Liliana Heker: “Los intelectuales de hoy no tienen peso”

Cuentista y novelista extraordinaria, por sus ya míticos talleres pasaron algunos de los mejores autores argentinos contemporáneos. Actualmente, escribe su tercera novela y dice que es “una eterna aprendiz”. Este jueves cumple 80.

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La escritora en su departamento de San Telmo, rodeada de libros. (Franco Fafasuli)
La escritora en su departamento de San Telmo, rodeada de libros. (Franco Fafasuli)

La nena tiene cuatro años y da vueltas alrededor del patio: piensa una historia. Cuando siente que ésta va tomando forma camina más rápido, siempre en círculos, ahora corre. Nadie puede imaginar entonces que, en el futuro, esa nena será una de las más importantes narradoras del continente y además maestra de escritores: Liliana Heker lleva toda una vida dedicada al oficio de escribir y de acompañar, en paralelo, a otros que dan forma a sus propias ficciones.

-La forma es casi todo -dice Heker, que está cumpliendo 80 este jueves y es dueña de una obra extraordinaria.

Tras haber participado activamente en la fundación y la dirección de algunas de las revistas literarias emblemáticas de los años 60 y 70 (El grillo de papel, El ornitorrinco y El escarabajo de oro), dictó desde 1978 talleres por los que pasaron algunos de los más renombrados autores del presente, entre ellos Samanta Schweblin, Guillermo Martínez, Inés Garland, Pablo Ramos. Ella, sin embargo, siente que siempre está recomenzando, que es una eterna aprendiz: “Sigo aprendiendo, no hay fórmulas -admite- y tampoco las tengo para mí”.

Está escribiendo la que será su tercera novela, sobre la que siguiendo una tradición autoimpuesta, prefiere no adelantar nada por ahora. Y acaba de reeditar El fin de la historia, publicada originalmente en 1996 y que ahora reaparece por Alfaguara.

Se trata de una novela que demuestra, a través de una estructura que integra perfectamente distintos tiempos y de una escritura tersa y profunda, por qué Heker es una de nuestras escritoras más admiradas y leídas de las últimas décadas. Aquí, narra la historia de dos amigas: una militante revolucionaria que termina por traicionar la causa, y una escritora en ciernes que se propone escribir la historia de toda una generación: “Teníamos de verdad la vida por delante y la revolución en nuestras manos y creímos estar a las puertas de todo, y una noche, sin previo aviso, caímos como en un pozo sin fondo en este miedo”.

Heker recibe a Infobae Leamos en su casa, el cuarto piso de un precioso edificio ubicado en la calle Perú, en el barrio de San Telmo, el mismo por el que han pasado sus alumnos durante años.

Inquieta como siempre, hace movimientos rápidos, en la cocina pequeña y pulcra. Sirve café frente a una ventana que da al centro de manzana. Entonces cuenta que los dos últimos años no fueron nada fáciles: “Sufrí un impacto muy fuerte, a raíz de una serie de situaciones traumáticas de salud que sufrió la persona a quien más amo”. Habla de Ernesto Imas, su compañero desde hace cuarenta años.

“Por fortuna, todo se resolvió maravillosamente y esto derivó en un enorme aprendizaje”, resume Liliana. “Me estoy reinventando”. En este tiempo, las cosas se pusieron tan difíciles que “hasta la literatura pasó a un segundo plano y tuve que volver a plantearme: ‘¿qué quiero?’”, explica.

-¿Y qué te respondiste?

-Me respondí que quiero escribir; elegí de nuevo la escritura. Siempre fue mi eje, pero esto me arrasó y entonces tuve que elegir de nuevo: entendí, una vez más, que yo soy esto.

Heker conserva la máquina de escribir con la que empezó a convertirse en narradora. (Franco Fafasuli)
Heker conserva la máquina de escribir con la que empezó a convertirse en narradora. (Franco Fafasuli)

“Negar la edad es negarse a una misma”

A Liliana Heker no le parece un gesto de coquetería ocultar su edad, como a muchas mujeres de su generación. Al contrario. Se pone seria cuando explica:

-Cumplo 80, y pertenezco a una generación en que las mujeres no tenían fecha de nacimiento: las mujeres negaban su edad, y entonces se negaban a sí mismas. Yo asumo mi edad, y lo digo por eso, aunque, es cierto, un poco sorprendida. Me cuesta creerlo.

-¿Te cambió el tiempo?

-En parte, sí. Además, yo siempre creí que podía todo, y recién ahora me doy cuenta de que no: soy vulnerable. A veces reparo en las cosas desmesuradas que he hecho y pienso “¡qué loca!”. No me enojo con la loca que fui, porque es la que me permitió llegar hasta acá, pero me siento más calmada. Y veo que esa voluntad que siempre me constituyó ahora es más sensata: no puedo todo ni me importa poder todo. Me volví, incluso, un poco más amable.

