Para cuando Jaime Arracó publicó “Una persona perfecta”, otro título de novela suyo circulaba ya en librerías y pocos ejemplares de aquella crónica literaria que trabajó en 2011 se encontraban entre las estanterías. Su nombre tan solo era conocido por algunos dentro del nicho, y aun al interior del círculo literario bogotano, su trabajo no había sido recepcionado en totalidad. Faltaba una cosa: su novela más luminosa.
Fue con “Los años queman” que el escritor español entró en el panorama literario colombiano. De la mano de Rey Naranjo Editores, su nombre ganó presencia con su primer trabajo de ficción. Antes ya había publicado “Creencias de un reconquistador”, pero muchos lectores no acogió. Era el libro iniciático de un autor extranjero en tierra desconocida.
En 2019 apareció “Una persona perfecta”, de la mano del grupo Planeta, a través de su sello Seix Barral, y con ella, la apertura de Arracó. De repente, no tanto por el respaldo de la editorial en sí, consiguió más lectores. ¿La razón? La novela en sí misma, el mérito de haber escrito una pieza de alta factura literaria.
En alrededor de 151 páginas, el autor español cuenta la historia del joven Saturnino Freixa Santcliment. Hace poco le han diagnosticado esquizofrenia y recién ha llegado a la mayoría de edad. Sin planearlo, su vida cambia para siempre en un momento impensado.
Saturnino es quien narra, les da la mano a los lectores y los conduce al interior de su cabeza. Nos cuenta su vida, los episodios de su infancia y lo que vive en el presente. Todos son fragmentos, así funciona su mente.
Su padre no le permitía ser cuando era niño. Era opresivo con él. Si reía, tenía que hacerlo de determinada manera, lo mismo si lloraba. No podía hacerlo en frente de otros. Su madre fue más ausencia que presencia. Sus amigos lo ayudaron a llenar los vacíos. Pronto se vio volcado a las drogas. Mejor era sentir necesidad de una sustancia que dolor en lo profundo del alma.
A Saturnino le duele su vida. Se le fractura de a poco, pero igual deberá sobreponerse, buscar su camino, a merced de su condición. A sus dieciocho años tendrá que ver cómo hará para enfrentarse a sus demonios y descubrir lo que yace en su cabeza y en su corazón.
“(…) ¿Qué quieres, Saturnino? Has hecho todo lo posible para ser quien eres ahora. Has mentido, te has mentido, al principio por no hablar y después -mentiras que ya dan igual- por hablar de otras cosas, por hablar como si fueras otra persona, una persona que te hubiera gustado ser. Ese que quieres ser te persigue para matarte, es él, son ellos, no es nadie más. Es un director de cine de Los Ángeles, es un lobista de Ciudad de México. Es cualquier persona que tenga una vida que no encuentre ninguna equivalencia ni interna ni externa, ni de forma ni de fondo, con tu presencia humana. Es el niño que no pudiste ser” (p. 86).
Han pasado tres años desde que la novela de Arracó se publicó. Dos años desde que Saturnino se nos cruzó por el camino. Difícil ha sido olvidarlo, y es que, ¿quién quisiera hacerlo?
Una vez Anthony Pulgarín, el librero paisa, dijo que Saturnino es nuestro eje, nuestro hombre en esta historia, que nos da lo que necesitamos como lectores, nos deja cansados, golpeados. Nos recuerda que estamos vivos.
Uno de los aciertos más grandes del autor en este libro es conseguir eso, justamente, que la suya sea una con la voz de Saturnino. En estas páginas, lo dice el escritor Gonzalo Mallarino, el español ”(…) encontró la certeza del lenguaje y la flexibilidad del estilo literario para llevarnos hasta la angustia y la inclemencia”. Sus palabras, sus pensamientos, sus recuerdos, se funden con la esencia del personaje. De entrada, el joven está al mismo nivel que nosotros, o al revés. Todos, en últimas, somos él.
Esta es una novela sobre la diferencia, el amor y las vidas que se quiebran. No es un testimonio sobre un problema mental, ni habla propiamente sobre la enfermedad, pero sí reflexiona alrededor de los estigmas que surgen en el camino. Aquí yace una historia sobre la dureza del que es otro al margen de sí mismo, y al tiempo, habla de lo que somos, de lo mucho que buscamos sentirnos “normales” al interior de una sociedad, del anhelo tremendo que todos tenemos por gritar a los cuatro vientos que, sin importar lo que hagamos, cómo nos veamos, somos una persona normal.
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