Hace unas semanas, sin gran celebración en el mundo literario, salió a la venta la última novela de Cormac McCarthy, simultáneamente en inglés y en castellano. En realidad son dos novelas: El Pasajero, de unas 400 páginas, y Stella Maris, de menos de 200 páginas. Aunque en los Estados Unidos se habían publicado como libros separados y de lecturas supuestamente independientes, realmente no se entiende una sin la otra. Este intríngulis se resolvió en la edición local publicando el tándem en un solo volumen. Para un escritor que fue estimado por Harold Bloom como un digno sucesor de Melville y Faulkner, es llamativa la recepción casi despectiva de esta última entrega de lo que será su obra completa. McCarthy cumplirá 90 años en julio de este año.
¿A que se podría adjudicar esta reacción tibia frente a El Pasajero y Stella Maris? Una posible explicación, tal vez sea que su penúltima novela, La carretera (2006), parecía la ideal culminación de su trabajo como escritor. El sustrato de toda la obra de Cormac McCarthy consiste en el lado oscuro -y a veces hasta perverso- de los humanos, junto con un constante rumor de apocalipsis. Aun en esta visión del mundo, aparentemente nihilista, sobresalen tres elementos redentores: la indiscutible realidad del amor; la belleza y el valor del trabajo (más allá de sus recompensas en dinero o status social); y una asombrada apreciación por la belleza de nuestro planeta, por más hostil que sea.
En La Carretera, estos dos elementos alcanzan su plenitud. Un padre y un hijo preadolescente viajan a pie desde el norte al sur de la costa este de los Estados Unidos. El mundo ha sido devastado por una calamidad no especificada. Ya no hay árboles ni animales; todo el funcionamiento de la civilización ha sido irreversiblemente abatido. Bandas de sobrevivientes armados andan en macabras patrullas caníbales cazando a los pocos humanos restantes que andan sueltos por lo que queda del mundo. Dentro de este catastrófico escenario, lo que predomina en la trama es el amor incondicional entre el padre e hijo y la sobresaliente habilidad del padre para sobrevivir en un paisaje terminal.
La carretera es una obra nítida con un andamiaje de lenguaje y sintaxis lúcido pero barroco. La resolución, desde el punto de vista dramático, es impecable, por más desgarradora que sea. Agregar un libro más a su obra tras este tour de force era una apuesta riesgosa. Si la literatura tiene algo de performance ¿como sería posible que Cormac se superara tras la oscura perfección de La Carretera? Una novela que, además, fue la más exitosa de McCarthy en términos comerciales.
Afortunadamente para sus acólitos, Cormac no entiende la literatura como una performance. La ve, en cambio, como una forma de describir la realidad, indagar sobre la naturaleza, aventurar escenarios sobre el desenlace de la humanidad y sondear los límites del conocimiento humano. No es una actividad científica. No puede ser sujeta a verificación ni generar modelos conceptuales que se puedan adoptar para continuar sus descubrimientos. Pero la obra de McCarthy está dirigida tanto por una inteligencia científica como literaria.
De hecho, McCarthy ha sido miembro honorario de The Santa Fe Institute un centro de investigación científica, fundado en 1984. Convocan a científicos y académicos de múltiples especialidades para pensar sobre sistemas complejos. Murray Gell-Mann, Premio Nobel de Física de 1969, fue uno de los fundadores del instituto. Era amigo cercano de McCarthy y lo invitó a ser parte. Allí el escritor se instaló, para seguir escribiendo y conviviendo con brillantes y no convencionales mentes científicas.
Científicos
El Pasajero y Stella Maris son las primeras obras en la carrera de McCarthy donde los protagonistas son científicos. Los diálogos de la novela terminan abarcando temas como los límites del conocimiento humano, la naturaleza de la locura, la creación de la bomba atómica, el traspaso de los pecados del padre al hijo; pero también sobre mundos menos solemnes, como el circuito europeo de carreras de Fórmula 2, algunos submundos de Nueva Orleans en los años 80, los detalles del trabajo de un buceador y los hábitos y excentricidades de los matemáticos más importantes del Siglo XX.
Muchos críticos de El pasajero y Stella Maris acusaron a McCarthy de ofuscamiento y testaruda insistencia en repetir sus temáticas y su estilo de prosa. Otro punto de vista es que estas nuevas novelas pueden ser leídas como claves para reconsiderar la obra completa de este majestuoso autor.
La trama es la siguiente. Bobby Western, un buceador de salvataje que vive en Nueva Orleans, se mete en problemas con las autoridades federales tras descubrir una actividad criminal inexplicable. Dentro del fuselaje de un jet privado, que yace en el fondo del Golfo de México, falta un pasajero. Western, conocedor de los procedimientos y reglamentos de la aviación, encuentra el registro de las personas abordo. Una no está.
Western descubre que también falta la caja negra del avión. La única explicación es que alguien haya entrado al avión después de que se estrellara. Pero esta conclusión genera una serie de preguntas ominosas cuyas respuestas Western prefiere no conocer.
