Las efemérides suelen dar cuenta de los hitos históricos y las gestas de las figuras públicas -políticos, líderes, escritores, artistas-, pero están lejos de poder graficar la pasión y las razones secretas por las que alguien dedica su vida a una causa.
La que orientó la producción de la escritora y ensayista Susan Sontag (Estados Unidos, 1933-2004) -de cuyo nacimiento se cumplen 90 años este lunes- durante más de medio siglo tuvieron que ver con la necesidad de construir una mirada del mundo, que a su vez pudiera influenciar la de otros millones de lectores.
La escritora ardía también bajo la certeza de que su influencia podría ampliar el concepto mismo de “cultura”, ensanchar sus límites. Y a eso dedicó su existencia, mientras en la intimidad experimentaba el terror secreto de ser olvidada.
Según el único hijo de Sontag, David Rieff -analista político y también ensayista- ese temor explica el denodado esfuerzo de su madre por dar forma a una obra monumental y perdurar.
Esa vocación la llevó a publicar una veintena de títulos y comprometerse públicamente con las grandes problemáticas políticos y sociales de su tiempo.
El nacimiento de un mito
Después de que, a sus escasos 31 años, la revista Time publicara en 1964 una reseña titulada Gusto camp -en referencia a su célebre ensayo Notas sobre el camp-, la escritora se convertiría en una celebridad.
Dos años más tarde, en 1966, llegaría Contra la interpretación, el libro que le dió fama internacional.
La auténtica revolución ideológica que significó la incursión de Sontag como crítica cultural a partir de la aparición de aquella primera compilación de ensayos, deriva del hecho de que le haya dado rango académico a las entonces nuevas manifestaciones de la cultura: para ella, el rock, la literatura pornográfica, los happenings, la publicidad y la fotografía; así como la guerra y la forma en que consumimos imágenes o asociamos las enfermedades a determinados simbolismos y metáforas, también eran sinónimo de cultura.
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Eso, que hoy nos parece natural, por entonces -a mediados de los 60- no lo era; la “cultura estaba asociada a una noción elitista, más cercana a las Bellas Artes. Fue Sontag la que derribó ese muro.
Sontag irrumpió en escena con la certeza de que era necesario desdibujar esas fronteras entre la “alta” y “baja” cultura, lo “frívolo” y lo “serio”, “lo popular” y “lo culto”, el arte con mayúsculas y la cultura de masas.
Ella misma se postulaba también como la prueba viviente de podía repensarse el mundo, ya por fuera de las categorias preestablecidas y los prejuicios.
<b>¿Quién es esa chica?</b>
Aunque se dedicó principalmente a su carrera literaria y ensayística, Sontag también ejerció la docencia y dirigió películas y obras teatrales.
“No hay sucesora”, sentenciaba recientemente Benjamin Moser, autor de Susan Sontag. Vida y Obra (2020) una biografía monumental sobre la escritora, para la que fueron consultadas 600 personas y que al estadounidense le valió el premio Pulitzer.
La historia de Sontag comenzó en el Hospital de Mujeres de Manhattan el 16 de enero de 1933. Su madre, Mildred, alcohólica, pasaba buena parte del año acompañando a su marido, comerciante, en sus viajes por el mundo. Aunque decidió regresar a Estados Unidos, su país, para dar a luz a su hija.
El padre de Sontag, Jack Rosenblatt, era dueño de una empresa de compraventa de pieles -la Kung Chen Fur Corporation-, cuya sede central operaba en China.
Cuando Susan nació, sus padres tenían, respectivamente, 26 y 28 años. Pero en 1936 el padre muere, a causa de una tuberculosis pulmonar, y a ese hecho hay que atribuir, al menos en parte, la búsqueda temprana de consuelo, que Susan encontró en los libros.
Ya a los 7 años se había impuesto la rutina de leer la obra completa de cada autor por el que sentía interés. A los 10 era una experta admiradora de Edgar Allan Poe, por quien sentía una afinidad especial.
Libros menos oscuros como La vida de Madame Curie o Mujercitas también tuvieron una influencia decisiva en su formación.
Sus familiares y sus amigos de la infancia la recuerdan como una lectora compulsiva, a tal punto que el hombre con quien se casó su madre doce años después de enviudar, Nathan Sontag, solía decirle que, de seguir absorta, en sus libros, nunca encontraría tiempo para enamorarse.
