Una frase le cambió la idea de la literatura. Una. Chiquita. Walter Lezcano la dice y sonríe. La frase es “Qué capo”. ¿En serio? Sí. Una frase que no va a tirar de espaldas a nadie. Pero, dice el escritor, antes de eso él tenía la literatura “ena zona de altar”. Y entonces entendió que las palabras que usaba con sus amigos también servían para escribir. Que sus palabras, las del barrio, las de todos los días, no quedaban afuera de los libros. La frase estaba en Cuatro fantásticos, un cuento de Fabián Casas, que aparece en su libro Los Lemmings y otros, publicado en 2005.
Es el cuento que Walter Lezcano está a punto de leer para el podcast La oreja lee, y que se puede escuchar clickeando acá.
Se trata de un chico que vive solo con su mamá. De su papá no sabe nada. “Hubo alguien antes pero yo no lo conocí. Aunque muchos me dicen que tengo algo de su carácter y de su boca”, dice apenas arranca el cuento. No sabe nada de su papá, pero después va a saber.
Mientras tanto el chico, que va creciendo, vive solo con su mamá. Y a través de los años ella tiene cuatro novios. Todos diferentes, todos con algún vínculo con él. Cuatro fantásticos.
“Es un cuento fundacional, digo, en la educación sentimental y en cómo nos relacionamos con la literatura”, dice Lezcano. “De esos textos que aparecen y cambian algo dentro tuyo”, explica. “Tu forma de leer, de pensar el mundo y hasta tu propia escritura”. Qué capo. Esa es la frase. “¿Viste esos textos que de algún modo vuelven obsoleto lo que venías leyendo hasta ese momento?”
Lezcano cuenta, en el podcast, que el año en que salió el libro precedió apenas a la explosión de los blogs y “ese libro circuló mucho para aquellos que empezamos a publicar nuestras cosas en distintos blogs. Y eso fue hermoso. “Por eso fue importante generacionalmente”.
Si de crecer solo con la madre se trata, Lezcano sabe. ¿Se identificó con el personaje? “Me vi un poco reflejado en ese cuento”, dice. Y lo que más lo entusiasmó fue “el modo en que Fabián pudo contar eso, el hecho de atravesar distintos padrastros. O ver la vida, el paso del tiempo, a través de los novios de tu madre me parece una buena forma de encarar nuestro pasado”.
Fabián Casas nació en Buenos Aires en 1965. Trabajó como periodista y fue uno de los fundadores de la revista de poesía “18 Whiskys”. Empezó publicando poesía, con libros como Tuca, El salmón, Titanes del coco o El spleen de Boedo . En 2000 salió su novela Ocio y en 2005 el libro del que venimos hablando: Los lemmings y otros. Ese año también apareció el libro de ensayos Breves apuntes de autoayuda y en 2007 Ensayos bonsái.
Hay otra novela, más cuentos, y mucha más poesía: en 2021 salieron los poemas de Envíame Tus Poemas Y Te Enviaré Los Míos.
Walter Lezcano, nuestro lector de hoy, nació en Goya, Corrientes, en 1979. Desde allí viajó con su madre a Buenos Aires, donde vive en la actualidad. Es escritor, editor, periodista y docente de Literatura. Publicó muchos libros, entre ellos: Los wachos, Luces calientes, El resplandor de la mugre, Tirando los perros, Humo y Calle. También Por qué escuchamos a Lou Reed, Nunca seré policía y Aira.
Como contenido exclusivo de Bajalibros y Leamos, también publicó El resplandor de la mugre, Rejas y Un millón de latitas, en formato digital.
Antes, en La oreja que lee
Por La oreja que lee ya pasaron Martín Kohan, Cristian Alarcón, Marcos López, Alexandra Kohan, Florencia Canale, Agustina Bazterrica, María Kodama, Claudia Piñeiro, Luciano Lutereau, Lorena Vega, Eduardo Mileo, Rafael Spregelburd, Selva Almada, Enzo Maqueira, Sylvia Iparraguirre, Franco Torchia, Ezequiel Martínez, Guillermo Martínez, Gabriela Cabezón Cámara, Martín Caparrós, Mariela Gal, Gabriela Saidon y Pedro Medina León.
