¿Guardianes o traidores? Los que deciden publicar obras que un autor dejó guardadas antes de morir

Se abren cajas y aparecen papeles valiosos pero cuyos dueños no habían dado a conocer. ¿Hay que respetar esa voluntad? Lo que los lectores se hubieran perdido en unos casos. Y algunas polémicas.

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Editados. Kafka, Sontag, Borges, Cortázar, Uhart y Castillo.
Editados. Kafka, Sontag, Borges, Cortázar, Uhart y Castillo.

“Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido. Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia. ¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!”, dice Oliverio Girondo en una de sus Calcomanías. Y el señalamiento humorístico puede tornarse amargo cuando la muerte de una escritora o escritor abre un juego de intrigas y disputas alrededor de la herencia.

Porque la obra de un autor – desde Virgilio a Kafka, pasando por Stieg Larsson, Susan Sontag y más acá Borges, Abelardo Castillo, Julio Cortázar, Irene Gruss o Hebe Uhart,– lejos de ser un bien medible, tasable y vendible más o menos limpiamente, constituye un paquete de posibilidades, sutilezas, prolegómenos, idas y vueltas que arman otra trama (¿el lado B?) de la Literatura.

En muchos casos, los escritores se fueron al otro mundo pobres y desesperados, porque nadie les hacía caso. Y justo después de la musiquita, apenas cerraron los ojos para instalarse en el cielo –o en el infierno- allá lejos, en la Tierra, llegó el gran éxito. ¿Cómo se maneja esa herencia?

En otros casos, escritoras o escritores guardaron papeles, clases y hasta poemarios o novelas enteras porque los consideraban demasiado íntimos o no del todo publicables y viene un heredero y ¡zas! publica. O al revés: el derechohabiente (qué extraña palabra) escatima todo o parte de la obra y deja a los lectores sedientos, malhumorados. El panorama es variado y cada caso, una novela.

Un precedente bastante impresionante es el de Virgilio. Según cuenta la historia, el poeta latino tras haber trabajado once años en la escritura de La Eneida, en su lecho de muerte manda a quemar la obra porque no terminaba de gustarle. Por supuesto que nadie le hizo caso y menos mal: La Eneida es el libro fundacional de la literatura latina, aunque tenga algunos versos desparejos o inconclusos.

Pero sin duda, el ejemplo paradigmático es el de Franz Kafka, el autor de La metamorfosis y El proceso. La historia es más o menos conocida. Antes de morir, Kafka le dice a su íntimo amigo de toda la vida, Max Brod, que no quería publicar nada de lo que venía escribiendo – Kafka había publicado muy poco en vida – y que quemara todos sus libros. Brod – que conocía esos textos- decidió no cumplir con el deseo de su amigo. ¿Traición a la amistad o lealtad a los lectores?

La obra de Kafka cambió para siempre el horizonte de la literatura futura. La dupla Kafka-Brod invita a pensar que la voluntad de los muertos no debe ser siempre cumplida. Y entonces, la pregunta vuelve: ¿quién es dueño de una obra cuando su autor muere? ¿Los familiares y herederos? ¿Los lectores? ¿La crítica especializada?

Necios ¡atrás!

Ignatius O Reilly es uno de los personajes más cretinos, sarcásticos y desagradables de la literatura del siglo XX, pintado por John Kennedy Toole, un norteamericano que escribió La conjura de los necios (A confederacy of dunces) en 1962, cuando tenía 24 años. El joven John Kennedy deambuló por muchísimas editoriales ofreciendo el manuscrito, que era sistemáticamente rechazado, hasta que, a los 31 años, y sin conseguir publicarlo, se suicidó.

Su madre, tomó la bandera-texto de su hijo y siguió pateando puertas hasta lograr que la Universidad Estatal de Luisiana (EE.UU) editara la novela. La conjura de los necios provocó un sismo en la crítica especializada, ganó el Pulitzer 1981 y se convirtió en objeto de análisis de la crítica académica y libro de culto de muchas generaciones. La madre de John Kennedy se hizo millonaria aunque, ya sabemos, el dinero nunca pudo pagar su enorme pena. Su periplo es también emblemático de esta historia de la Literatura lado B plena de tensión entre herederos, editores y crítica.

Muy distinto es el caso de Stieg Larsson, el sueco que murió poco después de entregar el tercer tomo de la saga Millenium a su editor y justo antes de que se publicara el primero. Millenium, compuesta por Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire fue un éxito arrollador de ventas en todo el mundo, con derechos vendidos al cine y la producción de películas súper taquilleras.