Ya en su juventud, Sontag estudió en las universidades de Berkley, Chicago y Harvard, donde se doctoró en 1957. Aunque fue después de haber permanecido un año en La Sorbona, París, a sus 24, entre 1957 y 1958, que comenzó a considerarse “una europea nacida en los Estados Unidos”, como se definía.
Como su adorado Jorge Luis Borges -a quien conoció en la Feria del Libro porteña en 1985-, Sontag experimentó, tras su paso por Francia, la sensación de que había nacido en el lugar equivocado.
Se casaría una sola vez, con Phillip Rieff, el padre de su único hijo, David. Y a pesar de que nunca negó su bisexualidad, y de que muchas de sus relaciones de pareja con otras mujeres fueron de público conocimiento, Sontag una y otra vez evitó hablar del tema.
Un puñado de ensayos revolucionarios
Los libros de ensayos quedan muchas veces acotados al contexto histórico en que fueron escritos y con el paso del tiempo pierden vigencia. No es éste el caso: los mejores de Sontag perduran y todavía hoy iluminan a lectores de las nuevas generaciones que se interesan por sus libros.
Contra la interpretación (1966), el primer libro que reunió sus ensayos y fue definido por la crítica más entusiasta como “la Biblia de los años 60″ -porque de algún modo condensa la quintaesencia de una época hoy mítica-, tuvo el valor central de construir una especie de árbol genealógico de los entonces nuevos movimientos del cine, la literatura y el arte. Y puede leerse desde el presente como un puñado de piezas atemporales, de una calidad teórica infrecuente.
La que concretó Sontag fue una operación de descubrimiento de los puntos de contacto entre obras que en esa época parecían extraordinariamente nuevas, como las del pensador y escritor Jean-Paul Sartre, el escritor Albert Camus. O los artífices de la nouvelle vague –entre ellos Jean-Luc Godard y Robert Bresson–, con figuras como los malditos eternos de la cultura francesa, Baudelaire, Paul Verlaine y Antonin Artaud.
Al hacerlo, concretaba una verdadera hazaña cultura: iluminar a los franceses sobre su propio mundo intelectual.
Contra la interpretación de los críticos
En los dos primeros capítulos de Contra la interpretación, uno de los cuales da título al libro, Sontag se revela, por ejemplo, contra la posibilidad de entender o juzgar los hechos artísticos desde parámetros éticos o morales.
En otras palabras, la comprensión del arte debía iniciarse en una respuesta intuitiva del espectador frente al estímulo de cada obra, pensaba, y no a partir de calificaciones o parámetros puramente racionales, históricos o ajenos a su lógica interna, que muchas llegan de boca de los supuestos críticos especializados.
Como si dijera, “‘animense a mirar y anímense a sentir’; no confíen en unos supuestos ‘iluminados’ que pretendan contarles los verdaderos sentidos de las cosas”.
Para ella, la crítica especializada corre el riesgo sustituir con un “cúmulo sombrío de significaciones” al arte “tal como es”. Eso no le gustaba y lo denunciaba.
Al poco tiempo de que su nombre empezara a hacerse conocido para el gran público y los grandes editores, una cadena de publicaciones, entre ellas Partisan Review, The New York Review of Books, la Book Week, Evergreen Review, The Second Coming, Moviegoer, Mademoiselle, The Nation, The Seventh Art y The Supplement (Columbia Spectator) empezarían a disputarse sus artículos.
Mientras la multiplicidad de intereses que la motivaban a escribir –el cine, la literatura, la filosofía, la teoría del arte, el teatro, la política y la Historia– no dejaba de crecer y generaba relaciones inesperadas para sus lectores. En su caso, esa versatilidad resultaba completamente natural.
Para todos los gustos: ensayos, ficciones y guiones
Entre los títulos más importantes de su obra ensayística destacan, además de Contra la interpretación (1966), Estilos radicales (1969), Sobre la fotografía (1977) y La enfermedad y sus metáforas (1977), cuya versión ampliada se publicó diez años más tarde, incluyendo El sida y sus metáforas (1988). También, Bajo el signo de Saturno (1980).
Según explica en La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas, dos de sus libros más conocidos, Sontag entiende que las metáforas y significaciones arbitrarias usualmente atribuidas a enfermedades como la tuberculosis, el sida o el cáncer pueden analizarse como posibles proyecciones de cuestiones irresueltas en términos sociales: aquello que aparece como amenazante, porque escapa a su control.
En el caso de la tuberculosis: la debilidad de carácter. En la del cáncer: la represión emocional. En el del sida: la promiscuidad sexual.
