Redrado, Lousteau y Tombolini: tres miradas para entender por qué los dramas argentinos necesitan explicaciones a medida

La Argentina ha desarrollado una especie de género editorial propio: economistas que participan de la vida pública y hasta se cuentan entre los funcionarios de primera línea que publican libros para diagnosticar y proponer soluciones.

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Martín Redrado, Matías Tombolini y Martín Lousteau son parte de la vida pública argentina.
Martín Redrado, Matías Tombolini y Martín Lousteau son parte de la vida pública argentina.

Se ha consolidado un rubro editorial que quizás merezca un nombre propio. Periódicamente, los economistas con mayor proyección política publican su diagnóstico sobre la economía argentina, colectan sus dificultades estructurales y coyunturales, y proponen una agenda pertinente para corregir estas deficiencias. Los economistas mediáticos se han multiplicado, lo que sumado a una realidad local vertiginosa, ha incrementado la frecuencia de estas ediciones. Si bien no se trata de un invento argentino, la trepidante realidad local invita a estas zambullidas con mucha mayor regularidad que en otras latitudes.

Dedicamos este espacio a reseñar tres ejemplos de esta actividad: Argentina primero, de Martín Redrado, La otra campana, de Matías Tombolini, y Debajo del agua, de Martín Lousteau. Se trata de tres economistas que son o han sido consultores, y que han experimentado en carne propia los desafíos de la gestión de la economía argentina. En cuanto al espectro ideológico, sospecho que no estamos demasiado lejos de la ecuanimidad.

Redrado, ex presidente del Banco Central, se encarga de advertir desde muy temprano que Argentina primero debe leerse como “más allá de la grieta”. Su propuesta puede resumirse como un intento de aplicar lo que en los círculos tradicionales se entiende por “racionalidad económica”, una visión que privilegia el futuro al presente, la internacionalización al mercado interno, y la eficiencia al Estado de Bienestar.

Argentina primero promete desembolsar medidas tomadas de una caja de herramientas no tradicional. Las propuestas son numerosas y diversas y no tardan en aparecer, aunque se dedica una parte no menor del texto a explicar “dónde estamos y cómo llegamos hasta aquí”. Pero las supuestas herramientas no tradicionales son en realidad recomendaciones ampliamente compartidas por un conglomerado no menor de economistas.

Por ejemplo, en la introducción se señala que Argentina debe trabajar en una modernización tributaria, en una desburocratización del sector público, y en propender una revolución exportadora. Aún cuando estas ideas se corresponden con parte de nuestras necesidades macroeconómicas, difícilmente se trate de novedades out of the box. La lista sigue con propuestas tan sensatas como conocidas: aumentar la inversión nacional y extranjera, alentar conductas empresariales innovadoras, y propiciar la economía del conocimiento. Nada fuera de lo común, y de total sentido común.

Al mismo tiempo, el libro transmite propuestas bien concretas, como por ejemplo el objetivo de reemplazar parte del Impuesto al Valor Agregado por el Impuesto a las Ganancias, establecer una regla procíclica de la inversión pública en innovación, o crear un fondo para desarrollar mercados y marcas argentinas en el mundo. Así presentadas, estas alternativas se prestan a la discusión, y esta es una buena noticia si el objetivo es mejorar la calidad de la política pública.

Otra ventaja del libro es que se atacan los temas importantes sin dilación, se establecen directrices concretas y claras, y no surgen contradicciones evidentes en los argumentos. Debe puntualizarse, sin embargo, que no siempre se explicitan los dilemas de algunas políticas. Si se van a destinar recursos a la “revolución exportadora”, por ejemplo, cabría preguntarse quiénes van a perder lugar en el presupuesto público. Lo mismo si se piensa reducir la presión tributaria. Otra ventaja es que el texto está bien organizado, presenta con coherencia los desafíos por venir, y dispone de datos escasos pero precisos para elaborar sus diagnósticos.

Finalmente, no deja de ser una virtud que el análisis sea integral. Siempre es tentador encarar la solución de un problema único (por ejemplo, la inflación) y luego plantear que si eso se soluciona, entonces todo el resto funcionará bien. Redrado reafirma su intención de atacar los problemas económicos de Argentina en términos holísticos y sin sobresimplificar la tarea a llevar a cabo.

Debajo del agua es el más antiguo de los tres y corresponde al polifacético Martín Lousteau. Lousteau es un economista formado que leyó variado, y que sabe perfectamente cómo usar cada experiencia personal para elaborar propuestas concretas. El trabajo dedica bastante espacio a la economía y lo hace con criterio, aunque el texto dedicado al diagnóstico se lleva un 95% o más del análisis, dejando el resto a las medidas específicas. Y por supuesto, poco se dice acerca de las complejidades de la implementación.

