Hoy en día, los filósofos de antaño son vistos como personajes consagrados y admirados en las altas esferas del conocimiento, las artes y la literatura. Si bien no todos conocen a fondo sus aportes, de sus nombres nadie duda. En la antigüedad, sin embargo, algunos de ellos fueron vistos como los bichos raros de los lugares que habitaban. Muchos murieron en aras de defender sus posturas.
Costica Bradatan, filósofo de estos tiempos, tiene muy presente lo que sufrieron sus admiradas figuras para que él y otros pudieran pensar el arte de vivir. Y sobre ello reflexiona en su libro más reciente, “Morir por las ideas”, en el que hace un homenaje a los filósofos que tuvieron que morir por sus revolucionarias ideas. Sus historias se vuelven un memorial sobre el esqueleto de Munch, los ensayos de Montaigne, sobre la filosofía de la carne de Simone Weil o Tomás Moro y hasta el genio artístico de Platón. En estas páginas, el autor establece las posibles respuestas al por qué alguien debería molestarse en matar a los filósofos.
Repasa en este libro una nutrida galería de personajes que murieron por defender sus ideas, fundamentos y planteamientos en un momento decisivo. En “Morir por las ideas”, el autor presenta algunos personajes cuya agonía fue extendida, como Hipatía, quien murió dilapidada ante una multitud enfurecida.
“Sócrates no escribió ni una sola línea, pero su muerte fue una obra maestra y ha conservado vivo su nombre. Mientras vivió, Jan Palach –el estudiante checo que se incineró en enero de 1969 para protestar por la ocupación soviética de su país– fue un individuo sin importancia. Después de morir abrasado, sin embargo, pasó a ser poco menos que un semidiós, un ser lleno de tremenda vitalidad e influencia. Palach, desde la tumba, determinó la historia de Checoslovaquia”, escribe Costica Bradata en el capítulo Una cuestión de vida o muerte, en “Morir por las ideas”.
Bradatan también toma de ejemplo casos más contemporáneos, como el del filósofo checo Jan Patocka y la tortura que vivió al ser interrogado por la policía. El escritor repasa la vida de figuras como Montaigne, Heidegger, y Simone Weil, quienes desafiaron lo establecido y se aventuraron a reflexionar alrededor de temas tan universales como la muerte y la condición humana.
En las páginas de “Morir por las ideas” se encuentran los hombres y mujeres que no son mártires religiosos, sino mártires condicionados por su vocación, y aquellos cuya muerte acaba siendo tanto una consecuencia de sus ideas como una puesta para pasar a la posteridad. Costica Bradatan hace de este título un amplio espectro sobre lo que hay detrás de la defensa de las ideas hasta el último momento, la adversidad, los personajes movidos por la valentía, la honradez, el lavado de cerebro, la locura, o la ambición.
“Sócrates cuando queda atrapado en el torbellino del genio artístico de Platón. Un mártir necesita un discípulo fiel para que narre sus actos y conserve su posteridad. Sin embargo, en Platón, Sócrates pudo haber obtenido más de lo que esperaba. Por una vez, se ve atrapado en el torbellino de su discípulo; Sócrates, el hombre de carne y hueso, se pierde para no ser visto nunca más. Borrado de la historia, para ser sustituido, al mismo tiempo, por la invención de Platón”, Costica Bradatan.
A lo largo de este compendio de vidas entregadas y comprometidas hasta el final con los paradigmas del legado filosófico, Bradatan reafirma esta historia teatral de la condena y la tragedia. Son 336 páginas, editadas por el sello editorial de Anagrama, en las que el filósofo norteamericano da cuenta del odio, la inquisición y el repudio humano al aceptar nuevas ideas.
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