“Hoy me senté. Hoy me senté”, celebra Hanif Kureishi en Twitter. Y es noticia. Ese acto tan sencillo puede ser hermoso. Hanif Kureishi se sentó y es bueno porque no se podía sentar, ni parar, ni nada. El autor de El buda de los suburbios, el guionista de Ropa limpia, negocios sucios, tuvo una descompensación cardíaca en Roma cuando terminaba 2022, el 31 de diciembre. “Estoy en el hospital. No puedo mover mis brazos y piernas”, escribió hace unos días. Y este lunes, la mejoría.
“Cuatro fisioterapeutas vinieron a mi habitación. Empezaron a moverme con la determinación de ponerme los pies en el suelo. Me dieron la vuelta y por un momento me senté en la cama mirando hacia delante. Tengo que decir que me sentí orgulloso, asombrado e increíblemente mareado”, puso ahora en la misma red social.
Todavía no sabe si podrá volver a caminar. Hasta ahora no podía rascarse la nariz ni comer solo ni hablar por teléfono. Lo operaron de la columna y de a poquito mejora.
“Puedo levantar un poco la mano derecha. No puedo cerrar ni abrir los dedos. Mis manos están inertes, rígidas e hinchadas, y bien podrían pertenecer a otra persona. Estas experiencias son terribles, pero empiezo a ver que no son tan inusuales”, escribió este lunes.
Y agradeció a Salman Rushdie, el autor de los Versos satánicos, que había sido condenado a muerte por el ayatolá Jomeini de Irán, en 1989 y este agosto recibió un cuchillazo en Estados Unidos: “Mi amigo Salman Rushdie, uno de los hombres más valientes que conozco, un hombre que se ha enfrentado a la forma más malvada de islamofascismo, me escribe todos los días animándome a tener paciencia. Él debería saberlo. Me infunde valor”.
Hanif Kureishi nació en 1954 en Gran Bretaña, hijo de padre paquistaní y madre inglesa. Estudió Filosofía en el King’s College de Londres. En sus libros hay sexo, rock, una reflexión sobre la paternidad, el deseo y, claro, los inmigrantes. Algo de todo se ve en Ropa limpia, negocios sucios, que dirigió Stephen Frears y protagonizó Daniel Day Lewis en 1985.
En días anteriores, el escritor había contado lo que le pasó en Twitter: “Acababa de ver el gol de Mo Salah contra el Aston Villa y me había bebido media cerveza cuando empecé a marearme. Me incliné hacia adelante y puse la cabeza entre las piernas; me desperté unos minutos después en un charco de sangre, con el cuello en una posición grotescamente retorcida, mi mujer de rodillas a mi lado”.
El autor dijo que entonces “se divorció” de sí mismo y vio “un objeto semicircular con forma de cuchara y garras que se dirigía hacia mí”. Era su mano. Su propia mano. “Creí que me moría. Creía que me quedaban tres respiros”.
Lo internaron en el hospital Gemelli, en Roma.
Desde allí cuenta este lunes: “Cuando llegué por primera vez a Londres para trabajar en el teatro fui director de escena en una magnífica producción de La metamorfosis de Kafka. Cada noche, ver al actor intentando desenredarse de sus nuevas extremidades negras y puntiagudas, era como asistir a una danza macabra”.
Y sigue: “Poco podía imaginar que, años más tarde, sentado erguido en el borde de una cama, sufriría mi propia metamorfosis personal”.
Directo y sin esconderse detrás de pudores: “Me siento arrugado y desigual. Me desplomo. Antes elegía mis camisas con cuidado, en colores que creía que me sentaban bien, y me movía y balanceaba por la ciudad. Pero ahora ni siquiera puedo abrocharme los botones”, dice el autor de Nada de nada.
Con la mirada aguda que siempre tuvo ahora mira a su alrededor y se siente agradecido: “La palabra vocación procede del latín vocatio, “llamada, convocatoria”. Aquí en el hospital, donde paso noches y días con enfermeras y médicos, la palabra ha ganado resonancia para mí”. Y ve las diferencias con su propio trabajo: “Como muchos artistas, considero que mi trabajo no es un pasatiempo, ni un empleo o trabajo, sino una forma de integración en el mundo de los demás”.
