No sólo la popular y elogiada miniserie protagonizada por Natalia Oreiro o Santa Evita, la novela de Tomás Eloy Martínez en que se basa fueron los primeros artefactos artísticos en darle un carácter ficcional a los extraordinarios hechos reales sucedidos al cadáver de Eva Perón, sobre todo luego del derrocamiento de Juan Perón y al derrotero de casi dos décadas que aconteció a ese cuerpo sin vida.
El cuento Esa mujer, de Rodolfo Walsh, publicado en su libro Los oficios terrestres, de 1965, escenificaba el encuentro y diálogo entre un periodista (referenciado en el autor Walsh) y un militar con quien podrían tener un intercambio satisfactorio para ambas partes: el periodista entregaría “unos papeles” mientras que el militar revelaría el paradero de “ella”, de “esa mujer”: del cadáver de Evita. “La conversación que se reproduce es, en lo esencial, verdadera”, escribió Rodolfo en el prefacio a Los oficios terrestres. El autor, entonces, confirmaba que el narrador textual del cuento y él mismo, eran la misma persona, Rodolfo Walsh, y que lo narrado había sucedido en la vida real.
La popularidad de la literatura de Walsh, que se había consolidado en las varias ediciones que se publicaron de su libro de no ficción Operación Masacre (sobre los fusilamientos realizados en 1956 por la dictadura de Aramburu y, en particular, aquellos ejecutados en los basurales de José León Suárez contra grupos de apoyo al levantamiento peronista del general Juan José Valle) no había producido, sin embargo, que su literatura se introdujera en la universidad ni los estudios literarios académicos, salvo durante un periodo pequeño y con menciones muy concretas durante el gobierno de Héctor Cámpora. Beatriz Sarlo presentó el cuento Esa mujer en la Facultad de Letras en 1985.
Es sabido que la academia es un ámbito que no sólo produce saberes y los transmite, sino que también legitima aquellos materiales que no se realizan en su ámbito: los introduce dentro de los estudios académicos, los hace circular en un ámbito que tiende a expandir su influencia. Así, la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires, en particular, brinda legitimidad y consagración a aquellas obras literarias que somete a discusión y estudio.
1985 había sido un año particular.
En 1985, se realizaban los Juicios a la Junta Militar, producidos apenas dos años después de su caída y que, si bien no incluían el juzgamiento del conjunto de los militares que habían participado de crímenes y vejámenes de todo tipo, ponía un estrado a disposición de los testigos para que narraran los delitos cometidos por el conjunto de las fuerzas armadas, cuyo punto más siniestro habían sido las torturas, muertes y desapariciones de una dictadura cuyo fin había sido una feroz reestructuración económica. Rodolfo Walsh fue uno de los escritores desaparecidos por la dictadura en aquel periodo.
En 1985, el proceso conocido como “primavera democrática” había contado entre sus hitos el reordenamiento de muchas currículas universitarias que habían sido censuradas y deformadas por las distintas intervenciones de la dictadura. Un proceso de gran contundencia en ese campo había comenzado un año antes en las materias humanísticas, entre ellas, Letras, donde (como recuerda Sylvia Saítta) David Viñas, Josefina Ludmer, Ramón Alcalde, Enrique Pezzoni, Beatriz Lavandera, Noé Jitrik, María Teresa Gramuglio, Nicolás Rosa, Eduardo Romano y Beatriz Sarlo tomaban a su cargo las riendas de la formación académica en el campo de la Literatura.
En 1985 se cumplían ocho años de la desaparición de Walsh, ocurrida el 25 de marzo de 1977. En ese entonces Walsh militaba en la organización Montoneros y era miembro de su aparato de Inteligencia, a la vez que integraba la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla), un intento por difundir la represión y el terror militares cernidos sobre el país, a la vez que los conatos de resistencia.
