvo sus propias idas y vueltas a lo largo de su vida y de su obra.

Es una mañana sofocante de verano, hecha de ese calor húmedo que vuelve todo más denso, pero acá, en las callecitas del Barrio Rawson, dentro del barrio de Agronomía, la temperatura cede por la brisa de los árboles que pueblan la zona.

Primero hay que caminar un poco por la calle que lleva el nombre del escritor de Historia de cronopios y de famas, pasar por el bar Rayuela, y ahí tomar la calle Artigas hasta llegar al edificio en el que residió durante años. La placa que está en la entrada lo corrobora: “En este edificio vivió Julio Cortázar; el clima del barrio Rawson y Agronomía está presente en varios de sus cuentos”.

El edificio del barrio de
El edificio del barrio de Agronomía en el que vivió Cortázar. Foto: Ricardo Ceppi.

Para ser más precisos, Julio Cortázar vivió en el tercer piso de este edificio junto a su madre María Herminia Descotte y su hermana Memé, entre 1934 y 1951, justo antes de radicarse en París. La fachada y la puerta de entrada se mantienen igual. Todo conserva en este barrio residencial delimitado por las calles Tinogasta, Zamudio y Avenida San Martín, el aire de entonces. Como un personaje detenido en el tiempo.

Así retrató al barrio y su gente el escritor en el cuento “Ómnibus”, que pertenece a su primer libro de cuentos, Bestiario, publicado en 1951.

“A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batalla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo.

Pasó don Luis, el relojero, y la saludó apreciativo, como si alabara su figura prolija, los zapatos que la hacían más esbelta, su cuellito blanco sobre la blusa crema. Por la calle vacía vino remolonamente el 168, soltando su seco bufido insatisfecho al abrirse la puerta para Clara, sola pasajera en la esquina callada de la tarde”.

Será Buenos Aires el escenario sobre el que volverá una y otra vez en sus textos. “La relación de Cortázar con Buenos Aires es siempre de tironeo. Es como que cuando está en Buenos Aires, tironea hacia afuera para irse, y cuando está afuera, ya sea en París o antes de eso, en Bolívar, en Chivilcoy, quiere volver”, dice Diego Tomasi, periodista, guionista y autor del libro: Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar, publicado en 2013 por editorial Seix Barral. Un texto que sigue de forma minuciosa y documentada cada paso del escritor a través de cartas, documentos, entrevistas y material de archivo, buscando rastrear su vínculo con la ciudad a través de los años.

“Todos estos viajes, estas idas y vueltas, podrían acercarnos a una cifra. Una cifra preliminar, siempre sujeta a sorpresas (más si consideramos el modo en que tiempo y espacio se han desplazado en la obra y en la vida de Cortázar). Pero, a modo de adelanto, se puede señalar que Cortázar pasó alrededor de seis mil días en Buenos Aires. Es decir, menos de una cuarta parte de su vida. Sin embargo, ese juego matemático es eso. Un juego. Un juego de números que no guarda relación con la enorme influencia que la ciudad ejerció sobre él”, explica en el libro.

Para Tomasi, la relación con la ciudad va mutando, pero nunca deja de escribir sobre ella. “Lo que hay siempre, porque esto está muy presente en sus cartas, de manera muy notoria, pero creo que también en su literatura en general, es que esa ciudad es para él una especie de escenario muy atractivo por sus posibilidades narrativas”, dice.

“Cuando vivía en Buenos Aires lo era porque todo lo que a él le molestaba termina manifestándolo en esos miedos de los personajes de los cuentos de la primera época, Bestiario en particular. Pero después, cuando él toma distancia y se va a vivir a París, acá quedan un montón de afectos. No es que se va para siempre como quien abandona un lugar. El contacto era permanente por amigos o familiares, a través de las cartas. Esa es la manera que tiene de conectarse. Miles de cartas, miles de páginas escritas, prácticamente todos los días. Cartas a la madre, cartas a la hermana, cartas a sus amigos, cartas a sus editores. Era su manera de vincularse con Buenos Aires.”, sigue Tomasi.

