Podemos imaginar a este hombre taciturno, alto y desgarbado de casi cuarenta años meditando en un ashram del Himalaya. Son estos lugares, monasterios de estudio y de retiro, donde se puede convivir en silencio con otras personas sin que medie ninguna palabra. Porque lo que predomina allí es el estar consigo mismo, meditar y observar con detenimiento. Una educación personal de los sentimientos, la comprensión y la sensibilidad.
Hugo Padeletti (Alcorta, 1928- Buenos Aires, 2018) arribó a la ciudad de Berna en 1966 tras ganar una beca por la Dirección de Cultura de la Provincia de Santa Fe, para estudiar en Suiza, la obra del artista plástico Paul Klee. De allí se trasladó, tras haber recorrido distintos museos de Europa, a la India y sus alrededores. Necesitaba vivir una experiencia espiritual, la culminación de una búsqueda iniciada en su adolescencia vinculada con el conocimiento de sí y con la comprensión acerca del universo que habitamos.
“Yo quería una explicación del mundo y de la realidad más amplia que la que el cristianismo podía ofrecerme. Para ese entonces ya empezaba a manejar el inglés y bastante bien el francés y pude ir a los originales de obras budistas e hinduistas”, le dijo a Jorge Fonderbrider en el Diario de poesía en 1986.
Profesor de la Escuela Provincial de Artes Visuales de Santa Fe y de la Facultad de Bellas Artes de Rosario, Padeletti dedicó toda su vida a la pintura y la poesía. Sus poemarios, sin embargo, comienzan a ser publicados a fines de los ‘80 hasta ser reunidos y editados en el 2018, pocos días después de su muerte, en Poemas completos por el sello Adriana Hidalgo.
Lector entregado a lo que él llama poesía “anglosajona”, se inclinó fundamentalmente por los poetas de Estados Unidos como Emily Dickinson, Walt Withman, Marianne Moore junto con el británico Gerard Manley Hopkins. En esa tradición encuentra y une su pasión por la observación por la naturaleza y por los objetos donde lo visual, como en su pintura, predomina sin ser ni subjetividad ni anécdota sino un instante donde el ojo se ocupa de las cosas en sí mismas; como si ellas fueran y no fueran, como si tuvieran y no tuvieran vida propia.
A su vez, su atracción por la sonoridad en el lenguaje hace, como bien lo señala el poeta, que abuse del uso de la rima porque “la rima tiene una poderosa eficacia para unir”. Por ello, también el poeta mexicano Octavio Paz lo señala, esta repetición de formas y sonidos, abstractos en los sonidos de la poesía, funde y relaciona lo imposible en el ámbito concreto sin ser metáfora.
Hugo Padeletti logra acercar y transformar de modo único y personal por estos medios poéticos una especie en otras, un objeto en otros, una vivencia en otras vivencias: el “pecho/ precede al hecho”, “un limón maduro en la mano/ es un huevo incubado/ de dragón” o la “carne sola/ que, sobre el hueso, dura/ lo que otra ola”. Así, nos lega su poesía como un logro de la voluntad de comprender intuitivamente a través del arte el sentido del mundo, el testimonio de una búsqueda trascendente en el paso del tiempo, aquella que empezó en su adolescencia y que, sin prisa ni pausa, sostuvo hasta sus casi noventa años.
Limones (fragmento)
1
No sé
si el limón me mira
o lo miro.
Cuando poso
la mirada,
sospecho que hay un antes
y un después que se guarda.
Mi mente
lo concierta:
ovoide, mondo…
Y sin embargo,
antes,
era otro.
2
Cuando el limón reposa
en el plato de loza,
lo modela la luz:
hay una sombra
proyectada
y sombras que revelan su escultura
cerrada
desde el verde amarillo,
con orillo
de soflama,
hasta un gris de ceniza
que no tapa
la brillantez de abajo
con su capa.
3
Exalta su amarillo
redondeado
la luz del día:
es un dragón dormido
-Involucrado-
un agudo estandarte
-replegado-
de infinita alegría.
8
Un limón maduro en la mano
es un huevo incubado
de dragón
que te convida:
bebes,
con el jugo tragado,
el sabor agridulce
-concentrado-
de la vida.
(de Parlamentos en Poemas completos, Adriana Hidalgo, 2018)
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