El amor es el sentimiento alrededor del cual la humanidad (y el mundo) ha girado siempre y, sin dudas, continuará girando hasta el fin de los días. Es, además, una de las cualidades más versátiles del ser humano: hay amores románticos y amores prohibidos; amores deseados y amores imposibles; los hay a distancia, anónimos y superficiales; así como caprichosos, confusos y contemplativos; amores enfermizos y amores que matan.
De todas las posibles clasificaciones, el escritor argentino Pedro Amoedo utiliza solo dos en las que, a grandes rasgos, todas pueden encajar: Amores que suman, amores que restan. Ese es el título que eligió para su nuevo libro, editado por Bärenhaus, en el que propone una mirada diferente, sin prejuicios ni dobleces, sobre ese sentimiento que a todos nos atraviesa pero que nadie puede definir con precisión.
Según afirma Amoedo, el amor es un regalo que se acepta, se comparte y se perfecciona. Pero también -y esto es lo más difícil de aceptar- puede no funcionar como deseamos. Es ahí, entonces, donde debemos prepararnos para volver a intentarlo y entender que fracasar en una relación no necesariamente es el fin del mundo: puede ser también una enseñanza, un aprendizaje y una nueva oportunidad.
Los tiempos cambiaron y, por suerte, hay cada vez menos prohibiciones en el mundo del amor. Por eso, el autor sugiere: “No nos privemos de amar, ya que como es poco probable que nos quemen en la hoguera por ello: vale la pena el intento”.
“Amores que suman, amores que restan” (fragmento)
Amores prohibidos
Generalmente se hace referencia a los amores prohibidos como los que se desarrollan entre un hombre y una mujer, uno de ellos, o ambos, en pareja o casados. Y, si bien es cierto que la mayoría de estas relaciones pueden tipificarse de ese modo, que implican diferentes grados de infidelidad, no podemos desconocer a los otros amores prohibidos que, por su naturaleza, fueron o están vedados por razones geopolíticas, culturales, o creencias religiosas. Tampoco debemos obviar a los que se manifiestan entre personas del mismo sexo, pues son más comunes de lo que creemos aunque, por distintos motivos, menos divulgados.
Todos estos amores implican un reto, ya que buscan lo que casi siempre resulta imposible de alcanzar; pero no siempre cruzan los límites de la moralidad. También tienen la particularidad de ser pasionales y seductores; y, al vivirlos en secreto o en la clandestinidad, nos potencian el deseo con el condimento del peligro de ser descubiertos.
Son amores que duelen, puesto que al comienzo de la relación nos auto-convencemos de que “suman”; pero con el transcurso del tiempo, y si no le encontramos la vuelta para exponerlos, se vuelven difíciles de dejar y nos lastiman. Por otra parte, es muy común que confundamos la sensación que nos produce el hecho de amar, con el amor en sí mismo; y esta confusión, a medida que se va desgastando la pareja, genera dudas y amarguras, pudiendo llevarnos a situaciones de conflicto y poco deseables.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Los amores prohibidos, pueden ser “reales”; o tan solo son ficciones que elaboramos inconscientemente para darle sentido a nuestras vidas en los momentos de desamor que suelen manifestarse durante una relación? Y, separando a los “metejones”, a veces adictivos, que se desvanecen rápidamente, es viable concluir que sí pueden serlo.
¿Por qué pensar que es irreal un amor fuera de lo común? ¿Acaso los sentimientos pueden calificarse como convencionales; o en su defecto, considerarlos atípicos? ¿Es argumento suficiente el no haber vivido amores clandestinos para aseverar que son ficciones y permitirnos juzgar a los involucrados sin saber, a ciencia cierta, las causas que los llevaron por ese camino?
Las sociedades evolucionan, afortunadamente, y conductas que antes se consideraban impropias ahora son aceptadas; entre ellas, relaciones amorosas, antiguamente catalogadas como marginales, que hoy día son bien vistas y hasta tomadas como ejemplo para establecer un vínculo duradero.
Cuando me referí a los “amores prohibidos” por circunstancias geopolíticas, razones culturales o creencias religiosas, lo hice con el propósito de sacudir la modorra que a veces obnubila nuestro entendimiento, impidiéndonos recordar historias de amor que salieron a la luz al finalizar las guerras, al morigerarse las diferencias étnicas y al atemperarse las rigideces eclesiásticas con el fin de evitar una migración de fieles hacia otras riadas espirituales.
Infinidad de mujeres han sido rapadas, lapidadas y hasta ejecutadas, por haber mantenido relaciones con invasores, por enamorarse de hombres de diferentes castas, imperios, familias rivales o etnias; y, también, por vincularse sentimentalmente con quienes profesaban otra religión distinta de la suya. Estas “faltas graves” eran castigadas sin piedad; y en el caso de las religiosas, tratadas por herejía.
Romeo y Julieta de Shakespeare es la expresión más vívida de un “amor prohibido” por la rivalidad entre familias; y por su triste final la obra es considerada como una “tragedia romántica”. La relación trasciende lo secreto y se transforma en clandestina, concluyendo amargamente ante la imposibilidad de aceptación por los clanes enemistados. Y es un claro ejemplo de un “amor romántico”, tratado por el entorno como “amor prohibido” y devenido en “amor trágico” por su desdichado final.
