Sergio Olguín: “Si para entretener al lector tengo que matar a alguien, lo voy a matar”

El autor argentino acaba de reeditar su libro “Springfield”, publicado por primera vez en 2007. Sus personajes se instalan en medio de la cultura estadounidense, y como ocurre en muchas de sus obras, el género policial mete la cola.

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Sergio Olguín publicó "Springfield" en 2007 y acaba de reeditarlo.
Foto: Florencia Downes/dl
Sergio Olguín publicó "Springfield" en 2007 y acaba de reeditarlo. Foto: Florencia Downes/dl

Springfield es la segunda aventura de los chicos de El equipo de los sueños. Después de recuperar la pelota de Diego Maradona, Ariel, Equi y Pablo viajan a Estados Unidos gracias a un programa de intercambio cultural. La primera novela había funcionado muy bien; se había publicado en varios países de Europa con igual éxito. Un día, Sergio Olguín recibió la llamada de su editora en Alemania: por qué no hacía la segunda parte, le dijo. “Y yo tenía pensado escribirla”, dice Olguín en diálogo con Infobae Leamos, “pero un escritor tiene muchos proyectos en mente, y cuando llegó el pedido de mi editora, la empecé”.

Olguín es escritor, editor, periodista. Entre sus libros se destacan Lanús, Filo, Oscura monótona sangre, la saga de Verónica Rosenthal —compuesta por La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras, No hay amores felices y La mejor enemiga— que fue adaptada como serie de televisión. El equipo de los sueños es un clásico que se lee en los colegios desde que se publicó en 2002. Acaba de cumplir la mayoría de edad. Springfield salió en 2007 y ahora en una reedición flamante de Grijalbo.

“Yo creo que El equipo de los sueños había funcionado muy bien a partir de una confusión”, sigue Olguín. “Ellos rescataban algo que yo no había tenido tan en cuenta cuando lo escribí, pero que para ellos es fundamental, como es el color local”. La novela tenía fútbol, corrupción policial, violencia, miseria: cosas que un lector europeo promedio puede suponer como parte del imaginario argentino. “Yo creí que me pedían más eso, así que mi reacción fue escribir todo lo contrario. En vez de transcurrir en Villa Fiorito, Springfield transcurre en la Ruta 66; en vez de la violencia del tercer mundo está la violencia de Estados Unidos”.

¿Qué dijo la editora cuando la leyó?

—Le pareció poco argentina. Pero yo le expliqué que no, que justamente nosotros estamos inmersos en la cultura norteamericana: crecemos, vivimos, nos peleamos y disfrutamos la cultura norteamericana. Es lógico que todo eso aparezca en una novela argentina.

Los tres adolescentes viajan Springfield, Illinois, se alojan en la casa de una familia conservadora y religiosa a la que le dicen “Los Flanders”, por los personajes de Los Simpsons, y estudian en un colegio moderno, donde se hacen amigos de chicos locales y de otros extranjeros. Las fantasías prometen libertad, sexo y desenfreno, pero más pronto que tarde se descubren en un mundo retrógrado marcados por la desconfianza y el prejuicio al extranjero.

Estados Unidos, que es uno de los temas del libro, ¿es un problema, un misterio, un paraíso?

—Para decirlo en términos sesentistas, mi postura política es antinorteamericana. Y a su vez, soy fanático de la cultura norteamericana. Vivo en la dicotomía de insultar lo político y pasarme horas disfrutando las películas, las series, la música, lo que sea. Y no hablo de lo más intelectual o contracultural, sino de la cultura más mainstream: Las Vegas y Los Angeles. Yo quería que la novela estuviera inmersa en esa tensión entre el amor por la cultura y la mirada crítica del pensamiento norteamericano, la vida cotidiana, su política interna y externa.

Todos los argentinos cumplen con cierto papel de buscavidas, ¿no?

—Es como el cuento de Fontanarrosa, “La verdad sobre el transbordador Columbia”, que aparece un argentino y con un alambre le resuelve un problema a la NASA. El mito que tenemos de nosotros mismos es ese: el argentino va a cualquier parte del mundo y termina siendo protagonista de cualquier historia. La novela juega con ese imaginario que, de alguna manera, es una especie de reacción mía con respecto a El equipo de los sueños.

¿Tenemos más presente a Estados Unidos que a Europa?

—La mirada hacia Europa es la de los intelectuales. Nosotros, de chicos, no mirábamos a Inglaterra. Yo veía BJ y Sheriff Lobo. El viaje que antes era a París ahora es a Nueva York. Estados Unidos funciona como un referente, tanto a favor o en contra. Es un símbolo sin posiciones intermedias. En ese sentido, me parece que nuestra cultura popular tiene más que ver con la cultura norteamericana que con cualquiera otra.

¿Qué tan pedagógicos son los productos culturales norteamericanos? ¿Cuánto nos forman?

—Considerando que están siempre tan presentes, nos forman todo el tiempo. Al punto que, cuando éramos chicos, las llamadas de emergencia no eran al 911.

No, eran al 111.

