Si los terrícolas desarrollaron inteligencia, ¿por qué los extraterrestres no?

Carl Sagan, uno de los científicos más reconocidos en el mundo por su trabajo en la difusión de la ciencia, intentó explicar las posibilidades de desarrollo en otros mundos. Fue en su libro “Los Dragones del Edén”.

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Sagan fue uno de los grandes comunicadores de la ciencia, algo que hasta los años setenta estaba mal visto.
Sagan fue uno de los grandes comunicadores de la ciencia, algo que hasta los años setenta estaba mal visto.

En los primeros momentos de la pandemia de COVID-19, todos los programas de televisión y radio llevaban médicos infectólogos a explicar cómo obraba el virus y qué esperar a futuro. Si bien estábamos pendientes e informados, una crítica común era que varios invitados usaban un vocabulario muy específico y era difícil seguirles las ideas. Comunicar ciencia desde las instituciones y personas que producen el conocimiento científico no es sencillo. Requiere mucha formación y paciencia ser capaz de hablar de una investigación que lleva años de desarrollo en un lenguaje accesible que pueda llegar a audiencias masivas.

La dificultad de la comunidad científica para presentar su trabajo a la sociedad es un problema global que atravesó todo el siglo XX y llega a la actualidad. Las razones detrás son varias, entre ellas la falta de estímulos económicos y la poca formación. Pero las cosas han ido cambiando.

En la década de 1970, hacer difusión de la ciencia por parte de los científicos estaba hasta mal visto. Se creía que era una forma de degradar o “vulgarizar” el conocimiento. Hoy, en cambio, la mayoría de las instituciones científicas tienen agencias de prensa y sus empleados dan conferencias cuando hay algún descubrimiento importante.

Carl Sagan es probablemente uno de los científicos más famosos de la historia reciente de la humanidad. Este físico estadounidense especializado en ciencias astronómicas y astrofísicas fue más conocido por su búsqueda de vida extraterrestre y por su trabajo como pionero en la comunicación de la ciencia. A lo largo de su vida publicó numerosos libros. Uno de los que lo llevó a la fama es el volumen de 1977 Los dragones del Edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, galardonado con el Premio Pulitzer en 1978. Acaba de ser reeditado y relanzado en la Argentina por Editorial Crítica.

Allí Sagan explora la evolución humana y el origen de nuestra inteligencia en una clave histórica, biológica y anatómica. En cada uno de sus nueve capítulos desarrolla un enfoque distinto sobre la evolución del cerebro humano. Este es un campo de la ciencia que 35 años después sigue siendo relevante y misterioso, por lo que el libro mantiene una gran vigencia.

Nuestro destino

Los temas que aborda Los Dragones del Edén están bastante alejados de las disciplinas que estudió y hasta ese momento había investigado Sagan. El autor se interesó en ellos mientras buscaba señales de vida extraterrestre.

Creía que era esencial entender nuestra propia inteligencia para poder dilucidar la de otras especies: “Otra de las razones que me han movido a interesarme por el tema de la evolución del factor cognoscitivo es que hoy, por vez primera en la historia, disponemos de un poderoso instrumento que permite establecer comunicación a través de las inmensas distancias interestelares. Me refiero al radiotelescopio de gran alcance. Aunque un tanto a ciegas y con paso vacilante, hemos empezado a utilizarlo a ritmo creciente para dilucidar si existen otras civilizaciones ubicadas en extraños mundos, a distancias inimaginables, que están enviando radiomensajes a la tierra”, escribe Sagan en su libro.

Enseguida, sostiene: “Tanto la existencia de dichas civilizaciones como la naturaleza de los hipotéticos mensajes que tal vez transmitan sólo se conciben en la universalidad de la evolución del cerebro humano tal como se ha producido en nuestro planeta. De ahí que parezca lógico suponer que el estudio de la evolución del ser racional en la Tierra permitirá obtener pistas o perspectivas que arrojen un poco de luz a la investigación sobre la existencia de seres inteligentes en el espacio extraterrestre”.

Exceptuando el último capítulo, en el que sintetiza conceptos antes abordados, el libro se puede leer como una serie de ensayos que abarcan áreas de conocimiento distintas. Uno de los que más impacto causó es el capítulo 5, titulado “La abstracción de los brutos”, en el que Sagan da cuenta de los estudios sobre la capacidad de comunicación y de abstracción de los animales.

