Julio Flórez: cien años de la muerte de un poeta maldito

El poeta colombiano falleció de cáncer en 1923, dejando tras de sí una de las obras más originales de la literatura nacional

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En 1923 falleció de cáncer el poeta colombiano Julio Flórez. (Diseño: Jesús Avilés/Infobae).
En 1923 falleció de cáncer el poeta colombiano Julio Flórez. (Diseño: Jesús Avilés/Infobae).

La suya es una de las obras más comentadas en las facultades de literatura en las universidades colombianas. En la educación secundaria también suele leérsele. Lo incluyen los profesores en sus planes de lectura, aunque no todos. Al igual que con Rafael Pombo, se les indica a los niños que deben aprenderse de memoria dos o tres versos, pero después de cumplir con el deber, de haberle echado uno o dos vistazos a su poesía, muy pocos son los que recuerdan su obra.

Hoy por hoy, el trabajo del poeta colombiano Julio Flórez Roa es uno de esos que necesita urgentemente un rescate. Si en 1923 todo el mundo sabía que Flórez iba a morir, en 2023 casi nadie se acuerda de qué murió. Por estas fechas se cumplen 100 años de su fallecimiento y muy poca gente consigue vincular su nombre al poema ‘Mis flores negras’, o recordarlo como uno de los grandes amigos del también poeta José Asunción Silva (de hecho, fue el quien leyó unos versos en el cementerio para despedirlo, el 25 de mayo de 1896).

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En su época, alcanzó a ser uno de los poetas más populares de Colombia. Comenzó a escribir desde los 7 años y no paró de hacerlo hasta los 50, cuando el cáncer acabó con su vida. Se lo llevó como de un uppercut, directo a la mejilla izquierda.

Tan solo unos días antes, el presidente Pedro Nel Ospina lo nombró “Gran Poeta Nacional”, con corona incluida, el 14 de enero de 1923, un domingo. Convaleciente, sin poder moverse, el poeta se refugiaba en su casa de Usiacurí, en el departamento del Atlántico. Ahí aguardaba la mala hora. “(...) cierro los ojos y entre mí te veo”, “algo se muere en mí todos los días”, “todo nos llega tarde, ¡hasta la muerte!”.

Ante el gobernante del partido conservador, el rostro de Flórez lucía desfigurado. El cáncer, una enfermedad extraña y digna de brujerías, así lo había dispuesto. No conseguía ya declamar, no hablaba, no expresaba emoción alguna. Con él, su esposa y sus cinco hijos, los honores a él entregados, y una obra digna del elogio y del recuerdo, aunque ya hayan pasado 100 años.

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Cien años del fallecimiento del poeta colombiano Julio Flórez Roa.
Cien años del fallecimiento del poeta colombiano Julio Flórez Roa.

Julio Flórez nació en Chiquinquirá, el miércoles 22 de mayo de 1867. Hijo de una activista conservadora y un médico liberal, pronto se instruyó en letras, al interior del Colegio del Rosario de Bogotá. Muy temprano se lanzó a escribir y ya para los 15 años frecuentaba los mismos sitios que los poetas que se formaban bajo las ideas de los románticos.

En junio de 1883, apareció su primer libro de poemas bajo el título “Horas” y, según escribió Miguel Antonio Caro en alguna de sus crónicas, días después se ganó el título de “maldito”, silbado por haberse atrevido a recitar una oda a Víctor Hugo con una entonación inapropiada. Era un niño apenas. Poco después, con 17 años, declamó en el entierro del poeta Candelario Obeso, y allí los bogotanos pudieron escuchar la voz del poeta que hablaría por todos durante largo tiempo.

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Célebre como poeta liberal, al paso de los años, Julio Flórez fue reconocido como el poeta del pueblo. Su voz era la de aquellos que no la tenían. Era el símbolo a través de las letras, y para las mujeres, el escritor cuya presencia era incomparable con la de ningún otro hombre sobre la tierra.

Imagen del poeta Julio Flórez.
Imagen del poeta Julio Flórez.

