Salman Rushdie publicará su nuevo libro tras el atentado que casi lo mata: empezá a leerlo

El escritor fue apuñalado en agosto en Nueva York. Fue tres décadas después de que el régimen iraní le dictara una “fatwa” por publicar la novela “Los Versos Satánicas”, que el ayatolá Jomeini consideró una blasfemia. “Ciudad Victoria” llegará a las librerías de todo el mundo el 9 de febrero.

Rusdhie en 2018, antes del atentado que sufrió hace algunos meses. Había pasado décadas escondido tras la fatwa iraní. Carsten Bundgaard/Ritzau Scanpix/via REUTERS

Tras el atentado que sufrió el pasado 12 de agosto en Nueva York y que casi le cuesta la vida, la editorial Penguin Random House finalmente confirmó que el 9 de febrero llegará a las librerías de todo el mundo -incluida la Argentina- el nuevo libro del escritor británico de origen indio Salman Rushdie: Ciudad Victoria, una novela realista que sella su renacimiento vital y literario con una historia en la que viaja hasta la India del siglo XIV para seguir a una niña de nueve años llamada Pampa Kampana.

Hace un mes, la revista The New Yorker había dado a conocer un extracto del libro, “A Sackful of Seeds” (Un saco de semillas), centrado en la historia épica de una mujer en el siglo XIV que vivirá 247 años y contará en paralelo el devenir del imperio nacido de una quema de mujeres, las viudas de una batalla perdida por sus hombres, nacidas con dolor para dar dignidad, derechos y poder a hombres y mujeres.

“La voz antigua de la diosa Pampa sale por su boca infantil y le otorga poderes extraordinarios para crear una gran ciudad: Bisnaga, la ‘ciudad de la victoria’. Durante los siguientes doscientos cincuenta años, la vida de Bisagna estará ligada a la de su creadora, que desde su centro velará por el bienestar de sus ciudadanos con un objetivo claro: dar la misma representación a las mujeres que a los hombres”, explican desde la editorial.

El autor, quien ya escribió sobre la India en Hijos de la medianoche, explicó que el manuscrito de Pampa, escondido en un frasco en el momento de su muerte, es encontrado y traducido del sánscrito al inglés por el “anónimo autor” de Ciudad Victoria: Rushdie disfruta desapareciendo, como lo hizo en su autobiografía, que toma el título del nombre de su álter ego, Joseph Anton, como Conrad y Chéjov, seudónimo utilizado por razones de seguridad durante los años de su huida tras la fatwa que pesa sobre él desde la publicación de Los Versos Satánicos en 1988.

Ciudad Victoria presenta la traducción de Victoria y derrota, 24.000 versos encontrados en el interior de una urna, en los que -desde las primeras páginas- el lector queda hipnotizado por aquel reino desaparecido que un día ocupó todo el sur de la India, “las mujeres guerreras, las montañas de oro, la generosidad de su espíritu y sus momentos de maldad, sus debilidades y sus fortalezas”.

Al igual que el protagonista de Hijos de la medianoche, Saleem Sinai, nacido en Bombay el 15 de agosto de 1947 al filo de la medianoche, en el momento en que la India proclamaba su independencia, Rushdie, nacido el 19 de junio de 1947, aseguró sentirse “misteriosamente esposado a la historia”.

En aquella novela -la segunda de Rushdie- se percibía la ambición del joven escritor de relatar cronológicamente los principales acontecimientos ocurridos en la India desde la masacre de Amritsar de 1919 hasta el final del estado de emergencia en 1977. En Ciudad Victoria, el narrador repite la operación, recuperando hechos centrales de la historia india.

Rushdie continúa su recuperación tras el atentado que sufrió el pasado 12 de agosto cuando estaba sobre el escenario preparándose para dar una conferencia en Chautauqua, Nueva York, y un joven se acercó corriendo y lo hirió con un cuchillo.

Hadi Matar, el joven que perpetuó el atentado contra el autor de "Los Versos Satánicos". REUTERS/Lindsay DeDario/File Photo

El escritor, de 75 años, que había recibido amenazas de muerte tras la publicación de sus Los Versos Satánicos”, recibió varias puñaladas en el cuello y el abdomen y tuvo que ser operado de urgencia, perdiendo la visión de un ojo.

Así empieza “Ciudad Victoria”

El último día de su vida, cuando tenía doscientos cuarenta y siete años de edad, la milagrera, profetisa y poetisa ciega Pampa Kampana puso fin a su inmenso poema narrativo sobre Bisnaga y lo metió en una cazuela de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real ahora en ruinas, como mensaje para el futuro.

Cuatro siglos y medio después encontramos la cazuela y leímos por primera vez la inmortal obra maestra titulada Jayaparajaya, que significa «Victoria y Derrota», escrita en sánscrito, tan larga como el Ramayana, compuesta de veinticuatro mil versos, y conocimos así los secretos del imperio que ella había hurtado a la historia durante más de ciento sesenta mil días.

Nosotros conocíamos únicamente las ruinas de ese imperio, y el recuerdo de su historia estaba también en ruinas debido al paso del tiempo, a las imperfecciones de la memoria y a las falsedades de quienes vinieron después. Leyendo el libro de Pampa Kampana íbamos reconquistando el pasado, el imperio Bisnaga renacía tal como había sido en verdad, con sus mujeres guerreras, sus montañas de oro, su generosidad de espíritu y sus momentos de vileza, sus puntos débiles y sus puntos fuertes.

