Nuestro ahora “inmortal” Mario Vargas Llosa nunca ocultó su presencia como autor “real” en sus novelas. Ya sea construyéndose como un personaje con su propio nombre o apodo: “Varguitas” en La tía Julia y el escribidor, novela “autoficcional” escrita antes de que los académicos acuñaran el término; o como el escritor que va narrando su propio proceso de invención, investigación y elaboración de su novela, como es el caso de El hablador, o de Historia de Mayta.
Un caso distinto es el de su presencia en novelas en las que utiliza experiencias vividas atribuyéndolas a sus personajes, pero con cambios tan radicales que no podrían considerarse novelas autobiográficas. Es el caso de La ciudad y los perros, ficción en la que se puede rastrear su experiencia como estudiante del Colegio Militar Leoncio Prado y en la caracterización de algunos personajes como Ricardo Arana y Alberto el Poeta. Algo similar podemos decir de Zavalita cuyo paso por San Marcos y el periodismo remiten a la biografía del autor. Pero, y acá radica tal vez uno de los rasgos más característicos de la “poética” de Vargas Llosa, lo biográfico es apenas el punto de partida para una ficcionalización que implica cambios, añadidos e invenciones diversas de manera que lo biográfico prácticamente se disuelve y deja de ser un referente en la lectura.
En términos coloquiales: mezcla con tanta pericia lo realmente vivido con lo inventado que lo biográfico pierde relevancia; los lectores, seducidos por la invención e inmersos en la trama, olvidamos al autor y ponemos en primer plano a los personajes como si fueran “reales”.
Podría pensarse que es autobiográfico cuando se construye como personaje utilizando su propio nombre. Sin embargo, hay algo de engañoso en esta “verdad” en la que la “instancia narrativa” o el “autor implícito” utiliza el nombre real del autor y narra ciertos hechos conocidos de su biografía.
En La tía Julia y el escribidor, por ejemplo, la historia de amor con Julia Urquidi es narrada en los capítulos que alternan los episodios creados por el “escribidor” Pedro Camacho y la realidad confirma que, efectivamente, esa historia ocurrió. Pero la instancia narrativa selecciona aquello que necesita para que dialogue con las del personaje principal en un juego de espejos perfectamente tramado. La tía Julia no es más que un pretexto que le permite a Vargas Llosa, Varguitas en la novela, reflexionar sobre uno de sus temas preferidos: la escritura. A tal punto no hay un afán autobiográfico en la novela, que la historia termina con la narración, plagada de humor, de la ceremonia del matrimonio y sus divertidas complicaciones. Luego hay una gran elipsis de varios años y se narra brevemente y sin dolor la separación.
¿Qué ocurre con Los vientos, el relato que el premio Nobel de Literatura escribió en 2020 y pasó totalmente desapercibido? En este relato un narrador que habla en primera persona y se identifica como un anciano solitario y desmemoriado trata de volver al humilde cuarto que habita. En su deambular por un Madrid que apenas reconoce, despotrica del presente distópico: no hay cines, no hay libros, el arte ha desparecido y es víctima de las incontinencias de su cuerpo. En uno de los pocos recuerdos de su pasado se lamenta haber abandonado a su esposa de toda la vida por haberse enamorado de otra mujer cuyo nombre ya no recuerda.
A diferencia de la abierta exposición que hizo de una parte de su vida íntima con Julia Urquidi en La tía Julia y el escribidor, en este relato el narrador no tiene nombre y Vargas Llosa ha negado más de una vez la referencia autobiográfica en relación con su romance con Isabel Presley.
La pregunta es por qué cuando narró su romance con Julia se esmeró, desde el título, en hacerlo público, en tanto que en Los vientos, a pesar de su tono confesional por el uso de la primera persona, enmascara la autobiografía y la niega fuera del relato. Podría tratarse de una operación similar a la de La ciudad y los perros o de Conversación en la Catedral ya mencionadas, pero en el caso de Los vientos las vivencias del narrador de la ficción no parecen estar tan mezcladas como para hacernos olvidar al autor real que se separó de su mujer.
O también podríamos pensar que el Varguitas de La tía Julia y el escribidor era un joven escritor que iba camino al éxito, en tanto que el Vargas Llosa de hoy no quiere ser identificado con el narrador de Los vientos, un viejo pobre y fracasado, impotente e incontinente.