-¿Por qué? ¿Cómo eras antes?

-Era un poco agresiva. Me instalé en una generación de varones que de alguna manera cuestionaban, descreían… A los 19, por ejemplo, le hice una crítica durísima a David Viñas. ¿Y qué decían? Que la había escrito Abelardo Castillo. No era tan fácil abrirse camino, por eso me tuve que hacer muy fuerte.

Abelardo Castillo vio "pasta de escritora" en la carta que Heker le envió para publicar en la revista que dirigía. Luego, trabajarían juntos por décadas.
Abelardo Castillo vio "pasta de escritora" en la carta que Heker le envió para publicar en la revista que dirigía. Luego, trabajarían juntos por décadas.

-¿Qué papel jugó Abelardo en tu vida, en ese momento inicial?

-Abelardo (Castillo) fue el único que me valoró por lo que yo hacía y podía hacer, más allá de que adoro todo lo que viví en mis primeros años como autora: frecuentar a Ricardo Piglia o Miguel Briante, que eran deslumbrantes… Y sin embargo, eran otras épocas. Yo no le pedía permiso a nadie, avanzaba y encima sin pareja, en una época en que parecía que el destino de las mujeres era el casamiento. Yo era distinta en eso; pensaba: ‘No quiero aparecer y que todos se pregunten ‘Ay, ¿dónde está el marido?’ No, ‘aparezco yo’.

La generación de los 60′

-¿Sentís la responsabilidad de representar a esa generación de la que “naciste”, la generación del 60?

-Exacto. Siento una responsabilidad que asumo totalmente. Nosotros éramos “la generación del 60″, incluso antes de haber publicado un libro. Y yo era “la chica” de esa generación que fue tan poderosa, incluso a la luz del presente.

-¿Dirías que los intelectuales tenían en los 60 un peso del que, quizás, hoy carecen?

-Totalmente, teníamos un compromiso social muy marcado y nos sentíamos responsables de nuestras ideas. También, de dar testimonio de lo que pasaba. Durante la dictadura, con Abelardo y Sylvia Iparraguirre fundamos la revista El Ornitorrinco (1977-1983), pero mucho antes ya teníamos una existencia, y los jóvenes autores teníamos peso. Existíamos, en relación también a ese compromiso que asumimos: político, con la literatura, con la vida.

-¿Eso cambió?

-Hoy el contexto es muy distinto, los intelectuales actualmente no tienen peso. No tienen el poder que tenían hace medio siglo, eso es un hecho. Hoy el poder tampoco lo tienen los políticos, sino los poderes económicos. Por todo eso hoy las ideas no tienen peso en la sociedad, todo eso cambió muchísimo.

-¿Y el lugar de la literatura cambió? ¿Qué lugar, dirías, le cabe en nuestro tiempo?

-No sé qué lugar ocupa, pero sí que ocupa un lugar: sigue habiendo escritores excelentes. La creación, la necesidad de escribir una obra, nunca se extingue. Y la lectura también se mantiene vigente, aunque leer y escribir siempre fueron prácticas de una minoría. La literatura actúa de una manera laberíntica: no es explosiva, pero existe, perdura. La literatura no hace la revolución, pero le cambia la cabeza a un lector, y de esa manera puede cambiar mucho.

-Alguna vez dijiste que la literatura crea sentidos allí donde no los hay.

-Por supuesto, nos permite tomar conciencia de ciertas zonas del individuo que no aparecen en la superficie: la literatura nos permite profundizar en capas subterráneas del ser humano, de la condición humana. Y encontrar sentidos allí donde quizás no los haya: ese sentido lo construye el autor, y esa veta es absolutamente personal. Yo digo que el que lee nunca está solo. La literatura sigue siendo poderosa y necesaria. Necesitamos de las historias: eso es algo que nos constituye, y se hace evidente desde la infancia. Pero no pretendo dar ninguna receta, en realidad no la tengo tampoco para mí.

-¿Cómo nace un escritor?

-Primero está la lectura, y después, a veces, esa necesidad de expresarse por escrito.

Heker en el estudio de Infobae, entrevistada por Luis Novaresio.
Heker en el estudio de Infobae, entrevistada por Luis Novaresio.

-¿En tu caso cómo se manifestó la vocación?

-Yo de chica pensaba mucho, mucho; era muy inquieta: me recuerdo pensando cosas demasiado complejas, que no sabía expresar. Era muy arrebatada, entonces sentía que las ideas se agolpaban en mi cabeza. Ahí es cuando empiezo a imaginar historias, dando vueltas en el patio, y a corregirlas mentalmente, yo creo que allí nació la escritora. Más tarde, reconozco la necesidad de escribir en cuarto año: tenía una profesora con la que tuve diferencias y ante la que sostuve una argumentación leyendo algo que había escrito: discutí con ella escribiendo. Me di cuenta también en ese momento de que me expresaba mejor por escrito que oralmente. Eso, con los años, se convirtió en una necesidad existencial.

