Falsificaba documentos para salvar gente de los nazis: entrevista inédita al argentino Adolfo Kaminsky, que murió en París

Pudo vivir gracias a su nacionalidad. No quería dejar Europa y escapar solo, entonces entró en la Resistencia francesa y fabricó papeles apócrifos. Falleció en París este lunes, a los 97 años. “Soy el último sobreviviente de un campo en los suburbios de París”, dice. Su hija escribió un libro que cuenta su vida.

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 Adolfo Kaminsky simulaba una
Adolfo Kaminsky simulaba una vida normal de fotógrafo mientras trabajaba para la Resistencia francesa. (Ouest-France)

Adolfo Kaminsky fue un héroe discreto. Esa invisibilidad siempre fue apropiada para su quehacer subterráneo. Si hubiera que encuadrarlo en alguna categoría, sería en la de un artesano del engaño con causa, que siempre supo mantenerse tras bambalinas y volverse imperceptible: a los 17 años se convirtió en el falsificador estrella de la Resistencia francesa durante la ocupación de París por parte de los nazis. Su pericia para fabricar documentos apócrifos evitó la deportación y la muerte de más de 3000 familias. Kaminsky es judío y argentino. Murió este lunes en París. Tenía 97 años.

Sus padres, huyendo de Rusia, hicieron escala la Argentina y en ese suelo nació, en 1925. A los cinco años emigró a Francia y allí se desplegó su singular vida. La propia naturaleza de su trabajo lo obligó al anonimato: nadie debía saber que ese joven, que llevaba una vida clandestina, falsificó miles de documentos (pasaportes, cédulas de identidad, boletines de estudio, carnets de conducir) que evitaron que murieran niños y adultos en los campos de exterminio alemanes.

El mismo joven que, pocos años más tarde, mientras simulaba una vida “normal” de fotógrafo ayudó, como falsificador al servicio del Estado francés, a que sus compatriotas pudieran infiltrarse en las líneas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, o que decidió, más tarde, jugarse todo a favor de la causa insurgente en la guerra que Argelia mantuvo con la Francia colonialista. Su historia la develó su hija Sarah, en el libro Adolfo Kaminsky. El falsificador, luego de años de inexpugnable silencio.

Esta entrevista a Adolfo Kaminsky fue realizada en 2012 y quedó inédita.

-¿Cómo se convirtió en un virtuoso falsificador de documentos?

-La mayor parte de mi infancia la pasé en Vire, en la campiña gala. De chico trabajé de tintorero y muy pronto me aficioné a la química. Hasta que llegaron los nazis, que mataron a mi madre. Nuestra familia fue deportada a Drancy, una escala previa a Auschwitz. Incluso allí, en medio de las torturas y el espanto, seguí estudiando. Fuimos liberados gracias a que teníamos la nacionalidad argentina, pero el horror experimentado me empujó incorporarme a las filas de la Resistencia. Allí mis contactos eran con muy poca gente, porque vivía en el laboratorio fabricando papeles, que hacía contrarreloj, porque lo necesitaban familias judías que iban a ser deportadas a los campos de la muerte. A veces llegaba a estar días enteros sin dormir para fabricar documentos de distintas nacionalidades, creando historias de vida inexistentes. Digamos que me convertí en falsificador un poco por azar y por tener facilidad para la química.

-Salvó las vidas de miles de personas arriesgando la suya pero confiesa sentir culpa por aquellos que no pudo salvar del exterminio nazi. Hizo mucho en condiciones extremas y siendo muy joven. ¿No debería sentirse libre de remordimientos?

-Sentirse culpable por ser un sobreviviente es algo contra lo que no se puede luchar. Soy el último sobreviviente de un campo que estaba ubicado en los suburbios de París. Cuando la Gestapo vino y detuvo a todos los prisioneros para deportarlos, yo sabía que nunca volverían. Y, en Drancy, recuerdo que cuando a mi familia y a mí nos liberaron, gracias a nuestra nacionalidad argentina, yo me negaba a dejar el campo, en solidaridad con los otros judíos. No podía tolerar ser libre y estar vivo mientras otros eran condenados. Era una injusticia aberrante. ¿Por qué yo y no otros? Quería permanecer con ellos. Pero mi padre me dijo: “Si te quedas en el campo, serás deportado y no serás de ayuda para nadie. Pero si te marchas, quizás seas capaz de hacer algo, y al menos salvaremos una vida, la tuya”. Después de eso, mi única obsesión fue salvar la mayor cantidad de vidas que pudiera. Afortunadamente, salvé un montón de gente, porque si no lo hubiera hecho pienso que nunca me hubiera recobrado de ese sentimiento de culpa.