Se queda sin otra opción que huir. Primero dentro de Nueva Orleans misma, después por el país, y eventualmente hasta España. Es reducido al estado de un desterrado eterno. Pero antes conocemos su educación como físico, su breve carrera como corredor de autos y sobre su padre, que fue un integrante del Manhattan Project como uno de los arquitectos centrales de la primera bomba nuclear, junto a Robert Oppenheimer.
La trama de El Pasajero, que sucede a principios de los años 80, está intercalada con la historia de Alicia Western, la hermana de Bobby. Al principio, no está clara su situación existencial. La vienen a visitar, a un congelado departamento en Chicago, figuras espectrales y vodevilescas. No son hostiles, pero la atosigan con preguntas sobre su abulia terminal; cuestionan su total resignación, a pesar que tiene una mente brillante. Fue una pródiga matemática. Se recibió de la Universidad de Chicago a los 6 años pero abandonó su doctorado. Tras haber llegado a un límite del conocimiento matemático y de darse cuenta de que nunca habrá una teoría unificadora -solo vertientes que no llegarán a una verdad definitiva- su mundo interior se desmorona y sucumbe a la esquizofrenia que siempre estuvo latente.
La novela Stella Maris transcurre en un hospital psiquiátrico en Wisconsin, en 1972, donde Alicia se ha internada voluntariamente. Todo este breve y veloz tomo consiste en un diálogo entre Alicia y un benévolo psiquiatra. Las preguntas del doctor son breves, compasivas y agudas. En las extensas respuestas, al principio cínicas y descreídas de la paciente, y luego más sinceras y conmovedoras, conocemos la historia de su biografía familiar e intelectual.
Entre las cosas por la cual es famoso Cormac McCarthy está su reticencia de ser entrevistado. En total, su interacción con la prensa en este formato se reduce a menos de diez episodios. Y en ellas -como la entrevista que cedió al New York Times tras la publicación de su primera novela que ganó el gran público, Todos los hermosos caballos o su charla televisiva con Oprah en 2006 tras la publicación de La carretera- nunca habla sobre su vida, su posición política, su intimidad o su relación con la literatura.
Una anécdota ilustrativa, contada por su primera esposa, cuenta que un profesor de Literatura fue a visitarlo en una cabaña remota que McCarthy había construido con sus propias manos. Se alimentaba con frijoles de lata. El profesor le ofreció más de mil dólares para dar una charla sobre sus novelas. La respuesta de McCarthy fue tajante: todo lo que se necesitaba para entender sus libros estaba dentro de sus libros. Más que una petulancia, esta respuesta es un mandato. O una pista. O hasta una promesa.
Entrar en detalles exhaustivos sobre las referencias en El pasajero y Stella Maris a sus 12 novelas anteriores sería la labor para un extenso ensayo. De todas maneras, este redactor puede afirmar -tras más de 25 años de leer y releer a Cormac McCarthy con una devoción irracional- que en su despedida al mudo, manifestada en su última obra, vemos el cenit de su labor.
Desde allí explicita la bases de sus creencias esenciales: que las guerras del mundo nunca cesarán; que la bomba atómica será utilizada tarde o temprano; que la ciencia y las matemáticas son las mejores herramientas para explorar y describir la realidad pero que también son una práctica estética; que nunca se llegará a una descripción definitiva de la realidad; que la única manera de realmente entender el mundo es conociendo las palabras precisas de las cosas; que la mente humana es tan insondable como la naturaleza; que escribir novelas es una manera tan legítima como la investigación científica para cuestionar y describir los fenómenos del mundo; que el pecado existe, por más que no exista un Dios.
Esta lista no es definitiva. Y queda en las manos de los lectores para confirmar estas declaraciones. De todas maneras, ahora es el momento para leer a McCarthy. Aún está con nosotros. Al pasar las hojas de sus libros, una tras otra, entrando en la lectura, que es una de las formas de meditación, respiramos sabiendo que Cormac McCarthy, lejos de nosotros, en el paisaje desértico de Nueva Méjico, donde vive hace décadas, también respira.
Quién es Cormac McCarthy
Nació en Providence, Rhode Island, Estados Unidos, en 1933. Se llamaba Charles McCarthy, pero optó por Cormac porque un ventrílocuo tenía un muñeco de nombre Charlie McCarthy.
Estudió en la St. Mary’s Parochial School y la Knoxville Catholic High School. Fue monaguillo en la Church of the Immaculate Conception de Knoxville.
Fue a la Universidad de Tennessee entre 1951-52 y 1957-59, aunque nunca se graduó.
Sirvió en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de 1953 a 1956 en una base de Alaska.
Ganó el Premio Pulitzer de Ficción por La carretera (2006) y el National Book Award por Todos los hermosos caballos.
Su primera novela El guardián del vergel, se publicó en 1965.
Con una beca de la Fundación Rockefeller viajó a Europa y, en Ibiza, terminó su segunda novela: La oscuridad exterior.
Entre otras novelas, publicó Hijo de Dios, Meridiano de sangre y No es país para viejos, que salió en 2005 y fue llevada al cine por los hermanos Coen en 2007. La carretera ganó el Premio Pulitzer.