Roberto Fontanarrosa fue, es y seguirá siendo, por sobre todas las cosas, fútbol. El humorista gráfico, dibujante, guionista, historietista y escritor argentino tuvo una vida y una obra atravesadas por este deporte cuya pasión supo representar a la perfección, al punto de ser uno de los grandes responsables (no deportistas) de moldear el imaginario futbolístico de más de una generación de hinchas.
Como escritor, Fontanarrosa publicó varios libros de todo tipo impulsado por su pasión por la pelota, con particular predilección por los cuentos, como los que aparecen en Los trenes matan a los autos y Una lección de vida. Pero este año, la editorial Planeta -como parte de su Biblioteca Fontanarrosa- reunió por primera vez todos los cuentos del autor relacionados al fútbol en un mismo libro.
En Puro fútbol, la pasión canalla del “Negro” Fontanarrosa, sumada a su dominio de la jerga futbolística y de los estereotipos de los hinchas y de los periodistas deportivos, dan como resultado una compilación imperdible que incluye joyas como el cuento en el que predijo el VAR, relatos de penales en primera persona (que estremecen y emocionan a la vez), escenas de violencia policial contra las hinchadas y, más que nada, un amor alocado y desmedido por esa fuente de alegría que es el fútbol.
“Puro fútbol” (cuentos)
“La barrera”
Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno.
Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto.
Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo.
Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante esta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo.
Sonó el silbato. Habrá que pegarle de interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento.
¡Tiró Tornino...! Y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá... sí la guardo... está bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.
La pena máxima
Cuando vi que caía el Pato lo pedí, lo pedimos todos, por un momento pensé que no lo daba, pero era clarito, lo cruzó con la gamba casi en el muslo y el Pato se iba, porque se iba el Pato (¡Penal! ¡Penal! ¡Lo dio! ¡Lo dio! ¡Lo dio, Chancha, lo dio, penal! ¡Penal!), cuando vi que lo daba yo salí rajando como loco para cualquier lado, se lo grité a la tribuna, el Sapo se me tiró encima y me gritaba ¡ahora Nene, ahora! (¡Lo dio, Chancha, lo dio!), yo ¿viste cómo está uno?, andaba medio boludo porque parecía que tenía toda la hinchada metida en el balero, para colmo el Dapeña ese me había estrolado con tuti un poco antes y no entendía nada, sé que ellos le chillaban al referí en el área, que caían naranjas (¡Lloren ahora, lloren!, ¿qué mierda quieren?), en eso viene el Tubo y me dice “Tranquilo, flaco, vo’tranquilo, no te calentés” y fue cuando me di cuenta.
Te juro, Chacho, que se me formó en la panza, acá, una pelota ¿viste?, una pelota dura, qué jodido, recién caía, me agarró un cagazo de golpe como esa vez que casi me amasija el micro, ¿te acordás?, uy, Dios mío, qué cagazo (¿Quién lo tira? ¿Quién lo tira?), te juro que sentía las gambas como de barro y digo yo me quedo en el molde, por ahí ni se acuerdan, por ahí se lo dan al Mono como se lo daban siempre, pero el Mono lo erró con Chacarita y no quiere lolas, yo lo miro y lo veo parado casi en la mitá de cancha diciendo que no con el balero (¡Que no se lo den al Mono porque lo manda afuera! ¡Pateálo vo, pendejo! ¡El Mono no que lo erra! ¡El Mono no!).
Gran puta, te juro que hubiera querido no haber pedido en la perra vida patear penales y para colmo en las prácticas los embocaba todos. (Ya casi no hay protestas y veremos quién ejecuta la pena máxima), yo pensaba si lo erro me muero, me caigo muerto al piso, no salgo de la cancha, no vuelvo a casa, ¿para qué?, me acordé del Viejo, estaría más julepeado que yo y agarro y digo no lo pateo, que lo patee otro, yo lo erro, que se queme otro y por ahí pasa el Beto, que ya me había cargado todo el partido y me jode “guarda pibe, no lo vayas a tirar afuera” me dice (continúan las conferencias con el juez, Mainardi ya está entre los tres palos) y además pensé lo que yo le había dicho el otro día al Mono, “Mono, no seas boludo, ¿cómo te vas a arrugar por errar un penal, metéle carajo”, fijate, yo al Mono, que siempre fue el que me aconsejaba en tercera “hacé esto, Ricardito”, “cuidate, Ricardito”, yo le decía porque me daba bronca que aflojara así, para mí el Mono es un especie de ídolo ¿viste?, cacé la pelota que ya estaba colocada (Garbelli —Muñoz— Garbelli será el encargado) y me pareció que se había callado todo el mundo (¡El pibe, vamo pibe, viejo, vamo, mandálo adentro!) mirá cuando miré al arco, Mainardi, hijo de una gran puta, se reía, me miraba y se reía, digo no pienso más, pienso solamente en el tiro (Garbelli está ya frente al balón, tranquilo el golquiper), se lo pongo a rastrón a la ratonera, lo fusilo arriba ¿y si se me va alto? (gol pibe, gol, Dios mío hacelo).