Esa molestia social que siempre se le ha señalado a Cortázar se origina en términos literarios en diciembre de 1946, cuando se publica por primera vez en la revista que editaba Jorge Luis Borges, Los Anales de Buenos Aires, el cuento “Casa tomada”. Incluido después en el libro Bestiario junto con “Las puertas del cielo”. Dos textos que le valdrán el rótulo de antiperonista.

“Casa tomada” también transcurre en Buenos Aires y narra la vida de dos hermanos de clase acomodada que empiezan a escuchar ruidos extraños en su propio hogar y van clausurando habitaciones hasta ser expulsados.

“El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

-¿Estás seguro?

Asentí.

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado”.

Cortázar será interrogado más de una vez acerca del significado del cuento. Y siempre responderá lo mismo, la idea del cuento surgió después de una pesadilla. Soñó que un ruido aterrador lo perseguía por las habitaciones de una casa, hasta quedar reducido a un espacio mínimo y finalmente en la calle.

Una escultura de Cortázar en
Una escultura de Cortázar en el café notable London City, en el centro porteño, presente en el libro "Los premios".  Foto Ricardo Ceppi.

Escribió ese cuento de un tirón, apenas se levantó del mal sueño. En una entrevista televisiva, en 1977, el periodista Joaquín Soler Serrano, conductor del programa A fondo, vuelve a preguntarle por el origen del relato y la posible interpretación política.

La respuesta del escritor sigue siendo la misma: “Mi interpretación de ese cuento, te la puedo decir y ha sido dicha ya en otras entrevistas, es el resultado de una pesadilla. Yo soñé ese cuento, solo que no estaban los hermanos y algo que no se podía identificar me desplazaba poco a poco a lo largo de las habitaciones de una casa hasta echarme a la calle. Había esa sensación de espanto que se tiene en las pesadillas, sin que nada se defina. El miedo en estado puro. Ahora esa interpretación de que quizás yo estaba traduciendo mi reacción como argentino frente a lo que sucedía en la política no se puede excluir. A mí me parece válido como posible explicación, no es la mía en todo caso”, afirmará una vez más.

En Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar, Tomasi se hace eco también de otras críticas sociales como las que surgen con la salida de Los premios, la primera novela de Cortázar, publicada en 1960. El relato inicia y termina en un mismo escenario, el café London, ubicado en el centro porteño. La ciudad otra vez en primer plano.

La historia va tras los pasajeros que se embarcan en el Malcolm, un crucero de placer. Todos los protagonistas del relato se encuentran allí por un hecho azaroso, han ganado la lotería. Entre los personajes hay diferencias de pertenencia social, perfectamente identificables. Así lo contextualiza Tomasi en su libro:

“El grupo que viaja en el Malcolm representa, de algún modo, ciertos estratos de la sociedad porteña. Están los intelectuales que desprecian lo popular; la clase alta sin ningún interés por quienes los acompañan; la clase media más deteriorada, que teme convertirse en clase baja. Y está Persio, un personaje con reflexiones metafísicas que es, de algún modo, la presencia de la vanguardia en la novela. Cortázar dirá muchas veces que no escribió Los premios con un sentido alegórico, sino que sólo intentaba divertirse, pero los críticos han abundado en referencias al carácter de acuarela social de los personajes.

Escribe Cortázar en la misma nota final de la novela: ‘Si hacia el final algún personaje alcanza a entreverse a sí mismo, mientras algún otro recae blandamente en lo que el orden bien establecido lo insta a ser, son ésos los juegos dialécticos cotidianos que cualquiera puede contemplar a su alrededor o en el espejo del baño, sin pensar por ello en darles trascendencia’”.