Al igual que con el libro de Redrado, si bien en la introducción se promete sorprender con hipótesis y recomendaciones novedosas, a medida que se avanza esas hipótesis no lucen tan originales, y las políticas específicas son escasas. No es que el libro no cuente con una agenda. Los trazos generales para recuperar la senda del crecimiento están delineados, pero la mayoría resultan ser expresiones de deseo con las que es difícil no acordar. Terminar con la corrupción, promover un cambio cultural, o mitigar la ansiedad de los actores políticos y sociales no parecen ideas demasiado discutibles, pero modificar estas estructuras son una tarea ciclópea. Lousteau en cambio brilla cuando describe y comenta las políticas específicas que él mismo implementó siendo funcionario, y que lo muestran como un gestor original e inteligente.

El diagnóstico más general de Debajo del agua es que la falla crucial de la economía argentina está en el funcionamiento del Estado. No se trata de la usual diatriba libertaria contra cualquier acción estatal, sino de la necesidad de cuidar al Estado porque, básica y literalmente, es Nuestro. Claro que al reconocer explícitamente que el Estado somos todos, los argumentos se debilitan, pues un concepto tan amplio alberga todas nuestras frustraciones como país: una mala administración pública, sí, pero también una pobre idiosincracia, una dura historia, y una serie de decisiones erróneas en todos los niveles.

Lousteau todo el tiempo parece asimilar Estado con sociedad, una estrategia de por sí políticamente dudosa. Sostiene que si queremos un Estado grande, éste deberá ser más eficiente, y donde no lo sea, deberá retirarse. Otra muestra de sensatez, aunque de escasa originalidad.

Más allá de esta visión general, los argumentos específicos vertidos sobre la economía argentina son inusualmente lúcidos. Lousteau está preparado para repasar e interpretar economistas y teorías con solvencia. Cita con respeto y admiración a economistas prestigiosos, y aplica las grandes teorías económicas con una simplicidad envidiable. En particular, recomendamos su explicación intuitiva de la “ballena de Heymann” comparando el desempeño de Argentina y Corea del Sur. En cuanto a la validez empírica de sus hipótesis, los números están y son sólidos, aunque una mínima referencia en notas al final del libro servirían como información extra.

Finalmente, un toque personal de algunos libros de Lousteau. Una estrategia típica de presentación consiste en introducir ideas que surgen de sus participaciones en actividades high class. Charlas con personalidades top, visitas a lugares exóticos, discusiones con intelectuales de primera línea. Quizás sea una maniobra deliberada, pero cada anécdota crea una distancia sensible entre el autor y el lector.

El último libro a repasar es La otra campana, de Matías Tombolini. “Tombo” es otro economista preparado, docente universitario, y conocido por sus intervenciones en los medios promoviendo la interpretación intuitiva de la economía del día a día. Su rol en la política económica se concentró en la vicepresidencia del Banco Nación, y en el presente es Secretario de Comercio. El objetivo de La otra campana es, como su nombre sugiere, dar cuenta de las acciones del gobierno actual desde adentro. Tombolini impugna las críticas “panelistas” y acomete contra las zonceras y fake news que han poblado cierta agenda mediática y opositora.

Con un tono humilde, aunque desafiante con la oposición, el libro opera como un registro útil de la visión desde adentro de la política económica. Se examinan las restricciones enfrentadas (la pandemia es la más importante), las políticas implementadas y los resultados obtenidos. Quizás su principal limitación es no definir con claridad cuál es el sujeto de esa otra campana.

Por momentos es la voz de la gestión oficial, por momentos una crítica al gobierno anterior, por momentos un registro diario de la experiencia personal. Tampoco queda claro si su perspectiva es la de los pasillos del poder, o la de un observador externo de la realidad y su tratamiento por parte de los medios. Al realizar un seguimiento de las noticias diarias, cada capítulo produce compartimentos estancos, y se pierde la oportunidad de conectar los eventos mediante ideas fuerza.

Es cierto que “la realidad es así”, pero es justamente tarea del analista extraer sus fragmentos más informativos para encarar una exploración consistente y reveladora para los lectores. En términos estadísticos, la descripción del ruido termina por obturar la identificación de la tendencia.

Pese a esto, cada capítulo es autocontenido y está bien argumentado, con un resumen adecuado, más datos y cuadros con información pertinente (es interesante descubrir que “Tombo” resulta además un brillante “titulador”). Respecto de las secciones más relacionadas con la economía, una virtud del autor es que no pierde su ecuanimidad al analizar los fenómenos macro que nos azotan. Varias opiniones flojas de papeles se rechazan con argumentos que él siempre defendió, y con estadísticas representativas. Entre las falacias impugnadas están la explicación cultural de nuestra obsesión con el dólar, la idea de que Argentina tiene una elevada presión fiscal, o la afirmación de que somos un país de clases medias.

