Luis García Montero encuentra la poesía del duelo en su primer libro tras la muerte de Almudena Grandes

Estos dos grandes escritores españoles estuvieron casados por un cuarto de siglo hasta el fallecimiento de Grandes en 2021. Aunque el poeta afirma que la muerte “no es un asunto literario”, en su último libro, “Un año y tres meses”, el ritmo está marcado por la ausencia del gran amor de su vida. “Uno de los dos muertos debe seguir de pie”, sentencia.

En "Un año y tres meses", su último poemario, el escritor español Luis García Montero procesa el duelo tras la muerte de su esposa, la célebre escritora Almudena Grandes, fallecida en 2021.

¿Cómo se escribe el duelo? ¿Cómo puede ponerse en palabras la desaparición física del amor de tu vida? ¿Cómo se inmiscuye, sin que nadie se lo pida, la muerte en la poesía?

“El juicio final para nosotros / es saber si es peor / la suerte del que muere o del que permanece / aquí sin más sentido que la nada / Uno de los dos muertos debe seguir de pie”, escribe el poeta español Luis García Montero en “Asuntos familiares”, uno de los 25 poemas de su último libro, Un año y tres meses, en el que procesa la muerte de quien fue su esposa por un cuarto de siglo, la célebre escritora Almudena Grandes.

Editado por Tusquets, este poemario del también ensayista, crítico literario y Director del Instituto Cervantes tal vez sea, si no su mejor trabajo hasta la fecha, sí el más conmovedor. Aunque, según afirma, la muerte “no es un asunto literario”, García Montero no puede evitar su omnipresente sombra en estos poemas que empezó a escribir durante los últimos meses de la enfermedad de Grandes y que terminó después de su fallecimiento, así como también tuvo que terminar, a pedido de ella misma, la última novela de su esposa, Todo va a mejorar, cuyo final había quedado trunco.

“Todo es raro y difícil como llamarme Luis / como esperar a que me llames / como vivir sin ti”, escribe el poeta en “No me salen las cuentas”. Su vida continúa, sí, pero a sabiendas de que “los días más felices” ya pasaron.

Sin embargo, García Montero -que sabe, como cualquiera que haya sufrido una pérdida semejante, que de los duelos nunca se extrae lección ni moraleja- se sirve del recuerdo de aquellos últimos momentos compartidos con su compañera de vida para mantenerse a flote, ya no como quien naufraga sino, más bien, como quien se deja arrastrar por la corriente y puede, a pesar de todo, disfrutar de su ritmo.

Busco y toco palabras

mientras meto la mano en el agua del río

que corre hasta la mar del cementerio

cultivado y civil

en donde está su tierra.

“Un año y tres meses” (poemas)

“El misterio y el secreto”

Por nuestra orilla caminamos solos

bajo el atardecer,

mientras las huellas van y vienen.

Lo que acerca la espuma se va con la resaca.

Para que no te dañe el sol

hemos salido casi en el crepúsculo,

cuando los sentimientos se desnudan

sobre la arena todavía cálida

y un murmullo de luz

escribe el horizonte que nos mira.

Como una carretera,

donde las luces rojas son frenos de la noche,

vemos pasar despacio las preguntas

sin saber qué decir.

No es lo mismo un misterio que un secreto,

pero los dos se mezclan:

lo han aprendido ahora

nuestras conversaciones contenidas.

Qué difícil andar con pies descalzos

y miedo a lo que corta. Qué difícil

saber lo que se esconde en esta caracola.

Orillas del mar,

dejadnos soñar.

“De Madrid a Lima”

Es un avión de muertos.

Me he levantado para ir al baño

y de pronto camino entre cadáveres.

Ordenada quietud bajo sábanas blancas,

noche rígida y muda de pasillos,

una hilera de cuerpos

hacia ningún lugar.

Tumbados en la muerte de primera,

sentados en las plazas de turista,

las sábanas ocultan

un paisaje de cuerpos,

una angustiosa eternidad.

Y la penumbra me interroga. Dime,

¿eres tú el que lo sabe?

¿Quién pilota este vuelo silencioso?

¿Otro muerto quizás,

de mirada vacía en un sueño infinito?

Agradezco la luz de una azafata

que se pinta los ojos

delante de un espejo en la cabina.

Vuelvo a mi asiento, busco

la manta que me cubra

en las horas que faltan. Llamaré

cuando llegue al hotel para decirte

que estoy en Lima, que viajar

me cansa, pero el vuelo ha sido bueno,

que todo está tranquilo,

que tengo ganas de volver a casa.

