Cerramos los ojos, pensamos en la Costa Atlántica y, de inmediato, se nos viene a la cabeza el ruido incesante del mar, su inconfundible gusto salado, así como el del mítico gusto del colorido pirulín (”¡Ay, qué rico el pirulín!”), el punzante olor de los lobos marinos, las sombrillas voladoras, los aplausos para los niños perdidos y una infinitud de misterios que, año a año, siguen atrayendo a cientos de miles de turistas.
En su nuevo libro en conjunto, Guía maravillosa de la Costa Atlántica, los jóvenes argentinos Andrés Gallina y Matías Moscardi -ambos nacidos en 1983 y a pocos kilómetros de distancia, en Miramar y Mar del Plata respectivamente- reúnen todo aquello que hace del Partido de la Costa un lugar inigualable y lo cuentan con minucia, poesía y humor: desde sus maravillas naturales y fabulosos animales hasta sus personajes más fantásticos y sus más grandes misterios y rarezas.
¿Gnomos en el bosque energético de Miramar? ¿Ovnis marinos en la costa marplatense? ¿Hoteles malditos? ¿Barcos fantasma? ¿Casas embrujadas? ¿Un inexplicable tsunami, el único del que se tiene registro en la Costa Atlántica? Todo esto y más, en esta Guía maravillosa, editada por Sudamericana y con ilustraciones de Aruki.
Escribe Fabián Casas en la contratapa: “La Guía maravillosa de la Costa atlántica produce eso: que algo tan cotidiano para muchos, en época de vacaciones, se vuelva un misterio. Este es un libro sobre el mar, el viento y las olas, los lobos marinos, los balnearios y los faros, los muelles y las escolleras, las rarezas costeras y las tienditas de suvenires. Pero también, y sobre todo, es un poema inmenso, raro, inestable”.
“Guía maravillosa de la Costa Atlántica” (fragmento)
Los gnomos del Bosque energético
Una fila de árboles se cierra como si fuera la cúpula de una iglesia. Todas las copas se dirigen hacia un punto central. Un hilito de luz apenas refracta sobre la tierra. En la tierra: eucaliptus, acacias y aromos. Es un jardín oscuro y encantado que limita con la ruta provincial número 11 y con el mar que cuchichea a un kilómetro de distancia.
El ritual de iniciación es así. Las personas colocan en forma de T dos ramitas y, sin otra ayuda, comprueban que la fuerza magnética del bosque las une, como si se tratara de un rasti vegetal. También, la gente se abraza a los árboles, corteza con piel, como si el árbol fuese un amigo al que no se ve hace tiempo y que ha vuelto, por fin, después de largo viaje. Por último, los visitantes del bosque toman aire y respiran lo más profundo que pueden, inhalan y exhalan; el fin parece ser meterse el bosque encantado adentro de los pulmones.
Los turistas y lugareños saben qué hacer en el bosque —encastrar palitos, abrazar árboles, respirar profundamente— pero nadie sabe, finalmente, ¿qué es ese bosque húmedo y nocturno? ¿Una plataforma perfecta para el avistaje de ovnis? ¿Un cementerio indígena cuya fuerza late debajo de la tierra? ¿O no es más que una fila de árboles que arman un ejército para tapar la luz? ¿O se trata de algún fenómeno intraducible de energía cuántica? ¿Es cierto que de noche mucha gente se ha reencontrado allí con sus seres queridos? ¿Es el bosque un pequeño país de los muertos a la vera de la ruta 11? ¿Y los gnomos, quién explica a los gnomos?
Hace tres millones de años cayó un meteorito en esta zona de la costa. El fenómeno produjo mucho calor y quemó la arcilla de los acantilados cercanos. Se encontró, en el perímetro que constituye el bosque, escoria metálica y tierra cocida. Desde 1996, diversas publicaciones científicas lo avalan.
El núcleo del meteorito cayó en las cuatro hectáreas que hoy conocemos, gracias al doctor Livio Vinardi, como el Bosque energético. ¡Sí, el bosque es un imán gigante! La magnetita que circula de a montones por la tierra y la arena explican las fuerzas de atracción de este campo magnético: por eso los palitos y las ramas se aparean como si estuvieran en celo. Y las brújulas no marcan el norte. Y los celulares no funcionan. Y las baterías se descargan rapidísimo como en los primeros tiempos de la electricidad. ¿Y los gnomos? ¿Qué decir de los gnomos?
