En 2015, Senderos Editores, un sello colombiano dirigido por el matemático y artista plástico Mario Torres Duarte, posó su atención en un narrador oral, no un escritor, alguien que, en lugar de escribir, recitaba sus historias. La idea original era recopilar su trabajo en un libro, ese mismo que se había estado gestando en pequeños teatros improvisados de la capital del país, en eventos de cuentería, plazas, universidades y colegios, durante varios años.
Para fortuna del editor, lo de trasladar las historias al papel ya estaba siendo adelantado por el autor; de hecho, el germen de todos los relatos era escrito, más no oral.
El bogotano Freddy Ayala Herrera, quien además es profesor universitario y máster en literatura, ha reconocido que su ingreso a la narración oral, por allá en 1999, la cual le ha permitido viajar a distintos países de Latinoamérica para contar sus historias, tiene todo que ver con el escritor colombiano Jairo Aníbal Niño, quien fue vital para su acercamiento a los libros y las historias orales.
Ayala Herrera se ha presentado en escenarios de Costa Rica, México, Paraguay, Bolivia, entre otros países. Ha participado en ediciones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, el Festival Internacional de las Artes en Costa Rica, y el Festival de Oralidad de Paraguay, así como en el III Congreso Iberoamericano de Estudios sobre Oralidad, en la Ciudad de México, y otros eventos culturales y académicos a nivel continental.
En 2009, fue el ganador del Proyecto Bogotá de Cuento con ‘El Semáforo’; en 2013 supo ganar el primer lugar de la Batalla de Cuenteros Redbull, y obtuvo el premio de Crítica en Narración Oral IDARTES-CHAQUEN 2014.
Al interior de las páginas de “Lo sentimos, los lunes no hay función”, el autor recopila y cristaliza su obra de narrativa oral. Son alrededor de 116, compuestas por un prólogo, siete relatos, como siete los años desde su publicación, de los cuales cinco son obras de narración oral, y un inserto con afiches y fotografías.
Quien lo haya visto en escena al colombiano, podrá dar cuenta de que los textos en este libro se leen tal cual como él los ha interpretado. Casi que el lector los abordará con su propia voz e, incluso, sus gestos. Entonces, en ‘El beso (La pared)’, estiraremos la boca, como imitando la acción, en el momento justo, y lloraremos la pérdida del primer amor; en ‘La gallina y yo’, nos sentiremos acogidos por la tristeza del niño y muy cerca de nosotros estará el calor del ave cuyo final está más que declarado desde el inicio; y en ‘El Semáforo’, no pararemos de reír, lo mismo que con ‘El perro y la laguna’.
“Esta obra, la de Freddy, es para contenerse en ella, en cada avenida que ha atravesado (...) desde que se empieza a leer este libro, que tiene el misticismo envidiado de haber sido leído por tantos oídos y miradas antes de su imprenta, que lleva consigo las emociones a cuestas, la melodía pagada en las paredes y que descuelga como avalancha de los techos empapados de sus historias, que lleva el repudio, la risa, el asombro, la melancolía, el asco, la rabia de la gente, ya lo usurparon, está manoseado (...) aquí hay que decirle a la imaginación que escoja asiento en primera fila porque hoy no es lunes, hoy mientras el narrador, el actor, el escritor, bueno, todos ellos, bueno, él solo, Freddy, empieza la hazaña con elocuencia, la función, la narración, la comedia, el cuento” - del prólogo de Wilmar Martínez Cuervo.
El acierto de este libro radica en que, pese a tratarse de un documento escrito, el autor, y tampoco el editor, atentan en ningún momento contra lo oral. Se mantiene el registro, la voz, la gestualidad. Esa es, probablemente, una de las proezas de la narración de Ayala Herrera, que cuenta como escribe, y al revés.
Dice Luis Liévano Keshava que durante más de catorce años, Ayala Herrera “ha podido consolidar una propuesta escénica eficiente y textualmente enriquecedora, contemporánea, aguda e ingeniosa que va más allá de los chistes alargados y los lugares comunes que pululan a veces por los escenarios de la cuentería (...) Este platillo que deleita hasta los oídos más necios, nos deja además una Moraleja nada pendeja... Todo poeta debe tener un lápiz y una hoja”.
Han pasado los años y el libro, su propuesta, sigue vigente. Otros lo imitan, intentan hacer lo de él, pero Freddy Ayala Herrera solo hay uno. Un día, quizá, alguien se lo encuentre por las calles y le grite “yo lo vi, yo lo vi”, le alargue su ejemplar de “Lo sentimos, los lunes no hay función” y le pregunte si, en realidad, se atrevió a besar la pared para sentir más cerca a la niña al otro lado de ella.
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