“Todas las teorías que atribuyen las enfermedades a los estados de ánimo y su cura a la fuerza de voluntad son síntoma de lo poco que se conoce del terreno físico de la patología” Susan Sontag
“Todas las teorías que atribuyen las enfermedades a los estados de ánimo y su cura a la mera fuerza de voluntad son síntoma de lo poco que se conoce del terreno físico de la patología”, denunciaba en 1977, en defensa de los enfermos, que suelen aparecer como responsables, antes que como víctimas; una perspectiva que agradecen desde hace medio siglo millones de personas afectadas por las más diversas enfermedades.
En tanto, en Sobre la fotografía, publicado ese mismo año, se enfocaba en pensar cómo las imágenes afectan nuestro modo de ver el mundo.
Veintiséis años más tarde, en Ante el dolor de los demás, Sontag estudiaba la representación documental del sufrimiento generado por las guerras y la violencia.
Publicaría, además, cuatro obras de ficción: El benefactor (novela, 1963), Yo, etcétera (relatos cortos, 1978), El amante del volcán (novela, 1992) y En América (novela, 1999, por la que obtuvo el National Book Award y el Jerusalem Book Prize).
Mientras que en cine, escribió y dirigió Dúo para caníbales, Hermano Carl, Tierra prometida, Excursión sin guía., Y en teatro dirigió la puesta en escena de Esperando a Godot, de Samuel Beckett; Come tu me vuoi, de Luigi Pirandello, y Jacques et son maître, de Milan Kundera, entre otras.
Sus admiradores saben que se dedicó a sus creaciones artísticas con la misma pasión que al oficio de escribir pensando.
En política, una chica combativa
Sontag era y sigue siendo una autora distinta, única.
El ejercicio de la reflexión permanente no estuvo, tampoco, disociado de la toma de partido: se involucró en cuerpo y alma en casi todos los episodios políticos y sociales trascendentes que marcaron su época. Para ella, atender y denunciar los excesos e injusticias que pudieran cometer los gobiernos y regímenes era, antes que una elección posible, una de las funciones primordiales que le cabían como persona pública.
Su compromiso con las causas que consideraba justas la definían tanto como la lucidez de sus escritos: confluían también con naturalidad la teoría y la práctica; el compromiso público -muchas veces político-, y la voluntad reflexiva.
Fue por eso mismo que hizo gala, durante la segunda mitad del siglo XX y principios de éste, de una activa militancia también en materia de Derechos Humanos: la certeza de que debía jugársela por aquellos valores en los que creía la llevaron a recorrer territorios tan alejados del confort como Camboya, Vietnam o Sarajevo (Bosnia).
Allí, en un teatro sacudido por el estallido de morteros y proyectiles, dirigió, a principios de la década de los 90, su puesta de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, con la esperanza de que el arte pudiera servir de antídoto a la violencia de los enfrentamientos que involucraron a bosnios y serbios.
Antes, había hecho otras cosas que probaron que estaba dispuesta a luchar por sus ideas, que, además, casi siempre confrontaron con las políticas de los gobiernos de turno en su país.
Cuando en 1964, por ejemplo, se declaró contra la intervención en Vietnam, emprendió una gira por los Estados Unidos con un ex boina verde, convencida de que era posible hacer entender a la población que el país se precipitaría en una guerra absurda (en 1968 publicó una detallada crónica titulada Viaje a Hanoi, en la que compartía con sus lectores las impresiones que le había dejado su paso por Vietnam del Norte).
También en el volumen de ensayos Estilos radicales (1969), dejó constancia escrita de su “solidaridad política y moral con Vietnam”, y se definió como una “amiga norteamericana de la lucha vietnamita”. Para ella, Vietnam estaba siendo “brutal y arrogantemente masacrado por una superpotencia grotescamente armada”, lo que aportaba “la clave para una crítica sistemática de la política exterior de los Estados Unidos”.
Tras los atentados a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, y el posterior ataque de las tropas estadounidenses a Irak que dio inicio a la guerra, Sontag volvería a poner en el tapete, como otras veces, las contradicciones y mentiras de un país y un gobierno –el de George Bush hijo– poco amigo de las críticas.
Tres años más tarde, en 2004, la escritora fallecía a causa del cáncer.
Ahora, cuando se cumplen noventa años de su nacimiento sorprende la vigencia de buena parte de sus textos, que le permitieron cumplir su cometido: ser recordada y leída por las actuales generaciones.
Su mayor legado, fue la libertad de pensamiento, ¿cómo olvidaríamos a quienes nos hacen más libres?
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