La otra campana difiere de los otros dos libros reseñados aquí en al menos tres aspectos. Primero, el libro no es tanto sobre el autor, sino sobre el gobierno al que pertenece. Segundo, no se concentra tanto sobre las políticas económicas como sobre las medidas en ámbitos más generales (que por supuesto tienen consecuencias económicas). Tercero, lejos de constituirse en un plan estratégico orientado al futuro, prefiere recorrer y defender lo actuado durante la gestión actual.

El Banco Central, uno de los epicentros de la política económica argentina. REUTERS/Agustin Marcarian
El Banco Central, uno de los epicentros de la política económica argentina. REUTERS/Agustin Marcarian

Tras estas consideraciones particulares, valen unas pocas reflexiones más genéricas sobre este rubro editorial y sus características.

No pocos lectores se preguntarán cómo es posible que tras publicar ideas tan claras y políticas tan precisas, los economistas asuman sus cargos y se topen con continuas frustraciones para instalar a la economía argentina en un sendero de crecimiento estable. Tras los desengaños de la gestión, la justificación es un lugar común: la política no dejó hacer a la economía; los tiempos de unos y otros no coinciden; y lo urgente no deja espacio para lo importante. Sumemos a esto la aparición de shocks negativos inesperados (como una pandemia o una mala cosecha) y disponemos de un descargo bien motivado.

Para ser claros, éstas no son meras excusas, sino restricciones reales. Pero son bien conocidas por la academia, y se estudian bajo el nombre de “economía política”. Y justamente la economía política suele estar ausente en estas publicaciones, de modo que las advertencias sobre las dificultades para llevar a cabo las iniciativas rara vez se explicitan. Quizás no sea una buena idea reconocer al público que las soluciones serán difíciles de implementar, o que podrían tener resistencia política o social en alguna instancia de su ejecución. Son “detalles” que no venden en un libro cuyo objetivo es propositivo, pero la realidad demuestra su trascendencia.

Podemos profundizar sobre esta disociación entre teoría y práctica con una analogía con la otra pasión argentina: los Directores Técnicos. Cuando se escuchan las declaraciones públicas de Lionel Scaloni o Marcelo Gallardo, ellos no destilan un saber particularmente elevado, más bien apelan a frases hechas, comentarios laterales e incluso a algunas obviedades. Pero sería absurdo suponer que estos técnicos no saben de fútbol, o que les hablan así a sus jugadores.

El dólar, una de las obsesiones argentinas. EFE/Rayner Peña R.
El dólar, una de las obsesiones argentinas. EFE/Rayner Peña R.

Se abren entonces dos posibilidades. Una es que no desean señalar a sus adversarios sus secretos, equivalente al economista que se guarda sus mejores ideas para su gestión. Pero esto no tiene demasiado sentido: los jugadores y los ayudantes de campo conocen estos secretos y podrían aplicarlos en otros equipos. Lo mismo con la economía: la propiedad intelectual de las políticas no existe, y por buenas razones. La otra opción es que los DT no deseen ser, paradójicamente, demasiado técnicos en público. Quizás las genialidades tácticas y estratégicas no es lo que los fanáticos están esperando oir. Aunque con los libros de economistas esta podría ser parte de la explicación, la verdad es que es difícil pensar estas publicaciones como fenómenos masivos.

Un aspecto final. Aún cuando la frase de que el sentido común es el menos común de los sentidos tuviera algún asidero, las propuestas de estas obras suelen ser un canto a la sensatez, y solamente se pelean con versiones extremadamente polémicas sobre cómo debe funcionar la economía. Es un canto algo trivial, eso sí, tanto que uno se ve tentado a aplicarles el Test Retórico (un invento personal).

El Test consiste en expresar cada medida propuesta en negativo, a fin de chequear potenciales desacuerdos. Intente el lector el Test con “aumentar la productividad de la economía”, “estimular la inversión” o “modernizar el sistema tributario” y verá cómo funciona. De todos modos, a veces las ideas que niegan estas frases se ocultan tras otros ropajes, como por ejemplo cuando se propugna el estímulo puro al consumo para crecer.

Más allá de estas intrigas, el saldo de este rubro editorial es ampliamente positivo. Argentina se ha visto obligada, por la fuerza de sus desequilibrios, a desarrollar un análisis macroeconómico propio, y eso se traslada naturalmente a la proliferación de economistas, de sus valoraciones y de sus soluciones. Y es una gran noticia poder contar con tantos libros analíticos que, con un formato divulgativo y honesto, elaboran sobre los medios para corregir estos desequilibrios.

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