En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría o qué objetivo se propusieron.
Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la autora y periodista argentina Gabriela Saidon, que ha publicado novelas y también investigaciones periodísticas sobre temas que van desde el culto por santos paganos como el Gauchito Gil y la Difunta Correa hasta las verdades y las mentiras alrededor del mundo de la ecología. Es autora también de La montonera. Biografía de Norma Arrostito.
Se trata de un libro que en su nombre explica a qué se dedica: a contar la vida de la única mujer que integró la cúpula de Montoneros y que participó del secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, la acción con la que la organización armada decidió darse a conocer.
La montonera acaba de reeditarse: en cada revisión, Saidon incorpora cambios en la causa judicial, una nueva mirada con perspectiva de género que actualiza a la anterior o datos históricos que encuentra a medida que profundiza la investigación que la sedujo desde que vio la foto de una muerta que no era.
Cómo escribí “La montonera”
La montonera. Biografía de Norma Arrostito es un texto mutante: un texto disconforme, sujeto a los vaivenes de los tiempos. Si no, ¿cómo explicar que cada edición (la actual es la tercera, la primera fue en 2005 y la segunda, en 2011) venga con prólogo nuevo, puesta al día bibliográfica y novedades en la causa? No solo los tiempos sino, y, sobre todo, las miradas. En particular, mi mirada sobre la política, sobre esos inapresables años 70 y sobre el lugar de las mujeres en la lucha armada. Pero también, otras voces que alimentaron y siguen alimentando la idea de que el camino es la transformación colectiva.
Cuando surgió la idea de escribir el libro, yo andaba buscando una mujer (creo que siempre ando buscando una mujer para mis libros), pero no cualquier mujer: una revolucionaria. Incluso había pensado en escribir un libro que reuniera vidas de mujeres guerrilleras (ese libro, con ese título, existía, lo escribió la cordobesa Marta Diana).
Llegué a pensar en Safo, la poetisa de Lesbos, tan lejos me fui. Hasta que mi ex me contó la historia de una foto de una mujer muerta ensangrentada, que un fotógrafo de la Policía había llevado a una agencia de noticias en 1976, diciendo que era la prueba de que habían matado a Norma Arrostito. No fue publicada por los medios, que sí se hicieron eco de la fake new, algo que se supo recién recuperada la democracia: un grupo de tareas de la ESMA había matado ese 2 de diciembre a una mujer, pero esa mujer, la de la foto, no era Norma Arrostito, alias Gaby, la única que había participado en el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu por parte de una organización que con ese hecho (que derivaría en el fusilamiento del militar que había derrocado a Perón en 1955) se presentaba en sociedad e inauguraba la década: Montoneros. 29 de mayo de 1970.
Gaby fue la única mujer, además, en la cúpula de la organización armada de raíces católicas y peronistas y que articularía con el marxismo. Y no existía un libro que la biografiara. La pregunta ya no era sobre qué mujer voy a escribir sino cómo no escribir sobre esa mujer.
De todos modos, no fue fácil. Mi primer acercamiento fue en 1999, cuando todavía las causas por torturas y desapariciones no eran imprescriptibles y cuando muchos exmilitantes tenían miedo de contar su historia. Casi nadie quería hablar conmigo, que era una advenediza y no era del palo, aunque haya habido personas generosas que me facilitaron ciertos contactos.
Dejé el proyecto. Sentía que no iba a poder avanzar. Eso, de algún modo, respondía a mi pregunta: ¿cómo a nadie se le ocurrió escribir un libro sobre Norma Arrostito? En parte. Porque sí hubo gente que lo intentó con los mismos resultados (supe después) o lo intentaría más adelante. Y porque todavía el boom de libros periodísticos sobre la dictadura no había eclosionado.
Las cosas cambiaron con el primer gobierno de Néstor Kirchner, cuando en 2003 el Congreso decretó la nulidad de las Leyes de obediencia debida y Punto final decretadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Se agilizaron los juicios por causas de lesa humanidad, entre ellos, los de la ESMA, donde había estado detenida y continúa desaparecida Norma Arrostito.
Para entonces yo era lectora de ficción en Sudamericana, y había ganado una mención en el Fondo Nacional de las Artes por mi primera novela, Qué pasó con todos nosotros. Cuando le llevé la noticia al editor, Luis Chitarroni, me dijo su frase mantra: “La ficción no vende”. “Yo tengo un libro que sí puede vender”, dije, y pronuncié las dos palabras mágicas: Norma y Arrostito. Los ojos se le agrandaron y lo siguiente fue la firma de un contrato en el que convergieron los dos libros: la novela que no vendía y el libro periodístico que sí.
La montonera tuvo una muy buena respuesta de la prensa, por entonces ávida de desenterrar esas historias (esos cuerpos sin cuerpo) y de los lectores de distintas generaciones: quienes habían vivido la época, militantes o no, y quienes querían conocer los míticos 70. Hubo puertas que se abrieron, otras permanecieron cerradas, pero pude avanzar a costa de insistir y con ayuda de un periodista tucumano, Diego Jemio, que me ayudó con entrevistas y búsqueda de información.
