La anécdota la contó el escritor español Santiago Posteguillo en su libro “Cuando Frankenstein leyó el Quijote”. Allí, decía que Charles Dickens fue de los primeros en entender las desventajas que suponían para los escritores las dinámicas de la industria editorial, siempre intervenidas por el mundo de afuera, que buscaba hasta el cansancio sacar su parte.
Cuando un libro salía de imprenta en el Reino Unido, y estamos hablando del siglo XIX, no faltaban los cuervos que se arrojaban sobre él para, casi de inmediato, sacar sus propias copias, con calidad mínima o casi inexistente, y aprovechar así para vender su mercancía a bajo precio en el bajo mundo del mercado del libro. El dinero resultante iba siempre para el inescrupuloso vendedor y nada para la cadena que trabajó en producir el documento, ni para el impresor, ni para el editor, y mucho menos para el escritor.
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Durante varios años, la piratería supuso un grave problema para la industria editorial, y aún hoy, pero en ese entonces el riesgo era mayor, pues no se contaba con las suficientes herramientas para intentar cubrir las pérdidas que generaba esta práctica.
Para Dickens, el célebre autor de libros como “Canción de Navidad” o “Historia de dos ciudades”, esto también supuso un obstáculo. Sin embargo, tan sagaz y creativo como siempre fue, pronto encontró una solución para que su economía no se viera afectada. Como las ventas irregulares, es decir, las que propiciaban los piratas, no le generaban ningún ingreso, aunque se tratara de su trabajo creativo, el escritor decidió anticiparse a la salida de los ejemplares pirateados con una curiosa estrategia.
Para evitar perder una cantidad considerable de dinero por las ventas piratas de sus libros, Charles Dickens comenzó a anunciar lecturas públicas de su trabajo, a tan solo unos días de su salida al mercado. Llenaba teatros enteros con personas que pagaban una boleta para escucharlo mientras leía en voz alta su más reciente obra. Y es que, además de buen escritor, el británico era un gran narrador. Tenía una voz especial para cada pasaje y personaje.
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Al inicio, realizaba estas lecturas con fines benéficos, pero con el tiempo se dio cuenta de que salía todo tan bien que el dinero que se recaudaba también podía sustituir, o por lo menos aliviar, el que perdía a causa de la piratería. Así lo narra Posteguillo en su libro, hablando más exactamente de la piratería informática, señalando que Dickens no tendría problema alguno con esta modalidad.
El también autor de “David Copperfield”, alcanzó a publicar, en vida, más de una decena de novelas y libros de relatos. Especialmente célebre por títulos como “Canción de Navidad”, “Oliver Twist” o “Grandes esperanzas”, Dickens gozó de una gran popularidad. Como sus libros se publicaban por entregas, a veces a través de la prensa, que los lanzaba como folletines, la gente compraba el periódico del día solo para tener cada una de las partes que integraría, al final, el título completo del autor británico.
Decir que Dickens era una especia de rockstar no es exagerar. Su presencia ganaba terreno por sí sola y su obra hacía el resto.
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Nacido en Porsmouth, en febrero de 1812, es uno de los autores más importantes y populares de la literatura universal. Su nombre de pila era Charles John Huffam Dickens y el primer seudónimo del que hizo uso fue ‘Boz’.
Casado con Catherine Hogarth, la hija del director del Morning Chronicle, en este periódico fue que consiguió ejercitar su escritura y publicar sus primeras obras. Entre ellas, “Los papeles póstumos del Club Pickwick” y “Nicholas Nickleby”. Con el paso de los años, su compromiso con retratar lo que sucedía en su tiempo y su país fue creciendo. Su trabajo se convirtió no solo en referente de la buena literatura, sino también de la realidad que acontecía a los ingleses por esa época.
A mediados del siglo XX, Dickens viajó a Estados Unidos y fue recibido con honores. Pocas veces un autor británico había sido tan aclamado, pero pronto dejó su encantamiento de lado, pues América no era mucho mejor que Inglaterra, y Europa no era tan perfecta con respecto al resto del mundo como tanto se decía.
El escritor viajó por varios países y así fue que nutrió la mayoría de sus obras posteriores a 1840. Fue, según gran parte de la crítica, su etapa de madurez.
En 1867 inició una gira por Estados Unidos, habiendo alcanzado ya fama mundial, realizó diversas conferencias y lecturas en público, a una de ellas asistió la reina Victoria I de Inglaterra, pero no pudo continuar debido a unas dolencias que lo aquejaban desde hacía un tiempo.
Charles Dickens falleció en junio de 1870, a causa de una hemorragia cerebral. No alcanzó a terminar su novela “El misterio de Edwin Drood”, pero sus editores igualmente la publicaron.
Más de dos siglos después de su llegada a este mundo, el autor británico sigue vendiendo libros y, sí, lo siguen pirateando. La suya es una de esas obras que difícilmente podrán ser igualadas.
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