El ensayo se centra principalmente en estudios sobre chimpancés, una especie bastante cercana a los humanos en términos evolutivos. En un principio se creía que el hecho de que fuese imposible enseñarles a hablar significaba que no tenían capacidad de abstracción. Estudios posteriores, sin embargo, revelaron que sus laringes son muy distintas a las nuestras y no les permiten formular palabras.

Lo que se hizo entonces fue enseñarles lenguaje de señas a tres chimpancés, llamados Washoe, Lucy y Lana. “Así, cuando Washoe vio por vez primera a un pato en un estanque dijo mediante señas, «pájaro de agua», que corresponde al término utilizado en inglés y en otros idiomas, pero que el chimpancé improvisó para la ocasión. La hembra Lana no había visto otros frutos de forma esférica que las manzanas, pero como sabía indicar por señas el nombre de los colores principales, un día en que vio a uno de los cuidadores comer una naranja, señaló con los correspondientes ademanes: «manzana color naranja». Después de probar una raja de sandía, Lucy la llamó «bebida con azúcar» y «fruta líquida»; pero cuando sintió el escozor del primer rábano que cataba, dijo entonces que se trataba de «comida que duele y hace llorar»”.

Sagan detalla qué fue de la vida de estos primates y explica las implicaciones filosóficas y morales de sus capacidades cognoscitivas, que, de acuerdo con el autor, “nos obligan a interrogarnos sobre los verdaderos límites de la comunidad de seres a quienes debemos especiales consideraciones éticas”. Para Sagan, investigar a los chimpancés suponía un acercamiento tanto a los grupos que pueblan la tierra como “en línea ascendente, a los organismos extraterrestres, en el supuesto de que existan”.

En otros capítulos se desarrolla cómo la vida en la tierra llegó hasta acá, por qué nuestro cerebro es de la forma que es y qué lo diferencia del de otros animales. Lo mismo con nuestras piernas y brazos. En el libro se abordan también las diferencias entre los hemisferios de nuestro cerebro. Y se explica el nombre del libro. Los Dragones del Edén es una especulación de que en las etapas tempranas de la humanidad, había mucho miedo a los reptiles depredadores y eso llevó a que en muchas culturas se cree una cultura mitológica alrededor de los dragones.

Escepticismo organizado

El 20 de diciembre de 2022 se cumplieron 26 años de la muerte de Carl Sagan y en redes sociales se hizo viral un texto que le dedicó Ann Druyan, su última esposa y productora de la mítica serie que llevaría al astrónomo a su punto máximo de fama, Cosmos. El fragmento corresponde a una entrevista en la que le preguntan si, al final de su vida, su marido se había vuelto creyente y si ella pensaba que lo iba a volver a ver.

La viuda responde: “Sabíamos que habíamos sido beneficiados por el azar. Que el azar puro haya sido tan generoso y tan amable que nos pudimos encontrar, como Carl escribió tan bellamente en Cosmos, en la inmensidad del espacio y la inmensidad del tiempo. Que hayamos podido estar juntos durante veinte años. Eso es algo que me sostiene y que es mucho más significativo. La forma en que me trató y en que lo traté, la forma en la que nos cuidábamos el uno al otro y a nuestra familia mientras vivió. Esto es mucho más importante que la idea de que lo volveré a ver algún día. No creo que vuelva a ver a Carl nunca más. Pero lo vi. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso”.

En estas palabras se resume la visión del mundo de Sagan, alguien ateo y escéptico que ve belleza y sentido en entender cómo funcionan las cosas y sus explicaciones racionales. En Los Dragones del Edén, lo transmite constantemente: “En la actualidad se observa en Occidente (no así en los países del Este) un renovado interés por doctrinas ambiguas anecdóticas y a menudo manifiestamente erróneas que, si fueran ciertas, descubrirán cuando menos la existencia de un universo más sugestivo, pero que no siéndolo, implican una desidia intelectual, una endeblez mental y una dispersión de energías muy poco prometedoras de cara a nuestra supervivencia. Entre dichas doctrinas se cuenta la astrología (según la cual, al nacer yo una serie de astros situados a cien billones de millas de distancia se conjuntan en una casa o morada que condiciona fatalmente mi destino); está, también, el «misterio» del triángulo de las Bermudas (que en sus varias versiones alude a la existencia de unos objetos volantes no identificados con base en las aguas costeras de dichas islas que engullen buques y aeronaves”, escribe.

