“Cauterio”, de Lucía Lijtmaer: “La ficción es, muchas veces, un terreno más emocional que ideológico”

La escritora argentina habló en Infobae Leamos sobre su más reciente título, en el marco del Hay Festival 2023, desde Cartagena de Indias, y reflexionó alrededor de temas como el feminismo y el arte de la novela

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La escritora argentina Lucía Lijtmaer, una de las invitadas al Hay Festival 2023, en Cartagena de Indias. (La Tercera).
La escritora argentina Lucía Lijtmaer, una de las invitadas al Hay Festival 2023, en Cartagena de Indias. (La Tercera).

La huida del dolor como forma de supervivencia, aquello que pasa cuando se le impide a una persona la relación natural con su entorno, los roles de género que buscan ser redefinidos, y el ruido de la soledad, son algunos de los temas que la escritora argentina Lucía Lijtmaer desarrolla al interior de su más reciente novela.

En “Cauterio”, título publicado por la editorial Anagrama, la argentina narra las historias en paralelo de una joven sin nombre, en el tiempo presente, y la de una pensadora nacida en 1856, Deborah Moody, un personaje real que, durante el siglo XVII, fue conocida como “la mujer más peligrosa del mundo”.

La trama de la novela transcurre, inicialmente, en el verano de 2014, con una mujer que acaba de sufrir el abandono de su pareja y huye de Barcelona a Madrid, con la convicción de que el final de todo está cerca. Cuatro siglos antes, otra mujer, Deborah Moody, se ve obligada a emigrar a las colonias de América del Norte, cargando consigo un secreto que le pesa.

Ironía, sarcasmo y misterio; brujas y curanderas; el mítico Salem; nostalgia, violencia e hipocresía; Barcelona, Madrid y el presente al borde del colapso. En las páginas de “Cauterio”, la autora retrata el espacio como otro personaje más que mira a sus habitantes por encima del hombro y les reclama atención: ”Mírame, estoy aquí”, parece decir. “Húndete conmigo”.

Comparada con la de autores como Bret Easton Ellis y Mercé Rodoreda, la narrativa de Lucía Lijtmaer propone una idea interesante para los problemas del mundo: quemarlo todo. En últimas, solo así será posible cauterizar.

“Dos mujeres, dos sociedades separadas por siglos y dos sensibilidades que se identifican. Relato de un instante que, larvado, atraviesa épocas y espacios en los que política y religión ejecutan el mismo infame chantaje sobre la debilidad de los cuerpos. Lucía Lijtmaer construye una historia no solo conmovedora e imaginativa sino insustituible: anatomiza una selva de sentimientos y poderes atemporales”, reseñó el también escritor Agustín Fernández Mallo.

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Destacable es en esta pieza, el quinto título de la autora, la forma en que da rienda suelta a su talento narrativo. De repente, puede ser la novela más ambiciosa de Lijtmaer desde que inició su carrera literaria, cuando publicó, de la mano del sello Capitán Swing, Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ahora”, en 2015.

La escritora que concibió “Cauterio” tiene mucho de distinto a la de estos primeros libros. Es la misma, y al tiempo no lo es, porque las voces cambian y la que reside en estas páginas suena a muchas cosas. De ahí que sea tan buena la novela. Y bien lo ha dicho la escritora Laura Fernández, que la de Lucía Lijtmaer es una poderosa voz, nueva, “capaz de desdoblarse, huir y afilarse”.

“Si los polos se están derritiendo, Barcelona será de lo primero en quedar borrada, después de Venecia y Ámsterdam. Como está en una pendiente que oscila entre el diez y el quince por ciento, además, primero morirán los pobres, los taxistas paquistanís del Raval, las chicas filipinas de la panadería de la calle Sant Vicenç, la señora Quimeta y su mercería, los guiris de la Barceloneta, todos, absolutamente todos, los holandeses, los franceses, los ingleses y los italianos –nadie echará de menos a los italianos–. También se irán flotando los vigilantes de seguridad, los trabajadores del metro y los dependientes del mercado de Santa Caterina. Se anegarán el Llobregat y todos sus juncos, se desbordará el Besòs y todo ese torrente se confundirá con la mancha de agua que ocupará Sant Adrià y Cornellà, a este y a oeste, esa mancha que acabará con el aeropuerto y arrasará Castelldefels. Se salvarán, en una pirueta azarosa, el templo budista del Garraf, llamado Sakya Tashi Ling, y los jipis de la Floresta, solamente porque el suelo es calcáreo y las casas no se vendrán abajo tan fácilmente. Putos jipis” - (Fragmento).