Últimamente, los árboles se han desplomado, por la tala y por el viento. La luz entra cada vez más, con el desparpajo de quien antes tenía prohibido el ingreso. En el suelo ya casi no queda nada: el turismo extractivista ha hecho del más insignificante eucalipto un suvenir estrella del verano. Pero siguen los palitos unidos. Siguen los abrazos a los árboles. Sigue la respiración que nos reconecta con la fuerza mistérica del mundo. Y siguen los gnomos haciendo de las suyas, saludando afantasmados desde las selfies, crujiendo en los mensajes de audios, temblando en las ramas de los arboles raquíticos, a punto de caer.
El tsunami del siglo
El 21 de enero de 1954 cientos de personas se bañaban en las aguas sospechosamente calmas de las playas de Mar del Plata. De pronto, en el horizonte, la gente divisó un murallón que comenzaba a crecer de manera precipitada como una pared líquida levantada por mil millones de obreros invisibles. Fue el primer y único tsunami registrado en la Costa Atlántica.
Tres olas inmensas impactaron en las playas del centro de la ciudad y arrasaron con sombrillas, carpas, lonas y turistas por igual. No hubo muertos pero sí un número significativo de heridos debido al impacto arrasador de estas tres olas gigantes. La hipótesis más aceptada entre los especialistas en hidrografía y ciencias de la atmósfera asegura que la causa del tsunami fue meteorológica y no geológica. Ni un sismo submarino, ni una erupción volcánica, sino un cambio abrupto en la presión atmosférica sería el causante del leve tsunami tipo 2, en una escala de 6.
Otros científicos aseguran que las olas producidas habrían traído consigo hasta las asediadas costas de la provincia Buenos Aires algunos peces de mar adentro. Al día siguiente del tsunami en Mar del Plata, se registró el único ataque de un tiburón blanco en mar argentino, en las playas de Miramar. A pesar de que ha sido admitida la desvinculación y autonomía de ambos acontecimientos, lo cierto es que los dos hechos tienen algo en común: su carácter impredecible, casi fantástico.
En un lapso de dos o tres días, la costa marplatense dejó de ser un lugar apacible de vacaciones inofensivas para abrazar lo sobrenatural, un Triángulo de las Bermudas Atlántico: la versión, en clave de cine catástrofe, del célebre hit de Donald sobre “las olas y el viento”.
Ovnis de la costa
Esa noche Juan Andrés Gregorini escuchó que sus animales hacían ruidos extraños. Desde hacía mucho tiempo se dedicaba a criar gallinas, palomas mensajeras, chanchos. Con un farol a gas, cruzó el sendero que separaba el criadero de su casilla. Lo encandiló la luz de un auto. Se acercó al montecito de mioporos. Y ahí fue testigo del descenso de un aparato gigante como un colectivo, cubierto de vapor, sobrevolando el arroyo.
Gritó. Llamó a sus hijos. Todos vieron lo mismo y lloraron de alegría y de miedo. Era la madrugada del viernes 28 de febrero de 1975. El ovni flotó durante cuarenta segundos sobre el arroyo, a un metro y medio del agua. Tenía un color de luna llena, de un plateado fuerte, y parecía temblar en el aire como si estuviera dudando de meterse o no en el agua. El pueblo se llenó de ufólogos, periodistas e investigadores.
En la portada de la revista Cuarta dimensión, número 27, se publicó una entrevista a Juan Andrés, con el título: “Platos voladores: ¿Custodios de las misiones de Apolo?”. Arriba, las noticias que compartían la tapa le quitaban seriedad al asunto: “El hombre que logró fotografiar sus pensamientos”. Gregorini se enojó porque trataron el tema como algo que parecía mentira.
Nunca más habló de eso. El director de turismo aprovechó para subirle la hornalla a la noticia: “Misterioso fenómeno imantado por el especial magnetismo de la Costa Atlántica”. La verdad de lo sucedido trajo felicidad turística al distrito. Miramar no solo ofrecía mar, también avistajes de ovnis. La nave no identificada dejó su huella sobre la tierra: círculos de hasta quince metros de diámetro con la aparición desproporcionada de hongos que crecían en su circunferencia comenzaron a proliferar en el área campera frente al parque Bristol. Quedaron tatuadas las marcas de apoyo de la nave, como si el pasto estuviese quemado, sin estar quemado.
Al verano siguiente un vecino fue a buscar leña y hongos esponja al bosque. Pensaba secar los hongos y hacer una salsa. Desde una elevación cercana al mar, miró el horizonte y vio una forma gigante, desmedida, titilando a unos quinientos metros de la orilla. Era una nave que desde el cielo iba descendiendo hacia el mar.