La primera edición de La montonera se publicó en 2005. Terminé de escribirlo el día en que mi padre murió de un cáncer de pulmón, y eso, de algún modo, permeó el final del texto, que narra la terrorífica estadía de Gaby en la ESMA. Fue muy fuerte, entre otras cosas de orden afectivo, porque mi padre nunca podría leer un libro publicado por mí.
La tapa de esa primera edición tenía la foto una mancha de sangre en una vereda de Lomas de Zamora en la que fraguaron su muerte (no había cuerpo). Luego, en 2010, un compañero de Revista Ñ, Diego Manso, me alentó a sugerir una reedición, que salió en 2011 con tapa cambiada: ahora había una cara, la de los carteles estilo Lejano Oeste en los que Gaby aparecía junto a Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Carlos Ramus con el cartel de Buscada, luego del fusilamiento de Aramburu.
En el prólogo a esa segunda edición yo estaba convencida de que Gaby lo había hecho todo por amor. Por amor al pueblo, a Fernando (su pareja), a la militancia. Fue después de encontrarme en un viaje de trabajo en la Tate Gallery con un cuadro de William Turner que retrataba una escena de Hero y Leandro, dos amantes clásicos que, como Romeo y Julieta, provienen de familias enfrentadas y viven una historia trágica.
Hoy, la tapa es la misma, pero en el libro hay algunas variaciones, leves unas, conceptuales otras. Decidí cruzar una mirada de género a partir de avances en las causas que involucran a mujeres desaparecidas, violaciones y abusos que en algún momento estuvieron naturalizados, que se habían caracterizado como Síndrome de Estocolmo y de algún modo culpabilizaban a las víctimas (y mucho más a las sobrevivientes de los campos de concentración y desaparición de la última dictadura militar). Si bien el tema estaba esbozado en el libro, hice algunos cambios e incluí estos conceptos en el prólogo.
Me ayudaron las luchas feministas y por los derechos humanos, las nuevas legislaciones que acompañan y un libro: Putas y guerrilleras (Planeta), de Miriam Lewin y Olga Wornat, a quienes entrevisté con motivo de la reedición en pandemia (un fragmento de esa entrevista figura en el nuevo prólogo). También el libro de María O’Donnell, Aramburu (Planeta), una extensa entrevista a Firmenich, me ayudó a aclarar algunos puntos oscuros.
En diálogo con Pablo Llonto, abogado de la familia Arrostito en la Megacausa ESMA (entre otros casos de desapariciones forzadas en la Argentina de los 70), obtuve data actualizada y entendí que nunca, jamás, las causas por crímenes de lesa humanidad en dictadura van a cerrarse hasta que se haya condenado al último de los genocidas. La montonera, por lo tanto, no cierra la historia de Norma Arrostito sino que abre lecturas posibles a una década sobre la que no dejamos de hacernos preguntas.
“La Montonera. Biografía de Norma Arrostito” (fragmento)
Fraguan su muerte
El 4 de diciembre de 1976, a casi nueve meses del golpe militar que llevó al teniente general Jorge Rafael Videla al poder, los argentinos se desayunaron con la noticia de la muerte de Norma Arrostito. Los diarios dieron la información en tapa, con letras catástrofe. Según las distintas publicaciones, la “cabecilla de la organización ilegalizada en 1975″ había sido “abatida” por “fuerzas castrenses” en la calle Larrea 470, Lomas de Zamora, al sur del conurbano bonaerense, el jueves 2 de diciembre a las 22 horas.
La información indicaba, además, que Arrostito llevaba una granada que detonó al ser “abatida”, después de intentar proteger su vida “a balazos”. Que guardaba en su cartera tanto la granada como el arma que disparó. Y que tres pastillas de cianuro se habían encontrado entre su ropa.
Vecinos del barrio residencial, ubicado entre las estaciones Lomas de Zamora y Banfield del entonces Ferrocarril Roca, contaron que cerca de las nueve de la noche efectivos uniformados acompañados por “numerosos” hombres vestidos de civil ocuparon posiciones estratégicas en la cuadra de Larrea al 400. Algunos entraron en una obra en construcción de la esquina mientras que otros mostraban a la gente fotos de la Arrostito y preguntaban quién la había visto últimamente en las inmediaciones.
El trabajo de inteligencia previo, según los informes oficiales, dio resultado, porque alrededor de las 22 (o 22.15) Norma Arrostito apareció caminando por Castro y Larrea, acompañada por un hombre. Ahí le dieron la orden de detención. Ella quiso resistirse, abrió su cartera y empezó a disparar (en el sentido de tirar con el arma o de huir corriendo, las publicaciones difieren). Entonces se produjo el tiroteo que, siempre siguiendo lo que contaron los diarios, terminó con su muerte. Es decir, los vecinos vieron cómo fusilaban a una mujer.
