A comienzos de la década de los ochenta, el joven académico Jean Roscoff, apasionado por la ideología de izquierda, tiene ante sí una carrera prometedora; sin embargo, con el paso del tiempo, la vida le pasa por encima sin que apenas se dé cuenta y, cuarenta años más tarde, ya jubilado y recién divorciado, nadie se acuerda de él.
Jean intenta hacerse un espacio en el gremio cultural francés luego de escribir un libro sobre un jazzista y poeta estadounidense prácticamente desconocido que murió en un accidente en Francia, a principios de los años sesenta. Un personaje esquivo y marginal que a todo el mundo le da igual. Roscoff basa su estudio en una tesis: para el personaje fue más importante militar en el Partido Comunista que su raza negra. Y eso no puede ocurrir en el mundo de la descolonización intelectual.
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Una vez se publica el libro, de la mano de una pequeña editorial, la vida de Jean da un vuelco. De repente, estará en primera línea de batalla ante la opinión pública. Alguien tira la primera piedra y empieza la comedia.
“Conviene no pasar por alto el contexto”, dice Quentin en una entrevista. ”Roscoff es un hombre en apuros. Lo acusan de apropiación cultural en redes sociales. Más concretamente, lo acusan de haber escrito un libro sobre Robert Willow, un poeta negro estadounidense muy querido por él, sin hacer suficiente hincapié en la importancia de su identidad negra (...). Roscoff sufre una verdadera caza de brujas. Quienes lo atacan no le dan la oportunidad de defenderse. No quieren escuchar sus explicaciones, solo darle una lección, ‘anularlo’. De ahí el insulto, ‘fascista’, en un momento en que Roscoff se siente como un conejo deslumbrado por unos faros, acorralado. De hecho, sus detractores actúan como una jauría, soliviantados por el olor de la sangre”.
En las 376 páginas que componen “El visionario”, el joven autor francés logra gestar, de la mano de su personaje, una brillante sátira de nuestro tiempo, una divertida y afinada radiografía de lo que somos, de la cultura de la cancelación y el choque generacional que nos embarga hoy. Con esta novela, Quentin recibió el Prix de Flore y el Prix Maison Rouge. Es su segundo trabajo de ficción. Con el primero, que tituló ‘Soeur’, fue finalista del Premio Gouncourt en 2019. La suya es una prosa que se abre camino, pero que recién en el arranque ya ha demostrado que tiene calidad.
“El visionario” es uno de los títulos que aspiran a quedarse con el Premio Gouncourt en su edición de 2023 y lo cierto es que no sorprendería mucho si es Abel Quentin quien lo consigue.
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El libro, recién publicado en España por el sello Libros del Asteroide, se adentra en la vida de Jean Roscoff, este profesor de historia que no ha sabido muy bien en qué ocupar su tiempo de ocio y decide un día sentarse a escribir. Bebe mucho, tiene un amigo que es millonario, una ex que se desespera con su existencia, una hija que lo quiere y una nuera con infulas de feminista, pero al tiempo se comporta como una “puritana de Pensilvania”.
“Éramos tres en torno a la mesa: yo, mi hija Léonie y su novia, Jeanne. Aquello ya era una pequeña revolución. Cinco años atrás, yo había instaurado el ritual de la cena dominical a dos con mi hija. No se aceptaban terceras personas. Lo hacía siguiendo el consejo de mi exmujer, Agnès, de «santificar un momento padre-hija». Agnès, que tan valiosos consejos daba, cuya sabiduría yo añoraba cruelmente desde el divorcio ahora que debía seguir mi camino en solitario (...) Léonie vivía en Pontoise, en el barrio de Saint-Martin, que desplegaba sus calles estrechas y húmedas alrededor de la estación. Nunca me había invitado a su casa, y yo me había resignado; temía sin duda mis sarcasmos cuando descubriera que tras la mudanza había reconstruido al milímetro la decoración de su nidito butch, con sus pósters de Christine and the Queens y sus efluvios de papel de Armenia. Era espantoso inspirar semejante sentimiento a una hija (en vez de encarnar el refugio, la mirada bajo la que cobijarse). De hecho, los sarcasmos que se me escapaban a veces iban dirigidos sobre todo a mí mismo. Le guardaba rencor a Léonie por parecerse demasiado a mí. Mi hija había heredado mi segura tendencia al fracaso, si bien la suya no iba acompañada de la amargura de la mía, de su siniestra lucidez; ella era alegre como unas castañuelas” - (Fragmento).
Con una trama ensamblada a la perfección y una crítica certera a ciertos valores morales y algunas esferas de la sociedad, esta es una novela que le plantea al lector un interesante análisis sobre el uso del tiempo a lo largo de nuestras vidas. Dependiendo de una decisión o la otra, todo puede acabar siendo nocivo o favorable.
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