¿Cómo se escribe el duelo? ¿Cómo puede ponerse en palabras la desaparición física del amor de tu vida? ¿Cómo se inmiscuye, sin que nadie se lo pida, la muerte en la poesía?
“El juicio final para nosotros / es saber si es peor / la suerte del que muere o del que permanece / aquí sin más sentido que la nada / Uno de los dos muertos debe seguir de pie”, escribe el poeta español Luis García Montero en “Asuntos familiares”, uno de los 25 poemas de su último libro, Un año y tres meses, en el que procesa la muerte de quien fue su esposa por un cuarto de siglo, la célebre escritora Almudena Grandes.
Editado por Tusquets, este poemario del también ensayista, crítico literario y Director del Instituto Cervantes tal vez sea, si no su mejor trabajo hasta la fecha, sí el más conmovedor. Aunque, según afirma, la muerte “no es un asunto literario”, García Montero no puede evitar su omnipresente sombra en estos poemas que empezó a escribir durante los últimos meses de la enfermedad de Grandes y que terminó después de su fallecimiento, así como también tuvo que terminar, a pedido de ella misma, la última novela de su esposa, Todo va a mejorar, cuyo final había quedado trunco.
“Todo es raro y difícil como llamarme Luis / como esperar a que me llames / como vivir sin ti”, escribe el poeta en “No me salen las cuentas”. Su vida continúa, sí, pero a sabiendas de que “los días más felices” ya pasaron.
Sin embargo, García Montero -que sabe, como cualquiera que haya sufrido una pérdida semejante, que de los duelos nunca se extrae lección ni moraleja- se sirve del recuerdo de aquellos últimos momentos compartidos con su compañera de vida para mantenerse a flote, ya no como quien naufraga sino, más bien, como quien se deja arrastrar por la corriente y puede, a pesar de todo, disfrutar de su ritmo.
Busco y toco palabras
mientras meto la mano en el agua del río
que corre hasta la mar del cementerio
cultivado y civil
en donde está su tierra.
“Un año y tres meses” (poemas)
“El misterio y el secreto”
Por nuestra orilla caminamos solos
bajo el atardecer,
mientras las huellas van y vienen.
Lo que acerca la espuma se va con la resaca.
Para que no te dañe el sol
hemos salido casi en el crepúsculo,
cuando los sentimientos se desnudan
sobre la arena todavía cálida
y un murmullo de luz
escribe el horizonte que nos mira.
Como una carretera,
donde las luces rojas son frenos de la noche,
vemos pasar despacio las preguntas
sin saber qué decir.
No es lo mismo un misterio que un secreto,
pero los dos se mezclan:
lo han aprendido ahora
nuestras conversaciones contenidas.
Qué difícil andar con pies descalzos
y miedo a lo que corta. Qué difícil
saber lo que se esconde en esta caracola.
Orillas del mar,
dejadnos soñar.
“De Madrid a Lima”
Es un avión de muertos.
Me he levantado para ir al baño
y de pronto camino entre cadáveres.
Ordenada quietud bajo sábanas blancas,
noche rígida y muda de pasillos,
una hilera de cuerpos
hacia ningún lugar.
Tumbados en la muerte de primera,
sentados en las plazas de turista,
las sábanas ocultan
un paisaje de cuerpos,
una angustiosa eternidad.
Y la penumbra me interroga. Dime,
¿eres tú el que lo sabe?
¿Quién pilota este vuelo silencioso?
¿Otro muerto quizás,
de mirada vacía en un sueño infinito?
Agradezco la luz de una azafata
que se pinta los ojos
delante de un espejo en la cabina.
Vuelvo a mi asiento, busco
la manta que me cubra
en las horas que faltan. Llamaré
cuando llegue al hotel para decirte
que estoy en Lima, que viajar
me cansa, pero el vuelo ha sido bueno,
que todo está tranquilo,
que tengo ganas de volver a casa.
“Últimos pasos”
No me atrevo a decir que esto no es un poema,
pero la muerte ahora, lo confieso
y digo la verdad,
no es un asunto literario.
