Hasta hace algunos años, el escritor y filósofo español Fernando Savater pensaba que nunca más volvería a escribir. En 2015, tras la muerte de su esposa, Sara Torres, el autor de Ética para Amador había entrado en una profunda depresión que le impedía continuar con una fructífera e ininterrumpida carrera que había empezado hace más de medio siglo.
Pero cuando un editor del periódico español El País le ofreció escribir una columna semanal de 300 palabras, tentado por la brevedad de la propuesta, Savater decidió salir de su letargo. Así, el autor vasco nacido en 1947 volvió al ruedo con sus temas preferidos al hombro: el nacionalismo, la tauromaquia, la política española, la cultura, sus escritores favoritos, todo bajo una mirada sagaz y penetrante que, sin embargo, no relega el humor y la ironía ante la abrumadora realidad.
En Solo integral, editado por Ariel, Savater reúne casi cien textos cortos de los más variados temas de los cuales la mitad ven la luz por primera vez. Además, dado que varios de estos habían sido publicados hace más de cinco años, el autor les anexó a cada uno una actualización, en la que deja ver, sin vergüenza, sus propias contradicciones y cambios de postura.
Por ejemplo, en el caso de “Caca”, artículo de junio de 2015 que abre el libro y que puede leerse a continuación, Savater habla de una España (”¡Pobre España”, clama repetidas veces) que está “descoyuntada entre los saqueadores y los mutiladores”. Pero, en el anexo, aclara: “Noten que cuando escribí el texto que comento aún no existía la «terrible amenaza» de Vox que hoy carga con el sambenito de ser la peor de las sombras sobre nuestra democracia”.
Solo integral ofrece una vuelta de tuerca a las mejores ideas de Fernando Savater, que el autor logra actualizar y traer a un presente en el que unos pocos años pueden hacer la diferencia.
Así empieza “Solo integral” de Fernando Savater
Caca
20 de junio de 2015
¡Pobre España, descoyuntada entre los saqueadores y los mutiladores! Sin duda necesita una regeneración política, pero no vendrá de quienes solo saben contar hasta ciento cuarenta.
Hace tiempo Bernard-Henri Lévy me contó las barbaridades que decían de él en las redes sociales. Tenía un dispositivo de aviso para cuando su nombre aparecía mencionado, a cuyo reclamo se apresuraba a comprobar descortesías e indecencias. Le aconsejé el modo infalible, aunque anticuado, con que yo me ahorraba tales disgustos: no frecuentar esa ciénaga para no sentirme nunca emporcado por las materias fecales que se arrojan a ella.
Pero ahora la cosa se ha vuelto más difícil, porque los amigos de la caca, pis y culo han salido del retrete de la Red y se los encuentra uno en todas partes, por ejemplo en los ayuntamientos. Ya sospechábamos que la huella de la zafiedad franquista y la cursilería falangista tenía que hacerse notar en un país de poca educación cívica como este: pues ahí está. Y junto a los regüeldos, ellos y ellas no dejan de mencionar la «dignidad», aunque a su lado una lombriz adquiere prestancia de dragón heráldico.
Algunos los toman por marxistas, pero la brutalidad simplificadora es lo contrario de la tesis de Marx, la cual no recomienda prescindir del conocimiento para transformar el mundo, sino que lo exige como requisito para el cambio revolucionario. Lo peor —con ser malo— no es que los brutos se manifiesten antisemitas, necrófilos o feminazis, sino que sean brutos, o sea, que presenten un perfil de inconfundible estupidez como recomendación de buena voluntad para ocupar puestos de responsabilidad. No hay más que repasar las bufonescas cláusulas empleadas por muchos ediles para aceptar sus cargos: salvo el «te lo juro por Snoopy» se ha oído berrear de todo.
¡Pobre España, descoyuntada entre los saqueadores y los mutiladores! Sin duda necesita una regeneración política, pero no vendrá de quienes solo saben contar hasta ciento cuarenta.
Col tempo...
Lo que más me preocupa al leer esta columna de hace ya seis años, o sea, de las de mi primera hornada, es que el diagnóstico que entonces avanzaba sobre el país y los desaprensivos o imbéciles que lo desuellan de sus mejores cualidades en aquel momento parecía un exabrupto catastrofista y hoy ha perdido interés porque es simplemente un tópico comúnmente aceptado. Noten que cuando escribí el texto que comento aún no existía la «terrible amenaza» de Vox que hoy carga con el sambenito de ser la peor de las sombras sobre nuestra democracia.
Precisamente la «caca» de la que hablo es el abono del que surgió Vox, como reacción extremista a una indecencia generalizada con pretensiones revolucionarias. No me oirán elogiar los remedios preconizados por Vox a los males de la patria, sobre todo porque en línea nacionalista e intransigente se parecen demasiado a esos males que pretende extirpar. Pero tampoco voy a suscribir el dictamen del sentido común de los «progres» que carecen de él por el que convierten a Vox en el Coco que nos debe asustar, mientras disimulan bajo la alfombra la caca que fingen no oler.
