“Como no soy licenciada me siento libre para decir lo que se me ocurre”: instrucciones para leer a Angélica Gorodischer

Aunque a veces la crítica no la valore suficientemente, la autora que murió hace un año fue una maestra de la ciencia ficción. Cruzó, además, humor y feminismo. Y un desparpajo que se aprecia.

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Angélica Gorodischer y "Tumba de jaguares".
Angélica Gorodischer y "Tumba de jaguares".

Como casi todo lo que ocurre en las sociedades humanas, el paso del tiempo resignifica los criterios con los que ciertos acontecimientos u opiniones deben ser juzgados. En el ensayo que tituló Paradiso es como el mar, publicado originalmente en la revista cubana Unión y luego incluido en su libro La vuelta al día en 80 mundos, Julio Cortázar incurrió en la metáfora -que hoy sería cancelada, tildada de “machista-leninista”- de decir que la complejidad de la novela barroca del cubano José Lezama Lima requería un “lector macho” dispuesto a luchar para adentrarse en ella, al contrario de otros textos menos exigentes que podían ser abordados sin dificultad por el lector hembra.

Motiva esta evocación el hecho de que hoy me referiré a una ¿novela? de Angélica Gorodischer, una escritora a veces no suficientemente valorada por la crítica académica: Tumba de jaguares.

Publicada originalmente en el año 2000 por Emecé y reeditada en 2020 por Eudeba (con un extenso e ilustrativo prólogo de Martín Felipe Castagnet, que es un verdadero estudio sobre estos textos dentro del conjunto de la obra de Gorodischer), este libro inclasificable requiere contar con la fuerza de lectores entrenados.

Angélica nació en Buenos Aires como Angélica Beatriz del Rosario Arcal en 1928, pero se radicó en Rosario, ciudad donde murió el 22 de febrero del año pasado. Adoptó para firmar su obra el apellido de su marido, el ingeniero Sujer Gorodischer, inseparable compañero de toda la vida. Entre las minucias biográficas de este, se lo puede hacer responsable de la carrera literaria de Roberto Fontanarrosa: fue su profesor de Matemáticas en el colegio industrial y ante la notoria impotencia del Negro en su materia, le aconsejó: “¿Por qué no te dedicás a otra cosa?”. Fontanarrosa recordaba frecuentemente esta historia de su derrota ante esa ciencia, justificándose en la desigualdad numérica: “Yo era uno solo y los número eran millones…”.

Lector apasionado de la obra de Angelica, tuve el honor de editar tres de sus libros: la colección de cuentos Bajo las jubeas en flor, la novela Fábula de la virgen y el bombero y las nouvelles de Las Repúblicas.

También fui uno de los privilegiados destinatarios de sus cartas, escritas a un espacio en hojas de tamaño oficio en épocas previas al correo electrónico. En ellas partía de lo cotidiano –durante mucho tiempo su ganapán fue ser secretaria de un consultorio médico, en el que la escasa actividad le dejaba tiempo libre para la escritura—, para elevarse a la divagación literaria. A veces las ilustraba con hojas de las plantas de su jardín.

Si bien muchos de sus libros se encuadran en el género de la ciencia ficción (de la que fue máxima representante en la literatura argentina, elogiada hasta el ditirambo por Ursula Le Guin, la inmensa escritora que tradujo al inglés Kalpa Imperial, de Angélica), la vasta obra de la Gorodischer es muy versátil, aunque marcada en la mayoría de sus textos por el humor y un diestro manejo del idioma.

Trafalgar es una novela de 1979, compuesta por nueve relatos cortos entrelazados. Su protagonista es el improbable Trafalgar Medrano, un viajante de comercio interplanetario; se trata de un libro atrapante por las mentiras que cuenta el personaje casi único en su mesa de café en Rosario.

Jugo de mango, “tal vez su novela más feminista”, es una tragicómica aventura en la que “la heroína, adorable e imprevisible, se ve envuelta en un mundo absurdo, cruel y machista. Una dama madura y recatada, docente, para más datos, vuela rumbo a los Estados Unidos para visitar a su familia. No lo sabe, pero logrará nada menos que evitar el intento de secuestro del avión en el que viaja. Al aterrizar en una ignota república caribeña para entregar los secuestradores a la policía, recibe tratamiento VIP, pero pronto mete sus cándidas narices en asuntos de Estado que no le competen…”. Sobre esta base, Angélica compone un relato que solo puede calificarse de delicioso.