Con ese poder suyo, en 1900 fue el gestor de “la Gruta Simbólica”, la más grande tertulia de poetas en favor de la resistencia.

Con el cambio de siglo y la llegada de la Guerra de los Mil Días, el toque de queda en la capital colombiana no dejaba una sola alma en movimiento por las calles de la vieja Bogotá. El retiro a las casas, el refugio inmediato, era cosa obligada. Solo transitaban por las calles los vientos gélidos y los soldados que hacían las rondas nocturnas.

En una de esas rondas, los oficiales encontraron a un grupo de hombres que caminaba como si nada. Eran Julio Flórez y sus amigos. Las caminatas siguieron por más días y los encuentros se alargaron por tres años. Lo que empezó siendo un grupo de ocho, pronto creció. De repente, cincuenta eran los amigos, los poetas, reunidos todos para hablar de una sola cosa en la vida: literatura.

La Gruta Simbólica permaneció firme hasta finales de 1903. El grupo se reunía en la casa 203, en la acera occidental de lo que es la carrera quinta en Bogotá, entre las calles 16 y 17, acogidos por don Rafael Espinosa Guzmán, el dueño de la casa. Para ellos, hablar de literatura era lo único concebible, pero cuando se habla de letras, se habla del mundo. Pronto se convirtieron en un símbolo para el pueblo.

Todo nos llega tarde

Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!

Nunca se satisface ni alcanza

la dulce posesión de una esperanza

cuando el deseo acósanos más fuerte.

Todo puede llegar: pero se advierte

que todo llega tarde: la bonanza,

después de la tragedia: la alabanza

cuando ya está la inspiración inerte.

La justicia nos muestra su balanza

cuando su siglo en la Historia vierte

el Tiempo mudo que en el orbe avanza;

Y la gloria, esa ninfa de la suerte,

solo en las sepulturas danza.

Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!

Negro todo en su vestir, tras los años dorados de la Gruta, así mismo fue negro su partir. La vida de Julio Flórez fue la de un poeta maldito, que pese a ser celebrado, en la muerte, no ha encontrado resonancia suficiente.

Alguna vez escribió Ricardo Silva Romero, que el poeta “cantaba sus orgías, recitaba sus vicios y llevaba a cabo ceremonias de medianoche en los camposantos. Fue por todo eso por lo que -tal como dice su biógrafa Gloria Serpa-Flórez- “fue señalado como sacrílego, blasfemo y apóstata”. Y en 1905 tuvo que emprender un exilio de cuatro años que lo llevó de Caracas a Barcelona, lo convirtió por el camino en una estrella de fama iberoamericana, lo obligó a aceptar un cargo en la embajada de España durante el gobierno conservador del general Reyes, y, a fuerza de mezquindades en su contra, lo llevó a sacar la peor de las conclusiones: una honda decepción que poco a poco fue menoscabando su cuerpo”.

Abstracción

A veces melancólico me hundo

en mi noche de escombros y miserias,

y caigo en un silencio tan profundo

que escucho hasta el latir de mis arterias.

Más aún: oigo el paso de la vida

por la sorda caverna de mi cráneo

como un rumor de arroyo sin salida,

como un rumor de río subterráneo.

Entonces presa de pavor y yerto

como un cadáver, mudo y pensativo,

en mi abstracción a descifrar no acierto

Si es que dormido estoy o estoy despierto,

si un muerto soy que sueña que está vivo

o un vivo soy que sueña que está muerto.

El crítico Fernando Ayala dijo alguna vez que en la obra de Flórez confluyen dos tendencias, la popular y la de la tristeza, en donde es fácil detectar versos que evocan el amor filial, la desesperanza y la muerte.

La obra poética de Julio Flórez, si bien considerada en extremo sentimentalista, es una de las más ricas que ha visto la literatura colombiana. Popular y melancólica, la voz del poeta, que hoy llega a 100 años de haberse marchado, se erige hoy, como entonces, a merced de las horas de desgaste y la depresión que producen las nostalgias nacionales.

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