Desde antes de que se quitara la vida, su nombre ya resonaba entre los lectores y cinéfilos, por lo menos en su natal Cali. La de Andrés Caicedo, casi que desde el inicio, siempre fue una presencia destinada al recuerdo. Su obra y su figura se ganaron rápidamente un lugar, más que merecido, en la posteridad.
Sobre el autor de “Qué viva la música” se ha dicho y escrito mucho. Es innegable su influencia en la literatura colombiana y la presencia que ha venido ganando, con el paso de los años, en toda Latinoamérica. Entre sus lectores es, sin duda alguna, uno de los autores de cabecera y cada que surge algo nuevo en torno a su nombre y su obra, se vuelcan como fieles a rezarle a su dios.
En medio de todo eso que se ha escrito y dicho sobre él, siempre quedará faltando algo. Esa es la sensación que parece residir en quienes más aprecian su obra y se ha confirmado recién, con la salida de su correspondencia, de la mano del grupo Planeta, en los dos tomos editados bajo el sello Seix Barral, y lo que ha decidido contar una de sus hermanas en su libro de memorias.
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En las casi 300 páginas que componen las memorias de Rosario Caicedo, reunidas bajo el título de “Milpedazos”, la autora reflexiona alrededor de conceptos como la familia, la literatura, la errancia, la condición del emigrante, y la muerte. El lector encontrará una mezcla de distintos géneros literarios en los que Caicedo se apoya para contar la historia de sus días. Capítulos en prosa, poemas autobiográficos, cartas y evocaciones. Cada parte revela, insinúa, sugiere, cuestiona, dialoga, con quien lee y también con quien ha escrito.
A Rosario la separaba apenas un año de su hermano. Él la llamaba Rosarito. Desde muy niña, entendió que tanto él como ella estaban destinados a la inconformidad. Para Rosario, la ciudad de Cali era un lugar de costumbres muy conservadoras en donde no había posibilidad alguna de ser. Era como un calabozo. Calicalabozo, así la llamó Andrés en uno de sus cuentos más célebres. Cuanto antes, había que huir de allí.
Muy joven, Rosario partió hacia Estados Unidos y se estableció, pero no olvidó nunca sus raíces. Las cartas que se escribía con su hermano la mantenían al tanto. De aquella correspondencia surgió una relación epistolar que los llevo a ambos, en la década de los setenta, a trabajar incluso en guiones para cine. Andrés pretendía vendérselos al productor Roger Corman, en Los Ángeles, pero su gesta terminó por hundirlo en el fracaso que solo la adultez trae consigo.
Cuando Andrés se quitó la vida, en marzo de 1977, Rosario perdió a su segundo hermano, porque el primero murió siendo un bebé, en 1948. Desde entonces se convirtió en una de las protectoras del trabajo de Andrés. En varias ocasiones se enfrentó a su familia por la disputa de manuscritos y otros productos creativos del escritor. Ella creía firmemente que aquello le pertenecía a los lectores.
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En este libro de memorias, Rosario Caicedo se lleva a los lectores por un camino que conduce a su infancia en la Cali setentera, y a la aventura en los Estados Unidos y la llegada de los ochenta, y le da vida, una vez más, a esa mujer que supo ser, la que se emancipó lejos de todo y guardó con celo la memoria de su hermano, el escritor Andrés Caicedo.
“Milpedazos” es un libro sobre una mujer del siglo XX que escribe desde el siglo XXI, que ha encontrado en su incomodidad ante la sociedad, la fuerza que requería para emanciparse y gritar por su libertad y por la poesía. Es, a la vez, una obra sobre los lazos familiares, sobre los vivos y sus contradicciones, sobre fantasmas que se quedan para siempre.
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