“Últimos pasos”

No me atrevo a decir que esto no es un poema,

pero la muerte ahora, lo confieso

y digo la verdad,

no es un asunto literario.

Me rodea lo mismo que un desorden,

lo mismo que la sombra que me sigue

por esta calle solitaria,

la calle que soy yo,

lo confieso y lo digo de verdad.

Por más que me repito y murmuro... tal vez,

la pierdo poco a poco,

aunque la quiera paso a paso

y la cuide si hablo con la luz,

para que esté conmigo,

para que no desaparezca,

para que nadie diga ya nada puede hacerse.

La muerte es miserable.

Vengo de vomitar una tarde de whisky,

escondido de mí,

escondido de ella.

Negocio con la vida deshojada,

pero la muerte es miserable,

y pierdo los papeles, y vomito

en un baño cualquiera,

y temo que me vean de esta forma.

Pueden avergonzarse de mí. Me doy vergüenza

en muchas ocasiones. Pero tengo razón,

la muerte es miserable, miserable,

la muerte es miserable.

García Montero y Grandes estuvieron juntos por un cuarto de siglo hasta la muerte de la escritora. Su viudo tuvo que terminar, por pedido de ella, su última novela, cuyo final había quedado inconcluso.

“La muerte es sueño”

Cuando se retiraban las bandejas

y el avión era calma,

solías tú ponerme la cabeza en el hombro,

cerrábamos los párpados

y nos dejábamos llevar

por un viaje de largo recorrido.

Así me gusta imaginar la muerte

ahora que estoy solo.

Es condición del ser humano

la despedida y el encuentro

con lo desconocido,

reconocer la casa que se deja,

la habitación que nos espera

entre las fechas de los calendarios.

La conciencia del tiempo no responde

al dolor animal,

ni siquiera al esfuerzo de vivir,

sino la soledad de saberse con vida.

Hablo de una experiencia de la muerte

de la que no querría despertarme.

Al final era esto.

Después de tantas vueltas, me dijiste,

todo resulta simple.

Nunca tuvimos fe,

pero teníamos palabras

para darnos las gracias, para decir adiós,

para ponerle nombre al no saber,

para observar las alas

en la caída de la noche,

para cerrar los ojos, tu cabeza en mi hombro,

en un viaje infinito

en el que sigo todavía.

“Un año y tres meses”

Como las narraciones de la lluvia

o los cuadernos de bitácora,

tuvo la enfermedad sus argumentos.

No me quejo de nada. Hoy sostengo

el optimismo amargo con el que respondimos,

septiembre, 2020,

cuando las citas médicas y el mar de los análisis

se mezclaron de un día para otro

con las arenas de la vida.

Nunca me quejaré de la disciplinada

manera que tuviste de contar nuestros pasos

para ver la ciudad con otros ojos,

la resistencia física y mental

que exigía la quimio.

No me quejo de las debilidades

o de la Navidad sin cabellera

o de la extraña forma de despedir el año

cuando el amor pasó por el quirófano.

La pandemia prohibía las visitas.

Disfrazado de médico sin bata,

subí para esconderme hasta la habitación

5427.

Dividimos por dos las uvas de tu postre,

oyendo de la mano aquellas campanadas

de la televisión

que no sonaban todavía a muerto.

No me quejo de todo lo que hicimos después,

del cuerpo poco a poco tan vencido,

de las ventanas de los hospitales,

de la silla de ruedas en 2021,

penumbras fatigadas de noviembre,

ocho de la mañana en el rumor del Clínico

con resultados últimos en la sala de espera.

No me quejo del miedo a la caída,

de la ducha difícil,

de los duros transbordos para llegar al baño.

No me quejo tampoco

de los cuidados paliativos,

la memoria con gasas

y la conversación inevitable.

No me quejo de verte morir entre mis brazos.

Comprendí que los viajes y los libros

con sus dedicatorias

siempre han sido maneras de cuidarnos.

Comprendí las raíces de nuestra militancia,

comprendí la factura de querer

de un modo tan completamente viernes.

Comprendí el argumento de esta historia

en la noche estrellada,

una historia de amor,

este año y tres meses,

estos días finales que ya son,

ahora, recordados,

los más felices de mi vida.

Quién es Luis García Montero

♦ Nació en Granada, España en 1958.

♦ Es poeta, crítico literario y ensayista.

♦ Desde 2018 es Director del Instituto Cervantes.

♦ Fue el esposo de Almudena Grandes desde 1996 hasta la muerte de la escritora española en 2021.

♦ Escribió libros como Un invierno propio, A puerta cerrada, Las palabras rotas y Prometeo.

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