De múltiples oficios, variadas intervenciones en la escena pública y con una obra escrita en etapas y abordando distintos géneros, Juan Filloy (1894-2000) habitó tres siglos con una avidez y curiosidad por las que sigue siendo reconocido, leído y reeditado, como lo prueba ahora la publicación de Juan Filloy en la década del 30, un libro de Martina Guevara que engrosa el panorama de trabajos dedicados al prolífico escritor cordobés que a lo largo de su larga vida publicó más de treinta libros y dejó casi la misma cantidad de obras inéditas.
El flamante texto es una edición de Eduvim (Editorial Universitaria de Villa María) que se suma al mapa de publicaciones y obras que repasan y abordan la producción literaria de quien fuera caricaturista, socio fundador del club Talleres de Córdoba, creador del Museo de Bellas Artes de Río Cuarto y del Golf Club, abogado y miembro de la Federación Argentina de Boxeo.
Guevara analiza esa permanencia del escritor cordobés en el campo literario, junto al escritor y traductor Ariel Magnus, y la investigadora y docente Candelaria de Olmos.
“Filloy abreva de varias tradiciones, muchas veces contradictorias entre sí, y es difícil imaginar que ese entramado pueda constituir un discurso político coherente. Posiblemente, esa coexistencia solo la permita un texto literario y, en especial, de un autor que hace de la fricción una marca de estilo. Su aporte en ese aspecto pasa más bien por permitirnos dimensionar cuán infructífero puede ser cualquier intento de definir de manera unívoca la Nación y de asociar su reivindicación con un espacio político específico”, analiza Guevara.
La investigadora sostiene que su narrativa busca revelar el carácter ambiguo de las ideas de Nación imperantes en esos años 30 en los que decidió poner el foco. ¿Qué aportó a ese entramado? ¿Cómo sigue vigente ese aporte hoy?
“En los años 30, identidades partidarias de signos diversos tendían a definirse como identidades nacionales. Y de esa complejidad se nutre Filloy. Por ejemplo, en Aquende, hay extractos donde se parafrasea ‘La Argentina y el Imperialismo británico’, de Rodolfo y Julio Irazusta, pero con un Rosas que reivindica la revolución sandinista. Hay que dimensionar que la apropiación del revisionismo por parte de la izquierda nacional, con su reivindicación de las montoneras y los caudillos del interior, se da recién de manera orgánica en los 60. Así que Aquende se permite una confluencia poco habitual en los 30 entre un latinoamericanismo, más propio, en la época, de la izquierda y franjas radicales, con el nacionalismo rosista, más afín en esa década a los nacionalismos de derecha”, ejemplifica.
El hombre de las mil vidas
Lo primero que Ariel Magnus leyó de Filloy fue Op Oloop y fue descubriendo el resto de su obra a través de Edgardo Russo, editor del sello El Cuenco de Plata. “Me aseguró que era un genio y que me iban a gustar todos sus libros -rememora-. No se equivocó. Y él fue la puerta de entrada a Monique Filloy, la hija, imprescindible para trabajar sobre el autor, y que me franqueó hasta la correspondencia amorosa del padre, que al parecer no había visto nadie hasta entonces”.
Luego llegó la escritura de la biografía de Filloy titulada Un atleta de las letras (Eduvim) y asevera que significó “un desafío enorme, por la cantidad que escribió, que es mucho más que lo que publicó, que ya es bastante”, y su “avidez por leerlo todo, hasta sus escritos judiciales”. “Espero que todo ese material, ahora público, ayude a entender mejor su figura, ampliándola aún más”, dice sobre el archivo que el autor donó a diferentes instituciones y que, desde el año pasado, quedó disponibles para la consulta pública en Río Cuarto.
Candelaria de Olmos dirige la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, se ocupó especialmente de la obra de Filloy y es directora de la Colección Filloy de la editorial UNIRío.
Sobre la definición del escritor cordobés como un autor de la periferia reflexiona: “Su alcance va mas allá de Córdoba y de la literatura y se construye no solo como un escritor sino como un hombre de letras y un promotor cultural. Es algo que el había aprendido de muy chico en la biblioteca popular Vélez Sarsfield y luego lo despliega en Río Cuarto que era un pueblo, todavía en los años 20 no era ciudad y estaba todo por construir. Eso le sirve para desenvolverse en las instituciones culturales y aquellas en las que no se podía desenvolver crearlas o contribuir a crearlas como el Museo de Bellas Artes”.
Ante esa idea de representante de la periferia, Magnus remarca que se trata de “un escritor universal” y por eso la biografía que escribió sobre su vida es literaria, “en el sentido de que hace hincapié en su obra y comenta sus libros uno por uno”.
“Pero es verdad que eso era solo parte de la vida de Filloy, de las que ser juez y director de ese museo son solo algunas, también está el Rotary Club y la sede local de la SADE, por ejemplo. Por momentos da la sensación de que Filloy era Río Cuarto, sin más. A la vez, no era nada ‘provinciano’. Por un lado, necesitaba de un lugar pequeño para desplegar sus actividades culturales, pero por el otro aspiraba a que no se quedaran en el pueblo”, resalta y agrega que “desde cada posición que ocupó abría puertas al resto del país y más allá, carteándose con todo el mundo”.
De Olmos considera que Filloy “hace un aprovechamiento de lo escaso. Como decía David Viñas, la literatura era una práctica para las clases acomodadas y ese no era el caso de Filloy entonces esa avidez por intervenir en la escena pública tiene que ver con el modo en el que se construyó a si mismo”.
Justamente su tesis doctoral toma como eje esta idea de que siempre se había tomado a Filloy como un escritor periférico y la investigadora lo atribuye a “ciertas estrategias que adopta como los géneros en los que elige escribir para hacerse visible dentro y fuera del campo literario. Por ejemplo, empieza escribiendo un libro de viajes, después una novela, después un libro de poemas, después un ensayo sobre la realidad nacional cuando era un género muy en boga”.
“Construyó también personajes bastante erudito. Esto tiene que ver con su origen: su padre era semialfabetizado, su madre era analfabeta inmigrante, sus hermanos ni siquiera terminaron la escuela y él hace una trayectoria que su origen de clase no hacía prever. Hay un esfuerzo de parte suya por ocupar un lugar en el campo literario argentino y eso explica un poco estas estrategias. Un escritor de la periferia por defecto y por voluntad”, asevera.
La puerta de entrada a la literatura de Filloy
¿Qué recomendarle a alguien que va a leer por primera vez a Filloy? De Olmos responde: “De la última etapa me gusta mucho su autobiografía, son unas memorias de infancia de las que UNIRío hizo una edición anotada. Las publicó en 1994 cuando cumplió 100 años, después llegó salió esta edición de UNRío y sería un buen lugar para ingresar a su literatura y a su vida”.
Además recomienda “Periplo, el primero y al que define como “un libro de viajes que reúne apuntes, ni siquiera relatos y es un viaje a Europa y Medio Oriente”.
“Otro libro es ¡Estafen!, de 1932, que es la historia de un estafador y un gran alegato en contra de las instituciones del Estado. Toda una audacia para un escritor que era juez. Y Caterva que tiene personajes que abrazan al socialismo, el anarquismo y es además el viaje de 7 linyeras entre Río Cuarto y Córdoba, en ese transcurso suceden no tanto peripecias sino prolongados diálogos entre estos personajes que son eruditos, no importa si son linyeras. Esta es una buena puerta de entrada a su literatura”, recomienda la directora de la colección Filloy.
Fuente: Télam S.E.
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