Transcurre uno de los últimos veranos del siglo XX en la exclusiva isla de Capri y Cornelius Cunard, un acaudalado joven norteamericano, reúne a su círculo de amistades en la Piazzetta a la hora de la puesta de sol. “Había convocado a la mayor parte de las bellezas locales, algunas estrellitas de la televisión, paparazzi, así como a eminentes representantes del hampa napolitana. Había efebos que se mostraban disponibles, provocando a los potentados venidos de Positano, de Milán, de Turín, mientras que muchachas fáciles desempeñaban su papel habitual” -cuenta el narrador, un diplomático francés establecido en Roma, que es también el misterioso autor anónimo de la novela que ha entregado, veinte años después de los hechos, a un editor parisino con quien había conversado brevemente en la terraza del Grand Hotel y a quien promete llamar al llegar a Francia-.
Se trata de Blanche, una novela de reciente aparición escrita por Jean-Paul Enthoven. El relato puede leerse como una novela de aprendizaje enmarcada en las extrañas circunstancias de entrega del manuscrito y cuenta en primera persona cómo la apacible vida del funcionario de la embajada se desvía definitivamente de su curso, dando un vuelco que lo llevará a vivir su año más intenso. La historia se desenvuelve mayormente en barcos, suites y residencias de lujo en una geografía donde habitan también, desde hace miles de años, unas lagartijas azules que son tan reales como legendarias. Pero, sobre todo, durante los meses de verano en ese paisaje se instala Blanche, una viuda bella, inteligente y libre, cuya principal ocupación consiste en emplear sus abundantes recursos en la satisfacción de sus caprichos y deseos, más allá de cualquier objeción ética o moral.
La figura del editor puede llegar a confundirse con la del mismo Jean Paul Enthoven, que se ha desempeñado como director de la prestigiosa casa editora francesa Grasset desde 1986, además de colaborar como crítico literario para Le Nouvelle Observateur y Le Point.
Con su colega Bernard-Henri Lévy fundó además el diario L’Imprévu (enero-febrero, 1975), un proyecto que, a pesar de resultar efímero, afianzó su amistad. En 1990, fundaron juntos la revista literaria La Règle du jeu y desde estos espacios ha participado constantemente en los debates intelectuales que movilizan a Francia. Enthoven tiene tres hijos. El mayor de ellos, Raphaël, estudió Filosofía al igual que su padre y ambos se especializaron en la obra de Marcel Proust. En colaboración, publicaron Dictionnaire amoureux de Proust (Diccionario amoroso de Proust) en 2013.
En el año 2000, Jean-Paul Enthoven comenzó una relación sentimental con la cantante y modelo Carla Bruni. Sin embargo, el vínculo terminó abruptamente cuando Bruni se enamoró de Raphaël, quien por entonces estaba casado con Justine Lévy, la hija de Bernard. Unos años más tarde abandonó también a Enthoven-hijo. En febrero de 2008 contrajo matrimonio con Nicolas Sarkozy, por entonces Presidente de la República Francesa, convirtiéndose en primera dama de su país hasta 2012, cuando finalizó el mandato.
Bajo el título de Ce qui plaisait à Blanche [Lo que le gustaba a Blanche], Enthoven-padre publicaba el texto original en francés en agosto de 2020, al mismo tiempo que aparecía Le Temps gagné, una novela autobiográfica de Raphaël, que provocó una disputa familiar ampliamente difundida en los medios franceses. Desde 2010, Jean Paul comparte su vida con la ex modelo y conductora de TV ítalo-argentina Patricia Della Giovampaola, viuda de Belzunce d’Arenberg.
-¿Hay en Blanche algún tipo de alusión al conflicto familiar?
-El conflicto aún no había sucedido. Mi siguiente libro, Les raisons du coeur (Las razones del corazón, 2021), lo escribí a raíz del conflicto con mi hijo y de una operación de corazón a la que tuve que someterme casi dos meses después de que salió su novela. Ahí sí hablo del conflicto y de todo eso, pero Blanche es anterior. Más recientemente, publiqué también Lignes de Vie (Líneas de vida, 2022). Ambos libros aún permanecen inéditos en castellano.
-Citando una frase que usted mismo ha parafraseado alguna vez, ¿”la verdad tiene siempre un pie en el campo adversario”?
-Mi amigo Jean Daniel fue el director de un gran periódico [Le Nouvel Observateur] y esas fueron las últimas palabras que me dijo cuando me acompañó a la puerta de su casa la última vez que nos vimos. Quería decir que la verdad no se encuentra siempre del mismo lado, que el mundo no se divide simplemente en verdad y mentira, sino que la verdad siempre deja un pie en el campo enemigo. Es una frase contra todos los dogmatismos. Para mí, tanto en política como en cuanto a los sentimientos, el otro tiene siempre una parte de la razón. Me alegra pronunciar aquí el nombre de Jean Daniel porque era un gran amigo de la Argentina y fue el mejor discípulo de Albert Camus, que hubiera podido pronunciar esa misma frase. Otra coincidencia es que, en París, vivo en el mismo edificio donde Camus convivió con la gran actriz María Casares. Quise colocar una placa conmemorativa en la entrada, sobre la calle, pero su hija, Catherine Camus, no lo permite porque considera que puede herir la memoria de su madre al honrar el lugar donde su padre vivió con Casares, que fue su amante.
