Por qué Victoria Ocampo no era una viajera como cualquiera según Sylvia Molloy

“La viajera y sus sombras” reúne las crónicas de viaje de una de las mujeres más importantes de la cultura argentina del siglo XX. Distintas al resto por escapar de la “mirada turística” y por carecer de descripciones de lugares y paisajes, narran sus encuentros con importantes personajes del siglo pasado como Albert Camus, Jean Cocteau y hasta Benito Mussolini.

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Compilado y prologado por Sylvia Molloy, "La viajera y sus sombras" reúne las crónicas de viaje de Victoria Ocampo, una de las mujeres más importantes de la cultura argentina del siglo XX.
Compilado y prologado por Sylvia Molloy, "La viajera y sus sombras" reúne las crónicas de viaje de Victoria Ocampo, una de las mujeres más importantes de la cultura argentina del siglo XX.

Además de haber sido una de las mujeres más importantes de la cultura argentina del siglo XX, Victoria Ocampo fue una viajera empedernida. A lo largo de sus variadas travesías, la escritora, intelectual, ensayista, traductora, editora, filántropa y mecenas pudo entablar amistad con exponentes de la literatura universal de la talla de Albert Camus, Graham Greene y Christopher Isherwood.

Su libro La viajera y sus sombras. Crónica de un aprendizaje, compliado y prologado por Sylvia Molloy y editado por Fondo de Cultura Económica, reúne diversos escritos de Ocampo sobre los innumerables viajes que realizó por Europa y Estados Unidos a lo largo de su vida, desde los temores de la infancia ante la mudanza a París hasta sus posteriores encuentros con personalidades de la época, como Maurice Ravel, Jean Cocteau, Alfred Stieglitz y hasta Benito Mussolini.

Tanto las cartas a sus hermanas y amigos como los textos autobiográficos y testimoniales descubren los deseos, gustos y costumbres de la autora y exhiben abiertamente sus opiniones e ideas sobre el mundo. A través de ellos, es posible reconstruir el largo aprendizaje vital e intelectual de la mujer que llevó la cultura argentina al resto del mundo, así como importó lo más destacado de la literatura universal de la época para consumo de sus compatriotas.

En el prólogo, que puede leerse a continuación, Molloy la define como una viajera distinta a las demás gracias a que “sus escritos cuestionaban la modalidad habitual del género” y escapan de la habitual “mirada turística”. Estos textos, a diferencia de las crónicas periodísticas que se estilaban en la época, son “curiosamente estáticos”, dada la ausencia casi total de descripciones. Escribe Molloy: “Victoria Ocampo lleva el viaje en la sangre. Desde los viajes políticos de sus antepasados hombres de Estado (...) a los viajes ilustrados o mundanos de los miembros de su clase, el viaje es parte de su herencia, una herencia de la que se hace cargo con creces, revitalizándola”.

Prólogo de Sylvia Molloy a “La viajera y sus sombras” de Victoria Ocampo (fragmento)

Victoria viajera: crónica de un aprendizaje (Sylvia Molloy)

Mucho quisiera que estuvieses aquí. Quisiera que me mostraras las cosas, las vería mejor contigo. Temo verlas de pasada, o al revés. Porque, entre otros méritos, tú sabes hacer ver. Roger Caillois, Carta a Victoria Ocampo.

Todo viaje es, en principio, dislocación, exilio, desplazamiento. Se deja un lugar conocido, seguro, para entrar en un lugar nuevo, acaso a la larga decepcionante (se espera demasiado de él), pero, en el momento en que se emprende el viaje, tentador.

Ese lugar otro, que se concibe espacialmente, está también marcado por un tiempo distinto: otro ritmo afecta al viajero durante el desplazamiento, lo descoloca, lo desorienta, y esa desorientación persiste aun después de concluido el viaje. No sólo vuelve distinto el que se ha ido, vuelve a un espacio y a un tiempo distintos, ya que el viaje nos hace ver el lugar al que volvemos, y que creíamos permanentemente igual a sí mismo, con otros ojos.

Como todo género que se quiere referencial –es decir que convence al lector de que lo que lee es la transposición “directa” de una supuesta realidad–, el relato de viaje trabaja con una quimera, la de simular su inmediatez. El viajero nos “hace ver”, nos interpela, nos invita a compartir experiencias, solicita nuestra identificación. Lo que le ha pasado a él puede pasarnos a nosotros, o más bien, nos está pasando a nosotros: “Póngase V. conmigo a bordo de la Rose, que ya vamos llegando a Francia”, escribía Sarmiento en su viaje a Europa. El yo itinerante acude al lector cómplice, el que “viaja” con él y reconoce aquello que describe, es decir, sabe “ver junto” con él.

Desde el temor a la mudanza a París durante su infancia hasta sus posteriores encuentros con personalidades como Albert Camus, Jean Cocteau y Benito Mussolini, la vida de Victoria Ocampo estuvo signada por sus constantes viajes.
Desde el temor a la mudanza a París durante su infancia hasta sus posteriores encuentros con personalidades como Albert Camus, Jean Cocteau y Benito Mussolini, la vida de Victoria Ocampo estuvo signada por sus constantes viajes.

