Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler hicieron pública la ruptura de la relación sentimental que mantenían desde mayo de 2015. Se habían conocido en 1986, durante una entrevista para la revista ¡Hola!, pero en aquel entonces ambos tenían pareja: él estaba casado desde 1965 con Patricia Vargas Llosa, la madre de sus tres hijos, y ella estaba planificando su matrimonio con Miguel Boyer, ministro de Economía y Hacienda de España durante el primer gobierno de Felipe González.
La reciente separación vuelve sobre la clásica discusión literaria que plantea si es posible identificar las huellas de la experiencia vital de los autores en las obras de ficción o si, por el contrario, los textos deberían leerse independientemente de la biografía. En los últimos años, esta polémica ha renovado su vigencia, por ejemplo, con la publicación de la saga Mi lucha, del noruego Karl Ove Knausgaard, que defiende el derecho a contar sus vivencias personales. Y volvió a cobrar actualidad durante 2022, cuando la francesa Annie Ernaux obtuvo el Premio Nobel de Literatura con una obra mayormente autobiográfica que narra, entre otras historias, los detalles de un aborto clandestino y la violencia de su padre.
En las antípodas, otras posturas consideran que narrar la propia vida carece de todo mérito literario y prefieren establecer una prudencial distancia entre biografía y ficción. Sin embargo, no puede negarse que algunas piezas cobran especial significancia a la luz de determinados acontecimientos de la vida de sus autores y autoras. “Para mí, de otra época, la vida sin bibliotecas es una vida muerta” –afirma el anciano narrador de Los vientos, el relato que Vargas Llosa escribía a fines de 2020, a sus 84 años, y publicaba en 2021 en la revista literaria Letras Libres-. Para el personaje, la relación entre la vida y la literatura se ubica en el espacio preciso que reúne los libros, sugiriendo que la vitalidad, ligada a la idea de sentido, proviene de sus páginas.
Con los achaques de una edad indefinida pero avanzada, el personaje de Los vientos se pierde en una Madrid distópica donde ya no existen cines ni bibliotecas, desplazados por películas y textos accesibles desde pantallas que pueden reproducir todo tipo de información, pero que no reemplazan la experiencia del aquí y ahora: “Ya casi no voy al teatro ni a la ópera, pese a lo mucho que antes me gustaban –se queja–. Precisamente por eso no voy. Porque ahora se han vuelto también una astracanada, un pretexto para usar las pantallitas, como todo en este mundo electrónico y digital en que hemos venido a parar gracias al progreso.”
Mientras intenta encontrar su casa, cuya dirección ha olvidado, el personaje va repasando interiormente los pocos recuerdos que aún conserva y que procede a contrastar, empleando las exageraciones propias de la ficción, con las tendencias actuales más predominantes. El relato recorre así las defensas extremas del veganismo y de una sociedad paper free (donde no hay papel), las discusiones por los derechos de los animales, la extendida prohibición de fumar y el desinterés de algunos jóvenes por el sexo; tendencias que compara con las experiencias que el protagonista ha transitado durante un siglo XX: dietas altas en colesterol, revolución sexual y ninguna duda sobre exterminar roedores e insectos molestos mientras se prendía el próximo cigarrillo con la colilla aún encendida del anterior. En su deambular desorientado y plagado de flatulencias (de ahí, el título), el personaje describe el mismo barrio céntrico de Madrid donde Vargas Llosa se instaló en junio, meses antes del anuncio oficial de la ruptura con Preysler (aunque luego volvió con ella), e incluso menciona una dificultad del personaje para subir la escalera hacia su vivienda, similar a la que sufre el escritor.
“un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí”. De “Los vientos”
En este contexto, el protagonista se lamenta por la decisión que lo llevó a la separación de Carmencita, su mujer de muchos años: “Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena. Ella nunca me perdonó, por supuesto, jamás pude amistarme con ella, y, para colmo, Carmencita se casó con Roberto Sanabria, mi mejor amigo hasta entonces.”
En este punto, cabe preguntarse si ficción y realidad se superponen una vez más y si el autor se arrepiente acaso del divorcio que puso fin a su matrimonio en 2015, poco antes de anunciar públicamente su por entonces nueva relación . “Es el único episodio de mi remoto pasado que mi memoria no ha olvidado y que me atormenta todavía. Todas las noches, antes de dormir, pienso en Carmencita y le pido perdón. Ella no lo sabe, por supuesto, a no ser que haya otra vida después de esta y los muertos se entretengan espiándonos a los vivos. Nunca más volví a verla, y solo muchos años después de ocurrido me enteré del accidente en el que había perdido la vida”. El personaje de Carmencita se basa seguramente en Patricia, su compañera durante los cincuenta años que abarcaron su ascenso durante el llamado Boom Latinoamericano y el Premio Nobel de Literatura que lo consagró en 2010.
En 2020, mientras el escritor parecía convivir armoniosamente con Preysler en su residencia de Puerta de Hierro, su relato Los vientos describía la relación con la mujer por la que había abandonado a su compañera de tanto tiempo como un mero capricho: “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz”.
Unos meses después, en la vida real, Isabel decidía veranear en las Islas Maldivas en lugar de acompañar a Vargas Llosa al último congreso literario sobre su obra en la ciudad de Florencia. Tampoco asistió al estreno de un montaje de Los cuentos de la peste en Catania, Sicilia, su obra de teatro basada en El Decameron de Bocaccio. Mientras circulaban rumores acerca de celos infundados que desataron la ruptura de la pareja, en el círculo del escritor hablan más bien de sus discrepancias en cuanto a intereses y estilos de vida, la falta de planes en común. “Eran incompatibles. A él le interesa la cultura y a ella el espectáculo. Hay un abismo entre ambos”. También mencionaban que él “ya parecía sentirse incómodo viendo su imagen convertida en un adorno, en un reclamo para fiestas, eventos y hasta para el documental de la hija de Isabel, Tamara Falcó”.
El narrador arrepentido de Los vientos sigue reprochándose, describiendo aquella relación como “un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. ¿Por qué sigo diciendo ‘pichula’, algo que no dice nadie en España? La fuerza de la costumbre, por supuesto. Abandonar a Carmencita es un episodio que me atormenta todavía. Nunca más volví a verla y solo mucho después de ocurrido supe que había perdido la vida atropellada por un auto”.
Por supuesto, a pesar de dar cuenta de sentimientos basados, en mayor o menor medida, en hechos reales, las licencias de la ficción distancian al relato ficcional de los acontecimientos reales. A diferencia de Carmencita, Patricia no solo sigue viva, sino que se define hoy como “una alegre divorciada” y asegura que se había enterado de la separación de su exmarido dos semanas antes del anuncio de la noticia en los medios.
Seguir leyendo