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El tema en esta historia no es la pregunta sobre qué hacer con la obra muerto el autor (que ya había entregado todos los manuscritos) sino quién es dueño –heredero de esa obra. Stieg no estaba casado formalmente con su compañera de vida, la arquitecta Eva Gabrielsson, que tuvo que litigar con el padre y el hermano del autor fallecido (Erland y Joakim Larsson) por el cobro de alguna parte de la herencia. Y en este caso, había dinero.

El dato de color es que Stieg tenía una relación pésima con su familia de origen – había abandonado la casa familiar a los 18 – y vivió con Eva sus otros 32 años de vida. Erland y Joakim ofrecieron a Gabrielsson un acuerdo por el que le daban 20 millones de coronas suecas y la tercera parte de los derechos de autor, pero la viuda rechazó la oferta. Todo o nada.

En otro lugar muy diferente, David Rieff, hijo de Susan Sontag, decidió realizar una antología de textos de su madre en una edición en español. El libro se titula Obra imprescindible y apareció en 2022. ¿Los motivos? Rieff en el prólogo explica: «Susan Sontag, mi madre, estaba profunda y a veces desesperadamente interesada en que se la recordara. ‘Perdurará’ era para ella el mayor homenaje que se podía rendir a la obra de un colega”.

En realidad, los textos son los imprescindibles de Rieff, que se ocupó de la selección y del cuidado de la traducción de cada artículo. También viajó a Buenos Aires para acompañar el lanzamiento del libro. Pero, ¿qué hubiera pensado Sontag de esta antología? “Soy su hijo, no su médium”, respondió Rieff a la puntual pregunta que atraviesa a todos los albaceas y herederos cuando publican o deciden no hacerlo.

Dividido en partes tituladas “La fotografía”, “El cine”, “La literatura”, entre otros, la propuesta del libro es divulgar la obra de Sontag y una puerta de entrada a su universo. Pero, qué pensaría ella misma de este libro, nunca lo sabremos.

Albaceas, editores, catedráticos, especialistas, herederos y médiums

En El enigma del oficio. Memorias de un agente literario (publicado por Ampersand) Guillermo Schavelzon cuenta con pasión y detalle algunas de estas escenas del Lado B de la publicación. Dice Schavelzon: “A quien le queda como herencia la obra de un escritor, se le impone un compromiso vitalicio: ocuparse de gestionar esa obra literaria, con independencia de que la conozca, la valore, o de que haya tenido una buena o mala relación con quien la escribió. La herencia de un escritor trae implícito un mandato, aunque esto no se mencione en los documentos de la sucesión (…). Es una herencia que nunca termina, constantemente te estará demandando decisiones”.

Por su parte, María Kodama decidió reeditar El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos e Inquisiciones, que Borges había decidido no volver a publicar. Sin embargo, esos textos –reeditados en la década del 90 – pueden dar cuenta del recorrido de Borges alrededor de ciertas ideas como lengua literaria, ortografía, literatura gauchesca y muchos otros aspectos de su obra. Libros que, por otra parte, estaban en bibliotecas. Incluso pensar la supresión que el propio Borges hizo de estos libros es un aspecto que interesa a la crítica como eje de análisis.

Entonces la pregunta se amplifica: ¿Cómo maneja un autor su obra durante su vida? ¿Qué publica y qué guarda o tira o quema? ¿Y de qué manera el cierre de una obra (porque termina la vida) permite impartir nuevas lecturas y armar un corpus “total” de su obra?

Reeditado. "El tamaño de mi esperanza", de Jorge Luis Borges.
Reeditado. "El tamaño de mi esperanza", de Jorge Luis Borges.

En la gestión de la obra de un autor fallecido (reediciones, publicación de cuentos, poemas o fragmentos en revistas, venta de derechos para películas, traducciones, reimpresiones) y publicación por primera vez de aquellos inéditos –encontrados en carpetas, cajas y cajones míticos- el tema dinero es apenas un aspecto y hasta menor.

Tomemos por caso la aparición de los Papeles Inesperados de Julio Cortázar. Cuenta la leyenda (en realidad, quien lo cuenta es Carles Álvarez Garriga) que 25 años después de la muerte de Cortázar, Aurora Bernárdez, heredera universal de su obra, una tarde invitó al catedrático Álvarez Garriga a revisar un cajón lleno de papeles que el escritor había dejado en un sótano de su casa de París. Papeles y papeles que Garriga empezó a leer con fascinación: “¿Has leído alguna vez esto? Y… ¿esto? ¿Y esto otro?’ (decía Aurora Bernárdez) Luego puso sobre la gran mesa de madera en la que fue escrita Rayuela un montón de manuscritos y mecanuscritos originales, inéditos en libro, probablemente inéditos absolutos, sin duda inéditos absolutos (….) A la madrugada todo el piso estaba empapelado de textos nunca publicados en libro. ¿Cómo era posible que ese tesoro no estuviera ordenado, clasificado, inventariado, microfilmado?”, cuenta el académico fascinado.