Internado, Kureishi cuenta la vida en el hospital. “A veces, a las tres o las cuatro de la madrugada, cuando más insomne estoy, viene un joven encantador y se sienta conmigo. Lleva gafas y, por supuesto, una máscara, y dudo que lo reconociera en la calle. Al parecer es un pianista muy preparado, además de médico”. El médico habla con él: “Me pregunta si creo que debería convertirse en pianista profesional o si debería seguir siendo médico. Es una pregunta que no puedo responder, pero como sólo dispongo de tiempo, es algo que puedo ayudarle a explorar”.
Así que el escritor piensa: “Hay muchos intérpretes del repertorio clásico, pero para mí, como artista, uno debe intentar hacer algo nuevo cada día, algo que nunca haya hecho antes”, pone en Twitter. “Así que le dije que todas las mañanas, si tenía tiempo, cuando practicara, si podía hacer un sonido que saliera de sí mismo y que fuera nuevo, podría empezar a encontrar un nuevo yo. Esto le pareció aterrador. Le dije que el miedo es el motor del arte, el motor de la conversación y el amor”.
¿Miedo a qué? Escribe Kureishi: “Puede que tengas miedo de decir algo, pero nunca puedes prever cómo lo recibirá el otro”. ¿Le sirvió esta idea al doctor? “Por lo que pude ver de su cara, parecía un poco ansioso, y me pregunté en ese momento si le habría dado algo, después de todo lo que me había dado como médico”, dice Kureishi.
“Decidí ser escritor cuando tenía catorce o quince años. Nunca pensé que sería bueno en otra cosa”
Y ahora va a hablar de sí mismo: “Crecí en un hogar mixto británico-indio, y de niño pasaba mucho tiempo escuchando a la gente hablar en un idioma que no entendía, urdu o punjabi, mezclado con inglés cockney”. En Italia está ahora internado, inmovilizado, enfermo. En Italia: “No entender el italiano es frustrante, pero intento hacer preguntas muy sencillas y directas como: ‘¿Cuándo supiste que querías ser enfermera o médico?’ o ‘¿Cuándo fue el momento en que te diste cuenta de que te habías enamorado?’”. Y es un escritor, no puede parar de narrar: “En estas difíciles circunstancias, las preguntas ingenuas son las que calan. Le pregunto a una enfermera cómo encontró su vocación. Una enfermera vino a casa de su madre cuando ella tenía siete años y la salvó”.
¿Cuándo encontró él su vocación? También lo piensa en el hospital: “Decidí ser escritor cuando tenía catorce o quince años. Nunca pensé que sería bueno en otra cosa, y a veces me pregunto si haber elegido tan pronto me excluyó de muchas otras cosas. Tal vez podría haber sido barbero, arquitecto o Ministro de Hacienda. Pero soy escritor, y sentado aquí de nuevo en esta lúgubre habitación durante otra semana, como un beckettiano parlanchín, todo lo que puedo hacer es hablar, pero también escuchar”.
¿Cómo nos enteramos de todo esto? Con ayuda: “Mi devoto hijo @carlokureishi ha estado publicando estas notas en Internet todos los días, y esto es lo único, aparte del amor de mi esposa, que me mantiene vivo y me da sentido, porque muchas personas leen estas piezas bastante tristes, si no divagantes, y me responden”, dice el autor, de 68 años.
Y le encuentra un costado bueno a lo que le está pasando: “Yo no aconsejaría tener un accidente como el mío, pero sí diría que permanecer completamente inerte y en silencio en una habitación monótona, sin demasiadas distracciones, es sin duda bueno para la creatividad. Privado de periódicos y música, te darás cuenta de que te vuelves muy imaginativo”
¿Un renacer? “Últimamente he sentido que me ralentizaba como escritor, como le ocurre a uno cuando se hace mayor, pero las ideas no han dejado de llegar. Personajes, voces, situaciones, estoy tan lleno de ellas como siempre, si no más”. Entonces quizás tenga algo para aconsejar: “Así que un descanso de cuatro días, sin absolutamente nada en tu vida que te distraiga, puede ser una buena forma de terapia de choque para un escritor atascado. De hecho, probablemente no haya escritores atascados, sólo los que descansan, y los que esperan”.
Y se despide: “Eso es todo amigos por hoy. Lo único bueno de la parálisis es que no tienes que moverte para cagar y mear. Tómense un gran trago a mi cuenta. Hasta mañana queridos amigos, en este mundo de mierda, todo mi amor. Hanif.”
Hasta mañana, escritor. Cuidate.
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