Los matrimonios entre fieles de distintas comunidades religiosas monoteístas estuvieron prohibidos, salvo que uno de ellos optara por convertirse a la fe que profesaba el otro. Los que osaban transgredir la norma eran excomulgados, algunos condenados al destierro y otros severamente castigados como ejemplo para la feligresía. Y si bien siguen sin convalidarse desde lo religioso, no los pueden prohibir pues civilmente están aprobados por las sociedades modernas.
Este proceder represivo también quedó registrado en otras religiones politeístas, así como también era común en diferentes culturas tribales que, en aras de proteger la pureza de su descendencia, prohibía los vínculos fuera de su etnia. Todavía hoy podemos ver en sociedades de características primitivas, sectas y subgrupos religiosos que dictan y juzgan las normas, situaciones similares que para nuestra visión occidental son difíciles de comprender.
Por ello, los vínculos que puedan darse entre seres de tan disímiles estamentos podemos considerarlos: amores reprimidos, amores trágicos, amores prohibidos.
Algunos amores homosexuales no están exentos de ser catalogados como prohibidos. No por discriminación alguna, sino porque puede ocurrir que uno de los integrantes de una pareja heterosexual se sienta atraído por otro de su mismo género; o que, siendo la pareja homosexual, uno de ellos se enamore de un tercero de sexo análogo, o del género opuesto. En todos estos casos está presente la infidelidad; pero el primero resulta, además, traumático por el rechazo que el blanqueo de la nueva relación genera en las sociedades conservadoras. Y no es que puedan ocurrir, sino que ocurren; posiblemente con la misma frecuencia con la que suceden los “amores prohibidos” mencionados al principio, pero que son menos conocidos tal vez por vergüenza a la exposición pública y prejuicios culturales, por temor a que sean utilizados como argumento para justificar la discriminación o por simple pudor.
Como cabal ejemplo de que el mundo cambia socio-cultural y religiosamente, aceptando cosas que antes prohibía y rechazaba, mientras escribo este libro estoy escuchando un comunicado del Vaticano donde se anuncia que los sacerdotes, sin necesidad de la autorización de su obispo, podrán absolver a partir del 8 de diciembre de 2015, a través del sacramento de la confesión, a las mujeres que abortaron; siempre y cuando se “hayan arrepentido de su falta grave”. Un cambio de proporciones, sin ninguna duda, que será tanto bien recibido como criticado; pero que no deja de mostrarse como una apertura digna de ser evaluada con la seriedad y compasión que merece.
Guardando las distancias con este nuevo “mirar” de la iglesia, impensado años atrás, me vienen a la memoria las palabras de un conocido obispo quien, a fines de los sesenta o principios de los setenta, se atrevió a dar su parecer en un programa de televisión abierta sobre las relaciones sexuales entre novios, diciendo: “Si se aman, no es pecado; pues Dios no prohíbe ni castiga el amor”. Causó un gran revuelo, pero tuvo el coraje de decir lo que sentía públicamente pues él también amaba a una mujer; y producto de esa relación prohibida colgó los hábitos para casarse con ella.
Hoy son más que comunes las convivencias sin matrimonio; aceptadas por todos, y muchas de ellas dignos ejemplos de uniones duraderas. Es decir que, lo que otrora se calificaba de inmoral (tipificando esos amores de prohibidos y pecaminosos), ahora se lo considera más moral que los matrimonios que se “aguantan” por sumisión, costumbrismo, idiotez o conveniencia.
Y lo mismo ha sucedido con las relaciones homosexuales, hasta no hace mucho discriminadas; como también ocurre actualmente, en el ámbito de la justicia y con la reforma del código civil, pues las infidelidades ya no son interpretadas con la misma virulencia para fundamentar las causales de un divorcio.
Sumas y restas. El impulso sexual; presente al inicio de una relación tipificada como prohibida, potencia nuestro deseo; y si no logramos que perdure, duele y a veces mucho. Pero, acaso los amores tradicionales que concluyen mal… ¿no duelen, también?
A menudo nos pasamos la vida evaluando conductas, ajenas y propias, sin atrevernos a amar por temor a equivocarnos; o nos enredamos en amores, enceguecidos por el deseo. Son todas relaciones íntimas que interactúan “sumando y restando”; analizables psicológicamente, sin duda, pero propias de cada individuo y, por lo tanto, deben ser resueltas de acuerdo con los sentimientos y con el mayor de los cuidados para que sus efectos no resulten nocivos. Pero no nos privemos de amar, ya que como es poco probable que nos quemen en la hoguera por ello, vale la pena el intento.
Quién es Pedro Amoedo
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina.
♦ Alternó la actividad privada con la función pública.
♦ A principios de los ochenta publicó sus primeros ensayos sobre la actualidad en distintos medios, pero su vocación por la escritura cobró impulso con Clandestino tango-bar, su primera novela de ficción.
♦ Escribió libros como Borderline: vidas al límite y Amores que suman, amores que restan.
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