Una ambulancia se llevó el cuerpo. Otra habría trasladado a su acompañante herido. El hecho pudo verificarse a la mañana siguiente cuando los periodistas de La Opinión, por ejemplo, observaron “manchas de sangre en la vereda, impactos en la pared, plomos de proyectiles y los vidrios destrozados de una furgoneta Citroën en reparación en el taller (de Larrea 470). Según los vecinos, la Arrostito no era conocida en la zona pero, presumiblemente, habría adquirido días atrás una casa que se hallaba en venta sobre la calle Castro, a la vuelta del lugar donde cayó”.
El Comando en Jefe del Ejército distribuyó el siguiente comunicado: “El Comando de Zona 1 informa que, como resultado de las operaciones de lucha contra la subversión en desarrollo, fuerzas legales llevaron a cabo una operación el día 2 de diciembre a las 21 horas, en Castro y Larrea, en la localidad de Lomas de Zamora.
“En esa oportunidad fue abatida la delincuente subversiva Esther Norma Arrostito de Roitvan, alias ‘Norma’, alias ‘Irma’, alias ‘Gaby’, una de las fundadoras y cabecillas de la banda autodenominada ‘Montoneros’.
Esta operación fue realizada en base a un proceso de inteligencia que permitió ubicar a la delincuente subversiva.
Al intentar las fuerzas legales su detención trató de huir cubriéndose mediante disparos de armas de fuego, siendo abatida en la oportunidad. Un oficial resultó con heridas leves.
Al efectuarse una prolija revisación de sus ropas se descubrieron tres cápsulas, que luego de analizadas se comprobó contenían cianuro de potasio.
En su poder se encontró abundante documentación que se analiza”.
El comunicado oficial nunca usa verbos como “matar” o “acribillar” sino que opta por el eufemismo “abatir”, de uso cotidiano en la época. En las acepciones de “abatir” que figuran en el diccionario, esa palabra nunca significa “matar”. En cambio, sí significa: “Hacer bajar algo que estaba izado”, “bajar”, “derribar o derruir”, “poner echado algo que estaba derecho o enhiesto”, “tumbar”, “hacer caer algo destruyéndolo: ‘Abatir una fortaleza’”, “derribar, derrocar”. “Con soberbia, orgullo o palabras semejantes, humillar”. En sentido figurativo, también: “Hacer perder el ánimo, las fuerzas, el vigor”, “desarmar o descomponer alguna cosa”, “en determinados juegos de naipes, conseguir la jugada máxima y descubrir el jugador sus cartas, generalmente en forma de abanico sobre la mesa”.
Todos los diarios publicaron, además de imágenes del sitio donde se habría producido la matanza, la foto de Norma Arrostito en el famoso cartel de “Buscados” por el secuestro de Aramburu. No hubo ninguna foto del cadáver, salvo una imagen falsa, la de una mujer irreconocible, la cara desfigurada, chorreada de sangre, que circuló por las redacciones de los diarios, y que no se publicó.
Podría decirse que el verbo “abatir” está usado en ese comunicado en un sentido figurativo frecuente en la jerga militar, antes que guardando fidelidad a la normativa. Seguramente. Pero de todos modos, si uno lee con atención las distintas acepciones, impacta. Impacta porque a Norma Arrostito ese 2 de diciembre no la mataron. Pero sí tuvieron que derribarla o tumbarla para capturarla, también la derrocaron como enemiga y tiraron al suelo a alguien que estaba de pie. Y si se piensa en el futuro inmediato de la Arrostito después de su captura, sin duda la humillaron, le hicieron perder el ánimo, las fuerzas, el vigor, la desarmaron, la descompusieron.
En ese acto, el Ejército (aunque en realidad fue la Marina la fuerza ejecutora) consiguió su jugada máxima: un golpe al corazón de la guerrilla. De modo que, así considerado el asunto, el comunicado del Comando en Jefe del Ejército hizo un uso correcto de la palabra abatir. Los militares pusieron las cartas sobre la mesa. Por supuesto, jugaron con la ambigüedad del término.
No se sugiere aquí además que hayan hecho una exhaustiva búsqueda en el diccionario para escribir ese texto. Pero sí se puede pensar que el verbo abatir era parte de un código que tenía al eufemismo como figura rectora: las cosas no se nombraban con sus nombres sino con los que los militares les ponían. La palabra subversión, que también utilizan en el caso de Arrostito (“delincuente subversiva”), es clara en ese sentido, teniendo en cuenta que se trató de un gobierno que se dedicó a subvertir todas las normas políticas y sociales de un país y de un tiempo.
Quién es Gabriela Saidon
♦ Nació en Buenos Aires en 1961.
♦ Es licenciada en Letras, escritora y periodista.
♦ Entre sus libros se cuentan Qué pasó con todos nosotros, Cautivas, La farsa. Los 48 días previos al golpe y Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil.
Seguir leyendo: