Contemporáneos de un punto de quiebre histórico que hará que la Inteligencia Artificial (IA) esté cada vez más presente en nuestras rutinas personales y profesionales y con la misma mirada entre apocalíptica y esperanzadora que ya acompañó a otros cambios de paradigma en la historia, todavía resulta complejo imaginar su impacto en algunos ámbitos como la escritura literaria, signada por lo emotivo y la imaginación.
La IA ya escribe códigos de programación pero también ensayos universitarios que ponen en jaque a la pedagogía consolidada de las casas de altos estudios, compone videos, imágenes, poesías y relatos y obliga a una pregunta problemática y urgente: ¿La masificación y democratización del acceso -que irrumpió en la escena pública con el ChatGTP pero que tiene tantas variantes como usos- puede competir con la creatividad artística de las personas?
Tras del boom que ChatGTP generó en las redes luego de haber logrado el millón de usuarios en solo cinco días, circuló un texto que respondía al pedido de que escribiera un texto emulando el estilo de los tres Nobel latinoamericanos. Aunque aquellas líneas -que comenzaban con la frase “la soledad se había apoderado de la ciudad, como una niebla espesa que se adueñaba de cada rincón”- difícilmente podrían ser parte de una obra con impronta de Nobel, el resultado era digno, perfeccionable pero, sobre todo, inquietante. ¿El premio Nobel de Literatura lo ganará (siempre) un humano?
El presidente de la Asociación Europea de Inteligencia Artificial, Carles Sierra, describió esta limitación en términos técnicos en una conferencia reciente: “Todos estos sistemas generativos no entienden lo que están haciendo. Se limitan a imitar, pero no, realmente, a entender. Cuanto más largo sea el texto, se aprecian más incoherencias entre el inicio y el final. Porque son siempre las últimas frases las que determinan las siguientes. Y, en ese proceso, se pierde la coherencia general del discurso”.
Conmovido por la novedad y alterado por la posibilidad de perder su trabajo “en manos de” el ChatGTP, el escritor español Jacobo Bergareche, autor de Los días perfectos (Libros del Asteroide), planteó en un artículo que los chatbots están calibrados por “legiones de ingenieros que se aseguran de que jamás muestren sesgos ni perpetúen prejuicios sobre cánones de belleza corporal, estereotipos de raza o de género, que no respondan a cuestiones sexuales escabrosas y en general que eviten cualquier lío con este tipo de lectores propensos a sentirse ofendidos”.
Será, entonces, la incorrección y lo humanamente problemático lo que proteja a su oficio: “Los escritores podemos respirar tranquilos por unos años más, sabiendo que la inteligencia artificial está programada para ser incapaz de crear personajes reales con conflictos profundos con los que nos podamos identificar, y que por tanto, de momento no podrán hacer literatura”, escribió.
Pero el debate se amplía de forma veloz a medida que la herramienta se aplica. En los últimos días, ChatGPT rindió exámenes de grado y posgrado en Derecho y Negocios en universidades prestigiosas de Estados Unidos y los aprobó sin problemas, aunque con nota baja. El hito generó toda suerte de debates sobre en pedagogía y educación. En Francia, la universidad Sciences Po prohibió a sus alumnos el robot conversacional y advirtió que su uso, en especial sin reconocimiento de que se recurrió a esa tecnología, puede derivar en la expulsión.
“A partir de 2010 se abrió una etapa de democratización del acceso a la IA y ahora, con pocas líneas de código, se puede entrenar un modelo. ¿Por qué tenemos la sensación de que vivimos una época de cambio? Hasta hace algunos años, los resultados más interesantes eran con modelos predictivos. Ahora, los modelos generativos son protagonistas y hay una suerte de revolución en los modelos de imagen y de lenguaje”, explica sobre el presente Enzo Ferrante, doctor en Informática por la Université Paris-Saclay e ingeniero de Sistemas por la UNICEN de Tandil, quien trabaja en el campo de la equidad algorítmica y en el desarrollo de métodos de aprendizaje automático para el análisis de imágenes biomédicas.
Ferrante, quien realizó su postdoctorado en el Imperial College London y a fines de 2017 volvió a la Argentina como investigador repatriado al Instituto de Señales, Sistemas e Inteligencia Computacional, sinc(i) del CONICET, cree que estamos en un momento bisagra y propone recibirlo con más cautela que miedo: “Por supuesto que tenemos que ser cuidadosos. Tiene que existir una regulación que atienda a lo ético y también el sesgo algorítmico. La llegada del ChatGTP me recuerda al impacto que tuvieron la Encarta y la aparición de Google en otras generaciones: tras la sorpresa de la innovación, cambiaron las reglas del juego”.
Fredi Vivas es CEO y fundador de RockingData, una startup que trabaja junto a empresas de distintas industrias para identificar formas innovadoras de usar los datos. Autor del libro ¿Cómo piensan las máquinas? (Galerna), le gusta pensar la IA como una disciplina de humanidades: “Nos ayuda a entender cómo aprendemos, cómo incorporamos y creamos conocimiento. Eso es algo que siempre se dejó para los humanos y ahora lo estamos tratando de trasladar a las máquinas”.