¿Usted lo patea? me dice el referí y quién va a ser boludo hubiera dicho cuando el pito me reventó en el oído como un balazo (¡Toma carrera Garbelli!). Corrí dos pasos (¡Goo...!) y le puse un bombazo... (¡Tiróoo...!) te juro que ni vi cuando levantó la red, te juro, Chacho, te juro.
Betito
No, el Betito no. Cualquier otro que me digás sí, pero el Betito no. Que era quilombero sí, pero como todos. Le gustaba joder, le gustaba ¿viste? cantar, gritar, porque si no ¿pa’qué diablos vas a ir a la cancha? Pero no era un tipo como el Tato por ejemplo, el Tato é un loco, porque é loco el Tato, tá mal del bocho y yo siempre se lo digo, Tato, algún día te van a poné una quema y te van a hacé cagá, yo se lo digo.
El Tato o el mismo Cabezón, viejo el Cabezón va a la cancha y te lleva el inflador o te lleva una cadena, cuando no va con la honda. Ademá, ¡la puntería que tiene el guacho!, un día, un partido con Lanú me acuerdo, lo fajó en el bocho a un lineman que casi lo amasija, y el loco estaba lejo te digo, no era que le tiró al lao del alambrao, estaba bien lejo.
Pero el Betito no, el Betito venía con nosotros y armaba lío, tiraba bombas, bailaba... ah, eso sí, ¡cómo le gustaba bailar al desgraciado! era un... qué sé yo... un firulete el loco... se retorcía... saltaba... una goma el loco... me acuerdo una vez después de un partido contra Estudiante, nos fuimo desde la lancha hasta el centro caminando, a pata, meta conga conga conga... ¿Viste? cantando... conga conga conga... y el Betito, mirá no te miento, desde que salimo hasta que llegamo ¡bailando!, de no creerlo viejo, agarrado a la bandera, no dejó de bailar un minuto y decí que yo despué me trepé a una chatita y me piré a las casas y no lo vi má, pero vaya saber hasta cuándo siguió bailando.
Pero te digo, el Betito no te iba a tirá una botella, ni un hondazo ni te iba a afaná algo cuando íbamo a Buenosaire ni nada deso. Te digo más, la última vez que fuimo a cancha de Colón más bien que se armó la podrida, ahí Viejo te dan como en la guerra, me acuerdo que ya afuera se nos vinieron encima y yo chapé un arbolito desos ¿viste? recién plantados y le entré a dar con el árbol, lo revoleaba, ¡mierda!, parecía un molinete, ¿vos sabés como caían los negro?, como monos.
Y bueno, te digo, ahí, el Betito se borró, pero se borró se borró. Me acuerdo que estaba al lado mío y cuando empezaron las piñas desapareció, no estaba má, rajó el loco. Y te viá decir que hace bien, ¿viste el fisiquito que tiene?, ¿el fisiquito de hambreao que tiene, ademá es muy pendejo, a mí ese día me bajaron dos dientes, dos dientes de acá abajo, me calzaron con un pedazo de baldosa desde no sé dónde, porque ellos rajaron, se armó el quilombo, los fajamos y rajaron, pero uno tiró un baldosazo y me fajó en la jeta, justo justo justo en la jeta la puta que lo parió, hay que quemarles la cancha.