La ventura inicial

Heker no había terminado la escuela todavía cuando leyó que en la revista El grillo de papel (1959-1960), fundada y dirigida por Abelardo Castillo, convocaban a jóvenes poetas y autores a que mandaran sus textos. Tenía 16 años, y envió una carta y un poema:

-Sentí que me hablaban a mí -cuenta-. Ahí fue que el hermano de mi hermana me prestó una máquina de escribir con la que di forma al poema y la carta, que envié por correo.

Esa máquina está ahora en el escritorio de su casa. En un rato, posará junto a ella -ahora es su máquina- frente al fotógrafo: es una Royalty semi portátil 1948. Más tarde llegaría una Olympia, que le regalaría su padre poco antes de morir él y cuando ella tenía 18, un gesto que Heker siempre agradeció.

-Siempre fui de mandarme detrás de lo que deseaba. Mandé el poema y ahí fue que me recibió Abelardo, que tenía mucho olfato. Me dice: “El poema es pésimo pero por la carta se nota que sos una escritora”. Fue un jueves. Al día siguiente, y con 16 años, a principios de 1960, llegué al Café de los Angelitos y descubrí “el mundo literario”. No la literatura, sino eso, el mundo literario…

"Zona de clivaje" (Alfaguara) se publicó en 1987 y acaba de reeditarse
"Zona de clivaje" (Alfaguara) se publicó en 1987 y acaba de reeditarse

-¿Y qué sentiste?

-Que elegía ese mundo, que elegía a ese mundo para siempre.

-¿Qué recordás hoy de esas reuniones que fueron formativas, que ayudaron, en el origen a tu construcción como escritora?

-Yo bebía de esas reuniones: hablaban de Sartre, de Camus…Todavía no había leído muchas de esas cosas, entonces me iba a la librería Fiorentino, en el barrio de Caballito, y preguntaba “¿qué leo de este autor, qué leo de este otro?”. Me iba y los leía. Así fui aprendiendo y aceptando cierta filosofía, también, que postulaban estos autores mayores para mí, que un año más tarde ya estaba haciendo crítica literaria.

Heker llegaría a ser secretaria de Redacción de El grillo de papel. Sabe que los nombres de quienes pasaron por la revista -algunos en calidad de colaboradores- impresionan: autores de la talla de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Juan Goytisolo, Ernesto Sabato, Roberto Fernández Retamar, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz.

Heker recibe el Konex de Platino 2014, junto a Ana María Shua y Olga Fernández Latour de Botas. Crédito: Silvio Fabrycant
Heker recibe el Konex de Platino 2014, junto a Ana María Shua y Olga Fernández Latour de Botas. Crédito: Silvio Fabrycant

Mientras que otros, como Ricardo Piglia, Sylvia Iparraguirre, Humberto Costantini, Miguel Briante, Jorge Asís, Alejandra Pizarnik o Isidoro Blaisten debutaban en esas páginas con sus primeras obras.

En 1961, luego de que la revista fuera prohibida por un decreto de Arturo Frondizi, Heker fundó con Castillo El escarabajo de oro (1961-1974), de la que al principio fue secretaria de Redacción y, desde 1964, subdirectora: con un total de 48 números que aparecieron hasta 1974, la revista fue una de las más emblemáticas de los 60′ y 70′s.

Mientras tanto, comenzaba a forjar una obra que se traduciría a numerosos idiomas e iría ubicándola entre los grandes nombres de la literatura argentina del último siglo: en 1966 publicaba su primer libro de cuentos, Los que vieron la zarza. Luego, llegarían Acuario, en 1972 y Un resplandor que se apagó en el mundo (tríptico de nouvelles), en 1977.

Ese mismo año, 1977, junto a Abelardo Castillo y Sylvia Iparraguirre, fundarían otra revista, que Heker co-dirigió: El Ornitorrinco (1977-1986), que funcionó entonces como uno de los espacios emblemáticos de resistencia cultural durante la última dictadura.

Heker mantuvo una célebre polémica con Julio Cortázar: ¿desde dónde debían resistir los intelectuales en plena dictadura?
Heker mantuvo una célebre polémica con Julio Cortázar: ¿desde dónde debían resistir los intelectuales en plena dictadura?

Fue también en esos años -precisamente en 1980- que Heker sostuvo su célebre polémica con Cortázar, acerca de la situación de los escritores residentes en el país y de aquellos que se encontraban exiliados: ella era partidaria de la permanencia en el país (en aquel momento, estaba convencida de que había que oponer resistencia a la dictadura desde adentro).