—Ese es el ejemplo más claro. Por qué ahora es el 911: porque lo hemos visto en infinidad de series y películas norteamericanas. Eso hay que trasladarlo a toda nuestra forma de entender la vida. Cada vez incorporamos más cuestiones norteamericanas. Hay baby showers... Ya debe haber gente que se declara arrodillándose y mostrándole un anillo a su pareja. Es lógico, porque la cultura marca conducta. No me parece grave. Son marcas de época, y uno va cambiando y se va adaptando. Y eso también pasa con los inmigrantes latinoamericanos y asiáticos que llevan sus culturas a Estados Unidos.

Un componente muy fuerte de la novela es el conservadurismo de los norteamericanos.

—Es que es una sociedad marcada por lo religioso, por el conservadurismo, por la moral. Está la corrección política que no te permite decirle “negro” a nadie, pero, después, tal vez ese chico que no dice cosas terribles y es correcto políticamente agarra un fusil y mata a sus compañeros. Es una cultura donde el conservadurismo se vincula fuertemente con lo violento. Donde la fuerza de lo religioso tiene el nivel de muchos países del mundo árabe. La novela, sin embargo, intenta mantener un tono humorístico porque al fin y al cabo buscar ser una comedia.

Pienso que David Foster Wallace cuenta en Hablemos de langostas los días posteriores al atentando a las Torres Gemelas. Los vecinos ponen las banderas y él no consigue —porque ya las habían comprado todas—, y él al principio siente culpa y de la culpa pasa al miedo.

—El nacionalismo norteamericano es muy férreo. A ellos les da orgullo ciertas cosas que en otros países se avergüenzan. Mi traductor alemán me decía que ellos recién volvieron a salir con la bandera en el Mundial del 54, nueve años después de la guerra. En los norteamericanos hay una cosa de orgullo muy fuerte por lo nacional. Y es una cultura inmersa en lo bélico. Todo pasa por el soldado que fue a la guerra y volvió; hay que agradecerle que fue a luchar por la libertad y la democracia en el mundo. Todos los nacionalismos son peligrosos cuando se vinculan con lo bélico, con dejar la vida en el sentido literal.

El escritor y la caja de herramientas

Springfield está llena de marcas reconocibles de la cultura popular. Además de los Flanders, hay remeras de los Chicago Bulls y los Bears, juegan con Hot Wheels, comen en McDonald’s. Y los chicos, cuando no están hablando con un napolitano que ama a Diego y el San Ciro, leen el diario Olé por la web y tratan de no meterse en líos con dos estudiantes medio matones a los que apodan Harry el Sucio y Bob Patiño. Y a la vez, los nombres de los personajes forman un universo letrado: Sylvia, Djuna, Jo, Lorrie, Dylan, hay menciones a El cazador oculto, etc.

La cultura popular entra en todos tus libros, pero como lector sos más bien refinado. ¿Cómo conviven esas dos culturas en el momento de escribir?

—El escritor no se nutre solo de lo que lee. Si no, bastaría con leer los clásicos para escribir una epopeya clásica. Un escritor se nutre de todo: del cine, de la televisión, de la fotografía, del arte. Hay una literatura un poco más experimental o más de laboratorio, que trabaja con cierto corpus de libros. Y hay otra literatura un poco más caótica —a la que pertenezco— en donde entra todo tipo de influencias. Un episodio literario puede estar marcado por la escena de una serie de televisión. Un epígrafe puede ser la cita de un diálogo de una película. A veces tengo que ganas de “copiar” a Elena Ferrante y a veces tengo ganas de “copiar” una escena de Breaking Bad. El escritor trabaja todo el tiempo con eso, con el reciclado de lo que lee, de lo que ve, de lo que fluye.

Messi y Maradona, dos ídolos para dos generaciones. REUTERS/Gonzalo Colini
Messi y Maradona, dos ídolos para dos generaciones. REUTERS/Gonzalo Colini

Maradona era un ícono cultural que aparece sobre todo en El equipo de los sueños, pero también en Springfield. ¿Messi podrá tener ese lugar?

—Después de este Mundial, seguramente sí. Maradona tiene que ver con una experiencia de vida. Nosotros somos absolutamente contemporáneos de él; el primer recuerdo que tengo de Maradona es cuando queda afuera del Mundial 78. Desde que yo tenía once años, siempre estuvo presente. Un pibe que ahora tiene quince o veinte años, cuando escriba, va a tener en Messi una experiencia vital. El texto de Hernán Casciari pinta bastante bien esa presencia simbólica en la vida y eso va a mantenerse, porque todo se va construyendo en mito. Cuando dentro de veinte años recordemos lo que vivimos hace dos meses, vamos a tener vivencias muy especiales. De la misma manera que yo recuerdo el Mundial 86. Maradona representa mucho más mi vida que Messi.

Hace unos días Marta Minujín hizo un happening en el Malba y habló del Mundial. El fútbol rompió cualquier barrera.