-¿Por qué decidió contarle su historia a su hija Sarah después de décadas de silencio?

-Ella no me dio opción. Quería saber. Dijo que era importante para ella, y también para su generación y la de los más jóvenes, aprender de la Historia desde un prisma distinto al de los libros escolares. Tenemos una gran diferencia de edad (nació cuando yo tenía 54 años) y un día sintió miedo porque repentinamente comprendió que no viviré por siempre, y no quería arrepentirse de no haberme preguntado sobre mi vida mientras todavía había tiempo. A veces es difícil compartir recuerdos dolorosos con una hija, porque los padres queremos preservarlos del dolor. Pero nos convertimos en confidentes y le conté todo, aunque no todo está en su libro.

-¿Encuentra en la actualidad alguna causa por la que valga la pena arriesgar la vida?

-Muchas, diría que demasiadas. Pensará que soy un poco naif, pero mientras estuve embarcado durante más de 30 años en todas esas luchas contra el racismo y las dictaduras, me sentí seguro de participar en la construcción de un mundo mejor. Pero al final de mi vida es un poco triste ver que el racismo, las dictaduras, las guerras y las injusticias todavía siguen aquí, entre nosotros. Es una lucha perpetua. Si fuera joven, volvería a empezar, por supuesto. Desde ya, el mundo ha cambiado. Hoy, el dinero maneja todo. Ese no es mi valor. Detrás de cada guerra, está el interés monetario, y la gente siempre es víctima de esa locura de sus líderes.

El libro que Sarah Kaminsky
El libro que Sarah Kaminsky escribió sobre su padre.

-En diferentes momentos de su vida ha tenido que tomar decisiones guiado por la ética -por ejemplo, su negativa a falsificar documentos para movimientos armados-. ¿Ha tenido algún modelo que inspirara esa conducta?

-Mi padre: fue un hombre muy sabio, marxista, no violento, no religioso pero tolerante con todos los credos. Pienso que me influenció muchísimo. El lema nacional de Francia también influyó en mí. Cuando llegué a Francia (luego de nuestro paso por la Argentina y Turquía) tenía 7 años. Fui al colegio y aprendí “Libertad, igualdad y fraternidad”. Todo lo que he hecho fue aplicar ese lema durante todas este tiempo.

-Para muchos, la figura del falsificador es controversial porque transgrede la ley ¿Se considera un hombre justo?

-Lo que hice lo hice movido por causas justas, pero no sé si lo soy. Eso deberían decirlo otros. Sé que he intentado luchar, a lo largo de mi vida, por un mundo menos inequitativo, por crear una sociedad donde el respeto a los derechos del otro fueran (o mejor dicho sean) una realidad concreta, inalienable. Si eso es ser justo, quizás pueda aspirar a serlo.

“El falsificador” (Fragmento)

Me llamo Adolfo Kaminsky. Algunos me conocieron como Julien Keller, para otros fui Georges Vernet, Adrien Leconte, Jules, Raphaël o Joseph. Fui el experto en falsificación de documentos de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que mis papeles salvaron a más de 3.000 familias judías. Después de laliberación de París, fui reclutado por los servicios secretos franceses para proveer documentos falsos a los soldados lanzados en paracaídas detrás de las líneas enemigas. Luego les suministré documentos a los sobrevivientes de los campos de concentración que se embarcaban clandestinamente hacia Palestina de 1946 a 1948. Más tarde, me puse al servicio del FLN durante la Guerra de Argelia: también fabriqué papeles falsos para ellos. Inicié a revolucionarios antifranquistas en las técnicas de falsificación y proporcioné identidades falsas a los que luchaban en Guatemala contra el general golpista Castillo Armas y a los que en Grecia lo hacían contra la dictadura de los Coroneles. No me arrepiento de ninguno de los combates que libré. Actué por convicción, en apoyo a los pueblos víctimas de la opresión, en nombre de la libertad y siguiendo lo que mi conciencia me dictaba. Nací en Buenos Aires en 1925, y aunque me fui de la Argentina muy chico, a los 5 años, conservo todavía un recuerdo sumamente preciso. En este libro está la historia de mi vida.

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