Pero no, ¿viste cómo son las cosas? la liga el que menos culpa tiene, si me decís el Tato o el Cabezón, bueno, se la tienen merecida, se la buscaron, ¿me queré decir?, el Tato, el otro día, íbamo en el tren a cancha de Atlanta y cuando entrábamo a Buenosaire, ¿viste que el tren pasa casi pegado a las casas?, los rancherío esos que hay, el Tato se asoma por la ventanilla y caza al vuelo nomás una jaula de un canario y se la pianta, ¿vos sabé la vieja cómo gritaba?, corría el tren por el lado de la vía, y el Tato después la tiró a la mierda a la jaula, ¿pa qué cuerno la quería?, eso es al divino pedo, é un daño al pedo, el Betito nunca hizo nada de eso, me acuerdo un día pasamo al lado de un coso que vendía empanada turca, pasamo todo como la langosta, en montón y no le dejamo ni una, y el Betito también cazó una, tampoco era gil y bueno, ¿y qué?, acaso el colorao Mistola no se chacó un sobretodo recién en Retiro?, y bueno, viejo, el que é ciruja, la cirujea.
Pero además, te digo, el Betito era muy buen pibe, te juro, mirá, desde que la Chancha lo trajo a la barra nunca le conocí una fulería devera, nunca, ni una agachada, y eso que é pendejo, pero nunca che, no é botón, porque hay otros que son botone y te da en el forro, y se las arreglaba, la primera vez que viajó con nosotros cuando apareció el chancho uy qué joda, cuando apareció el chancho se metió en el hueco este, ¿viste?, el que queda cuando das vuelta el asiento de atrás con el respaldo del otro, y me acuerdo que llegábamo a Bancalari y lo siento golpear, había estado como una hora, ¡qué sé yo el tiempo que había estado ahí el loco, metido, esperando que pasara el chancho!
Qué lo parió, estaba contento, el otro día cuando el clú hizo la fiesta a los muchachos de la primera local, nosotros fuimos todos, ¿vos sabés cómo nos atendieron?, como señores, y el Betito fue también, vino el secretario del clú ¿viste? y nos dice muchachos quédense piola, no hagan quilombo que acá los vamos a atender bien, ¿y vó sabé cómo lastramo?, como leones, y mirá que había cada ñorse de esos empilchados como la gran flauta, no era una fiesta rea, y sin embargo a nosotro viejo nos atendieron... se pasaron... y el Betito fue y morfó como todos.
Y, son las pocas satisfacciones que te puede dar el clú, viejo, decí la verdá, de veras, después de todo uno se va todo los domingos cuando el clú juega en Buenosaire o en La Plata y pone la jeta, y grita y se caga a trompadas para seguir al equipo, viejo, la camiseta, no é joda, eso hay que reconocerlo.
Tá bien que el clú a veces te tira algunas entradas pa revender o alguna changa, pero no é joda. El Horacio é paquetero, labura, o laburaba ahora no sé, pero laburaba con el Betito de paquetero, bueno, ese, a ese, le faltan estos dos dedos, que se los voló una bomba que le reventó en la mano, ¿y eso, quién te lo garpa?, el choto te lo garpa, viejo, decí la verdá.
Y mirá, mirávo el Betito. Y yo estaba, mirá yo debía estar como de aquí a la puerta aquella, a la del ñoba, más o menos, no lo veía al Betito, pero lo veía al Zurdo questaba parado arriba de uno de los pilares esos contra las avalanchas, y el Betito siempre estaba con el Zurdo.
Cuando se armó el lío, los monos empezaron a sacudir el alambrado para entrar a la cancha, a fajarlo a ese hijo de puta que el penal que nos cobró no tiene nombre, entonces la cana empezó con los gases... pero ¿qué habrá tirado?, ¿cuatro, cinco bombas?, eso es mala leche viejo, mala leche, le va y le revienta justo justo al lao de la cara, pero justo, mirávo, justo. Un ojo directamente se lo hizo mierda, si vo vieras lo que era eso te revolvía las tripas y el otro casi también, qué sé yo, de uno seguro que no ve más y me decía el Pato que parece que le dijo el médico que del otro parece que seguro tampoco.
Quién fue Roberto Fontanarrosa
♦ Nació en Rosario, Argentina en 1944, donde falleció en 2007.
♦ Fue humorista gráfico, dibujante, guionista, historietista y escritor.
♦ Es autor de libros e historietas como Inodoro Pereyra, Boogie, el aceitoso, Best Seller y Negar todo.
♦ Recibió galardones como la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento en 2006, el Premio Konex de Platino en 1994 y, en conmemoración de su nacimiento, el 26 de noviembre fue instituido como el Día Nacional del Humorista.
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