Después del trabajo de clasificación y organización, en 2009 aparecieron estos Papeles inesperados, que renovaron el fervor cortazariano (por cierto, siempre vigente en legiones de lectores) con nuevos textos organizados en tres secciones: “Prosas”, “Entrevistas ante el espejo” y “Poemas”. “Queda así abierto un nuevo campo de trabajo para coleccionistas y quisquillosos, semejantes a nosotros, nuestros hermanos. A ellos dedicamos las curiosidades siguientes”, dice el prologuista y a continuación comenta detalles de los manuscritos, fechas probables de escritura, aclaraciones sobre otras versiones, contextualizaciones con las cartas, anécdotas que vienen al caso y más. Una joya.

Julio Cortázar. Había papeles suyos sin publicar.
Julio Cortázar. Había papeles suyos sin publicar.

Otro hallazgo alucinado de la literatura son los cuatro tomos de los Papeles de trabajo. Borradores inéditos, de Juan José Saer. En la introducción general, Julio Premat, doctor. en Letras y especialista en Saer, cita un fragmento encontrado en esos cuadernos de un Saer muy joven que, en 1965, escribió: “No permitiré que nadie penetre en mis cuadernos, como han hecho con Kafka o con Pavese. No me moriré. Yo elegiré con el tiempo cuál es la palabra justa y necesaria que debo decir, y el resto lo echaré al fuego. Sé que tengo madera de escritor de los grandes y mi deber consiste en no permitir que celebren como verdades mis equivocaciones, o como genialidades mis torpezas”.

Estas palabras escritas por Saer a los 28 años podrían haber detenido el trabajo de Premat – que trabajó con anotaciones y textos encontrados en un conjunto de libretas y cuadernos del escritor santafesino. Pero el catedrático no se detiene, y responde: “Sin embargo, claro está, Saer no quemó sus papeles y fue un lector agradecido de los inéditos de Kafka o de los de Pavese. El texto de 1965 demuestra ya una fetichización del cuaderno, una conciencia de los valores posibles de ese soporte de escritura, de ese escenario para puestas en escena íntimas de la creación (…) Y no solo que no quemó el material de trabajo, sino que fue transportándolo en algunos casos de Santa Fe a Francia, atesorándolo en la medida en que su desorden personal se lo permitía”. En el otro extremo de su recorrido –continúa Premat -, “en el año 2002, en plena escritura de La grande, Saer aceptó abrir los cuadernos y documentos preparatorios de dos novelas, Glosa y El entenado, a un grupo de investigadores(...)”

Felicidades también

“Cuando aparecen papeles que un escritor o escritora fallecida no dio a conocer en vida, la pregunta es inevitable: ¿qué se hace? Quien queda a cargo deberá atender a varias inquietudes a la vez: intentar ser fiel a lo que imaginamos que el autor o la autora hubiera querido, y al mismo tiempo considerar el deseo de lxs lectores por esos escritos y su relevancia para futuras investigaciones sobre la totalidad de la obra”, dice Gabriela Franco, editora y poeta, que junto a Sylvia Iparraguirre, trabajó en la edición del libro póstumo de poemas de Abelardo Castillo, La fiesta secreta (publicado por Ediciones en Danza).

“Sylvia quedó como responsable de la obra de Abelardo. Él escribió poesía toda su vida, pero -salvo excepciones, como algún poema publicado en la revista El Escarabajo de Oro- esa parte de su obra no se conocía porque él consideraba que era su “fiesta secreta”. Sin embargo, muchas veces había hablado de la posibilidad de que ese libro se publicara cuando él ya no estuviera, de modo que no había dudas de que ese era su deseo. Había dejado carpetas con los poemas y también estaban en su computadora bajo el nombre La fiesta secreta”, dice Franco.

El trabajo de publicación implicó revisar todos los poemas, recomponer las fechas de escritura cuando no estaban claras, establecer un orden y, cuando había más de una versión, cotejar las distintas versiones para elegir la que parecía la versión final o la que suponíamos que “él hubiera querido publicar”, señala Franco.

“El libro reúne poemas escritos a lo largo de toda su vida, no todos, porque él se encargó de destruir muchísimos según cuenta en sus Diarios. Pero sobrevivieron poemas que van desde su adolescencia hasta los escritos en sus últimos años”, señala Franco.

Irene Gruss, poeta.
Irene Gruss, poeta.

Ediciones en Danza es el mismo sello que publicó De piedad vine a sentir, de Irene Gruss, otro libro póstumo que a Franco le tocó trabajar.