Vislumbra que somos contemporáneos de cierta masificación de la IA, pero cree que falta para que el salto sea definitivo: “Hay muestras de la democratización de determinadas ramas de la IA como la generación de imágenes y texto, pero en áreas como empresas, instituciones y gobiernos todavía eso no todavía no está democratizado y ahí radica su real valor de innovación e impacto”.
Desestima aquel temor detrás de la automatización del arte y las humanidades. “Existe el preconcepto de que sólo pueden trabajar e interesarse en esto personas formadas en computación e ingeniería porque, efectivamente, durante los primeros 40 años fue así. Pero hoy hay investigación social y en psicología con IA. En RockingData, trabajan dos filósofos y politólogos y hemos incorporado psicólogos. Es elemental e importante que aparezcan estos roles y cruces porque, por la apertura de la mirada, serán los que generen usos más innovadores y responsables de la IA”, cuenta Vivas sobre cómo lo interdisciplinario puede ayudar a disipar cierto temor apocalíptico sobre el futuro.
¿Cómo dialoga la IA con la creatividad?
“Me sorprende. Para mí no era algo que fuera a suceder tan rápido. Hace pocos meses, en Estados Unidos, una IA ganó un concurso de retoque digital en el que competía con humanos. Muchos se quejaban aduciendo que eso no era arte sino una copia de una copia en función de las imágenes disponibles en Google. Otros, en cambio, defendían eso como creativo: el clásico hacer algo nuevo mezclando cosas. Pensaba que la creatividad era utópica en este ámbito y ahora me lo estoy planteando: me imagino artistas que usen tecnologías disponibles para perfeccionar sus técnicas, para bocetar más rápido o para hacer cosas distintas. Y tal vez ocurra en el sentido inverso y también se democratice cierta cuestión de técnicas para quienes no las manejamos”, acepta Vivas.
Con formación de ingeniero, a Vivas le gusta mucho mucho la música y, además, toca la batería. “Recuerdo que en los ochenta, cuando empezaron a usarse las bases digitales de batería, se pensaba que había llegado el fin de los bateristas. Pero en la música parte de lo que nos gusta es la imperfección, lo que se genera en el momento, un error puede ser leído como un momento especial. Y con IA nunca va a pasar esto. Lo dijo Nick Cave muy claro: los datos no pueden sufrir, no tienen ser interior, no sobrevivieron a nada”, añade.
Dentro de los proyectos que ponen a dialogar la creatividad con la IA, a Vivas lo entusiasman los que trabajan con la generación de imágenes. “RockingData en un proyecto que utiliza esas plataformas de generación de imágenes artificiales para ilustrar un producto nuevo que estamos creando. Mientras el usuario navega dentro de nuestro producto, va generando imágenes en función del contexto del usuario. Es arte artificial, instantáneo y cada persona que lo ve, está viendo algo diferente”, cuenta.
Para Nicolás Rodriguez, director asociado de Data Sciences de R/GA, una empresa global de innovación y diseño, la tecnología hace años está en el centro del aprendizaje y desarrollos como ChatGPT vienen a reforzar ese posicionamiento. “Contar con un `maestro capaz de interactuar con nosotros y darnos acceso a un intelecto fluido que articula conceptos de una forma casi humana tan sólo pidiéndolo a través de palabras es un `game changer´´. Indudablemente, en los próximos años estas tecnologías serán adoptadas masivamente para acompañar el aprendizaje, reforzando los conocimientos a partir de estrategias pedagógicas completamente personalizadas”, analiza sobre cómo imagina que será el trabajo conjunto entre la educación y la IA en el futuro.
Sin embargo, cree que el debate actual sobre el alcance de la automatización es “natural y positivo”. “Hasta hace algunos años, cuando hablabas de Inteligencia Artificial, la mayoría de la gente se mostraba incrédula o simplemente desconocía el tema. Hoy está en boca todos y de ese diálogo depende que aprovechemos la tecnología para generar un cambio positivo para toda la humanidad”, advierte.
En R/GA, la inclusión de estas herramientas les permitió ser más ágiles en las etapas de ideación y prototipado, sin arrancar de una hoja vacía. “En la mayoría de los casos, las IAs son grandes compañeros para elevar el proceso, pero no así el entregable final. En ese punto, la creatividad humana sigue teniendo una elasticidad, propósito y visión sin rivales”, distingue.
La IA no tiene capacidad de emocionarse ni de pensarse a sí misma. ¿Cómo podría crear algo original? Carl Jung, pionero del psicoanálisis, creía que la creación no es resultado del intelecto sino del instinto de juego: “La mente creativa juega con los objetos que ama”. Tal vez ahí, en la capacidad de amar y odiar, radique precisamente el corazón insustituible de la creatividad humana.
Fuente: Télam S.E.
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