No había leído Tumba de jaguares en su momento y me llevó a buscarla el hecho de que en noviembre de 2022 recibió en España el Premio Reina Sofía por su edición en inglés, traducida por Amalia Gladhart.

Es un libro atípico dentro de la obra de Gorodischer porque (especialmente en el primer, extenso relato, Variables ocultas) aparece una inocultable referencia política a la última dictadura cívico-militar argentina y a la desaparición forzada de personas con alusiones a los “pozos” donde se recluía a los secuestrados para interrogarlos bajo tortura.

En el mencionado prólogo de Castagnet (titulado Al vapor de los deseos en secreto), se inscribe la obra en “una continuidad que amalgama de manera programática todos los intereses de la autora: el cruce (muchas veces experimental y deudor del barroco) entre género o genre (ciencia ficción, fantástico y policial) y el género o gender (relatos protagonizados por mujeres o que tematizan la posición de la mujer)”.

El prologuista afirma acertadamente que con Opus dos, segundo libro de Angélica publicado por la mítica Editorial Minotauro, “la estructura se transformaría en una de sus favoritas: el contario, a medio camino entre una novela y una colección de cuentos unidos temática o cronológicamente”. “Ya que los va a leer, cosa que le agradezco, léalos en orden” es una indicación de la escritora en su prólogo a un libro similar.

Angélica Gorodischer, homenajeada en la Feria del Libro de Rosario 2018.
Angélica Gorodischer, homenajeada en la Feria del Libro de Rosario 2018.

Sobre lo que puede llamarse su “estilo”, en una entrevista a Gorodischer incluida en una tesis doctoral de Adrián Ferrero citada en el prólogo, ella se sincera: “Como no soy académica ni docente, ni licenciada ni nada, y como odio la solemnidad, las palabras difíciles, los razonamientos intrincados, me siento absolutamente libre para decir lo que se me ocurre… De ahí que hablen de mi sentido del humor. Pero no, caramba, lo que yo hago es hablar o escribir como si estuviera sentada a la mesa del café charlando con mi vecina de la otra cuadra”.

Tumba de jaguares (…) no presenta los tópicos de la ciencia ficción (pero) incluye todas las líneas que están presentes en el corpus de la autora: la narración experimental (…); los usos no convencionales de la ficción especulativa y el policial; (…) las ciudades imaginarias o indeterminadas que le otorgan una materialidad atemporal a sus historias.(…) la puesta en abismo que sostiene la estructura de la novela " (Castagnet).

Dicho esto parece innecesario advertir que se trata de un libro complejo, que debe leerse en estado de plena vigilia y atentos a los cambios de escenario y a la identificación de palabras inventadas –no las busquen en Google— que denotan de forma bastante clara a qué se refieren. Pero la inmersión en la obra de esta formidable creadora de historias justifica su abordaje, ingresando por este puerto.

Tumba de jaguares (fragmento)

Soñé que estaba en el cielo. No en El Cielo paraíso de almas bienaventuradas, sino en el cielo, ese ¿élitro? azul celeste que oficialmente nos cubre, tanto para religiones prometedoras de eterna ventura como para desdichados poemas rimados torpemente. En el cielo, allá arriba donde, remedo, espejo de la nuestra, hay otra ciudad. De pie sobre nubes densas, duras como el bitumen, compactas, inmóviles como ángeles de piedra, arrellanadas como costal de maíz, no sentía miedo de caer y caer y despachurrarme contra el suelo. Creo justo decir que no sentía nada. Desinterés quizá, o algo más desagradable aun como el aburrimiento. Triste cielo que albergaba a este hombre malhumorado aunque fuera para mostrarle el otro lado de las nubes, un momento nomás; tanto, tan poco, tan avaro, que me parecía que algo debía dar en cambio, que se esperaba que algo diera pero qué. Qué más puedo dar después de haber dado lo que di, lo que me arrancaron. Sólo sé escribir pero palabras es poco si de retribución, precio, se trata. O cantar contar en cuenta regresiva toda angustia y volvemos a eso de las palabras. Triste cielo.

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