Los inéditos de Alberto Laiseca: masoquismo, esoterismo y anticomunismo

Se publicó “Hybris”, libro que reúne dos novelas inéditas del autor de “Los sorias” (la primera y la última que escribió), más otra que tardó años en terminar. En el prólogo, Selva Almada ahonda en la figura del “gran monstruo de la literatura argentina”, su “miedo a las travestis” y al VIH, y su obsesión con el poder, la violencia y la traición.

"Hybris", publicado por Random House, reúne dos novelas inéditas de Alberto Laiseca, "el gran monstruo de la literatura argentina", más una que tardó años en escribir.

A Alberto Laiseca se lo conoce como “el gran monstruo de la literatura argentina”. Además de ser el autor de Los sorias, la novela más larga publicada en el país, muchos lo recuerdan por el programa de televisión Cuentos de terror en el canal de cable I.Sat, que protagonizaba.

Además de la veintena de títulos que Laiseca publicó en vida, el autor de El jardín de las máquinas parlantes y La hija de Kheops dejó inéditas, tras su muerte en 2016, dos novelas: Sindicalia y Camilo Aldao, la primera y la última que escribió, respectivamente.

En celebración de lo que hubiera sido su 82° cumpleaños, la editorial Random House publicó Hybris, un volumen compuesto por dichas dos novelas inéditas -en las que predominan las obsesiones de Laiseca, como el poder, la violencia, el anticomunismo, el masoquismo y el esoterismo- , además de la inclusión de La puerta del viento, libro que tardó años en escribir y que resume su fascinación por la guerra de Vietnam.

En el prólogo de Hybris, escrito por la argentina Selva Almada -que fue alumna de los talleres literarios que daba Laiseca-, la autora de Ladrilleros y Chicas muertas ahonda en la figura de Laiseca, el creador del realismo delirante, así como en sus temores y obsesiones: desde el miedo a las travestis y al VIH, el desprecio al monoteísmo y su tendencia al esoterismo.

Prólogo de Selva Almada a Hybris, de Alberto Laiseca (fragmento)

Chancho fino

Está tumbado sobre la cama. Un gran árbol que ha caído sin estruendo en un bosque de mantas todas iguales, de mangueras que trepan hacia el techo, tubos, monitores titilantes, gasas como un manojo de flores blancas abriéndose a la mañana, en realidad: al mediodía ya entrado. Las cortinas se mueven apenas. La ventana abierta, aunque el calor de diciembre es un espejismo que sube desde los jardines del Hospital Británico. Hace un rato, tal vez un cuarto de hora, Laiseca ha muerto.

En el transcurso de la tarde los portales web de los diarios darán la noticia. Muchos lo nombrarán como el creador del realismo delirante; algunos dirán “el gran monstruo de la literatura argentina”. Todos estarán en lo cierto porque es ambas cosas. Esa popularidad instantánea parece un chiste esquizofrénico para alguien resentido con la falta de reconocimiento. Un autor de culto que los últimos años de su vida solo habría querido tener más lectores, que sus libros se consiguieran fácilmente en cualquier librería y poder vivir de las rupias de la escritura.

Detestaba que en sus datos biográficos dijeran que era rosarino porque había nacido en Rosario. Había nacido en Rosario simplemente porque su madre fue a parirlo a esa ciudad cercana a su pueblo, Camilo Aldao (Córdoba). Porque a los padres primerizos (padre médico, además) les daba más seguridad que el parto fuera en un sitio con mejor infraestructura. Una vez recuperados del sufrimiento de nacer y de parir madre e hijo volvieron a Camilo Aldao, de donde Laiseca saldría recién a los dieciocho años para ir a Santa Fe a estudiar Ingeniería y empezar un periplo de varios años que terminaría en Buenos Aires.

Salir es una manera de decir. Porque Laiseca nunca salió de su pueblo natal o volvió una y otra vez a lo largo de su vida, la mayoría de las veces imaginariamente y en astral.