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Desde Cartagena de Indias, la escritora argentina habló en Infobae Leamos, en el marco del Hay Festival 2023, sobre “Cauterio”, y reflexionó alrededor de temas como el feminismo y el arte de la novela.

— La génesis de la novela parece girar en torno al aislamiento, a lo que sucede cuando sacas a una persona de su espacio. ¿En qué momento comenzó a concebir esta idea?

— Muchas veces, la génesis de las novelas no es exactamente ideológica, sino más emocional. No sabes por qué, pero tienes una imagen, y esa imagen no se va y se convierte en algo obsesivo. Yo sabía que tenía a una mujer en una isla, pero no por qué. Sabía, desde luego, que se había ido de algún lugar donde no era feliz. Con esto quise pensar un poco en la idea del exilio, tanto exterior como interior. Esa idea de que es mejor callar para salvarse, ya sea por temas políticos o sentimentales.

Así pues, tenía a esta mujer y, por alguna razón, me parecía que la tenía enterrada y nos hablaba desde el más allá, pero no sabía quién era. A mí siempre me ha interesado la historia del puritanismo y la fundación del concepto en Estados Unidos, en donde esta idea de la Tierra Prometida está más que arraigada y creen que el mundo es un lienzo en blanco. Investigando, y conociendo previamente, la historia de una figura como Anne Hutchinson (teóloga), de quien ya había leído durante la universidad. Ella fue expulsada dos veces de Inglaterra y su propia comunidad, por sus convicciones religiosas. Me parecía un doble exilio muy fuerte, una historia tan trágica con la que no terminaba de acomodarme. Entonces, empecé a buscar y encontré a Deborah Moody, que me parecía fascinante y un personaje del que no se había hecho mucho.

Me pareció interesante escribir desde allí, desde alguien que no necesariamente es un mártir. Muchas veces, en la historia de las mujeres importantes, es fácil identificar que primero han tenido que ser mártires para luego ser apreciadas. A partir de ahí, construí una de las dos historias.

La otra es una voz muy feroz, muy descarnada, sentimentalmente abatida, que busca reconstruirse en medio de una ciudad como Barcelona. Ella tiene algo de zombie, vaga por las calles con un mapa que no sabe muy bien hacia dónde la conduce. Esos eran los dos aislamientos que me interesaba tratar, porque, de alguna manera, iban en paralelo.

— Hablemos un poco más del personaje de Deborah Moody. ¿De dónde salió?

— Leí muchas cosas sobre el puritanismo y encontré historias interesantísimas. Una de ellas, la cuento en la novela, que es la de esta mujer que ahoga a su propia hija para saber si realmente irá al infierno. La encontré en una de las crónicas que leí de la época. Cuando me topé con Deborah Moody, quedé deslumbrada. En su momento, fue considerada como la mujer más peligrosa del mundo nuevo, tanto para los colonizadores como para los jefes nativos americanos con los que pactó. Ahondar en su historia me parecía interesante. Además, me daba la posibilidad de escribir sobre un personaje que no era bueno. Esa bondad femenina que se quiere resaltar siempre, me resulta un poco molesta, porque también es bueno que haya personajes malos, con contradicciones, crueles, celosos. Con Deborah, que era una suerte de prócer nacional, me encontré a una mujer con mucha oscuridad. Construí la novela a partir de ella.

— Demandaba con urgencia una novela, entonces.

— Yo creo que sí. A mí me dejó fascinada. Tratar con un personaje histórico te permite tener un trazado real de una vida, pero también te deja unos espacios en blanco que te permiten elucubrar. Y cuando encontré que había vivido en Salem me pareció alucinante. Era un regalo para la ficción.

— En la novela hay una búsqueda de los personajes por la sanación, la redención definitiva. ¿Es impresión mía?

— Yo creo que lo que tú decías del aislamiento, por una parte, coincide con un tránsito. Las dos protagonistas realizan un tránsito y allí reside un intento de sanación. Ambas, como todas las personas, en momentos de dolor buscan salidas de ese lugar difícil. No siempre a la primera se da con la curación. Me interesaba, entonces, esta especie de ensayo-error alrededor de situaciones como el desamor, el abandono o la muerte. La imagen que yo tenía desde el inicio era la de una mosca ante un cristal. Aunque la puerta esté abierta, ella intenta salir por la ventana y se golpea una y otra vez hasta que finalmente encuentra cuál es el lugar. Me parecía importante rescatar esa sensación porque los procesos para conseguir nuestras alegrías nunca siguen un camino recto.

— El título es maravilloso. ¿Estaba pensado desde antes o fue hasta el final que apareció?