Me rodea lo mismo que un desorden,
lo mismo que la sombra que me sigue
por esta calle solitaria,
la calle que soy yo,
lo confieso y lo digo de verdad.
Por más que me repito y murmuro... tal vez,
la pierdo poco a poco,
aunque la quiera paso a paso
y la cuide si hablo con la luz,
para que esté conmigo,
para que no desaparezca,
para que nadie diga ya nada puede hacerse.
La muerte es miserable.
Vengo de vomitar una tarde de whisky,
escondido de mí,
escondido de ella.
Negocio con la vida deshojada,
pero la muerte es miserable,
y pierdo los papeles, y vomito
en un baño cualquiera,
y temo que me vean de esta forma.
Pueden avergonzarse de mí. Me doy vergüenza
en muchas ocasiones. Pero tengo razón,
la muerte es miserable, miserable,
la muerte es miserable.
“La muerte es sueño”
Cuando se retiraban las bandejas
y el avión era calma,
solías tú ponerme la cabeza en el hombro,
cerrábamos los párpados
y nos dejábamos llevar
por un viaje de largo recorrido.
Así me gusta imaginar la muerte
ahora que estoy solo.
Es condición del ser humano
la despedida y el encuentro
con lo desconocido,
reconocer la casa que se deja,
la habitación que nos espera
entre las fechas de los calendarios.
La conciencia del tiempo no responde
al dolor animal,
ni siquiera al esfuerzo de vivir,
sino la soledad de saberse con vida.
Hablo de una experiencia de la muerte
de la que no querría despertarme.
Al final era esto.
Después de tantas vueltas, me dijiste,
todo resulta simple.
Nunca tuvimos fe,
pero teníamos palabras
para darnos las gracias, para decir adiós,
para ponerle nombre al no saber,
para observar las alas
en la caída de la noche,
para cerrar los ojos, tu cabeza en mi hombro,
en un viaje infinito
en el que sigo todavía.
“Un año y tres meses”
Como las narraciones de la lluvia
o los cuadernos de bitácora,
tuvo la enfermedad sus argumentos.
No me quejo de nada. Hoy sostengo
el optimismo amargo con el que respondimos,
septiembre, 2020,
cuando las citas médicas y el mar de los análisis
se mezclaron de un día para otro
con las arenas de la vida.
Nunca me quejaré de la disciplinada
manera que tuviste de contar nuestros pasos
para ver la ciudad con otros ojos,
la resistencia física y mental
que exigía la quimio.
No me quejo de las debilidades
o de la Navidad sin cabellera
o de la extraña forma de despedir el año
cuando el amor pasó por el quirófano.
La pandemia prohibía las visitas.
Disfrazado de médico sin bata,
subí para esconderme hasta la habitación
5427.
Dividimos por dos las uvas de tu postre,
oyendo de la mano aquellas campanadas
de la televisión
que no sonaban todavía a muerto.
No me quejo de todo lo que hicimos después,
del cuerpo poco a poco tan vencido,
de las ventanas de los hospitales,
de la silla de ruedas en 2021,
penumbras fatigadas de noviembre,
ocho de la mañana en el rumor del Clínico
con resultados últimos en la sala de espera.
No me quejo del miedo a la caída,
de la ducha difícil,
de los duros transbordos para llegar al baño.
No me quejo tampoco
de los cuidados paliativos,
la memoria con gasas
y la conversación inevitable.
No me quejo de verte morir entre mis brazos.
Comprendí que los viajes y los libros
con sus dedicatorias
siempre han sido maneras de cuidarnos.
Comprendí las raíces de nuestra militancia,
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.
Quién es Luis García Montero
♦ Nació en Granada, España en 1958.
♦ Es poeta, crítico literario y ensayista.
♦ Desde 2018 es Director del Instituto Cervantes.
♦ Fue el esposo de Almudena Grandes desde 1996 hasta la muerte de la escritora española en 2021.
♦ Escribió libros como Un invierno propio, A puerta cerrada, Las palabras rotas y Prometeo.
Seguir leyendo: