Suena exagerado decir que un libro “me salvó la vida”, ya sé. El libro no se metió con una toalla húmeda en un incendio para quitarme de las llamas. El libro no se quemó las pestañas estudiando noches y noches para saber cómo operar, qué droga dar, cómo interpretar ese ganglio que aparece en la ecografía. El libro no me abrió una puerta cuando yo corría de mis perseguidores. Ya sé, ya sé. Pero La enfermedad y sus metáforas me sacó de un profundo pozo de mí misma en un momento muy malo. No era fácil: el lugar común me llevaba amorosamente al pozo.
Tuve cáncer por primera vez a los 33. Era raro, “demasiado joven” me decían. Bueno, ahí estaba.
Tuve cáncer y era una lectora de toda la vida: mil ideas, hipótesis, interpretación. ¿Cómo ser víctima de una enfermedad estúpida, que no te quiere decir nada? ¿Cómo darle un sentido sin Dios ni destino ni jota? Sinapsis, asociaciones: un cáncer de MAMA. Agarrate.
No sé cómo llegó a mis manos La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag. Pero asomé y ya fue un alivio. Arranca con una declaración de intenciones: “Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora, y que el modo más auténtico de encarar la enfermedad —y el modo más sano de estar enfermo— es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico”.
Metáfora: decir que el cáncer es causado por la represión. No hay modo de no sentir que hablan de uno. ¿Quién anda por ahí tan libre y diciendo todo lo que piensa y dejándose sentir todo lo que siente? ¿Quién nunca tuvo una agachada, quién no se calló la boca sabiendo que tenía razón porque el otro era más grandote? Yo, por lo menos, no estaba libre de eso.
Tiempo después, pensando en este período, escribí un libro. Allí puse: “Me imagino el cáncer como una rebelión de las células, un estallido frente a la opresión, el miedo, la represión. La vida que aprieta como una bombacha chica y entonces llega el cáncer: un big bang enloquecido, justiciero, creador de ese universo paralelo, el del mal. Así considerado, el cáncer es casi una reivindicación; las rebeliones me dan simpatía y pienso —de a ratos la psiquis parece todopoderosa— que esa simpatía puede matarme”.
Así que Sontag hablaba de mí. La metáfora del cáncer es la represión y la liberación. ¿De qué lado vas a estar?
Decía Sontag: “Según la mitología, lo que generalmente causa el cáncer es la represión constante de un sentimiento (...) La pasión reprimida que la gente cree que da cáncer es la rabia”.
Pensé si el cáncer era causado por la rabia o era la rabia misma, vista en el nivel celular. Escribí: “La famosa procesión que va por dentro, ¿es la de esas células insurrectas? ¿Soy responsable de este cáncer por la rabia que tengo, por la cobardía que me hizo guardarla, por la comodidad que me hizo adaptarme a ella? ¿Soy responsable por aguantar las injusticias del mundo y las de mi propia vida sin pegarle a nadie ni poner ninguna bomba? ¿Me muero porque no sé vivir?”
En eso estaba y llegó Susan Sontag. Que hizo un paralelo entre cómo se veía a la tuberculosis en el siglo XIX y al cáncer en el XX (y ahora). Como enfermedades “intratables y caprichosas”. Dice: “Con las enfermedades modernas (antes la tuberculosis, hoy el cáncer) se empieza siempre por la idea romántica de que son expresión del carácter y se termina afirmando que el carácter es lo que las causa —a falta de otra manera de expresarse”.
¿La tuberculosis, comparable al cáncer? Claro. La tuberculosis era la expresión de la melancolía, decían.
Escribe Sontag: “Gideon Harvey afirmaba, en su Morbidus Anglicus (1672), que la «melancolía» y la «cólera» eran «las únicas causas» de la tuberculosis (a la que llamaba metafóricamente «corrosión»). Y cuenta que en 1881 un manual de Medicina daba las causas de la tuberculosis: “La predisposición hereditaria, el clima desfavorable, la vida sedentaria de puertas adentro, la ventilación defectuosa, la falta de luz y «las emociones deprimentes»”.
Bueno: con la predisposición hereditaria sonaste pero podés cambiar de clima. moverte, abrir las ventanas, trabajar tus emociones. ¿Y? Un año más tarde, en 1882, Robert Koch anunció que había descubierto el bacilo -una miserable bacteria- que causa la tuberculosis. Un bacilo, muchachos. Chau tristeza, sedentarismo, etcétera: puras metáforas. Intentos desesperados -así somos los humanos- de entender, sujetar, dar forma a algo incierto y dañino. Pero no estaba en nuestros espíritus la tuberculosis, estaba en la naturaleza. Sin embargo, cuenta Sontag, muchos años más tarde todavía Franz Kafka -el autor de La metamorfosis- escribía en una carta: “Estoy mentalmente enfermo, la enfermedad de mis pulmones no es más que el desbordamiento de mi enfermedad mental”. No, Franz, no.
Así que yo leí y leí y fue como ponerles bozal y riendas a mis interpretaciones y culpas. Para gritarles y pegar el tirón cuando empezaban a desbandarse por mi cabeza. Cuando sacaban la pala para cavar el pozo.
Sontag lo escribió con todas las letras: “Una enfermedad es así un hecho básicamente psicológico, y a la gente se le hace creer que se enferma porque (subconscientemente) eso es lo que quiere; que puede curarse con sólo movilizar su fuerza de voluntad; y que puede optar por no morir a causa de su enfermedad. Las dos hipótesis se complementan. Mientras que la primera pareciera aliviar el sentimiento de culpa, la segunda lo reafirma. Las teorías psicológicas de la enfermedad son maneras poderosísimas de culpabilizar al paciente. A este se le explica que, sin quererlo, ha causado su propia enfermedad, por lo que se le está haciendo sentir que bien merecido lo tiene”.
No voy a contarles todo el libro de Sontag ni toda mi vida. El resumen es: ese cáncer fue hace más de veinte años y acá estamos. Sin La enfermdad y sus metáforas claro que la cirugía, la quimio, los rayos hubieran funcionado igual. Pero ¿cuánto me habría torturado mientras tanto? ¿Cuánto me hubiera culpado o hubiera culpado a otros, acusándolos de algo parecido a lo que ahora se llama “tóxico”?
Susan Sontag, que sí murió de cáncer y que hoy cumpliría 90 años, me mostró que había otra manera de entender las cosas. Que lo que no sabemos simplemente no lo sabemos. Que hay cosas que no podemos controlar y pueden matarnos. Que es así. Pero también que hay quienes investigan todos los días para ponerle palos en la rueda a la muerte. Ojalá un día encuentren el “bacilo” (o lo que sea). Ojalá yo lo vea. Ojalá lo llamen “Bacilo de Sontag”.
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