“Siempre me pasa lo mismo”, dice Andrés Neuman, “cuando aterrizo, en el taxi del aeropuerto a Buenos Aires, me preguntan de dónde soy o de dónde vengo, y a la vuelta, en el taxi de la ciudad al aeropuerto me preguntan a dónde me voy de vacaciones”. Autor de Una vez Argentina (finalista del Premio Herralde), El viajero del siglo (ganador del premio Alfaguara) y Fractura, entre otros libros, Neuman está radicado en España desde comienzos de los años 90. La literatura, entonces, se convirtió en un lugar de encuentro con una voz que no abandona el tono porteño pero tampoco niega el castizo. Sus libros son siempre interesantes, y lo son más por esa intranquilidad de la lengua.
En el nuevo, Umbilical (Alfaguara), la evidencia de ese lenguaje en tensión está puesta en función de contar la paternidad. La novela narra a través de fragmentos breves con una mirada casi poética el embarazo y el nacimiento de su bebé.
Si bien en otros libros ya había abordado la escritura de microtextos —El equilibrista, Barbarismos—, esta vez la decisión por la brevedad va en línea con la manera en que entiende cómo es su rol de padre. “Hubiera habido algo sumamente cínico en escribir una novela larguísima sobre la crianza de una criatura”, dice, “porque la condición para que eso suceda es que no te ocupes de la criatura”.
Con tres personajes arquetípicos llamados Madre, Padre e Hijo, la nouvelle está compuesta por un primer momento donde el niño aún no ha nacido, una segunda etapa que cuenta la relación entre el padre y el hijo, y un último “monólogo mínimo” donde el que toma la voz es el chico. El libro, dirá Neuman durante la entrevista, nació como “un regalo de bienvenida a nuestro hijo, para contarle todo eso que sabemos que él no va a recordar”.
—La figura del padre de un bebé no aparece en la literatura. O, por lo menos, yo no recuerdo otra novela que en que se dé. ¿Qué buscabas al escribirla?
—Literariamente, a nivel del canon, no existe. La relación hombre-bebé no es un paradigma literario y eso es lo que me llamaba la atención. La experiencia que he tenido con nuestro bebé fue intensa y sumamente reveladora, conmocionante, maravillosa, aterradora. Me parecía un misterio a indagar la razón de que los padres hayamos escrito tan poco sobre los bebés, siendo que es una experiencia brutal.
—Sí aparece la maternidad y, cada vez con más frecuencia, los libros de mujeres que deciden no ser madres. Pienso en Ariana Harwicz y Lina Meruane, pero no sólo ellas. ¿Hay un vínculo posible ahí?
—Sí, exacto. Si pensamos en la literatura de las “malas madres”, aquellos libros contra la maternidad o en defensa del derecho a incumplir el mandato opresivo de ser madre, tienen en común una disidencia emocional, una desobediencia al mandato con el que nos han educado. Y a nosotros nos pasa algo que es aparentemente opuesto pero que es complementario y es que el mandato tradicional del varón consiste en llegar tarde a la paternidad. La mayoría de los libros con o sobre padres tienen padres terribles, como el kafkiano, o un padre ausente —y, entonces, la literatura es la de alguien que sale a buscarlo y en el mejor de los casos hay un encuentro final con una reconciliación— o un padre heroico, que es como el de Hollywood, que salva al hijo y a la patria y al planeta. Pero ahí también hay una llegada tarde. Todo conspira para que el vínculo padre-hijo y muy especialmente hombre-bebé sea imposible.
—Hay un pasaje del libro en el que se habla del llanto y del aprendizaje sobre cómo llorar. Siguiendo con la pregunta anterior, y aunque es cierto que los varones ya no somos como hace 20, 30 o 50 años, eso también se corre de la imagen tradicional.
—El lema castrador de “los hombres no lloran” desapareció de la circulación porque esgrimir semejante idea es recibirse de idiota, pero hay que ver el eco. Por ahí no lo decís, pero sos un mal llorador. O por ahí no sabés convivir con un llanto ajeno. Si volvemos al imaginario, la admiración de la figura masculina oscila entre Humphrey Bogart y Clint Eastwood. “Viste cómo se la bancan”. Forman un discurso tóxico que va aboliendo la posibilidad del llanto hasta que queda una cosita ridícula y reprimida en la que muchos nadamos. Es ahí donde la figura del bebé como sujeto cuyo oficio es el llanto es sumamente liberadora para un papá que quiere convivir con el bebé.
—En el psicoanálisis, la relación de un bebé se da con la madre y el padre es el tercero excluido. ¿En el libro la tercera excluida es ella?
—No, creo. La madre está. Yo no lo leería como un juego de exclusiones. Eso lo hablé con la madre: hasta dónde debía estar su presencia. Si yo la hacía desaparecer era un acto de un cinismo mortal. Era como hablar de un bebé que existe porque alguien que no soy yo puso el cuerpo. No podía estar ausente. Pero a la vez, si estaba en todas las escenas, iba a haber un acto de apropiacionismo, que era lo que trataba de evitar. El intento era una media distancia. Lo hablé con ella y llegamos a la decisión de contar desde el lugar del padre que está y observa. El parto fue uno de los últimos textos que escribí. Claramente era un día importante y fue tremendo porque terminó bien pero debieron hacerle una cesárea de urgencia. Era una experiencia demasiado intensa para eludirla, pero, por otro lado, yo no puse el cuerpo. Lo conté desde el lugar en el que estuve: no hablé en su nombre, sino que conté lo que vi.
—¿Por qué le diste voz al bebé?
—Fueron varias razones. Primero, porque el material con el que trabajo es aparentemente autobiográfico. Yo normalmente he sido un narrador que tiende más a lo ficcional y tengo una cierta desconfianza sobre las posibles facilidades de lo confesional. El libro tiene tres partes y la central, que podríamos entender como la experiencia cotidiana entre el padre y el bebé, está franqueada por dos partes que, cada una a su manera, derivan hacia lo imaginario: una es un diálogo que ni siquiera nació, y la otra da un salto hacia el imposible de la autobiografía convencional que sería el discurso de un bebé; es decir; de alguien que ni siquiera sabe que existen las palabras. Por otro lado, era emotivo que la estructura empezara con la criatura dentro de la madre y termine con el padre adentro del hijo, tratando de imaginarse qué piensa o qué siente. Y una tercera razón, es que el libro puede entenderse como una carta de amor para alguien que desconoce el lenguaje verbal. Hay una especie de reflexión sobre los límites del lenguaje, que son propios del pensamiento poético: cómo negociar con los límites de la palabra. El colmo de ese ejercicio es afrontar el discurso de alguien que desconoce la existencia de las comas.
—No deja de ser una idea lacaniana.
—Sí, bueno… Ves cómo, además de andaluz, soy fatalmente porteño.
Quién es Andrés Neuman
♦ Nació en Buenos Aires en 1977 y vive en España desde hace décadas. Es narrador, poeta, traductor, novelista y columnista
♦ Entre sus libros se cuentan Vivir de oído, Una vez Argentina, El viajero del siglo y Hacerse el muerto, entre otros.
♦ Fue finalista del Premio Herralde y ganador del Premio Alfaguara.
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