Oímos por primera vez la historia completa del reino que empezó y terminó con una quema y una cabeza cortada. Lo que viene a continuación es esa misma historia contada en un lenguaje más llano por el presente autor, que no es ni un erudito ni un poeta sino un simple cuentacuentos que ofrece esta versión para el mero entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy, sea joven o viejo, culto o menos culto, ya busque la sabiduría o le diviertan los disparates, gente del norte como del sur, seguidores de tal o cual dios o de ninguno, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la nobleza y plebeyos de carnet, gente buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas.

La historia de Bisnaga dio comienzo en el siglo XIV de nuestra era, en el sur de lo que ahora llamamos la India, Bhᾱrat, Hindustán. El viejo rey cuya cabeza separada del cuerpo lo puso todo a rodar no era un gran monarca, sino más bien un sucedáneo de gobernante como suele darse entre el declive de un gran reino y el nacimiento de otro. Su nombre era Kampila, del diminuto principado de Kampili, «Kampila Raya», siendo raya la versión regional de raja, rey.

"Hijos de la medianoche" ya le había permitido al autor abordar la historia de la India, la tierra en que nació.

Este raya de segunda categoría estuvo el tiempo suficiente en su trono de tercera categoría como para edificar una fortaleza de cuarta categoría a orillas del río Pampa, levantar en su interior un templo de quinta categoría y hacer tallar unas intrincadas inscripciones en la pared de una colina pedregosa, pero luego vino el ejército del norte para dar buena cuenta de él.

La batalla que siguió fue muy descompensada, hasta el punto de que nadie se molestó en ponerle un nombre; una vez que la gente del norte hubo aplastado a las huestes de Kampila Raya y matado a la mayor parte de su ejército, prendieron al reyezuelo y le cortaron la descoronada cabeza. Después la rellenaron de paja y la enviaron al norte para deleite del sultán de Delhi. Ni la batalla sin nombre ni la cabeza cortada tenían nada de especial. En aquella época las batallas eran casi lugar común y mucha gente ni se molestaba en darles un nombre; en cuanto a las cabezas cortadas, eran numerosas las que viajaban de una parte a otra de nuestro gran país para gusto de tal o cual príncipe. El sultán de la capital norteña había reunido una buena colección.

Sorprendentemente, tras la insignificante batalla se produjo uno de esos acontecimientos que cambian la historia. Cuentan que las mujeres del minúsculo y derrotado reino, la mayor parte de ellas viudas como resultado de la batalla sin nombre, abandonaron la fortaleza de cuarta categoría tras hacer unas ofrendas finales en el templo de quinta categoría, cruzaron el río en pequeñas embarcaciones —desafiando de manera inverosímil la turbulencia del agua—, recorrieron cierta distancia a pie rumbo al oeste siguiendo la orilla meridional y luego encendieron una gran hoguera y se suicidaron en masa entre las llamas.

Muy serias, sin emitir una sola queja, se dijeron adiós y avanzaron sin dar un respingo. Tampoco se oyeron gritos cuando el fuego prendió en sus carnes y el hedor de la muerte colmó el aire. Ardieron en silencio; no hubo más ruido que el crepitar del fuego mismo. Pampa Kampana lo vio todo. Fue como si el propio universo le mandara un mensaje: Abre bien los oídos, inspira hondo y aprende.

Tenía entonces nueve años y se quedó mirando la escena con lágrimas en los ojos mientras apretaba con todas sus fuerzas la mano de su madre, que no lloraba, mientras aquellas mujeres a las que conocía penetraban en la hoguera y se sentaban o permanecían de pie o se tumbaban en el corazón del horno expulsando llamas por las orejas y la boca: la mujer mayor que lo había visto todo y la joven que apenas empezaba a vivir y la niña que odiaba a su padre el soldado muerto y la esposa que se avergonzaba del marido por no haber entregado su vida en el campo de batalla y la mujer de bella voz melodiosa y la mujer de aterradora carcajada y la mujer flaca como un palo y la mujer gruesa como un melón.

Helas allí, marchando hacia la muerte, y de pronto Pampa, que empezaba a sentir ganas de vomitar debido a la fetidez de la muerte, vio horrorizada cómo su madre, Radha Kampana, le soltaba suavemente la mano y muy despacio pero con total determinación avanzaba para sumarse a la hoguera de las suicidas sin decirle adiós siquiera.

Tras el atentado, Rushdie fue trasladado en helicóptero para que lo atendieran de urgencia. TWITTER @HoratioGates3 /via REUTERS

Durante el resto de su vida Pampa Kampana, que compartía nombre propio con el río en cuyas orillas tuvo lugar dicho suceso, llevaría consigo el olor de la carne de su madre quemándose. La pira estaba hecha de madera de sándalo perfumada y se le había añadido gran cantidad de clavos y ajo y comino y canela, como si las damas suicidas estuvieran siendo condimentadas como un plato muy especiado a fin de ser presentado ante los victoriosos generales del sultán para su gastronómico deleite, pero aquellas fragancias —la cúrcuma, los cardamomos grandes y también los cardamomos pequeños— no lograron enmascarar la singular y canibalesca acrimonia de mujeres siendo asadas vivas y, si acaso, hicieron la pestilencia aún más difícil de soportar.

Pampa Kampana no volvió a comer carne nunca más, y tampoco fue capaz de estar ni unos minutos en una cocina donde estuvieran preparándola. Todos esos platos exudaban el recuerdo de su madre, y cuando otras personas comían animales muertos Pampa Kampana tenía que apartar la vista.

Con información de Télam S.E.

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