Ese día mientras distribuía su famosa Carta de un escritor a la Junta Militar, donde denunciaba la expoliación económica y el espanto a un año de gobierno dictatorial, fue detenido por un grupo de tareas. Walsh nunca más fue vuelto a ver con vida. Veintidós años antes sus inclinaciones políticas eran antiperonistas. Como periodista, había escrito una elegía a uno de los aviadores de la Marina que habían participado del golpe de 1955 contra Perón.
En junio de 1956, una sublevación de militares nacionalistas había intentado forzar el retorno del general Perón. La asonada fracasó. Sus líderes fueron fusilados. Miembros de la llamada Resistencia Peronista corrieron con la misma suerte. A fines de ese 1956, mientras Walsh se encontraba en la mesa de un bar esperando jugar una partida de ajedrez, alguien le dijo: “Hay un fusilado que vive”. Esas palabras darían inicio a una de las investigaciones y libro más potentes de la literatura argentina, Operación masacre. En 1964, ya en pleno proceso que lo llevaría al campo del llamado “peronismo revolucionario”, Walsh escribía el cuento Esa mujer, que publicaría en 1965 y que se convertiría en uno de los grandes cuentos de la literatura argentina.
En 1985, Beatriz Sarlo, titular de la cátedra de Literatura Argentina II, incluyó entre sus clases (que formularían una manera de leer a los escritores del país y que en su elección conformarían un cánon que se tornaría central en los estudios académicos de literatura de esos años y las décadas siguientes) la novela de no ficción Operación masacre y y el cuento Esa mujer de Rodolfo Walsh, tal como se puede apreciar en Clases de literatura argentina, que agrupa las intervenciones de Sarlo entre 1984 y 1988 en la Facultad de Letras de la UBA, recopiladas y ordenadas por Sylvia Saítta y publicadas por Siglo XXI.
Se debe señalar que la crítica literaria, o académica, no plantea la realización de una reseña en la que se valore la obra de acuerdo al gusto del docente (o, por lo menos, no solamente) ni intenta dar cuenta per se de cómo una biografía del autor se filtra en un texto o de encontrar la señal incrustada por el escritor que permita alcanzar al verdadero significado de la obra, la clave que permita consignar su significado. Trata de encontrar hipótesis de lectura sustentadas en el texto que permitan un flujo de significados, un mecanismo de influencias o descifrar el lugar de la ostranenie, como decían los formalistas rusos, aquello extraño que hace a un texto literario individual y particular.
Pero tampoco se trata de un mero análisis formal. Sobre esto, decía Sarlo: “Me parece peligroso que un universitario no pueda, dicho sea entre comillas, ‘perder su tiempo’ dedicándose a pensar la política, la cultura, los medios de comunicación, los sectores populares. Que la crítica literaria sea un discurso autosuficiente, me parece sumamente peligroso. Los grandes críticos de este siglo no han ejercido este discurso, si es que los grandes críticos son para nosotros Auerbach, Sartre, Roland Barthes, Batjin”, según cita Saítta.
En su clase del 3 de junio de 1985, Sarlo ofrecería a sus alumnos el análisis del cuento Esa mujer. Una década después, en 1995, David Viñas diría en una entrevista: “Si usted me apura, hasta le diría: Walsh es mejor que Borges”. Y luego: “Hay dos cuentos, por lo menos, que se llaman ‘Nota al pie’ y ‘Esa mujer’, que son lo mejor que se ha escrito en la literatura argentina”. Sobre Esa mujer Sarlo realiza una intensa lectura. El texto narra, según Walsh, un encuentro “en lo esencial, verdadero” que da cuenta de la conversación entre el narrador -un periodista- con un coronel al que indaga sobre el paradero del cadáver de Eva Perón. Hay que recordar que el cuerpo de Eva Perón, que permaneció en la sede de la CGT hasta 1955, había sido secuestrado por los golpistas que sólo lo devolvieron a Perón en 1971, luego de los acuerdos con el presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse.