-En cuanto a Blanche, hay una distancia entre el título en francés, Ce qui plaisait à Blanche, y su traducción al castellano, que se reduce, simplemente, al nombre del personaje, Blanche.
-Un gran diferencia. Yo hubiera querido conservar el título francés, que es más enigmático. En español, sin embargo, “Lo que le gustaba a Blanche” no suena bien, así que acepté cambiarlo. Pero el título original es, desde el comienzo, una indicación: ¿Qué le place a Blanche? ¿La comida, el sexo?
-La novela es un relato enmarcado por la explicación de la circunstancia en que el manuscrito fue entregado, que después se cierra con un epílogo. Pero, además, hay otro marco, constantemente presente, que es el paisaje de la isla de Capri. Me gustaría saber cómo funciona para usted la construcción de los personajes en relación a ese contexto.
-En mi imaginación, los personajes que aparecen primero. El paisaje suele ser muy secundario, pero Capri es muy especial, el lugar más espléndido del mundo, realmente. Pero es a la vez un lugar terrible, una isla donde el erotismo está como ardiente. Todos los grandes amigos del erotismo, desde [Curzio] Malaparte hasta los dandys de Inglaterra, de todos los sexos, se encuentran allí para dar rienda suelta a la sexualidad tradicional y no tradicional. Es como un horno, imposible estar allí sin tener la piel electrizada. Mi heroína, que es una mujer muy peculiar, con gustos muy particulares, eligió esta isla y no se equivoca: en Capri todo es posible porque aquí la naturaleza corresponde bien al carácter del personaje. Sería difícil situar a un personaje como Blanche, por ejemplo, en una ciudad como Londres.
-La ciudad, que en el caso de la novela es París, tiene un protagonismo mucho más fuerte cuando llega el invierno y los sentidos se retraen.
-París tiene importancia en el libro porque es mi ciudad, donde yo vivo, y es mágica también. Pero Capri es una ciudad para la pasión.
-Los personajes forman parte de ese paisaje y, en ese sentido, me pareció muy icónica la escena en que el diplomático mira hacia la terraza en la casa de Blanche y ella le dice que está mirando el banco en que se sentaba Vladimir Lenin y que también frecuentaba el poeta surrealista Louis Aragon.
-Lenin estuvo exiliado en Capri y fue muy feliz de estar cautivo ahí. Jugaba al ajedrez con Máximo Gorki, que pasó siete años en la isla. Ahí prepararon la Revolución de Octubre. Más tarde, en 1952, llegó Pablo Neruda. Ahora pasamos ahí las vacaciones, pero los dictadores europeos del siglo XX como Stalin y Mussolini han utilizado la isla de Capri para exiliar a sus adversarios políticos.
-Desde Buenos Aires, tengo la sensación de que esa geografía está cargada de cultura e historia, además de los extraordinarios escenarios naturales.
-¡Y además estoy fascinado con la lagartija, me parece prehistórica!
-A eso me refería: hay referencias que son como atemporales. Tengo la sensación de que los personajes quieren vincularse con elementos que atraviesan las épocas.
-El pasado está siempre contenido en el presente, lo futuro no tiene importancia. Lo más importante es dilatar ese presente y construir una forma de relato clásica con unidad de lugar; unidad de tiempo, un año, en este caso; y unidad de tema, que es la pasión.
-¿Blanche se podría definir como Bildungsroman o novela de aprendizaje?
-No es exactamente un Bildungsroman, pero sí en el sentido de que el personaje del diplomático atraviesa una experiencia fundamental en su vida: la primera vez que encuentra el amor. Es un amor muy particular porque nunca se convierte en amante de Blanche, pero la frustración le da un placer superior al que podría proporcionarle la sexualidad clásica. Hay una novela, La princesa de Clèves (1678), de hace cuatro siglos, de Madame de La Fayette que trata sobre una mujer que vive en la corte del rey con su marido y se enamora de otro hombre, el duque de Nemours. Es una pasión terrible, pero como la princesa es una mujer leal, no quiere concretar nada. Su marido sufre mucho porque está al tanto de la situación y muere. A partir de ese momento, la princesa de Clèves tiene el derecho de amar al otro hombre, pero decide no hacerlo porque su frustración le proporciona un placer superior: este tipo de enfermedad concierne también a mi diplomático.
“Tengo la impresión de que el corazón de Europa late en Argentina”
-Con respecto a la construcción del personaje del personaje de Cornelius Cunard: ¿quizá en su entorno, entre los “menos que nada”, como dice la novela, podría haber una referencia a Menos que cero (1985), del escritor estadounidense Bret Easton Ellis?