La vida de Cortázar seguirá transcurriendo en Francia, en el barrio parisino de Montparnasse. En una vida cotidiana que tiene como banda de sonido a sus adorados músicos de jazz, Charly Parker y Louis Armstrong, en la habitación del primer piso donde su cuerpo delgado de un metro noventa se las arregla para habitar un pequeño espacio entre libros, fotos de boxeadores, imágenes de Klimt y papeles personales.

Pero es la salida de Rayuela, su segunda novela, en 1963, la que lo volverá un escritor consagrado por la crítica y el público. Un libro pensado para su propia generación que lo conecta con los lectores más jóvenes, porque propone en la lectura un camino en donde cada lector puede elegir el rumbo. La antinovela dirán los detractores, pero Cortázar preferirá llamarla, la contranovela. En un intento de poner en igualdad de condiciones al lector con el escritor. Un ejercicio más cercano al juego y a la experimentación.

Sara Facio es autora de
Sara Facio es autora de uno de los retratos más célebres de Cortázar.

Aunque el tiempo empuja hacia adelante del otro lado del océano, Buenos Aires sigue en el horizonte de Cortázar. A fines de la década de los sesenta acepta una propuesta distinta. Su amiga Sara Facio, -quien tantas veces lo ha retratado-, junto a la también fotógrafa Alicia D’Amico, trabajan en un libro. Un ensayo fotográfico de la capital porteña. Instantáneas de una ciudad extinta. Los textos que acompañan las imágenes estarán a su cargo.

“El que inventó espejos que adelantaban o atrasaban, el que no pidió ni agradeció que le dieran el pan nuestro de imágenes de cada día, prefiriendo elegir el reflejo incierto de otras ópticas, ¿merece acaso que alguien le ponga entre las manos del otro lado del mar y de los años esta baraja de espejos que detiene la hora múltiple de Buenos Aires con el azogue de unas páginas?”, pregunta Cortázar en la apertura del libro, hundiendo el puñal de la nostalgia sobre los lectores.

Años más tarde, en una entrevista de 2004 para el diario La Nación, la preguntarán a Sara Facio, en cuánto se parecía Cortázar a lo que ella pensaba de él. Dirá Facio: “Cuando lo conocí, en un ciento por ciento. Después cambió. Cambiamos todos. Yo también”.

Entre el período de su ida a París en 1951 y su última visitan a Buenos Aires en 1983, al regreso de la democracia, Julio Cortázar viajó siete veces a la Argentina. En los primeros tiempos con su mujer Aurora Bernárdez, a visitar familiares y amigos; después de su separación, con su nueva esposa, Carol Dunlop; y el último viaje, que lo hace solo.

Además de los viajes a Argentina, recorre Latinoamérica varias veces. Ha estado en Cuba y viaja a Chile en 1973 para la asunción de Salvador Allende como presidente. Apoya la Revolución Sandinista, visita Nicaragua. Habla abiertamente de su adhesión al socialismo. Se reconoce profundamente latinoamericano.

La plaza de la Biblioteca
La plaza de la Biblioteca Nacional recuerda al escritor. Foto Ricardo Ceppi

Llega al país por última vez en 1983, apenas unos días después del retorno de la democracia con Raúl Alfonsín como presidente. Viene solo, su esposa Carol Dunlop ha muerto el año anterior y él viene a presentar su última novela: El libro de Manuel, su texto más comprometido. De hecho, dona el dinero de las ventas del libro para sacar de la cárcel a los presos políticos.

Este viaje es también una despedida involuntaria. Morirá en Francia el 12 de febrero de 1984. Pero antes quiso estar cerca de Buenos Aires por última vez. Quizás porque nunca pudo imaginarse lejos. Tomasi ensaya en su libro una explicación posible: “Porque Cortázar no pertenecía a ningún lugar y al mismo tiempo pertenecía a todos los lugares. Su barco (y su puerto) era la libertad. La libertad de irse, la libertad de volver una y otra y otra vez a Buenos Aires. A ese siempre mismo Buenos Aires”.

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