Nací en Capital Federal un 24 de febrero de 1992 en una familia compuesta por mi mamá, mi papá y mi hermano. Actualmente tengo 22 años, soy estudiante y escribo este texto para poder contar lo que viví, sufrí y padecí en mi adolescencia y poder hacer justicia. Mi tío abusó sexualmente de mí reiteradas veces desde los 13 a los 17 años.
Después de nueve años, dos libros y una denuncia, finalmente se declaró culpable al abusador de la escritora argentina Belén López Peiró, que relató aquellos infernales cinco años de padecimiento en su duro -pero necesario- Por qué volvías cada verano. Se trata nada menos que del libro que ayudó a Thelma Fardin a denunciar a Juan Darthés, su compañero de elenco en la telenovela Patito Feo, por abuso sexual cometido cuando ella era menor de edad.
“Ahora lo digo bien, con todos los nombres que alguna vez no pude decir: Claudio Sarlo, excomisario de la provincia de Buenos Aires, tío político, padre de familia, abusó sexualmente de mí cuando era una niña y veraneaba en Santa Lucía, el pueblo donde nació mi madre. Abusó sexualmente de mí cuando todavía no sabía lo que era el amor”, escribió la autora en un conmovedor texto que publicó este martes en el diario español El País tras conocer la sentencia.
Además de la falta del nombre de su abusador por cuestiones legales, en Por qué volvías cada verano hay otra gran ausencia: la voz de la propia autora. En vez de relatar en primera persona su abuso, López Peiró prefiere casi no aparecer y, en un magistral ejercicio de polifonía, recoge las voces sin nombre de toda esa red patriarcal a la que tuvo que enfrentarse al denunciar a su tío.
Y entonces, ¿Por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?
Seguro que nunca pudiste jugar a las escondidas, mucho menos tener amigos varones. Uy, ahora que lo pienso, seguro que tampoco podés cojer. Porque cada vez que un hombre te mira vos agachás la cabeza. Porque cada vez que un pibe se acerca se te pone la piel de gallina.
Hija de puta, ¿qué dijiste? Decime que es mentira, dale. Decime que todo lo que dijo tu mamá es mentira. ¿Cómo podés hacernos esto? Lo mataste. Hija de puta, ¡hablá!
La que siguió lastimándose fuiste vos. Sí. Porque él empezó. Él te hizo mierda, bien fuerte. Te manoteó, te tiró al piso, te pasó por arriba, te arrastró, te dejó en pelotas, te metió los dedos, te abrió de punta a punta. Pero después, después de la última vez que lo hizo, fuiste vos la que siguió. Y duele más ¿no? Sí, duele el doble, porque no te lo hace otro, te lo hacés vos misma. Porque podés todo menos curarte. Porque podes todo, menos olvidarte. Porque sos la única que no perdonás: no te perdonás haberlo dejado, no te perdonás ser quien sos, no te perdonás querer ser otra persona. Aunque te rasguñes, aunque te lastimes, aunque te prendas fuego, siempre vas a estar adentro de este cuerpo.
Pocas son las veces que la autora incluye su propia voz en Por qué volvías cada verano. Pero, cuando lo hace, el efecto en el lector es atronador:
De pronto abrió la puerta de mi cuarto, en cuero y bóxers de color amarillo vencido. Me preguntó si quería masajes. “Podemos usar el gel de tu vieja”, me dijo. Le contesté que no, pero no me escuchó. Enseguida lo tenía en mis espaldas. Había sacado las sábanas que me tapaban y me había subido la remera. Me bajó el pantalón y la bombacha hasta las rodillas. El primer escalofrío lo sentí cuando puso ese gel sobre mi espalda. Me quedé inmóvil. Pero después giré mi cabeza a la derecha y lo vi.
El arduo proceso judicial y también emocional finalmente “se acabó”, como titula López Peiró el texto publicado en El País.
“Condenar a Claudio Marcelino Sarlo como autor penalmente responsable de los delitos de abuso sexual gravemente ultrajante agravado por resultar el autor encargado de la guarda y por haber sido cometido contra una menor de 18 años aprovechando la situación de convivencia preexistente con la misma, en forma reiterada, (...) a la pena de 10 años de prisión (...) con la prohibición de mantener contacto con la víctima”, cita López Peiró de la sentencia judicial que acaba de dictarse.
Hoy, este punto final -que llegó, no sin un descomunal esfuerzo, después de partir a su familia en dos, después de 15 años de terapia (”¡la mitad de mi vida!”, aclara), después de “declaraciones, pericias psicológicas, viajes de ida y vuelta a comisarías, fiscalías, tribunales de la nación y un pueblo encubriendo al abusador”-, significa un nuevo comienzo para Belén López Peiró, tanto para su vida como para su obra.
Aunque sus dos primeros libros abordaron con minucia su abuso, ella ya está lista para dar vuelta la página: “Yo a partir de ahora me dedico a escribir otra cosa”, dice, y lo que sigue es un punto final estruendoso.
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