-La verdad que no lo pensé así. Si querés una referencia, Cornelius Cunard es un playboy clásico, rico, con un nombre ilustre. Yo lo veo más como Gatsby [de El Gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald, 1925]. Además usa palabras que toma directamente del discurso de ese personaje, por ejemplo, cuando dice “old chap”. La figura del playboy te permite muchas cosas porque dispone a la vez de fantasía y riqueza. Cornelius es siempre una caricatura, pero hay que tener en cuenta de que es él quien finalmente sale ganando porque, después de sus escándalos y de sus amores bisexuales, Blanche necesita establecerse en una situación de calma y la respetabilidad y se casa con él. Con él se prepara a envejecer porque la belleza no le va a durar para siempre -aunque no pienso que vayan a ser muy felices-.
-La figura de Aragon atraviesa y recorre la novela.
-Aragon fue en muchos sentidos un hombre horrible -comunista extremo y amigo de Stalin-, pero también fue un poeta increíble. Así que, por un lado, tengo dentro de mi corazón siempre un poema de Aragon porque es el poeta del amor. Por el otro, Aragon fue amante de Nancy Cunard, que fue tremenda con él. Por su culpa, él intentó suicidarse en Venecia, donde ella quiso acostarse con el pianista negro del hotel. Él quemó un libro en la chimenea de ese hotel por Nancy. Tomo entonces esta historia de lo que sucedió entre ellos en el pasado para repetirlo en el presente de la novela entre el diplomático y Blanche; repitiendo la historia como una maldición y aludiendo a que siempre hay hombres en busca de ese tipo de relación, que quieren desempeñar el papel del esclavo.
-Y quienes quieren dominarlos...
-El artista Man Ray fotografío [en 1926] a Cunard posando con sus numerosos brazaletes cubriendo sus antebrazos, que ella llamaba sus “esposas”. Cuando se encuentran en los años diecinueve o veinte, Nancy percibe que Aragon puede ser un buen esclavo. ¡Los esclavos y sus dominadores se reconocen inmediatamente y eso es lo que pasó!
-Hay escenas en que las palabras atribuidas a Cornelius Cunard parecen formar un collage al estilo del cadáver exquisito surrealista.
-Aragon y Nancy Cunard, en el pasado, fueron personajes centrales del surrealismo con Tristan Tzara, René Crevel -no quiero hacer acá un discurso sobre el surrealismo-, y yo incluyo alusiones. Si las leen como vos, mejor, si no lo ves, no importa. Pero el surrealismo es un momento importante. Todas mis novelas se construyen así: no me gusta ir de A a B hasta C. Prefiero el caleidoscopio. Es una estrategia que da más libertad. Estoy más a gusto. Hay grandes escritores, en cambio, que organizan muy bien la narración, como [Honoré de] Balzac. Yo no tengo suficiente fuerza para eso, soy como una mariposa que va de flor en flor, es así que respiro.
“Soy como una mariposa que va de flor en flor, es así que respiro”
-Usted mencionaba en otro lado que Balzac y Guy de Maupassant escribirían hoy para Netflix o para series de TV.
-Sí, es verdad. Lo pienso realmente porque Maupassant, Balzac, Émile Zola y Alexandre Dumas serían guionistas fantásticos para Netflix o Amazon, por ejemplo. En sus épocas, los diarios cumplían la misma función que ese tipo de plataformas digitales en la actualidad: cada día salía un capítulo y la gente compraba la publicación para ver cómo seguía la historia, igual que nosotros cuando esperamos el próximo episodio.
Balzac escribía para muchos diarios, pero como no tenía tiempo para ocuparse personalmente, empleaba a otras personas que iban adelantando el trabajo. Cuando se murió, seguía publicando todos los días porque quienes redactaban para él no se habían enterado y continuaban como siempre con su trabajo.
-¿Cómo es su relación con Argentina? Me pregunto si alguna vez leeremos una novela suya que transcurra entre Uruguay y Buenos Aires.
-Argentina es importantísima en mi vida por muchas razones. La principal es que yo quiero a una mujer para quien Argentina es una pasión. Ella me enseña lo que significa Argentina [se refiere a Patricia Della Giovampaola]. Esa es la razón. Hay un escritor francés, Pierre Drieu La Rochelle, que fue un amante de Victoria Ocampo y vivió con ella en su casa de San Isidro. Venía siempre, a pesar del tiempo que en aquella época tardaba el viaje en barco, y escribió una novela basada en sus experiencias en esta región que se llama El hombre a caballo (1943). Si bien él era un gran escritor, este libro fue un fracaso. Esto me enseña a ser prudente, no quiero escribir tonterías, no quiero poner color local, ser pintoresco. En todo caso, si llego a hacer, lo cual me encantaría, será en Buenos Aires. La Argentina tiene una densidad novelesca casi europea. Tengo la impresión de que el corazón de Europa late en Argentina, donde hay melancolía y un dolor que me conmueve mucho.
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