Esa segunda persona a la que se dirige el yo viajero es, habitualmente, el que se queda atrás, el que no tiene acceso a la novedad que percibe el viajero salvo por intermedio de lo que éste le escribe. Esa segunda persona sedentaria, figura de autoridad en las empresas colonizadoras (así el soberano en las crónicas de la conquista), pasa a ser, en la modernidad, persona colectiva: es la comunidad de los que no han viajado y que buscan, en relatos de viaje publicados a menudo como crónicas periodísticas, lo nuevo, la noticia, y el placer vicario del “como si”.

Lo antedicho es típico, en general, del relato de viaje y de quien lo escribe. Y como toda generalidad, tiene sus notables excepciones. Advertí esto al pensar en Victoria Ocampo, al querer determinar qué caracterizaba sus viajes, al darme cuenta cómo, a menudo, sus escritos cuestionaban la modalidad habitual del género. Victoria, podría decirse, viaja de otra manera. Elucidar esa diferencia es el propósito de las páginas que siguen.

La función pedagógica que cumple el texto de viaje es necesariamente una función informativa, documental. Al lector/interlocutor se le enseña a conocer el lugar, la ciudad, a entender el encuentro, el evento narrado. Pero en Ocampo hay poca descripción del lugar en sí, pocas indicaciones espaciales, poco paisajismo. Sus relatos de viaje son, en general, curiosamente estáticos: se describe menos el traslado que el estar allí. Declarándose inepta para tomar notas, escribe: “Una fatalidad parece perseguirme. Jamás he apuntado en ellas nada utilizable o interesante. En cuanto no me dirijo a alguien (como en las cartas), en cuanto no tengo mentalmente un interlocutor para contarle lo que veo, siento, observo, pienso, las palabras se me marchitan”.

De ahí que el relato de viaje se dé tan a menudo en Victoria Ocampo como carta, ya sea explícita o implícitamente. De ahí también que su pedagogía, si cabe el término, sea otra que la de muchos viajeros. No se propone compartir una mirada turística. Si bien se da a ver, procura, sobre todo, dar a pensar.

Victoria Ocampo lleva el viaje en la sangre. Desde los viajes políticos de sus antepasados hombres de Estado –como el bisabuelo Aguirre que viaja a Estados Unidos a pedir el reconocimiento de la nación independiente– a los viajes ilustrados o mundanos de los miembros de su clase, el viaje es parte de su herencia, una herencia de la que se hace cargo con creces, revitalizándola.

La vida de Victoria Ocampo es una vida pautada por el desplazamiento entre lugares que pronto resultan familiares. Así los desplazamientos entre múltiples viviendas, múltiples hogares, la casona de la calle Viamonte, Villa Ocampo en San Isidro, la casa de Palermo Chico, la de Mar del Plata y, casi sin solución de continuidad, el Hotel Majestic de París, o el Meurice, o el apartamento de la rue Raynouard, o de la avenida Malakoff, o el Hotel de La Trémoille, o el Sherry Netherlands o el Waldorf Astoria en Nueva York; y, concomitantemente, los desplazamientos entre múltiples lenguas, literaturas, entre culturas.

La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren”, observa Francis de Croisset. En el caso de Victoria, podría decirse que la lectura es tomar el tren. Se pasa de un lugar a otro como se pasa de una lengua a otra, sin aparente esfuerzo: se está (o se cree estar) siempre at home, chez soi, en casa, y –sin que esto signifique contradicción– siempre a punto de partir: “el mundo entero es mi dominio y me siento en casa tanto en New York como en Londres. Necesito toda la tierra”, escribe Ocampo en una carta inédita citada por Beatriz Sarlo.

Si la ilusión del viajero baudelaireano era viajar “al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo”, los viajes de Ocampo son menos viajes de descubrimiento que de comprobación: esto que veo es (o no es) como me lo contaron, o como lo había imaginado a partir de mis lecturas. A pesar de no haber estado aquí nunca, conozco (o creo conocer) el lugar. Más que de relatos de viaje podría hablarse, dando un giro positivo al término que ella misma usa jocosamente, de “testimonios de desparramo”.

Quién fue Victoria Ocampo

♦ Nació en 1890 en Buenos Aires, Argentina, donde falleció en 1979.

♦ Fue una escritora, intelectual, ensayista, traductora, editora, filántropa y mecenas.

♦ Escribió libros como El archipiélago, Sur y Cía. y Virginia Woolf en su diario.

Quién fue Sylvia Molloy

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1938. Falleció en Nueva York, Estados Unidos, en 2022.

♦ Fue escritora, docente y editora.

♦ Escribió libros como En breve cárcel, El común olvido, Desarticulaciones y Vivir entre lenguas.

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