En una escena de Lai (2017), la película de Rusi Millán Pastori, se lo ve a Laiseca fumando en el playón de una estación de servicio. Frente a él la Ruta 9, el paso de los camiones. Un alto en el camino de su vuelta a Camilo después de muchos años. En esa imagen Laiseca está parado sobre sus dos piernas, un año antes de tener una caída en un hotel de Rosario que le provocaría una fractura de cadera de la que nunca iba a recuperarse. Como todo en la vida de Laiseca, no es casual y tiene una lectura esotérica. Rosario es el sitio donde fue a nacer y también el sitio donde su vida y su salud empezaron a declinar.

La escritora argentina Selva Almada, autora de libros como "Ladrilleros" y "Chicas muertas", fue una de las tantas alumnas de los talleres literarios que daba Laiseca.

En los hoteles de Camilo Aldao la cucaracha más chica te ceba mate, decía. Hoteles buenos en Corral de Bustos. En ese viaje, su regreso ya convertido en el autor de varios libros publicados, entre ellos Los sorias (la novela más larga de la literatura argentina, como le gustaba señalar), y de Cuentos de terror, el programa de I-Sat por el que la gente empezó a reconocerlo en la calle (contaba con mucho orgullo cómo lo saludaban los cartoneros que juntaban basura frente al edificio de San José de Calasanz donde vivía entonces), Laiseca y el equipo de filmación durmieron en Corral de Bustos.

Esa noche, solo en su habitación, Laiseca fumó, tomó una botella de whisky, habló sin parar en voz alta. No pegó un ojo. Al mediodía contó “El gato negro”, de Poe, para cincuenta niños en la escuelita fiscal donde aprendió a leer y a escribir. En ese patio, infinitamente más pequeño de lo que él lo recordaba, fue el niño al que se le murió la madre, el hijo del hombre más respetado del pueblo, el nene criado por sirvientas. El chico solo, el raro.

El féretro está ubicado en el centro de la sala Augusto Cortázar, de la Biblioteca Nacional. La madera de la tapa está dañada allí donde estaba clavada la cruz cristiana del modelo que proveyó la funeraria. Laiseca despreciaba el monoteísmo. No hay flores ni velas.

Seis años atrás se presentó en esta misma sala justo antes de que retiraran el cajón de su amigo Fogwill. Entró como una tromba a despedirlo. Se paró frente al féretro, juntó sus dos palmas e inclinó la cabeza a los pies del amigo muerto, en una despedida oriental.

Laiseca escribió Camilo Aldao durante los últimos meses de 2016, en el geriátrico donde vivía. Una casona sobre la calle Donato Álvarez, esa frontera borrosa entre Caballito y Flores, los barrios de sus últimas viviendas. Luego de la muerte de Graciela, con quien vivía en San Telmo, alquiló el departamento de Calasanz. Allí vivió desde 2001 hasta 2012, cuando se mudó al departamento de Flores, en la calle Bogotá. Nunca le gustó el barrio, decía que Flores era el desierto de los tártaros. Con la caída del sol las prostitutas y las travestis brotaban en las veredas de las calles aledañas como yuyos nocturnos. Laiseca les tenía miedo a las travestis. Un miedo infantil que se corresponde bastante con una de las escenas de Camilo Aldao donde cuenta sobre una mascarita en un baile de Carnaval. También le tenía pánico al sida (seguía llamando así al VIH) y a las enfermedades venéreas. Era un hombre miedoso. Estas y otra larga lista de fobias aparecen recurrentemente en su obra.

Quién fue Alberto Laiseca

♦ Nació en Rosario, Argentina, en 1941.

♦ Fue escritor, autor de libros como Los sorias, El jardín de las máquinas parlantes y La hija de Kheops.

♦ Protagonizó el antológico programa de televisión Cuentos de terror en el canal de cable I.Sat y presentó películas en el ciclo Cine de terror del canal de cable Retro.

Quién es Selva Almada

♦ Nació en Entre Ríos, Argentina, en 1973.

♦ Es escritora y periodista.

♦ Entre sus libros se encuentran Ladrilleros, No es un río y Chicas muertas.

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