Maestra de escritores y eterna aprendiz

El año 1978 marca un hito porque es aquel en el que Heker comienza a dictar sus ya clásicos talleres literarios, en plena dictadura. En los hechos, estos espacios de formación funcionaban también como enclaves de discusión y resistencia.

Nadie puede enseñarle a otro a escribir -piensa ella-, hay secretos incomunicables. Pero el escritor, por caminos diversos, aprende su oficio: encuentra la forma de decir lo que tiene para decir, de construir a partir de la experiencia personal un hecho literario, un impacto estético.

Siguieron más libros: Las peras del mal (1982), y, en 1987, Zona de clivaje, su primera novela a la que siguió Los bordes de lo real (1991), volumen que reúne sus tres primeros libros de cuentos.

"Las peras del mal" es uno de los libros de cuentos más conocidos de la autora
"Las peras del mal" es uno de los libros de cuentos más conocidos de la autora

Su segunda novela, El fin de la historia, se publicó en 1996 y ahora acaba de reeditarse. Y después vendrían Las hermanas de Shakespeare, (1999); otro libro de cuentos, La crueldad de la vida (2001) y, en 2003, Diálogos sobre la vida y la muerte, que incluye, entre otras, entrevistas a Jorge Luis Borges, Roberto Fontanarrosa, Abelardo Castillo, Eduardo Pavlovsky, Lucila Pelento, Marcelino Cereijido y Ana María Shúa.

Mientras que La trastienda de la escritura (2019) recopila algunas de las claves de su proceso creativo: la autora se proponía indagar en los móviles ocultos, las manías, las intervenciones del azar que intervienen en la construcción de ficciones. De alguna manera, Heker intenta sistematizar en este libro lo que fue su aprendizaje del oficio. ¿Una pista, entre las muchas que comparte? No hay fórmulas únicas ni verdades inmutables en la escritura: lo que valen son los descubrimientos que hace determinado autor o autora.

En estos años, Liliana ha escrito numerosos artículos y dictado conferencias sobre el arte de escribir, incluso en la Universidad de Nueva York y en Canadá en 1994.

-Una de las cosas que siempre subrayas cuando hacés referencia a este tema es que el oficio literario tiene que ver con un trabajo que asumen los autores, que no tiene nada que ver con una mera catarsis…

-Escribir es un trabajo. Lo maravilloso que tiene la literatura y no tiene la vida es que uno puede modificar lo que escribió. Yo empiezo por una primera versión a la que llamo “el mal necesario”. Hay algo que uno realmente quiere decir… Sentís que lo tenés que decir, aunque no encuentres inicialmente las palabras. Y lo maravilloso es esa búsqueda de lo que uno quiere decir en realidad, que se va revelando de a poco.

Siempre lista para escribir. (Franco Fafasuli)
Siempre lista para escribir. (Franco Fafasuli)

-Encontrar la forma de decirlo, entonces: la forma, eso que mencionabas al principio.

-Todo es lo que es por la forma que tiene: la manera de contar, la forma, es lo que buscamos al escribir, eso es lo fascinante. En Los que vieron la zarza, por ejemplo, a partir de una imposibilidad entendí cómo contar: como no podía asumir la mirada de un boxeador, encontré la solución en el desplazamiento del punto de vista. Escribir es encontrar la forma de decir lo que uno necesita decir, entender cuál es la mejor manera de expresar formalmente una idea.

-¿Si tuvieras que elegir de tu enorme y extraordinaria producción, qué cuento y novela preferís?

-No puedo elegir: en mis dos novelas, expresé en cada caso algo que me había propuesto en su momento. Y en cuanto a los cuentos, uno que quiero mucho es “La noche del cometa”, aunque no podría elegir uno solo. “La fiesta ajena” es sin duda el más conocido, aunque no es el que particularmente más quiero.

-¿Te sentís esencialmente cuentista?

-Me defino esencialmente como una cuentista a la que a veces se le cruzan temas de novelas. Como narradora, me siento cómoda en ambos terrenos, pero depende de la historia. Sobre todo, me da mucha alegría seguir escribiendo.

Ahora, Heker está escribiendo otra novela, la tercera después de Zona de clivaje y El fin de la Historia. Está dicho: no quiere anticipar demasiado.

-Es mucho más corta que las dos anteriores -dice-. Estoy en la etapa del “mal necesario”, y fui cambiando muchas cosas en el camino, buscando eso que quería decir y la forma de la que hablábamos. Después vendrá la corrección, que entiendo, claramente, como parte del acto creativo.

-Seguís siendo una escritora en construcción…

-Por supuesto, este es un aprendizaje que nunca termina.

-¿Y qué deseás para vos misma, a tus 80?

-Seguir lo más entera posible, en cuerpo y mente. Seguir escribiendo, y seguir bien.

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