Mario Bellatin ataca de nuevo: “La cultura te limpia y te primermundiza”

El autor mexicano reniega del mercado y analiza con dureza las becas de los gobiernos a los escritores. Volvió a escribir a máquina y cree que eso es como “tocar un piano de verdad”.

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Mario Bellatin en la feria Edita, de La Plata. ( Feria Edita)
Mario Bellatin en la feria Edita, de La Plata. ( Feria Edita)

En el patio de comidas sonaban los éxitos de los 80: Sweet child of mine, Take on me, Every Breath you take. Todos los mostradores tenían banderas celestes y blancas y en la mayoría de los televisores se ven imágenes del Mundial. Goles, atajadas, festejos, hinchadas, colores en las tribunas. Fue el sábado 3 de diciembre, horas antes de que la Argentina enfrentara a Australia. Casi no se hablaba de otra cosa. Casi.

En el boulevard, unas cien editoriales independientes convocadas por la Feria Edita se acomodaban en filas repitiendo a escala el orden prolijo de la ciudad: Alto Pogo, Club Hem, Compañía Naviera, Galerna, Marciana, Odelia, un largo etcétera. Literatura, poesía y ensayo. Los libros ganabann la calle. La primera mañana fue lenta, decían. Se vendió poco, pero se vendió.

La feria había programado un fin de semana de actividades con escritores y artistas, y, entre los más destacados, estaba este hombre que ahora camina entre las mesas. Tiene un perfil bajísimo, usa un sombrero blanco para hacerle frente al sol de más de 32 grados, la camisa abrochada hasta el último botón y un reloj pulsera de colores tan estridentes como la música que retumba con un bombo en negras. Se llama Mario Bellatin y es uno de los escritores latinoamericanos más importantes de, por lo menos, los últimos treinta años. De hecho, ese es el número que toma la Feria para hacer una retrospectiva de su obra.

“Todos sus libros” que son, en realidad, un único libro. O por lo menos es lo que dice ahora, sentado frente a un café, en diálogo con Infobae Leamos. “Mi idea”, dice, “es seguir escribiendo un solo libro que crezca y crezca hasta que ya no siga creciendo porque me morí”.

Ese libro, entonces, estará compuesto por Salón de belleza, El jardín de la señora Murakami, Jacobo el mutante, El gran vidrio, Condición de las flores, Los fantasmas del masajista, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, El libro, la mola, el monstruo, El palacio, tantísimos otros.

Bellatin se queja del volumen de la música y pregunta con gran amabilidad si no sería mejor cambiar de lugar porque después el audio de la grabación va a quedar empastado con los gritos y los solos de guitarra. “En qué momento tuvimos que llenar el vacío con música”, dice.

Alguna vez dijo que la escritura era una maldición. ¿Sigue pensando así?

—Sí, pero en el sentido de que es algo de lo que no puedes huir, no en el término de que me haya caído una maldición encima. Ahora, que estoy trabajando con lenguas indígenas en México, me doy cuenta de que el castellano, con su binarismo, es terrible. La escritura no es un sufrimiento ni tampoco es una felicidad. Es un cuerpo raro que contiene sufrimiento, placer, felicidad, deber, contiene una serie de cosas. Pero curiosamente con uno de los últimos libros, con Kafkafarabeuf sucedió algo y pude resolver un nudo que tiene que ver con esta cosa del calvario y el sufrimiento: ya no me importa llevarlo, y para eso me ayudó volver a mi máquina de escribir de niño.

¿Escribía a máquina y no a mano?

—Sí, y creo que justamente una de las razones por las cuales escribo es que ver mi palabra, verme a mí mismo en letra de molde, me daba importancia. Veía lo que había escrito —sin importar lo que dijera— y era como una revelación. Esa máquina es el objeto más valioso que tengo. Una máquina del año 15 que no podría reemplazar.

La máquina de escribir y su recuperación del tiempo.
La máquina de escribir y su recuperación del tiempo.

El fetichismo del escritor.

—Un fetichismo mágico, pero me doy cuenta de que esa máquina es una caja máxima de mundos imaginarios. Gracias a esa máquina de escribir, ahora me gusta no hacer nada, mirar el techo, salir, que pasen las horas. Me acerco a la escritura con la máquina y de pronto el texto se cierra sin proponérmelo. Porque, además, tengo que pensarlo porque sé que no voy a corregir. No tengo liquid paper, no uso papel carbón. La máxima licencia que me puedo dar es tachar con unas equis alguna palabra que me parezca espantosa. En la computadora cambiabas las palabras, pero aquí no. Aquí tiene que salir lo que tiene que salir. Para usar una imagen común, es como un funámbulo en la cuerda floja. En la máquina de escribir no tienes malla, pero cuando escribes en computadora sí la tienes. Aquí es el impulso sin malla, y no tienes que volver a leerlo. Lo que salió, salió.

Cuando empieza a escribir un libro, ¿tiene confianza en que lo va a terminar?

—Sí, claro, porque lo que hago son textos que en cierto momento edito para que cobren un sentido a la fuerza. Si no lo tienen, lo tendrán que tener.

César Aira dice que la tarea del escritor es resolver los problemas a medida que se le presentan.

