Durante los últimos 20 años, Shaun Bythell ha sido el propietario y director de The Bookshop en Wigtown, Escocia. No solo es la librería de segunda mano más grande de ese país, sino también la más antigua de una ciudad que ha sido designada oficialmente “Scotland’s National Booktown”, es decir, Capital Nacional del Libro en Escocia.
En 2017, Bythell publicó El diario de un librero, un irónico relato del excéntrico personal y los clientes que pasan por la tienda. Fue un éxito internacional, y el autor siguió dos años después con Confesiones de un librero. Su tercer volumen de diarios, Remainders of the Day (Restos del día), sigue trazando las rutinas y tribulaciones diarias de un librero de provincias enfrentado a la marcha de la industria hacia los medios digitales y globalizados de venta de libros.
-¿Cómo entró en el mundo del libro?
-Salí del Trinity College de Dublín con una licenciatura en Derecho y pensé: “No quiero una vida convencional”. Así que acabé haciendo trabajos de mala muerte. Me crié en una granja a un kilómetro y medio de aquí, y un año volví por Navidad y entré en The Bookshop para charlar con el dueño. Me preguntó qué me traía entre manos y le hablé de mis pésimos trabajos y de que tenía 30 años y todos mis amigos se estaban comprando casas. Me dijo: “Bueno, yo estoy a punto de jubilarme. ¿Por qué no compras mi tienda?”. Así que fui al banco y eso fue todo. Nunca tuve un gran sueño. Fue sólo una oportunidad que se presentó en el momento oportuno, y tengo suerte de que así fuera porque es lo mejor que jamás podría haber imaginado hacer.
-Wigtown es la “Ciudad del Libro” oficial de Escocia. ¿Cuál es su historia?
-Alguien del Gobierno decidió que Escocia debía tener su propia “ciudad del libro” [como Hay-on-Wye, en Gales], así que se convocó un concurso nacional para elegirla. Uno de los criterios era que tenía que ser una ciudad que necesitara regeneración económica, así que casi inevitablemente tenía que ser un lugar un poco deprimido. Creo que fue en 1998. No funcionó de la noche a la mañana, pero ha transformado la ciudad. Ahora es un lugar diferente. Muchas de las tiendas no son más que cafeterías con algunas estanterías, pero ahora hay cinco que se dedican exclusivamente a los libros. No hay cafetería, sólo dependemos de los ingresos de la venta de libros.
-Una de las cosas que se desprende de su libro es la sensación de resistencia a lo digital y lo corporativo. ¿Cómo ha cambiado la venta de libros en los últimos 20 años?
-Algo que ha cambiado para todos nosotros es que, con internet, sólo venderás si eres el más barato. Así que si alguien pone un libro a cinco libras, tú sólo venderás si pones el tuyo a cuatro. Así que es una carrera a la baja con los precios. Tuvimos una caída masiva en 2008 tras la crisis financiera. Nos afectó mucho. Empezaba a preocuparme que, con la pandemia, la gente se acostumbrara tanto a comprar por Internet que no recibiéramos visitas cuando volviéramos a abrir. Pero en cuanto abrimos nos inundaron. El verano pasado fue el mejor que hemos tenido nunca. Quizá el cierre haya servido de algo en ese sentido. Probablemente la gente se hartó un poco de comprar cosas por Internet. Y creo que la gente ha empezado a darse cuenta de que si no apoyas a las tiendas de ladrillo y cemento, se irán.
-En “Remainders of the Day” cita al librero de principios del siglo XX R.M. Williamson, que dijo: “Hay un placer en la mera presencia de libros viejos”. Pero también señala que “muy pocos de nosotros [los libreros] vivimos de ello más que para subsistir”. ¿Puede decirnos algo sobre la tensión entre el valor emocional de los libros y su valor económico?
-Es una dinámica muy interesante y siempre está cambiando. Mucha gente, a la hora de vender la colección que ha reunido, la sobrevalora, mientras que si vende la colección de una tía abuela para vender la casa, la infravalora. Lo importante para mí es ser coherente y tratar a ambos de la misma manera. Pero estoy completamente de acuerdo con Williamson en que hay algo delicioso en estar rodeado de libros. Hace un par de semanas vacié la biblioteca de Allan Massie (periodista escocés) y ahora estoy revisando las cajas. Cada vez que abro una, simplemente no sé lo que va a salir. Hay algo de la primera Margaret Atwood, un libro firmado por el Príncipe Felipe... ¡son cosas buenas! Así que siempre hay esa emoción de no saber lo que vas a encontrar. Es como una búsqueda del tesoro.
-Parece un negocio muy sociable. ¿Hay algo en los libros que haga que los clientes sean más charlatanes? ¿Sería diferente si tuviera una tienda de quesos o de pelucas?
-A la gente le gusta hablar de los libros que le interesan, mientras que del queso no se puede decir mucho. Cuando estás en la tienda detrás del mostrador, la gente piensa que estás ahí sólo para hablar. Pero tienes que poner precio a los libros y colocarlos en las estanterías, así que tienes que encontrar la manera de que se note que tienes un trabajo que hacer.
-Bueno, usted describe el carácter del librero medio como “malhumorado y poco sociable”. ¿Se debe esto a que el trabajo te inculca cierto cinismo, o es que la gente taciturna, huraña y desaliñada se siente atraída por el oficio?
-Yo creo que sí. Es decir, no describe a todos los libreros que he conocido, pero para la inmensa mayoría es una descripción bastante exacta. El comercio de libros de segunda mano es una negociación constante, tanto si se trata de comprar como de vender, y eso cansa. Es agotador.
-Hemos hablado mucho del cinismo. Díganos algo positivo de la carrera de librero.
-Cada día estás expuesto a cosas nuevas. Con cada libro que pones a la venta, es casi imposible resistirse a echarle un vistazo y ver de qué trata o averiguar algún detalle biográfico sobre el autor. Cuando compré la tienda, el anterior propietario llevaba 30 años en el sector y decía: “Puedo hablar cinco minutos de cualquier tema. Lo que quieras, pero sólo cinco minutos”. Aprendes constantemente.
Fuente: The Washington Post
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