Recuperar la dignidad no es invocarla a troche y moche, mientras se la olvida y pisotea (la de las víctimas del terrorismo que deben soportar homenajes públicos a sus verdugos, la de los estudiantes demócratas, y por tanto antiseparatistas, de la universidad catalana hostigados por su compañeros [?] y por sus autoridades académicas, la de partidos y movimientos políticos que padecen agresiones y escraches cuando tratan de manifestar sus puntos de vista, la de medios de comunicación de titularidad pública dedicados a la desinformación más sectaria y a predicar contra personas o instituciones molestas para el Gobierno, la de las más altas jerarquías gubernamentales sometidas aquiescentemente al chantaje de sus indeseables apoyos electorales, etc.), sino encarnarla en la práctica cívica de cada día.
Eso es lo que echo de menos, y desde la desaparición (por falta de apoyo de los electores) de UPyD y la decadencia irreprimible de C’s, todavía mucho más. Si en estas páginas suena a veces un lamento es por el civismo arrinconado y el populismo político corruptor, no por otra cosa.
Pedigrí
18 de julio de 2015
«¡Familias, os odio!», decía André Gide para seducir a los jóvenes. Pues con Pablo Iglesias lo tendría crudo.
Cuenta Amartya Sen que un fascista hablaba con un campesino italiano tratando de reclutarle para el partido. El buen hombre se excusaba, humilde: «Mire, es que mi padre fue socialista, como mi tío, como mi abuelo... De modo que debo ser socialista yo también». «¡Qué absurdo! —se indignaba el fascista—. Y si tu padre fuese un ladrón y tu abuelo un asesino, ¿qué tendrías que ser tú?» «¡Entonces sí! —dijo radiante el campesino—, ¡entonces con mucho gusto me afiliaría al partido fascista!»
También Pablo Iglesias blasona de que su tío abuelo, su abuelo, sus padres, todos fueron socialistas o comunistas y padecieron persecución por ello. De modo que él «lleva la izquierda tatuada en las entrañas con orgullo», que ya es llevar.
Conozco ganadores del Derby con menos pedigrí. En nuestros tiempos de olvido o desdén de los valores familiares es bueno saber que aún hay jóvenes fieles a la tradición. Dijo Josep Pla que en este mundo podrido (el suyo, el nuestro; cualquiera) solo hay tres cosas de pureza conmovedora: la pasta asciutta, el vino de Riesling y el amor filial. Iglesias tiene este último flanco bien cubierto.
Sin embargo, algo de razón llevaba el reclutador fascista: aceptar la transmisión genética de la ideología política no carece de riesgos. ¿Diremos que si Pablo hubiese nacido en una familia de radicales islámicos ahora correría alfanje en mano tras los cristianos que se pusieran a su alcance? ¿Entiende ese joven tan prometedor que sus adversarios son todos de estirpe franquista y llevan por tanto el derechismo incorporado de fábrica? ¿Volvemos a la limpieza de sangre y a la hidalguía de cuna, tan españolas?
«¡Familias, os odio!», decía André Gide para seducir a los jóvenes. Pues con Pablo Iglesias lo tendría crudo.
Col tempo...
Esta fue una de las primeras columnas que publiqué. En cierto sentido, fue una especie de declaración de intenciones y también de estilo. En cuanto a este último, una amiga muy querida lo llama «estilo cowboy», lo cual, naturalmente, me halaga: cierta agresividad bienhumorada, ironía; en fin, más que un estilo, un estilete. Pero también declaraba mi intención de desmitificar ese desembarco invasor de una izquierda glamurosa, nutrida con guacamayos y arepas recién importadas del parloteo bolivariano, algo así como el realismo mágico de García Márquez aplicado al progresismo.
A quienes conocemos bastante los países hispanoamericanos y sus debates es más difícil hechizarnos con estos embelecos populistas, pero en el resto de España el embrujo funcionó de manera sonrojante. Aún ahora continúa dando coletazos, pero ya fuera del agua y a punto de pasar a la cesta del pescador. Su representante más esclarecido ha sido sin duda Pablo Iglesias, que tiene una notable habilidad para moverse en el mundo audiovisual y domina el arte de hablar con eslóganes —hoy tuits— y disimular su falta de bagaje teórico con dogmas sonoros.
Pero sobre todo, en la época en que escribí la columna, se esforzaba por asegurarse un pedigrí que se remontara al cielo republicano y la santísima gloria anterior a la victoria franquista. Ese autobombo interesado duró hasta ser abatido certeramente por Cayetana Álvarez de Toledo cuando le recordó que provenía filialmente de un terrorista del FRAP, organización dedicada a cometer crímenes para obstaculizar la implantación de la democracia y no para emancipar a los explotados. Esa filiación le hacía simpatizar más con los proetarras en una herriko taberna que unirse a quienes con riesgo personal nos manifestábamos contra los violentos en el País Vasco. O apoyar regímenes como el chavismo o el castrismo cuya implantación en España hubiera horrorizado a la mayoría de los millones de tontos —sí, tontos, lo siento— que le votaron en sus primeras apariciones electorales.
En fin, como aperitivo de lo que iba a venir luego, la columna no está mal, ¿verdad?
Quién es Fernando Savater
♦ Nació en San Sebastián, España en 1947.
♦ Es escritor, periodista, filósofo y profesor.
♦ Escribió libros como Diccionario filosófico, El arte de ensayar, Borges: la ironía metafísica, Ética para Amador, El contenido de la felicidad, Aquí viven leones y La vida eterna.
♦ Recibió galardones como el Premio Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo, el Premio Internacional Eulalio Ferrer, el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, el Premio Ortega y Gasset de Periodismo y el Premio Anagrama.
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