—Pasan varias cosas. Por un lado, está la difusión que implica todo Mundial, donde se incorpora un montón de gente que no ve el fútbol. Y también está el hecho de haberlo ganado de una manera compleja, a lo Argentina, con momentos de fuertes marcas simbólicas como el partido contra Holanda o la derrota del primer partido. Como si fuera el argumento de una película. Eso hizo que mucha gente que no se interesaba por el fútbol lo empezara a seguir. Ahora, no creo que los que siguieron el Mundial hayan visto Boca - Atlético Tucumán.

Una más sobre fútbol, que viene a cuento del partido de Boca. En una charla que Malena Rey coordinó también en el Malba en pleno mundial, Martín Kohan decía que, como a él le gusta el fútbol, estaba ansioso de que terminara el Mundial para volver a la Bombonera. ¿El Mundial es un hecho popular, pero que no encuentra raíz del fútbol vernáculo?

—Son dos cosas distintas. Está aquel al que no le interesa el mundial y es fanático de su equipo. Pero, en general, al que le gusta el fútbol también le gusta el Mundial. Lo que pasa es que durante el Mundial se incorpora un montón de gente que habitualmente no mira o no le interesa el fútbol, y que, cuando vienen del campo intelectual, se convierten en especialistas en diez días. Vos fuiste cincuenta años a la cancha y viene alguien y te quiere explicar el fenómeno de los futbolistas, o quiere interpretar la canción que canta todo el mundo y qué quiso decir Messi cuando dijo “bobo”. Eso produce cierto rechinar de dientes en el hincha de fútbol habitual.

Un poquito de policial

Springfield cuenta la historia de Ariel y sus amigos, y pronto aparece una muerte y los chicos se ven envueltos en la investigación. Tus libros suelen transitar el policial. ¿Por qué elegís el género?

—Lo utilizo como una excusa. Me parece que es un buen vehículo a donde subís al lector y que no se quiera bajar. En Springfield no me interesaba tanto descubrir al asesino del profesor, sino comprender los vínculos de estos tres pibes expatriados con los personajes locales. O el enamoramiento de uno de ellos. El policial siempre es una excusa. Me interesa que el lector se divierta. Esa es la principal función que siento que debo cumplir. Y, si para entretener al lector tengo que matar a alguien, lo voy a matar.

La primera edición de "Springfield", de 2007.
La primera edición de "Springfield", de 2007.

Pero el policial también gana su parte en la trama.

—Yendo a un terreno más metafísico, me gusta pensar la razón por la que alguien comete un crimen. En mis policiales se sabe enseguida quién es el culpable, porque me interesa la mirada del tipo que mata, del tipo que es una persona común y corriente, y que, en un determinado momento, da el paso y se convierte en un asesino. Es un momento epifánico como para que un escritor se meta a trabajar. De alguna manera es lo que ocurre con el protagonista de Oscura monótona sangre.

Estaba pensando en esa novela. El protagonista no es un personaje querible, pero, de alguna manera, yo creo que lo cuidaste.

—Lo cuidé sobre todo del lector. El autor debe cuidar al personaje del lector. Hay una alianza muy berreta que se da entre el lector y el autor, de querer mostrar qué malo es el personaje. Vos lector y yo autor somos personas moralmente superiores. Esa es la peor alianza que se puede hacer, porque estás manipulando de una manera berreta la trama de una novela. Yo no quería que eso ocurriera con Oscura monótona sangre. No quería caer en el moralismo berreta de juzgar al personaje. No quería establecer un vínculo con el lector. Por eso es una novela muy fría, muy lejana, muy distinta a mis otras novelas. Y, por otra parte, esa lejanía me llevaba a que yo no empatizara con el personaje, al punto que sabía que no iba a escribir una segunda parte. No quería seguir con los personajes, que es algo distinto a lo que me pasa con mis otros libros, que en general, siempre me quedo con necesidad de seguir escribiendo.

Oscura monótona sangre habla sobre el fin del menemismo. El equipo de los sueños y Springfield tienen un síntoma de época. En las novelas de Verónica Rosenthal se discute el rol de los medios. Cada novela de alguna manear discute con el presente en que se publica. ¿Cómo sería la novela de hoy? ¿Qué contarías?

—No sé… Estoy escribiendo una novela que transcurre alrededor del 1900. Pero, por más que escribas una novela que transcurra hace ciento veinte años, siempre estás hablando de tu época. Me ha pasado que cuando en las escuelas se lee El equipo de los sueños, los adolescentes ponen en discusión cuestiones que yo no había tenido en cuenta en su momento. Por ejemplo, frases que pueden ser entendidas como machistas. Sería muy fácil de corregir en una reedición, pero no lo hago porque me parece que una literatura es de una determinada época y pone en discusión valores, situaciones y la forma de entender una sociedad, incluso a pesar del autor.

Quién es Sergio Olguín

♦ Nació en Buenos Aires en 1967. Es escritor y periodista.

♦ Fue fundador de la revista V de Vian y cofundador de la revista El Amante.

♦ Su novela Oscura monótona sangre le valió el Premio Tusquets de Novela.

♦ Entre sus obras se cuentan Lanús, El equipo de los sueños y La fragilidad de los cuerpos.

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