“En 2017 le pedí a Irene algunos poemas inéditos para la revista Por el camino de Puan y ella me mandó un archivo que era un libro completo: ya tenía título, epígrafes, división en partes y un orden establecido. ‘Agarrá de ahí lo que quieras’, me dijo. Fue una sorpresa porque con Irene éramos amigas, hablábamos y nos veíamos seguido, pero hasta ese momento no me había contado que tenía ese libro escrito y armado. De piedad vine a sentir estaba listo mucho antes de que nadie pensara que podía acontecer la muerte de Irene”, reflexiona Gabriela Franco y agrega: “Cuando Irene murió, que fue algo repentino, sus hijos (Lucina y Jorge Freidenberg) encontraron la carpeta con ese libro inédito. Yo les conté que tenía también una versión y que había hablado de él con su mamá, etcétera. Los hijos de Irene nos dejaron a Eduardo Mileo y a mí al cuidado de su obra y en general nos consultan para cualquier publicación que se quiera hacer de los poemas de Irene”, comenta Franco.

El trabajo de estos cuidadores o albaceas es proteger la obra, pero no en un sentido pecuniario –pocos, poquísimos son los escritores que viven de su escritura– sino en un sentido de difusión, de acceso a la lectura, de investigación, para que la obra esté viva.

El objetivo es que exista una edición confiable y que las obras se revitalicen y circulen, algo muy diferente a plantearse una propiedad (privada y por eso disputable o pecuniaria) sobre los textos.

Queremos tanto a Hebe

En el caso de los inéditos de Hebe Uhart, dos escritores y especialistas en literatura, Pía Bouzas y Eduardo Muslip, se están encargando de publicar papeles, novelas incluso, y otros recorridos literarios de la escritora, fallecida en 2018.

“Yo fui un amigo cercano de Hebe y como a la vez conozco bien la obra y estuvimos muy relacionados por la literatura misma, los herederos decidieron dejarme a mí y a Pía Bouzas que manejemos lo que Hebe dejó inédito. Entonces nos pareció que era una buena propuesta para la editorial Adriana Hidalgo editar esas tres novelas (la antología se titula El amor es una cosa extraña, y fue publicada en 2020) y ahora estamos transcribiendo parte de las libretas, recogiendo textos que dejó dispersos”, dice Muslip, que fue alumno de la escritora en el CBC y más tarde en sus talleres, y finalmente amigo cercano.

“La verdad es que no tuvimos conflictos acerca de publicar o no esas novelas, ni de cómo publicarlas: Hebe era muy prolija y austera: conservaba lo que quería conservar y el resto, lo tiraba. La cuestión con esos materiales es – y lo digo por mi experiencia como escritor – es que hay textos sobre los que uno no está seguro o no tuvieron buena recepción de otro cuando se la dio a leer a editores… y esas cosas que quedan ahí, como durmiendo”, dice Muslip.

Y agrega: “No sé muy bien qué es un albacea, pero no creo que sea un guardián o policía de lo que otros hacen con la obra de un escritor”.

Mío y sólo mío

La pregunta de los herederos o albaceas cae tan puntual como la muerte: ¿Qué hubiera querido el difunto? ¿Quería que se conociera, divulgara, incluso utilizara y estudiara su obra? ¿O hubiera preferido ocultar sus papeles?

El caso más doloroso es el de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, el poeta pampeano que falleció en 2010 y de cuya obra solo se conoce un porcentaje muy bajo. En 2016, su obra literaria fue declarada Patrimonio Cultural de La Pampa y desde entonces el gobierno provincial está en negociaciones con su heredera, su viuda, Lidia Hernández, para cumplir con un plan de publicaciones. En 2019 salió el tercer tomo y permanecen inéditos casi ochenta libros.

Gabriela Franco, que también realizó (junto con Sergio Olguín) la edición de la antología Perón vuelve, publicada por primera vez en el 2000 y reeditada en 2021, cuenta otro caso punzante: “El cuento de David Viñas La Señora muerta, que el propio Viñas nos autorizó a publicar en el año 2000, quedó fuera de la reedición del libro en 2021 porque la heredera, que es la nieta de Viñas, pidió una suma de dinero ajena a las cifras que se manejan habitualmente en el ámbito editorial y no hubo manera de negociar. Es verdaderamente una pena que David Viñas quede afuera de una antología de cuentos sobre peronismo”.

Que después de la muerte de una escritora o escritor, los papeles encontrados revelen algo más del mundo de la literatura o del escritor y de su obra. Que iluminen partes, que dialoguen con otras obras, que generen profundidad, densidad y hondura a la posibilidad infinita de seguir leyendo.

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