La escritora y académica estadounidense Joanna Russ es considerada una de las pioneras de la ciencia ficción feminista, a la par de la también estadounidense Ursula K. Le Guin, sobre todo a partir de su novela Picnic en el paraíso, que escribió mucho antes del ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres, rescatado y editado recientemente en Argentina, en el que la ensayista pondera las genealogías de las escritoras como forma de contextualizar y repensar la identidad en un mundo en el que las tradiciones literarias parecían prescindir de ellas.
Publicado por los sellos Barret y Dos Bigotes, el libro cuenta con la traducción de la escritora y poeta Gloria Fortún y un prólogo de la editora y fundadora de las revistas Bookslut y Spolia, Jessa Crispin, que potencia y complejiza los planteos de Russ desde el presente, un período con diferencias marcadas en relación al contexto en el que fue escrito este ensayo.
Crispin dice que desde el año en que se publicó originalmente, 1983, al presente “algunas cosas han mejorado” y cita como ejemplo que la proporción de firmas en relación a sexo y raza han mejorado pero advierte que, sin embargo, “los hombres blancos siendo los expertos”.
En esas páginas, la editora y autora cuestiona que Russ, y otras escritoras como ella, no hayan sido identificadas de manera integrada, esto es, no se hayan establecido sus influencias, no hayan sido ubicadas en una tradición.
“Cuando se entierra la memoria de nuestras predecesoras, se asume que no había ninguna y cada generación de mujeres cree enfrentarse a la carga de hacerlo todo por primera vez. Y si nadie lo había hecho antes, si ninguna mujer había sido antes esa criatura socialmente sagrada, ‘una gran escritora’, ¿por qué pensamos que ahora sí que vamos a poder tener éxito?”, se pregunta Russ en el capítulo “Falta de modelos a seguir”.
Este primer libro suyo traducido al español es una forma de acercarse a la obra de una autora nacida en El Bronx, con padres docentes, que estudió literatura, se graduó en la Universidad Cornell y ejerció con pasión como profesora de literatura inglesa en otra universidad como la de Washignton.
De hecho, este libro, publicado 15 años después de su primera novela, está dedicado a sus estudiantes. La actividad docente está referenciada a lo largo de los capítulos, como si entre la escritura de la ficción y este ensayo, el aula hubiese sido un espacio privilegiado de pensamiento, para trazar líneas de continuidad, rupturas y conjeturas acerca de la forma en la que se narra la ficción.
Obsesionada por marcar la importancia de la difusión de autoras mujeres, Russ escribe: “Sin modelos a seguir, es difícil ponerse manos a la obra; sin un contexto, es difícil hacer una valoración; sin colegas, es casi imposible alzar la voz”.
La ganadora de los premios Nébula a mejor relato corto en 1972 por “When it changed” (”Cuando cambió”) y del Hugo a mejor novela corta en 1983 por Alma, sostiene esta advertencia en datos como el que presenta acerca de que a pesar de que las mujeres escribieron de uno a dos tercios de las novelas publicadas en inglés en el siglo XVIII y de que dominan ciertos géneros como las novelas detectivescas o el gótico moderno, no son impulsadas a la escritura como práctica central y laboral.
En ese mapa de autoras que construye en su ensayo, Russ da cuenta del lugar que ocupaban las tareas de cuidado para Emily Dickinson que tuvo que cuidar de su madre durante una enfermedad terminal y el dinero que tenía era porque se lo tenía que pedir al padre para comprar libros; o Marian Evans, que escribiría con el seudónimo de George Eliot y, a sus 20 años, tuvo que abocarse a cuidar al padre y encargarse de la casa.
Además recupera lo que contaba la hija y biógrafa de Marie Curie, Eve, quien describía cómo su madre se ocupaba de la tareas de limpieza, las compras, la cocina y el cuidado de sus hijas sin compartir esas responsabilidades con su marido Pierre Curie.
Si el título del libro, Cómo acabar con la escritura de las mujeres, puede presentarlo como un manual, los títulos de los capítulos pueden leerse siguiendo esa lógica, ya que parecen enumerar esos problemas que la autora identificó para diagramar su trabajo. Así aparecen uno a uno titulados: “Prohibiciones”, “Mala fe”, “Negación de autoría”, “Contaminación de autoría”, “El doble rasero del contenido”, “Falsa categorización”, “Aislamiento”, “Anomalía”, “Falta de modelos a seguir”, “Reacciones”, “Estética”.
Russ, autora también de la novela El hombre hembra, que puede leerse como una novela de viajes entre distintas realidades, es directa y no se escabulle en sus planteos, con sutileza de lectora fina y perspicaz afirma, por ejemplo, cómo se ponen en marcha categorizaciones a la hora de hablar de obras de mujeres: “Los testimonios masculinos sobre intensas experiencias autobiográficas no suelen despreciarse mediante el calificativo de ‘confesionales’”, advierte.
Y los contrapone a cómo “el arte femenino así etiquetado se describe como ‘confesional’ debido a la naturaleza de la experiencia (no solamente por su femineidad): la furia de Sylvia Plath, la locura de Anne Sexton y el lesbianismo de Kate Millett son ‘confesionales’”.
Autora de una obra de ciencia ficción, fantasía y crítica literaria, militante feminista y docente, Russ fue una de las primeras en desafiar el campo de la ciencia ficción, poblado de escritores varones en los 60, y además se la reconoce como una de las primeras escritoras de ficción en incursionar en el slash (género del fanfiction de temática homosexual) y sus implicaciones culturales y literarias.
Como dice Crispin en el prólogo, lo que hizo en su exploración crítica Russ fue “tratar de averiguar cómo podemos conocernos verdaderamente unos a otros: cómo podemos traspasar esa línea de ver lo individual a ver la humanidad que compartimos”.
Fuente: Télam S.E.
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