—Totalmente de acuerdo, pero es en milésimas de segundo. Hay muchos mitos sobre que la máquina es lenta. Lo voy resolviendo mentalmente, ni siquiera cuando escribo. Es en el cerebro. Con la máquina me acerco a la escritura como si me acercara a hacer una sesión de yoga o de meditación. Una hora: lo que dura escribir una hoja y ya. A diferencia de las doce horas, o a veces más, que era como una especie de enfermedad. Ahora es como si hicieras una práctica ritual de una hora máximo y ya te liberaste. Me siento como si fuera un pianista que pasa del organito de la computadora a un piano de verdad.

“Con la máquina me acerco a la escritura como si me acercara a hacer una sesión de yoga o de meditación”

Al revisar sus textos, uno encuentra ciertas recurrencias. Por ejemplo, el fantasma. ¿Qué tiene el fantasma que lo atrae tanto?

—Es como la escritura. De alguna manera tiene una no corporeidad, y esa capacidad de estar y no estar al mismo tiempo. Cuando leo un texto —mío o de otro— me pregunto si tiene o no tiene fantasma.

¿La literatura es un fantasma?

—La escritura. La literatura no. No se qué es la literatura. De alguna manera, es esa maquinaria que se establece y se arma y va cambiando según las modas y el mercado, según a donde lleve el momento. De alguna forma es lo que encuentras en la mesa de novedades. Y en las listas famosas. Ahí encuentras lo adocenado, lo comestible, lo que se puede entender. Mientras más literatura haya, mientras más ferias entendidas como fenómeno editorial, más masificación y la estandarización. La literatura se aleja de la escritura, deja de ser fantasma. No hay nada peor que un libro que dice lo que dice, que no tiene fantasma.

Con esta respuesta tengo que preguntarle por la relación entre el mercado y la escritura. Finalmente, es gracias a esta feria que visita la Argentina.

—Pero yo me salí del mercado hace tiempo. Hablamos de feria, pero hay que especificar: esta es una feria del libro independiente en La Plata. Acabo de estar en la Feria de Huancayo, que es una ciudad andina. Y siempre trato de romper casi de inmediato el cordón que de los organizadores e irme. En la Feria del Libro de Dominicana rompí todos los protocolos y me fui con amigos que viven en la miseria más absoluta. Y de pronto ahí encuentro algo que no está en ninguna parte, como es un neobarroquismo vivo. Si me dices que el libro que publiqué en Club Hem es el mercado, estamos en un lugar raro. Además, yo no recibo dinero de estos libros. Yo quiero vivir una utopía. Quiero sostenerme más fuertemente en la utopía. Hago como que el dinero no existe. No quiero entrar en el sistema.

“Hago como que el dinero no existe. No quiero entrar en el sistema”

¿Sigue escribiendo sin usar diálogos?

—No he llegado al diálogo desde que empecé a escribir en serio.

¿Cuándo empezó a escribir en serio?

—Cuando viví en Cuba. Lo que pasa es que en los países capitalistas —y no estoy defendiendo al socialismo—, ser escritor es algo que tienes que ganarte. Por eso la desesperación por publicar. Porque mientras no publicas o no sales en el periódico, eres casi lo mismo que un homeless. Ni siquiera eres el primo pianista, porque, aunque él tampoco produzca económicamente nada, tiene una virtud. Pero tú, que trabajas con algo que es de todos como es el lenguaje, necesitas que una institución capitalista te valide. “A mi hijo lo invitaron a la Feria”: la mamá más reticente se lo va a decir a las vecinas y tú pasas de ser el loco ocioso a ser el que está en la Feria del Libro de Buenos Aires. En el sistema socialista, aunque al final en Cuba los metan a presos por la libertad de expresión, está contemplado el artista. Así fue que decidí escribir por fuera de todas las cosas.

Usted también estuvo vinculado con un programa de becas del Estado, pero también de ahí se fue. ¿Por qué?

—Me di cuenta que mucha gente piensa que las becas son de cooptación para que no critiques al Estado, pero es un error: el punto es promocionarse como Estado. Además, siempre los becados son personas de buen ver: saben idiomas, saben quién es Baudelaire, quedan bien en Documenta y Kassel, no hacen el ridículo. Se busca formar ese ejército para que desde fuera se diga: “Guau, si estos son los poetas, cómo será el país”. Lo hacen para meter la basura abajo de la alfombra. Así funciona el neoliberalismo. Chile, que se jactaba de ser el laboratorio de los Chicago Boys, de pronto empezó a dar becas exorbitantes. Por qué, si la primera regla de ese sistema es que lo que no se regula en el mercado desaparece. Lo que necesitaban no era ayudar a los artistas, sino tener una legitimación de pintores y autores. La cultura te limpia y te primermundiza.

Quién es Mario Bellatin

♦ Nació en México en 1960.

♦ Cuando tenía 4 años la familia se fue a Perú.

♦ Allí estudió Teología y Ciencias de la Comunicación.

♦ En 1986 publicó su primera novela, Mujeres de sal.

♦ Estudió Guión en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

♦ En 1995 volvió a México.

♦ Se destacó por su novela Salón de belleza.

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