Gonzalo Arango fue uno de los poetas y escritores más irreverentes de la literatura colombiana durante el siglo XX. Nació el 18 de enero de 1931. Exploró los géneros de la poesía, el cuento, el teatro y la crónica. En 1958 fundó el movimiento artístico y literario de vanguardia conocido como el nadaísmo, de gran repercusión nacional y continental, con bases en el existencialismo francés, el surrealismo, el dadaísmo, los preceptos de la generación Beat y otras de las principales vanguardias artísticas de la época en todo el mundo.
El escritor, de ateísmo declarado y un fanatismo sin igual por la música del Caribe, intentó siempre romper con los valores tradicionales de la literatura, la cultura y la moral. Inspirado por la filosofía de Fernando González, en su obra procuró el uso de un léxico renovado, un humor agudo, una ironía constante y penetrante, y el continuo roce con el escenario urbano para darle paso a la crítica argumentada de la sociedad.
Arango escribió y publicó alrededor de cuarenta títulos, entre poesía, cuento, reportaje, teatro, correspondencia y manifiestos. Entre sus obras más recordadas se encuentran el “Primer manifiesto nadaísta”, de 1958, y “Prosas para leer en la silla eléctrica”, de 1965.
El escritor falleció a la edad de 45 años, tras un accidente automovilístico, en 1976. De aquel grupo que lideró, hoy solo queda vivo el poeta Jotamario Arbeláez. Si bien partió muy pronto, la obra de Arango no ha parado de leerse y cada tanto un nuevo entusiasta surge queriendo revivir su trabajo.
En enero de 2023, habría cumplido 92 años, por ello, en Infobae Leamos queremos recordarlo con tres libros suyos para leerlo en su natalicio:
Sexo y saxofón (1963)
La escritura de Gonzalo Arango sigue los caminos de la música del Jazz. Figuras espontáneas hechas con palabras van cayendo una tras otra en medio de una estructura de simple apariencia. Sus frases son golpes de efecto que van directo a los sentidos, dando un salto ficticio sobre el caudaloso río de la razón.
Cinco décadas después de ser escritas, es inútil intentar desentrañar el sentido literal de muchas de sus líneas. Similares a hermosos fósiles, queda el molde y no la carne, que ya ha sido devorada en otras épocas de crudo existencialismo. Escrita en piedra, su escritura es ahora más valiosa y potente, donde destella no solo el desborde de la imaginación, sino un estado del alma de permanente inspiración, reservado a los más jóvenes y a los elegidos. De ahí, quizá, que Gonzalo se refiera al escritor como “un santo que sufre mucho”.
Fuente: Corporación Otraparte.
Obra negra (1974)
La ambigüedad de Gonzalo Arango en torno a la existencia humana lo llevó a redactar, desde 1962, testamentos en los que se despojaba de sí mismo y aseguraba de forma recalcitrante no tener nada qué legar. En el “Testamento” de Obra negra, Arango fue contundente al afirmar que no debía ser tomado en cuenta como un literato ni mucho menos como un intelectual. Después de su muerte aspiraba a pasar desapercibido, estar condenado al olvido o, cuando menos, a ser odiado con furor. Entonces, ¿a qué se debe la respuesta multitudinaria a los eventos programados para evocar su nombre? ¿Cómo descifrar la atracción que aún despierta entre sus lectores? El recuerdo que se conserva de Arango es el del poeta procaz que con calavera en mano incitaba a la ignominia y ofrecía una crueldad redentora. Pero sobre todo, los actos públicos, como la quema de libros al frente del Paraninfo de la Universidad de Antioquia en 1958 y el sabotaje del Primer Congreso del Pensamiento Católico de 1959, fueron los que consolidaron su figura profética. Esta reedición es la oportunidad para conocer al profeta que esperaba embellecer el mundo “bajo el rostro del exterminio”, pero también para acercarse a la vida de un poeta a través de sus convicciones y confusiones. (Daniel Llano Parra)
Memorias de un presidiario nadaísta (1991)
Han pasado casi veinte años —de los cuales el profeta lleva quince en la eternidad—, y aquí estoy otra vez sentado sobre las mismas posaderas, frente a la máquina original de Gonzalo que terminé por heredarle, preparando la edición de las Memorias de un presidiario nadaísta. Como en aquellos días, los ojos se me llenan de nubes al contemplar en perspectiva esta generación nadaísta que la vida se ha ido llevando en los cuernos. Ya empitonó al profeta, a Amílcar Osorio y a Darío Lemos, y se abren las apuestas acerca de a quién apunta la próxima embestida. Que en este libro vea Medellín cómo escarneció a su profeta. “Medellín, a la que amo tanto, por la que tanto muero”. Y cómo él, en medio de su amor la maldijo entre dientes tras las rejas de su alma. Y como no hay deuda ni pena que no se cumplan ni se paguen, somos ahora testigos del karma urbano. Una ciudad que condena a su poeta a la irrisión, está condenada a su vez a ser pasto de las fieras. (Jotamario Arbeláez)
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