El lugar de cobijo, también de encierro o de resguardo, era su casa en el barrio Parque del Sur, casco antiguo de la Ciudad de Santa Fe. El grado cero de sus poemas, el patio. Donde pasan las cosas más cotidianas y al mismo tiempo aquellas que no se ven a primera vista, pero igual suceden. Un patio con un muro alto, de ladrillos carcomidos, de piso de cemento, de viejos maceteros y de ropa colgada.
A través de esas paredes pasa, como una fantasma lúcida, la palabra poética de Estela Figueroa (Ciudad de Santa Fe, 1946-2022). Dueña de una obra breve y de publicación tardía, de 1985 es su primer poemario Mascaras sueltas, luego A capella (1991), La forastera (2007); reunida en El hada que no invitaron por la editorial Bajo la luna en el 2016, que incluye el inédito Profesión: sus labores.
“Por la noche la lluvia inundó la calle/ el patio/ desprendió las ropas en la soga/ mojó la tela de la hamaca” escribe en Tormenta de verano. Porque el patio es el lugar del orden aparente donde la naturaleza atrevida de la tierra y su mundo queda aprisionada bajo las baldosas, los ladrillos, el cemento. Donde ponemos la mesa hierro y vidrio, unas sillas con almohadones y allí, sentarnos: “No/ El hermoso verano/ no ha terminado aún. Nos queda un mes para estarse en los patios/ y descalzarnos/ mientras charlamos/ de esto y aquello/ sin ton ni son” (Principios de febrero). No obstante, la lluvia cae y junto con las palabras las plantas brotan sin pedir permiso por entre los intersticios y los escondrijos de esas baldosas, esos ladrillos, las quebraduras del cemento en el piso.
En oposición al espacio del jardín de su querida Emily Dickinson (“A mi jardín aún no se lo he dicho”, dice la poeta norteamericana), Estela Figueroa dialoga con su patio sobre el amor y sus restos. Porque si bien lo cotidiano de la vida, lo existencial del tiempo son algunas de sus primeras preocupaciones, lo amoroso es en su poesía—como esas plantitas que brotan solas— una educación sensible sin remedio de poema a poema.
No es el amor idílico, no es el amor “sentimental”, como lo señala con precisión el poeta Sandro Barrella en una reseña sobre su obra reunida. Se trata de la experiencia del amor en el día después: “Ya no tengo a quien esperar/De modo que para que preocuparse/ por cambiar las sábanas/o barrer el patio”, dice en el poema Un atardecer de abril después de una separación.
Entonces, sus poemas son un registro de esas pequeñas emociones, aunque acompañada por sus amistades literarias. Si “releer es bueno. Uno siente que no ha amado en vano”, comparte Figueroa en una luminosa entrevista del poeta y periodista Osvaldo Aguirre para Diario de Poesía. Se trata de sus lecturas más intensas; Faulkner, Dickinson, Kavafis, Pavese, Pound. Así, no hay aislamiento absoluto. Al igual que en su querida Emily Dickinson, la poesía es una muy buena compañera mucho más allá del mito del artista romántico que sufre de soledad o amor.
Estela Figueroa logró austera y progresivamente— con su poética de versos breves, de retórica y lenguaje conciso, de imágenes despojadas — ávidos y leales lectoras y lectores. Casi sin apartarse de su provincia y su ciudad natal, de su casa en Parque del Sur, salvo para trabajar en talleres de escritura en cárceles o en la Universidad Nacional del Litoral, atravesó las fronteras de las dificultades para ser editada y tener un lugar propio en la poesía argentina contemporánea.
Homenaje en el festival POESÍA YA!
Este viernes 10 de febrero se recuerda a Estela Figueroa en el Festival Internacional POESÍA YA!, a seis meses de su fallecimiento. A las 20 en la Cúpula del CCK, Sarmiento 151, se llevará adelante un homenaje. Habrá textos sobre ella, se exhibirán collages de su obra plástica y se leerán sus poemas.
Participarán del evento sus hijas Virginia y Florencia Russo. También escritoras y escritores afines a la poeta y su obra como Osvaldo Aguirre, Selva Almada, Carlos Battilana, Osvaldo Bossi, Gabby de Cicco, Juan Fernando García, Inés Kreplak, Andi Nachón y Beatriz Vignoli.
Aquí, los versos de Estela Figueroa
La enamorada del muro
I
La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de una hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.
II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.
III
Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.
IV
Vampiro en el jardín
Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.
Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?
Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.
No hay culpa
en la pasión.
“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”
V
En sí misma
Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.
Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.
Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
hasta se puede dudar de su existencia.
“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.
(de A capella en El hada que no invitaron, Bajo la luna, 2016)
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