Para el economista argentino Federico Poli, la opción para encarrilar el tambaleante rumbo de la economía argentina no se encuentra dentro de la polarizada dicotomía populismo-liberalismo. Según afirma en su nuevo libro el exdirector ejecutivo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y exjefe de Gabinete del Ministerio de Economía y Producción, la única forma de salir del “círculo vicioso de la decadencia” en Argentina es a través del desarrollismo.
“Nuestro potencial productivo y tecnológico no solo remite a un pasado de gloria. Existe, aún hoy, un importante capital acumulado que se traduce en conocimientos, tradiciones e historias que constituyen verdaderos activos latentes. Muchos emprendimientos actuales, opacados por la pérdida de rumbo nacional, no dejan de seguir siendo muy significativos”, escribe el autor al comienzo de Más allá del liberalismo y el populismo: una síntesis desarrollista para la Argentina, editado por Sudamericana.
En el prólogo, el exministro de Educación, Universidad e Investigación de Italia, Patrizio Bianchi, resume esta tercera posición que, además, según afirma, no se limita a los problemas de Argentina sino que puede amoldarse a la complicada situación económica global: “Para enfrentar estos desafíos de época, no se necesita un populismo paroxístico ni un hiperliberalismo exasperado, sino una política equilibrada y competente que conduzca a los diferentes países a un fuerte proceso de integración con la paz y el desarrollo sostenible y equitativo como objetivos”.
Los números que comparte Poli en su nuevo libro son, cuanto menos, alarmantes. Datos como que “en 50 años multiplicamos por 20 la pobreza”, que “el PIB per cápita está disminuyendo 1,3% por año” o que la pobreza y la indigencia se duplicaron en la última década bastan para que el autor afirme que, mientras el liberalismo y el populismo se pasan la pelota, una tercera opción todavía es posible: “La Argentina debe recuperar la épica del desarrollo”.
“Más allá del populismo y el liberalismo” (fragmento)
¿Por qué debemos recrear una síntesis desarrollista para la Argentina actual?
No es nostalgia de los años 60, ni añoranza de mi juventud perdida en los 80, cerca de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Es la traducción a nuestro país del nuevo paradigma productivista (the new productivism paradigm), en palabras del economista de Harvard, Dani Rodrik, que está logrando el consenso en la política norteamericana, desplazando el paradigma neoliberal.
“Hay signos de una mayor reorientación hacia un marco de política económica enraizado en la producción, el trabajo y el localismo, en lugar de las finanzas, el consumismo y el globalismo”. O, si se quiere verlo localmente, es la superación del maldito péndulo liberal-populista, el loop del “día de la marmota” en el cual, a los argentinos, se nos fueron los últimos cincuenta años. Medio siglo en el que fuimos destruyendo activos y valor, y empobreciéndonos.
Dos tuits resumen la tragedia. En mayo de 2020, el colega Martín Rapetti tuiteaba: “El PIB por habitante de la Argentina será en 2020 igual al que teníamos en 1974. Casi medio siglo perdido. El mismo ingreso, peor distribución y más pobreza. Un fracaso como sociedad”. Otra colega, Marina Dal Poggetto, agregaba que “en 50 años multiplicamos por 20 la pobreza”.
Por su parte, Alec Oxenford, el creador de unicornio argentino OLX, en febrero de 2021 tuiteó: “El valor destruido en la Argentina durante los últimos 25 años es escalofriante. En 1994, el valor de todas las empresas del Merval representaba el 40% de sus comparables brasileras en el Bovespa. En 2021, el valor del Merval es solo el 2% del Bovespa: US$ 20.000 millones versus US$ 1.000.000 millones”.
La Argentina debe recuperar la épica del desarrollo. Necesitamos políticas que empujen ese dinamismo productivo permitiendo la expansión de nuestras fuerzas productivas y el aprovechamiento de los inmensos recursos naturales y humanos que poseemos. Parafraseando a Abel Posse, somos hoy, al igual que en el año 2001, una nación con la voluntad quebrada.
Nuestro país no solo es caso de retroceso sin parangón en el contexto mundial del último siglo, sin haber sufrido guerras internas ni con terceros, sino también, como dijo hace décadas el ex presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Massuh, “el gran misterio argentino aún no develado es cómo se puede ser pobres en la abundancia”. Una situación que genera impotencia y frustración y, a la vez, mucho enojo.
Tanto nos repitieron, y nos repetimos, que no somos capaces de “hacer cosas” de calidad, que terminamos creyéndonos incapaces. Aunque, a pesar de todo, demostremos diariamente que no es así. Se niega la capacidad emprendedora de nuestros empresarios y la capacidad laboriosa de nuestros trabajadores, desde la izquierda y desde la derecha. A derecha, el desprecio de los economistas liberales que solo ven, en los empresarios argentinos, a ineficientes parásitos proteccionistas, cazadores de rentas del Estado, que venden sus productos de baja calidad a altísimos precios. Estos economistas están obsesionados pensando y proponiéndonos distintos modos de destrucción de sectores enteros de nuestra producción por “no competitivos”. A izquierda, los populistas solo ven, en nuestros empresarios, monopólicos formadores de precios, que explotan a sus trabajadores y generan inflación, que conspiran contra gobiernos populares, llevan adelante golpes de mercado, tienen connivencia con dictadores y represores de todo tipo, acá y allá. Por eso, nuestros populistas los declaran enemigos y los persiguen.