Sarlo recuerda que hay una primera persona, que narra; un segundo sujeto gramatical que es el coronel que busca nombres y papeles; y un tercer elemento, que toma diversas formas empíricas, pero que son el sujeto social “los roñosos”: los “roñosos” atacan al coronel y son aquellos que ha visto el coronel, acondicionando y sepultando el cádaver. Si bien se puede inferir que el periodista refiere a Walsh, autor del cuento, una búsqueda más intensa logrará señalar que el coronel es Carlos Eugenio de Moori Koenig. Los “roñosos” son una que actúa como seña social e ideológica.
Sarlo propone una tesis que desarrollará. En los años sesenta se realiza una nueva lectura del peronismo de parte de los sectores de la pequeñoburguesía intelectual que no había sido peronista. Un fenómeno habría sido “el salir a buscar” simbólicamente el cadáver de Evita. Menciona a Juan José Sebreli y su libro Eva Perón, ¿aventurera o militante? y a David Viñas, que publica en la revista uruguaya Marcha sus hipótesis para escribir sobre Eva Perón. En ese marco, en 1965 Walsh publica Esa mujer.
Eva era un objeto de deseo colectivo y un objeto de deseo para unos intelectuales que habían sido antiperonistas (como el propio Rodolfo Walsh) y que no necesariamente iban a ser peronistas, pero que buscaban salir del imaginario al que habían adherido en 1955. En el cuento, el coronel ofrece: “Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera”, pero el periodista ofrece un lugar en la historia: “¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia y usted queda bien, bien para siempre, coronel!”.
Sarlo señala que Eva como “mito” estaba “traducido, lexicalizado, como objeto erótico y como objeto sagrado” mientras permanecía como cadáver desaparecido, como mito que movía un centro del peronismo de aquellos años. Es una anotación muy importante porque más tarde, cerca del regreso de Perón, las alusiones a Eva, a Perón o al mismo Tío Cámpora serán de carácter familiar.
¿Habiéndose pactado la entrega del cadáver de Eva y el regreso mismo de Perón, el mito cobraba otro cariz y su rol impulsor hacia el peronismo había sido cumplido, de alguna manera? Beatriz Sarlo propone que en varios pasajes textuales se puede percibir ese pasaje de las capas medias hacia el peronismo (en las primeras líneas ese “Ella no significa nada para mí” para luego embarcarse en una investigación que no triunfa, pero que es la de la búsqueda de esa Eva Perón). Sarlo plantea que en el texto se puede leer a “una pequeño burguesía que hace este descubrimiento del cadáver como la zona de comunicación con los sectores populares”.
Walsh escribe en los párrafos del principio de su cuento el monólogo del protagonista:
“Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de esos restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas, vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada amarga, olvidada sombra”.
Se pregunta Sarlo si esos “momentos de ira” no son una característica de época y que por eso el cuento podría brindar las herramientas para resumir “los temas ideológicos de la década del sesenta”. El párrafo es singular, si el lector se detiene en “frescas altas olas de cólera”, en el que falta una coma y su ausencia hace que el texto resalte sobre la prosa más regular de los demás.
“Ella no significa nada para mí”, dice el narrador que podría haber sido el Walsh antiperonista de 1955, pero que ya no lo era por ese movimiento general de la pequeñoburguesía que había encontrado en el cadáver de Eva un mito que a la vez le tendía un puente para el encuentro con los sectores populares peronistas. En su conclusión del análisis del cuento Esa mujer, en cuyo centro se encuentra el cadáver de Eva Perón y su funcionamiento como mito, en principio, para los protagonistas -el periodista y el general- Sarlo postula más: “Yo diría que es la descripción más precisa de la ideología montonera. ‘Ella no significa nada’, pero su reconocimiento es un puente con los sectores populares y con la constitución de esos sectores políticos, activos y revolucionarios”.
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