Bajó y de a poco comenzó a hundirse. No tenía colores: más bien era del color del mar, pero con tonos oscuros y un contorno perfecto que podía simular el de un barco petrolero. Una periodista tituló en el semanario local: “Nuestra playa hospeda alienígenas”. Por esa época, algunos lugareños patrullaban el mar por la noche, nadando crol, buscando alguna huella de la nave en el agua.
Años después Gregorini volvió a dar una nota y dijo: “Me hubiese gustado no ver nada esa noche pero no pude, vi una nave enorme y luminosa que amagaba con zambullirse en el charco”. Durante la segunda mitad de los años setenta el pueblo recibió hordas de turistas que bajaban de noche a la playa no a mirar el mar, sino a esperar el descenso de las naves. Pero, como si no quisiera delatarlas, esos veranos el mar lucía desolado y negro, untado con brea, más apagado que nunca.
Como Capilla del Monte, la Costa Atlántica es uno de los lugares del país donde se registran mayores avistamientos de ovnis. Desde 1947, se asentaron más de 420 denuncias de testigos que dicen haber visto objetos voladores no identificados.
Cada tanto, en los periódicos de la zona, algún periodista se hace la pregunta: ¿Una nave extraterrestre sobrevoló Valeria del Mar? ¿Una extraña luz en el cielo de Mar del Plata? ¿Meteorito atraviesa el firmamento de Necochea? Si el cerro Uritorco tiene el cuarzo como argumento energético de los insólitos fenómenos de luces que acaecen por la noche, la Costa Atlántica tiene el poder iónico del océano para afirmar su preferencia por el fenómeno ovni.
En efecto, existen unos ovnis que son exclusivamente marinos. Se llaman OSNIS (Objeto Submarino No Identificado). Algunos documentales se dedican al tema, con filmaciones de naves que se pierden de vista entre las olas o que, de pronto, emergen de ellas. Las imágenes muestran objetos que, cuando aparecen, lo hacen de una manera espectacular, con explosión de espuma, al estilo erupción de géiser; o lentamente, con sigilo, como peces de cautela felina que quisieran pasar desapercibidos.
El mar es infinito como el universo, como el espacio exterior. Por eso, puede albergar sus propios ovnis marinos, su propia mitología extraterrestre.
Los testigos aseguran que las naves salen del mar y se guarecen en él, naves nodrizas que nunca se confunden con satélites ni bichitos de luz, aunque en las fotos se vean lamparones o manchas de luz detenidas. Otro personaje emblemático es Rubén Latuf Irsiger que sonríe en las fotos con su increíble gorro homemade que dice: “Cazador de Ovnis Mar del Plata”. Rubén tiene 66 años y saca más de mil fotos al cielo por día. Fue así como meticulosamente descubrió la ruta “Cerrito Sur”, un recorrido de luces que va de la calle Alvear y la 39 hasta desembocar en el mar, en Cabo Corrientes.
En 2015, Rubén expuso sus fotos en una muestra homenaje al actor Leonard Nimoy, titulada “A mi amigo Spock”: el viaje del mar a las estrellas.
Quién es Andrés Gallina
♦ Nació en Miramar, Argentina en 1983.
♦ Es doctor en Historia y Teoría de las Artes (Conicet) por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente.
♦ Junto con Matías Moscardi, publicó Diccionario de separación. De Amor a Zombie (Eterna Cadencia Editora, 2016). Además, es autor de Adela (Dársena 3, 2001), La comunidad desconocida (INTeatro, 2020), Los días de la fragilidad (Oficina Perambulante, 2021) y Las luces, junto con Eugenia Pérez Tomas (Libretto, 2021).
♦ Codirige el sello Bosque Energético Editora.
Quién es Matías Moscardi
♦ Nació en Mar del Plata, Argentina en 1983.
♦ Es doctor en Letras, investigador del Conicet y docente en la UNMdP.
♦ Publicó, entre otros, los libros de poesía Bruma (VOX, 2012) y Los misterios del punk rock (Neutrinos, 2015); la novela Las Cosas (Clase Turista, 2014); ¡El Gran Deleuze! Para pequeñas máquinas infantes (Beatriz Viterbo, 2021) y Las respuestas. 1779 preguntas (Beatriz Viterbo, 2022).
♦ Codirige la editorial de poesía y ensayos Moscú.
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