— Surgió bien al principio. Siempre me ha gustado el verbo cauterizar. Investigando encontré que el cauterio es el instrumento de sanación. Me parecía una palabra un tanto desconocida y cuando di con ella supe que era por ahí. A veces, me hace gracia, porque algunos lectores se acercan y me dicen que les ha gustado mi novela ‘Cautiverio’, que también tiene algo de eso, pero no.

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La escritora argentina fue una de las autoras invitadas al Hay Festival 2023. (Ana Beltrán/Público).
La escritora argentina fue una de las autoras invitadas al Hay Festival 2023. (Ana Beltrán/Público).

— La novela también habla de la soledad, esa que es ruidosa, evocándolo a Bohumil Hrabal. Me parece que los personajes de esta novela, ellas dos, reclaman a gritos presencia. ¿Cómo es posible brindar tanta humanidad a un actante en la ficción?

— Sabía que un personaje como Deborah, por ejemplo, que desde el inicio te das cuenta de que es una superviviente, necesitaba de un gran dolor. Con ello, al llegar a esos 56 años, ya habría superado mucho y sería una mujer completamente diferente.

Si nos ponemos a pensar, cruzar el océano, a esa edad, con todo lo que eso implicaba, las enfermedades que se contraían en los barcos, las posesiones perdidas, porque ella, que lo había tenido todo, termina empobrecida. Tenía que tener una gran convicción religiosa, por supuesto, pero también una enorme capacidad de supervivencia. Yo quería dotarle de un gran dolor, pero también de un gran secreto, para hacerla humana. Una persona con un secreto es alguien que necesita sobrevivir para salvar ese secreto. Por eso, en un inicio, ella confía en el amor, pero este la decepciona, y eso hace que salga en la búsqueda de su supervivencia, un techo bajo el que vivir, un suelo bajo sus pies que sea realmente suyo. Es una conciencia muy material la suya. La novela también habla sobre eso, el dinero es importante. Todo esto requiere de una gran soledad y una incapacidad de formar una familia, de generar lazos. Aunque luego consigue volver a confiar.

En el caso de la protagonista que se mueve en el tiempo presente, la suya es una soledad que parece estática. Durante mucho tiempo está encerrada en un edificio de cristal. Eso me permitió plantear un recorrido hacia atrás para los lectores y preguntar cómo es que esta mujer llegó hasta este punto. Ella me dejó la opción de jugar con lo contemporáneo, la búsqueda de lo femenino, del amor, de tu lugar en el mundo. Una voz más cáustica la de ella.

— ¿Cómo concibe que lo femenino es clave para la narración de estas historias? Porque no es una novela feminista en sí.

— Ponerle etiquetas a la ficción no es útil para nadie. Creo que la literatura tiene sus propias reglas. Si bien yo me considero feminista, más allá de que sea mujer o no, cuando empecé con la escritura de la novela no me impuse esa vocación, ni en la trama ni en los personajes. Se trata de una novela que trata temas contemporáneos en esencia, como bien has apuntado. Habla de muchísimas cosas: el dinero, el amor, la decepción, el turismo masificado, el aislamiento, el viaje, el exhilio, el desamor, el cuerpo, el maltrato. Son temas universales, no feministas.

Ahora bien, si el libro lo hubiese escrito un hombre, seguramente no estaríamos hablando de todo esto. De algún modo, la impostura recae en el hecho de que las mujeres debemos escribir cosas para las mujeres, sobre las mujeres. Se le quita al ejercicio creativo el valor propio de la ficción literaria, que tiene como objetivo generar placer en quien lee. La ficción es, muchas veces, un terreno más emocional que ideológico.

— Hay unas líneas en el libro que marcan la pauta en la novela y, si se quiere, trascienden a nuestras vidas: “Ese es el día que todo estalla, y al que te referirás más adelante. En ese momento no soy consciente, pero ese día te proporciona un asidero para lo que está por venir”.

— No es una frase sobre la que me hayan preguntado, pero me parece precioso que te hayas fijado en ella, porque da cuenta del momento de ruptura narrativa en el que todo se va a ascelerar y el mundo va a cambiar.

Cuando hay una ruptura amorosa, luego de haberla pasado muy mal, de repente, se verbaliza la frase “nos separamos” y todo se convierte en diplomacía con respecto al trato con el otro. La pregunta que surge ahí es ¿por qué no se puede ser civilizado antes? La razón es porque ahí se empieza a generar la distancia. Eso también tiene que ver con los vaivenes de la vida. Es curiosa esa frase que has resaltado porque diste en el clavo. Es el toque que le da la vuelta a todo.

— No he leído tan mal, entonces.

— Al contrario, y es un placer que te lean así.

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