El círculo vicioso de la decadencia
El populismo supone que en la Argentina hay una enorme riqueza que, si se distribuyera correctamente, podría mejorar la distribución del ingreso y hacer desaparecer la pobreza. Esto es falso. Desde 2012 hasta 2021 el PIB de la economía argentina se contrajo 0,3% por año con la población creciendo al 1%, por lo cual el PIB per cápita está disminuyendo 1,3%por año.
Nuestra productividad viene cayendo. En una economía en la que la productividad se derrumba, los salarios reales no pueden incrementarse de modo permanente. Por el contrario, necesariamente caerán en la magnitud que lo haga la productividad. Tampoco los beneficios empresariales podrán crecer en este marco. Por otro lado, ya mencionamos en qué magnitud se destruyó el valor de los activos empresariales en nuestro país. ¿De qué apropiación de riqueza hablamos?Suponiendo un crecimiento promedio del 2%, José María Fanelli hace la siguiente cuenta: la comparación con el comportamiento de la economía en esta década nos deja hoy con una pérdida de un cuarto del PIB.
Tenemos, claramente, un problema de caída de la productividad, estancamiento económico y, consecuentemente, pobreza. Hemos querido, infructuosamente, distribuir una riqueza que todavía no existe. Fantasía que destruyó el proceso de inversión, crecimiento económico y empleo.
En los años de Alberto Fernández, el cuarto kirchnerismo, este modelo populista se exacerba. Se trata de un gobierno que ha mostrado una enferma predisposición al atajo de la creación de nuevos impuestos. Se llega al absurdo de multiplicar el número de impuestos, sobregravar hechos ya imponibles y, peor aún, hacerlo ex post, es decir, una vez producidos los mismos.
“Siempre hay una buena ocasión para incrementar impuestos” es paradigma del gobierno, en una economía estancada con empresas agobiadas por la presión impositiva. No se pueden crear nuevas imposiciones permanentemente porque quien invierte no sabe a qué se enfrenta. La estructura impositiva se puede modificar excepcionalmente, pero no debe ser “toqueteada” todos los años con la excusa de situaciones imprevistas. Esta incertidumbre en un país con la inestabilidad histórica de la Argentina es demoledora para el proceso de acumulación de capital y generación de riqueza.
Nuestro país se transformó en el reino de la incertidumbre regulatoria. Es letal para el proceso inversor no saber a qué estructura impositiva y regulatoria se enfrenta. La inversión reproductiva en maquinarias y equipos para producir y naves industriales hace tiempo que está en mínimos históricos. No es casualidad. Hay que salir del círculo vicioso que implica más impuestos, menos inversión privada y empleo privado, más desocupación, más empleo público, más planes sociales y más pobreza. Esto requiere de más impuestos para financiar este proceso perverso, lo cual retroalimenta el circuito de la decadencia.
La segunda vuelta implica nueva caída de la inversión y del empleo privado, lo que produce más desocupados, planes sociales, empleo público y pobreza. Así se inicia otro ciclo de la decadencia. La paradoja que termina con toda la polémica es el dato del incremento exponencial de la pobreza y la indigencia desde el año 2011 a la actualidad vis a vis el incremento de transferencias de fondos públicos destinados a asistencia social.
En los 90, 10 millones de personas recibían transferencia del Estado, hoy son 25 millones. Entre 2010 y 2019, el sector público generó ingresos a 7,6 millones de nuevos hogares: más de un millón de nuevos empleados; 3,6 millones de jubilados por moratoria; 817 mil nuevas pensiones no contributivas y 2,2 millones de hogares con al menos una AUH.
El empleo público, entre 2008 y 2015,pasó de 1,5 a 3,5 millones con un PIB per cápita en caída. No obstante, los indicadores de pobreza estallaron. En 2011, la pobreza por ingresos alcanzaba 26% de la población y 17,5% de los hogares, en tanto en el año esos valores alcanzan el 44% y el 34%, respetivamente. La indigencia, por su parte, en 2011 alcanzaba al 4% delas personas y 3% de los hogares; en 2021, esos valores llegaban al 9% y 7%, respectivamente. Lo más doloroso e inmoral de la distribución de esa pobreza por ingresos es su concentración en los niños y adolescentes, que pasó del 40% en el año 2011 al 65% en 2021. Inmoral, cruel, inaceptable.
Duele. Peor aún, todos los datos sociales que acabamos de repasar son tasas observadas luego de transferencias del Estado. Si quitamos programas de transferencias de ingresos condicionadas como AUH-AUE, programas de capacitación y empleo, la tarjeta Alimentar, el IFE y pensiones no contributivas, la tasa de indigencia en 2021 saltaría de 9% de la población a 19%, y la tasa de pobreza de 44% a 49%.
Quién es Federico Poli
♦ Es licenciado en Economía y candidato a doctor en Ciencias Económicas por la UBA. Realizó estudios de posgrado en el Instituto Di Tella.
♦ Es director de la consultora SISTÉMICA y asesor senior para asuntos estratégicos internacionales del CEU-UIA, además de miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales.
♦ Se desempeñó como director ejecutivo por Argentina y Haití en el BID (Washington DC, 2018-2020), director de la División de Asuntos Económicos de la SEGIB (Madrid, 2006 y 2014), subsecretario de PYMES y Desarrollo Regional del gobierno nacional (Argentina, 2003-2006), jefe de Gabinete del Ministerio de Economía y Producción (Argentina, 2002-2003), economista jefe (1999-2002) y jefe del Departamento de Economía (1991-1996) de la UIA.
♦ Escribió libros como Historias fugaces de hombres y mujeres y Más allá del liberalismo y el populismo.
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