Ellos leyeron cuentos de Jorge Luis Borges, Mariana Enríquez, Horacio Quiroga, Juan José Saer, Fleur Jaeggy, Chica Unigwe, Samanta Schweblin, Ignacio Molina, Flor Monfort, Julio Cortázar, Roque Larraquy, Diego Angelino, Liliana Heker, Sara Gallardo, Néstor Perlongher, Gabriel García Márquez, Daniel Moyano, Sylvia Molloy, Italo Calvino, Gabriel Goldberg, Abelardo Castillo y Santiago Roncagliolo.
Cualquier episodio del podcast se puede escuchar clickeando acá. No hace falta ningún dispositivo en especial: sirve una computadora, un teléfono, una tablet.
Literatura, dolor y actualidad
Seguimos hablando de libros en el newsletter Leer por leer, que se entrega los jueves después del mediodía. Allí comento lecturas, ideas sueltas, libros nuevos, viejos y viejísimos. Esta vez me voy a ocupar de una novela que trató un tema que hoy suena en la Argentina: chicos de buena crianza que, por diversión o por inconsciencia, matan a alguien muy pobre. ¿Qué posición tomarán los padres? ¿Qué hará uno de esos padres, que tiene poder? ¿Los van a encubrir o los van a denunciar? Y en el fondo, ¿tendrán una mejor vida si los padres callan o si pagan por lo que hicieron y empiezan otra vez?
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Así empieza “Cuatro fantásticos”
Hubo alguien antes pero yo no lo conocí. Aunque muchos me dicen que tengo algo de su carácter y de su boca. Esas cosas. A mí no me preocupa parecerme a alguien. Hay tantas caras en el mundo que uno, tarde o temprano, termina siendo otro. Yo quisiera hablar acá de los que conocí. Ellos dejaron sus huellas en mi vida y pienso que una forma de retribuirles queme hayan pisado es contar quiénes eran, lo que me enseñaron. Esas cosas.
Para esa época mamá trabajaba en la fábrica de corpiños Peter Pan. Un nombre glorioso. No sé si todavía sigue funcionando. Mamá, por lo que me cuentan todos, era una mujer despampanante, parecía una vedette. Piernas, culo, caderas. Vivíamos en un departamentito del barrio de Once, muy chiquito, yo pensaba que era como el cañode Hijitus: el dormitorio de mamá, el living donde yo dormía en un sofá cama y una kitchenet empotrada en la pared. Eso era todo. Mamá tenía ropa tirada por todas partes. Y cosméticos y revistas que se traía de la peluquería de su amiga. Mi madre era una gran lectora. A veces, cuando ella iba a bailar, yo me quedaba con la peluquera, una paraguaya que me hablaba de sus hijos quienes, decía,tenían casi mi misma edad y estaban con su padre en Asunción. Yo no asociaba Asunción con un lugar físico, más bien me parecía un verbo.
En mi memoria, el primero de todos fue Carmelo. Petiso, musculoso, ex boxeador. Mamá me lo presentó una noche cuando la pasó a buscar para salir. Yo estaba mirando algo en la tele muy chiquita, diminuta, que la peluquera nos había traído de Ciudad del Este. ¿Ven? Ciudad del Este sí me parecía un lugar.
Carmelo se me acercó y me estrechó la mano. Pensé que me iba a besar, porque yo era un niñín y la gente, por lo general, cuando me conocía, me besaba. Pero él me dio su mano, callosa, grande como un teléfono. Ese gesto me gustó. A partir de aquella noche Carmelo empezó a venir seguido a casa y cuando pasaba a buscar a mamá se quedaba cada vez más tiempo conmigo,charlando de las hazañas de su época de boxeador. Y un día de campo, a la luz del sol, sucedió una cosa increíble: la piel de Carmelo, al aire libre, tenía el color de la cinta scotch. Quiero que esto quede bien claro. No era como si estuviera recubierto de cinta, como una momia; tenía el color y la consistencia de la cinta scotch. Así que lo bauticé –para mis adentros- Carmelo Scotch. Debe haberse visto extraordinario, casi desnudo, bajo las luces del ring.
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