“Tal vez exista un atisbo de verdad en alguna de estas doctrinas -sigue Sagan-, pero la amplia aceptación de que gozan trasluce una absoluta falta de rigor intelectual, una grave carencia de escepticismo y la necesidad de sustituir la experimentación por el propio deseo. Por regla general son —excúsenme la expresión— teorías generadas en el sistema límbico y en el hemisferio derecho, filigranas de la ensoñación, respuestas naturales —el término es, indudablemente, muy apropiado al caso— y humanas a la complejidad del medio que nos rodea. Pero son también doctrinas místicas y ocultas, concebidas de tal forma que eluden toda refutación y no pueden ser contrastadas con argumentos racionales”.

Como comunicador de la ciencia, Carl Sagan motivó a toda una generación de estudiantes a volcarse por la investigación científica y sus olas se siguen viendo hoy en día. Tiene un asteroide con su nombre, sus frases son parte de libros de ciencia ficción y en muchos círculos de científicos y entusiastas de la ciencia reemplazaron la expresión: “¡Por el amor de Dios!” a por “¡Por el amor de Sagan!”. Nada menos.

“Los Dragones del Edén” (fragmento)

El número de avanzadas civilizaciones que hoy puedan existir en la galaxia de la Vía Láctea dependerá de múltiples factores, que van desde el número de planetas que tenga cada estrella hasta la probabilidad de que exista vida en cada uno de ellos. Pero una vez ha surgido la vida en un medio relativamente favorable y han transcurrido miles de millones de años del proceso evolutivo, somos muchos los que creemos en la posibilidad de que en este medio hayan aparecido seres inteligentes.

Sin duda, la senda evolutiva sería distinta de la que ha conocido la Tierra. Es muy probable que la secuencia de eventos acaecidos en nuestro planeta —entre ellos la extinción de los dinosaurios y la recesión forestal ocurrida durante el plioceno y el pleistoceno— difiera de la que ha presidido la evolución de la vida en las restantes regiones del universo. Creemos, sin embargo, que han de existir pautas funcionalmente equivalentes que a la postre conduzcan a un resultado parejo. Toda la crónica evolutiva de la Tierra, particularmente la plasmada en la cara interna de los cráneos fósiles, pone de manifiesto esta tendencia progresiva a la formación de organismos inteligentes.

Nada misterioso hay en ello, puesto que, por regla general, los seres más inteligentes subsisten en mejores condiciones y dejan más descendencia que los organismos menos dotados. Los detalles dependerán, por supuesto, de las circunstancias, como, por ejemplo, de si el hombre ha exterminado a otros primates en posesión de un lenguaje o de si nuestros antepasados ignoraron a los simios con facultades de comunicación sólo un poco inferiores a las suyas.

Pero la tendencia general parece bastante obvia y debería regir también la evolución de la vida inteligente en otras regiones del universo. Una vez los seres inteligentes han alcanzado un determinado estadio tecnológico y la capacidad de autodestrucción de la especie, los beneficios de la inteligencia en el orden selectivo resultan ya mucho más inciertos.

Sagan estaba convencido de la existencia de vida e inteligencia extraterrestre.
Sagan estaba convencido de la existencia de vida e inteligencia extraterrestre.

¿Y qué decir en el supuesto de que recibiésemos un mensaje? ¿Existe algún motivo para pensar que los seres que lo transmiten —evolucionados a lo largo de miles y millones de años de tiempo geológico en un medio completamente distinto del nuestro— se asemejarían lo suficiente a nosotros como para que pudiésemos entenderlo? Creo que la respuesta debe ser afirmativa.

Una civilización que transmite mensajes por radio debe tener forzosamente nociones sobre frecuencias, constantes de tiempo y amplitudes de banda, elementos comunes todos ellos a las civilizaciones que transmiten y reciben comunicaciones. En cierto modo, la situación es comparable a la comunicación entre los radioaficionados, cuyas conversaciones, salvo ocasionales emergencias, se centran casi de forma exclusiva en la mecánica de sus aparatos, porque saben que es el único aspecto de sus vidas que comparten inequívocamente.

Quién fue Carl Sagan

♦ Nació en 1934 en Brooklyn, Nueva York. Murió en 1996 en Seattle, Estados Unidos.

♦ Su serie Cosmos fue la más vista de la historia de la Televisión Pública Estadounidense

♦ Tiene más de 20 libros de divulgación científica publicados y una gran cantidad de ensayos. Entre ellos se encuentran Cosmos (1980), Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio (1994) y Miles de millones: pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio (1997).

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