Cuando Joan Didion murió, hace exactamente un año, a sus 87, periodistas y medios de todo el mundo intentaron poner en palabras ese elemento inasible que había hecho de la escritora estadounidense una voz distintiva y entrañable para millones de lectores de todo el mundo.
En parte, su relevancia pública obedecía al hecho de que había dado cuenta de los grandes movimientos de la cultura -y la contracultura- de los años 60 y 70 y se había ganado, a fuerza de crónicas maestras, un lugar entre los referentes del Nuevo Periodismo estadounidense, ese movimiento surgido por aquellos mismos años y que proponía valerse de los recursos de la literatura para narrar los hechos reales: una “revolución” que cambió para siempre la forma de ejercer tanto el periodismo como la literatura, y sigue regalando coletazos preciosos, con autores y obras que despliegan una mirada subjetiva y no por eso resigna rigurosidad informativa.
Aunque la admiración que había despertado Didion en millones de personas, probablemente, tuviera más que ver con una proeza definitivamente más íntima: su fortaleza para haber narrado las dos grandes tragedias de su vida; la muerte de su compañero durante 40 años -John Gregory Dunne, periodista de Time- y la de su única hija, Quintana Roo, en dos libros que impactan por la capacidad de la autora para diseccionar su propio dolor y la entereza para narrarlo.
Millones empatizaron, a partir de esos libros, con la vivencia del duelo.
Ella misma probaba en El año del pensamiento mágico (The Year of Magical Thinking) y en Noches azules (Blue Nights), en los términos en que propone el periodismo narrativo, su habilidad para dar forma a un relato honesto sobre el devastador momento que le tocaba vivir, sin dejar de lado los datos duros
La suya es una voz, a la vez, intransigente e intimista, personalísima. Una voz reconocible, en la que sus lectores confían -que perdura, más allá de su reciente desaparición física- y que combina, de manera un tanto misteriosa, la fragilidad y la aspereza, una emoción a flor de piel y cierta capacidad inédita para dar cuenta de los hechos con una precisión temeraria.
Vivir para escribir
“Su talento consistía en escribir sobre el estado de ánimo de la cultura”, juzgó la escritora Katie Roiphe, y también daba en el clavo. Porque además de ser cronista de la pérdida y de la propia incertidumbre, Didion también hablaba de la historia grande; eso sí, nunca desapegada de la subjetividad de la mirada.
Se dijo también que era ferozmente protectora de su trabajo y no revelaba el tema de sus libros -ni siquiera a sus amigos más cercanos- hasta que estos estaban listos para su publicación. Es entendible para quien asoma a esos libros: Didion vivió una suerte de vida paralela en el papel, y allí es tan honesta que por momentos que asusta; como si no hubiera filtros entre sus emociones y la narración. Como si la viéramos desnuda.
La doble vida de Didion -la vida escrita-, le servía también para intentar comprender su entorno, la vida política de su país.
Cuando en 2013 fue premiada por el ex presidente Barack Obama, él la definió como una autora que había marcado su vida y la de todos los estadounidenses.
Mientras que ella misma definía así su ambición narrativa, en su libro de ensayos Lo que quiero decir, publicado en 2021: “Yo no quería una ventana al mundo, sino el mundo mismo”. Abarcarlo todo, penetrar las claves de su tiempo.
Los comienzos
Nacida en Sacramento en 1934, Didion comenzó a escribir a mano en un cuaderno que le regaló su madre cuando la nena tenía 5 años con la ilusión de aplacar cierta inquietud de la hija que se le hacía casi inmanejable.
A los 20, Didion se mudaba a Nueva York, donde comenzaría formalmente su carrera como periodista en la revista en Vogue, revista que su madre leía: ganó el primer premio de un concurso de ensayos cuyo premio era la publicación del artículo y así empezó.
Dos años más tarde ya había ascendido al puesto de Editora asociada en Vogue, mientras escribía su primera novela, El río en la noche (Run, River), que se publicaría en 1963 y no pocos consideran una de las piezas vitales para entender el recorrido de su obra. (En nuestro país, circula en edición del sello argentino Fiordo, con traducción de Javier Calvo).
Pocos años más tarde -y después de haber regresado a la costa Oeste, de donde había salido- Didion ya era reconocida como una de las principales exponentes del del Nuevo Periodismo y se medía con exponentes como Tom Wolfe, Truman Capote y Gay Talese. Salió airosa, está claro.
“Me gusta sentarme y ver lo que la gente hace, no me gusta hacer preguntas”, escribió ella, que había reconvertido aquella ebullición temprana de la infancia en una fuerza imparable para la escritura.
En sus crónicas de la madurez, también hay algo de esa fuerza y ese desapego o despojo de quien narra sin otro compromiso que el de mirar y analizar lo que ve, hacia afuera y hacia adentro,
Una autopsia del dolor
Sus aclamadas novelas incluyen títulos como Play It as It Lays de 1970, que exploró y expuso la cultura cinematográfica de Hollywood.
En el mencionado El año del pensamiento mágico, por el que se alzó con el National Book Award en 2005 y que también tuvo su adaptación teatral (Vanessa Redgrave protagonizó la producción inaugural en Broadway en 2007), narró con maestría el duelo que atravesó tras la sorpresiva muerte de su esposo, en 2003 y las formas que asumen la perplejidad y la negación.
“Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”, arranca su libro.
El título refiere a que, durante un año, ella se resiste a deshacerse los zapatos del marido muerto porque espera que él vuelva a buscarlos.
Mientras que en Noches azules (Blue Nights, 2011) reflexionaba sobre lo que le había tocado vivir -y recordar- tras la muerte de su única hija, fallecida en 2005: escribir es, muchas veces, un intento desesperado por entender, incluso ante una pena atroz.
“¿Y si ya jamás puedo encontrar las palabras que funcionen?”, se preguntó ella alguna vez. Aún sin saber cómo hacerlo, las palabras llegaron.
La gran cronista del “vacío” californiano
Esas dos notables obras por las que ganaría repercusión mundial tenían como contrapunto aquellas otras en que había dado cuenta de la historia, la moral, y las contradicciones de los Estados Unidos, y también la “farsa” del American Dream. Cara y ceca de una misma forma -implacable- de mirar.
En 2017 se filmaba el primer documental sobre su vida, disponible en Netflix: fue después de que su sobrino y director de cine, Griffin Dunne, lograra acceder a sus archivos personales, pese al celo que siempre mantuvo Didion respecto de su intimidad, por fuera de sus escritos, claro.
La película también se adentra en la pregunta: ¿qué hizo de Didion una autora distinta a todas?
Joan Didion: el centro cede se hizo en base a más de sesenta horas de material de archivo, e incluye pasajes en los que la periodista y escritora cuenta su vida en primera persona.
Allí refiere, desde las fiestas a las que asistió con Janis Joplin a las salidas que compartió con Jim Morrison, y se ven, también, entrevistas con Annie Leibovitz, Patti Smith, Michelle Williams y Liam Neeson, en un tiempo en que los periodistas compartían los mismos circuitos que las estrellas de cine y las celebridades, al mismo tiempo que debían sumergirse en historias anónimas y oscuras.
Cuando murió, el 23 de diciembre de 2021- sufría desde hacía varios años la enfermedad de Parkinson y esta fue la causa de la muerte, según informó su editor a través de un correo electrónico, citado por The New York Times-, se dijo de ella que desde pequeña había contemplado su tierra como un enigma por descifrar. Habría que agregar que su vida también.
Hay chispas que resuenan en todas las vidas y entonces Didion hablaba también de todos nosotros.
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